Éste país, acuciado por la crisis, con millones de parados,
con centenares de miles de sus ciudadanos por debajo del umbral de la pobreza,
con decenas de miles de familias despojadas de sus viviendas, debe pensar en
otra cosa. Lo que toca, según el presidente de la Conferencia Episcopal, es
endurecer la ley que regula la práctica del aborto en España y abolir la ley
que permite que dos personas que se aman y han decidido compartir sus vidas
tengan los mimos derechos civiles que las parejas, se quieran o no, de
hombre y mujer.
Hace mucho tiempo, creo que desde el mismo momento
en que dejo de ser perseguida y se acercó al poder, que la iglesia como
estructura dejó de ocuparse de los pobres y de la justicia para hacerlo de
sí misma y de otorgar a ese poder la pátina de decencia y ética de la
que casi siempre carece. Claro está que me refiero a la decencia tomada como
dignidad, del mimo modo que cuando hablo de ética, nada más lejos de mi
intención que equipararla con la llamada "moral" católica. La
sexualidad, de la que tan atormentado concepto tienen los obispos, al menos los
que llegan arriba en la jerarquía, ha sido siempre el caballo de batalla de
esta organización contra todo aquel que ha querido vivir y practicar la
libertad responsable que es deseable en todo ser humano.
Por el contrario, la iglesia de Rouco nos hace creer que la
libertad no es buena, nos impone el límite medieval del pecado en la vida, y
especialmente en la búsqueda de la libertad que -ellos, con su moral babosa y
antigua, tienen la culpa- comienza muchas veces rompiendo tabúes en
torno al sexo. Esa demonización del libre pensamiento y de la libertad de
opción, sustentada en sus inconfesables lazos con el poder y viceversa, es la
que atormenta a quienes, desde niños, en la parroquia, en casa y en la escuela,
han sufrido el modelado de su conciencia, las más de las veces sin una posible
alternativa a tanta presión.
Por eso, son pocas las ocasiones, y más ahora que
aparentemente la iglesia que defiende Rouco está en retroceso en Roma, en que
la jerarquía se ha puesto de parte de los más débiles. Y en este punto no hay
que confundir la labor de Cáritas, una ONG desplegada aprovechando las
infraestructuras de la iglesia, con la propia iglesia, pero financiada en
gran parte con los fondos provenientes de la casilla "otros fines
sociales" de la declaración de la renta. Lo suyo ha sido siempre estar en
las recepciones, los desfiles y las ceremonias del poder, no sin enmendarle la
plana en todo lo que tenga que ver con esa libertad de pensamiento a la que tanto
teme.
En España pasamos de verles primero en las trincheras y
luego con el brazo en alto en los desfiles o sentados en las Cortes, dando
cobertura las leyes del dictador a que llevaban bajo palio, otorgándole
dignidad casi divina, a asombrarnos y esperanzarnos con una figura como la del
cardenal Tarancón, al que, quienes no querían salir de su cómodo pasado,
pretendían llevar al paredón, para, a renglón seguido, volver a las andadas de
la mano del Opus Dei y otras sectas parecidas, interfiriendo en lo que, por ley,
corresponde a los ciudadanos y sus representantes.
Saben mucho de eso Aznar y Rajoy, que usaron a la
iglesia católica como ariete con el que derribar los primeros gobiernos de
izquierda que tuvo España tras la Guerra Civil. Sacar a las parroquias a las calles
en defensa, unas veces de la vida, otras de la familia, tal y como ellos la
entienden, fue la gota malaya con la que, cada poco tiempo, como carísimos y
bien organizados súper escraches, trataron de doblegar la voluntad de los
ciudadanos expresadas en las urnas. Qué curioso que, desde que Rajoy está en La
Moncloa, sin que haya cambiado nada, no le hayan escrachado a él también.
Ayer, mientras Mariano Rajoy iba a llenar de eses líquidas
-puaaggg, que asco- el despacho del papa,
Rouco disparó en salvas su artillería contra él. Le
recordó que debía cumplir sus promesas y cambiar las leyes del aborto y el
matrimonio igualitario -lo otro ya se lo han dado- como queriéndole decir
"aquí seguimos" y contraprogramando, de alguna manera, la extraña y
secreta visita de "nuestro" presidente a Francisco.
Eso, viéndolo con una cierta candidez, porque, siendo mal
pensado, cabría preguntarse si Rouco, que nada dijo sobre las leyes injustas
que están dejando a la gente sin trabajo, sin vivienda y sin futuro, no
estaría, reabriendo un debate ya marchito, para, en pleno desmoronamiento de la
credibilidad de la clase política, dejar claro a sus fieles cuál es su único
interlocutor válido.
A Rouco, siniestro personaje donde los haya, nada le
importan los dictámenes del Constitucional sobre el aborto o el matrimonio
igualitario. A Rouco, lo único que le interesa es hablar de eso para que no se
hable, por ejemplo, de todo el dinero de los ciudadanos, católicos o no, se
lleva la iglesia católica -Cáritas es otra cosa y se financia de otra manera-
en un estado que se dice aconfesional y democrático.
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