miércoles, 30 de noviembre de 2016

POLÉMICA ARTIFICIAL


Nadie habrá más satisfecho a estas horas con los creadores de falsas polémicas, algunos verdaderos profesionales, que Albert Rivera que, haga lo que haga o diga lo que diga, como las cucarachas, siempre sale impoluto y brillante   de entre la basura. Y es que nadie estará a estas horas más agradecido con la crucifixión mediática de Pablo Iglesias a cargo del grupo PRISA, a propósito de sus opiniones sobre la necesaria feminización de la política.
Escribo esto, porque, gracias al "chorreo" a que ha sido y está siendo sometido Iglesias, han pasado prácticamente inadvertidas las informaciones sobre el despido improcedente y el acoso laboral que padeció la ex jefa de prensa de Albert Rivera, Inma Lucas, desde que, en julio del pasado año, obtuvo una baja laboral médica por riesgo en su embarazo de gemelos y que se evidencio, cuando, en mayo de este año, trató de reincorporarse sin éxito a su puesto de trabajo a lado de Rivera y fue relegada al servicio de prensa del grupo municipal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de Barcelona.
La noticia que coincidió en el tiempo, pero no en el tiempo y la tinta dedicados a ella con las palabras de Iglesias es que, ayer, el partido de Rivera accedió a indemnizar con 150.000 euros a Inma Lucas, para no verse en el banquillo en un juicio por acosos que podría perder o que, cuando menos, podría dañar seriamente su imagen pública, desvelando su rostro de patrón intransigente y machista.
El asunto se las trae, porque, del retorcimiento de las palabras de Iglesias al hecho evidente del acoso a la ex jefa de prensa del líder de Ciudadanos, media un océano y, sin embargo, todavía esta mañana, en la Cadena SER insistían en la crucifixión del de Podemos, prejuzgando lo que había detrás de lo dicho por Iglesias y sometiéndose con evidente retintín a su exigencia de aclaración. Y es que, no hay que olvidarlo, la SER tituló la información sobre lo dicho por Iglesias a propósito de la feminización de la con una frase mutilada de su exposición, tergiversando el sentido de lo que en realidad había dicho.
Son cosas que pasan cuando, desde arriba, se pretende, no sólo informar, como sería deseable, sino sacar punta a las informaciones, para utilizarlas a favor o en contra de unos u otros. Lo ocurrido es la consecuencia de filias y fobias que llevan a cerrar los ojos y los oídos a la realidad para no modificar lo que se presume de antemano. A mí me ha ocurrido en esa misma redacción, A mí y a todo el que lleve unos años en el periodismo y crea en los tan cacareados valores de "la profesión". Siempre he pensado, y así lo aprendí y lo enseñaba en la universidad, que el periodismo consiste en hacerse y tratar de responder las preguntas adecuadas. Por eso, me extraña que nadie se preguntase hace dos días en la SER, si, realmente, Pablo Iglesias había dicho lo que pusieron en su boca. De hecho, si el responsable de la edición del informativo no lo puso en duda o, una vez escuchado, optó por emitir la frase mutilada demostró muy poca profesionalidad, cuando no una tendenciosa malicia.
Ahora, visto que Iglesias tenía razón en su reclamación, se buscan los argumentos en el resto de la intervención y se le rebate incluso, por machista, su concepto de feminizacción de la vida pública, defendido por ilustres feministas, reprochándole haber dicho que los políticos, hombres y mujeres, deberían "cuidar", como hacen las madres, algo que en absoluto condena a la mujer a esa tarea que, parece, se menoscaba. Más bien, algo que, quizá heredado de nuestra parte animal, está en nuestra naturaleza.
Yo, siempre o he dicho, en caso de naufragar y si los supervivientes se dividen en dos grupos y uno de los dos lo lidera una mujer, trataré de estar en ese grupo. Supongo que, como yo, cualquiera haría lo mismo. Sin embargo, ayer no se trataba de eso. Lo de ayer fue una verdadera persecución llena de prejuicios e intereses contra alguien que no le es muy simpático al Grupo PRISA. De paso, Albert Rivera, permaneció agazapado en medio de la polvareda de tan artificial polémica, para no mostrar sus vergüenzas. Y, por seguir hablando de vergüenzas, a qué vuene el desmedido interés de Antena en meter al líder de Podemos en el mismo saco que a machistas como el rancio alcalde de Alcorcón u otros peores si es que los hubiese.

martes, 29 de noviembre de 2016

ES POR EGOÍSMO


Me despierto con el resultado de una encuesta, el Observatorio de la Cadena SER, una encuesta cuyos resultados dicen que, de celebrarse hoy elecciones, el PP sigue ganando votos, un tres por ciento más, y ganaría las elecciones con una mayoría aún más cómoda. Lo que toca de inmediato es echarse a temblar, porque, con esa tendencia, a nadie se le escapa, a nadie se le debería escapar, el hecho de que al PP sólo le queda esperar que se cumpla el plazo de tres meses que ha de transcurrir para poder convocar unas nuevas elecciones.
Mientras voy dándole vueltas a ese temor, comienzo a preguntarme, por ejemplo, qué puede llevar a una mujer a votar a un partido que ampara y promociona a personajes como el alcalde de Alcorcón, David Pérez, capaz de insultar de una tacada a todas las mujeres, llamando rancias y amargadas a las feministas que llevan décadas luchando por algo tan incontestable como la igualdad de las mujeres en todos los ámbitos que comparten o deberían compartir con los hombres, a esas mujeres que, como le escuche decir hace una semana a Nativel Preciado, fueron perseguidas y ridiculizadas desde hace más de un siglo, para que otras mujeres como ella puedan expresarse hoy en libertad, aunque no coincidan con ellas al cien por cien.
Me lo pregunto y sólo encuentro una respuesta: el egoísmo, porque sólo el egoísmo lleva a votar a un partido en el que hay diputados que, como Vicente Martínez Pujalte, ocupan un escaño en el Congreso a tiempo completo y, sin embargo, ingresan simultáneamente tres millones y medio de euros en un año, en actividades que, como él mismo aclaró, so poco o nada éticas, pero son legales. El mismo egoísmo que lleva, bajo promesas falsas de bajadas de impuestos que nunca llegan o puestos de trabajo que, si llegan a crearse, están más cerca de la esclavitud de hace siglos que de la Europa a la que dicen habernos llevado, a una camarera de hotel a votar a un partido que tiene como portavoz a un personaje como Pablo casado que se permite comparar su jornada, en la que ha de limpiar al menos veinte habitaciones, con la de su hermano médico que pasa quince consultas al día.
Le doy vueltas una y otra vez y sólo soy capaz de llegar a la conclusión de que su fuerza, la del PP, es nuestro egoísmo, el de quienes le votan y el de quienes se suman a sus políticas, como, por ejemplo, el PSOE, dispuesto a sumarse a los planes de Rajoy para rebajar el techo de gasto en un país que, desde hace casi una década, hace agua en lo social. Egoísmo disfrazado de miedo, prudencia lo llaman, a que el Partido Popular, atado de pies y manos en el Congreso, disuelva las cámaras para recuperar en las urnas la tranquilidad perdida.
Pero egoísmo es también lo que mueve a quien se cree dueño de la calle y no quiere dar ni que nadie el paso de convertir su capacidad de movilización en la fuerza transformadora que este país necesita en su parlamento. Ese egoísmo y ese miedo que vienen a ser lo mismo y que pueden llevar a este país a alejarse para siempre de la oportunidad de cambio que tuvo va ya para casi un año. Así nos va y así seguirá yéndonos si no conseguimos sacudirnos de una vez por todas este egoísmo.

lunes, 28 de noviembre de 2016

EL ASUNTO SE LAS TRAE


Confieso que el título de la entrada, aunque podría haber sido mío, me lo he apropiado del arranque de la respuesta que Antón Losada daba esta mañana, cuando expresaba su punto de vista sobre lo que fue Fidel Castro para Cuba y los que será de cuba sin él. La verdad es que es más que difícil tratar de ser objetivo ante un personaje como lo fue el mayor de los Castro y ante un país como Cuba, ya que ambos son fundamentales en el devenir del mundo, especialmente el de América Latina desde aquel primero de enero de 1959 en que Fidel y sus barbudos entraron en La Habana.
Lo cierto es que uno construye sus opiniones, al menos es mi caso, sobre cimientos de sensaciones y no me duele reconocer que las mías sobre Cuba y Fidel son contradictorias y, en ocasiones, más que contradictorias, paradójicas. Así, por ejemplo, yo que, por edad, tuve durante un tiempo a Castro y su revolución como un modelo necesario, al menos en el Tercer Mundo, vi mi pensamiento saltar por los aires después de ver una película "Fresa y chocolate", de Tomás Gutiérrez Alea, un hombre del régimen que, sin pretenderlo, o al menos eso deduje de algunas declaraciones que le escuché, señaló con lucidez y ternura la carencia más cruel de esa patria que todo lo justificaba, hasta la muerte, y que, sin embargo, fue incapaz de dar a su gente aquello por lo que decían pelear los barbudos que bajaron de la Sierra: la libertad.
He de decir que, si de algo soy absolutamente celos es de mi libertad. Creo que podría sobrevivir con más o menos comodidad sin bienes materiales, pero que difícilmente podría hacerlo con en medio de la falta de libertad que asfixiaba al personaje creado por Roger Salas, inspirado en sí mismo, y que interpretó magistralmente por Jorge Perugorría. Desde entonces ya no fui capaz de mirar a Castro y su revolución con los mismos ojos. Con esa sensación de desesperada angustia que saqué de la película y alguna información añadida, ya no supe ver en Ernesto Che Guevara el héroe que me miraba desde las paredes de tantas y tantas habitaciones de amigos. Le veía altivo, severo e inflexible, presidiendo los tribunales populares que, en los primeros años de la revolución, condenaban, demasiadas veces a muerte, a quienes colaboraron con el régimen de Batista.
Sin embargo, esos años terribles no deben cegarme ni me ciegan para no ver los enormes logros del castrismo en el terreno de lo social, la igualdad alcanzada en muchos terrenos, en un país que venía de la más cruel de las desigualdades, un país de oligarcas obscenamente ricos, frente a los guajiros condenados a vivir en la miseria moral y física más absoluta. Con Fidel Castro todos los cubanos aprendieron a leer y comieron, no todo lo que querrían haber leído ni todo lo que hubiesen querido comer, pero, es innegable, hoy por hoy, leen y comen todos.
Desde que, en la madrugada del sábado, sesenta años después del inicio de su gran odisea, supimos de la muerte Fidel Castro, todo han sido loas, críticas y, sobre todo, preguntas y comparaciones. Nunca sabremos qué habría sido de Cuba si aquel primer día de 1959 Fulgencio Batista no se hubiese subido a un avión, con el rabo entre las piernas y las maletas repletas de joyas y dinero, resultado de años de saqueo de su país, al servicio de la Mafia y las empresas del vecino del Norte.
Después de unos primeros momentos en los que Castro fue un héroe, incluso para la prensa y para los ciudadanos norteamericanos, el joven abogado hijo bastardo de un terrateniente que expulsó de Cuba a Batista, el sanguinario tirano hijo de un campesino, las nacionalizaciones y el exilio forzado de los privilegiados por Batista. las cañas se tornaron lanzas y Castro pasó a ser el enemigo número uno del Tío Sam, del mismo modo que el vecino del Norte pasó a ser el enemigo imperialista. Desde entonces ya nada fue igual. Castro, cuya ideología siempre fue u enigma se vio forzado a echarse en los brazos de una Unión Soviética encantada de haber encontrado un aliado en el Caribe. De ahí a la crisis de los misiles y al bloqueo, mediaron semanas que se han convertido en décadas de privaciones y miseria para los cubanos de a pie. Quizá porque los norteamericanos esperaban que, con hambre y escasez, los cubanos volverían la espalda a Fidel y los suyos. Pero se equivocaron.
Ahora, sin un Castro que llevaba años muerto en vida y sin un relevo claro para su hermano Raúl, impuesto por la enfermedad del dictador. se abren todas las incógnitas, más con Trump, marioneta de los ultra conservadores que siempre odiaron a Castro y su Cuba, al frente de la maquinaria militar y económica del vecino del norte, probablemente más enemigo que nunca, sin la figura mítica del comandante es difícil imaginar el futuro. Más, para quienes no queremos verlo todo blanco o todo, negro, para quienes, por no casarnos con unos ni otros, nos llevaremos todas las bofetadas. Por eso me apunto a ese "el asunto se las trae" de Antón Losada y pongo mis esperanzas en que el sentido común se imponga a las estridencias de uno y otro lado del mar.

viernes, 25 de noviembre de 2016

LOS JUEVES, MILAGRO


¿Quién no recuerda al impagable Pepe Isbert interpretando al contertulio de casino rural encargado a su pesar de interpretar a un falso San Dimas, para atraer turistas al decrépito balneario de su pueblo, en esa obra maestra que Berlanga tituló “Los jueves milagro”? Pues bien, sesenta años después, otro jueves se ha vuelto a producir el milagro.
Cuentan los evangelios que Jesús, nada partidario de los opulentos, decía a sus discípulos que era más fácil que un camello pasase por el ojo de una aguja que que un rico entrase en el reino de los cielos y debe ser cierto, porque son muchos los ricos se gastan su fortuna en pagar misas e indulgencias para desmentir al "maestro" y alcanzar a atravesar las puertas del hipotético cielo. Sin embargo, en algunas ocasiones, pocas, pero algunas, nos encontramos con algunos ricos, algunos empresarios, que optan por hacer más fácil la vida de sus empleados, en lugar de lavar sus culpas con misas y fundaciones. Son pocos, pero, ellos sí, atravesarían, de quererlo así, el umbral de la gloria prometida.
Ayer, como jueves que era, se produjo el milagro y no en la Fontecilla berlanguiana, sino en Málaga, donde el empresario hotelero Antonio Catalán sorprendió a propios y extraños poniéndose frente a sus colegas, a los que acuso de explotar a sus empleados y de hacerlo con la reforma laboral de 2011, con la que. dijo, él mismo podría despedir a toda su plantilla, indemnizándola con veinte días por año trabajado, para subcontratar sus funciones con los salarios y destajos que todos conocemos, a precios casi, o sin casi, de esclavismo, precios que llegan a 20 céntimos por "hacer" una cama o dos euros por toda la habitación.
No creo que la Administración contrate mucho con los hoteles de Antonio Catalán. AC y NHC. Y no lo creo, porque conociendo el espíritu de venganza que a veces mueve a ministros como Montoro o al propio presidente, a estas horas estaría anulando todas las reservas que hubiese contratado, porque la radiografía que hizo ayer el hotelero, extensible a todos los sectores, deja en mal lugar su política de empleo y a quienes la defienden o no la combaten como deberían. Catalán, paradójicamente conocido por tratar como es debido a sus empleados, extremó su dureza con los empresarios de su sector a los que acusó de buscar sólo el beneficio. Y lo hizo subrayando que, en un sector en alza, como el suyo, en el que desde 2011 han crecido los beneficios y el empleo, los salarios han caído escandalosamente.
Lo malo es que la denuncia de Catalán valdría para muchos otros sectores, incluso para los medios que tanto eco se han hecho de sus palabras, adornando sus informativos con una noticia como esta, pese a que, en ellos y por decisión de sus directivos, tan miserables a veces  como los que Catalán pinta en su sector, se ha despedido a plantillas enteras, para cubrir su "hueco" con becarios que, en precario, por salarios de risa y con jornadas ilegales e inhumanas que nunca llegan a cobrarse en su totalidad.
Yo mismo fui víctima en la SER de esa estrategia de sustituir trabajadores caros por otros más baratos y, aunque más inexpertos, mucho más maleables. Por eso, lo reconozco, me enciendo cada vez que, como hoy escucho panegíricos a quien critica las prácticas empresariales que son el pan de cada día en esa cadena de emisoras. Me enciendo, porque, si algo odio en este mundo, es la hipocresía y allí hay mucha.
Al margen de esto último y, en cualquier caso, celebro que algunos jueves siga tocando milagro. El de ayer, la denuncia, la radiografía descarnada, del panorama laboral con que nos premia el partido más votado por los españoles, me pareció, pese a la demagogia de algunos, eso: un verdadero milagro. La vuelta de San Dimas, el buen ladrón, a este mundo.

jueves, 24 de noviembre de 2016

RITA Y EL RUIDO



Cuando ayer supe de la muerte de Rita Barberá, me llevé la sorpresa de que sólo tenía sesenta y ocho años. La verdad, nadie que no tuviese la información podía pensar que esa mujer apagada y triste que accedía el lunes al Tribunal Supremo para darse por fin de bruces con la Justicia era aún tan joven. Y sin embargo lo era, pese a que los últimos meses de su vida, a causa quizá del abandono de los suyos, habían pasado por su cuerpo y por su rostro como años.
Rita Barberá fue una mujer excesiva y no siempre supo ocultar sus excesos. Y todos, a estas alturas de la vida, deberíamos saber que los excesos, antes o después, se pagan. Quizá por eso, a la que fuera alcaldesa de Valencia durante un cuarto de siglo, con toda su soberbia y su dureza, que fue mucha, se le hizo muy cuesta arriba sobrellevar el vacío a que fue condenada, también sin juicio, por quienes la citaban como la mejor alcaldesa que ha tenido Valencia -que yo sepa fue la única- llegando, incluso, a concederle sin ningún tipo de consenso el "título" de alcaldesa de España alcaldesa de España.
Era mucho lo que le debían, lo mismo como partido, porque ella, pactando con Unió Valenciana, le arrebato a los socialistas la alcaldía, pese a ser la del PSV la lista más votada, levantando el primer fortín para la conquista para la derecha de un territorio, Valencia, que tradicionalmente había sido, antes y después de la dictadura, de la izquierda. Después vendrían los negocios, la financiación bajo sospecha de su partidos, las faraónicas obras, no siempre necesarias de la ciudad, los calatravas y sus goteras, la Fórmula Uno pagada a precio de oro y revendida de mala manera por un único y tramposo euro, También la escandalosa visita del papa Benedicto XIII, en medio d ella tragedia del metro, de la que muchos de los que hoy lloran a su alcaldesa, sacaron partido a costa de la liquidada televisión pública, Canal Nou, que, una vez cumplida su función de propaganda y saqueo, fue llevada a negro y sus trabajadores puestos en la calle.
La cosa es que, de Valencia, no sólo llegaban las naranjas y el AVE. También llegaron los apoyos que necesitó Rajoy para asaltar Génova, oficiado en un congreso del partido, en el que Rita Barberá no sólo fue anfitriona, sino que se convirtió en muñidora del acuerdo necesario para que su amigo Mariano escalase la cumbre del partido y del gobierno, algo por lo que el hoy presidente conservó, aunque en los últimos tiempos en privado, el afecto por la que fuera su gran apoyo. Y lo conservó hasta el punto de que, ayer, aturdido quizá por la noticia, Rajoy reveló que conversó con la misma militante a la que forzó a macharse del partido poco antes de su penosa declaración voluntaria ante el Supremo.
Está claro que el PP no había sido justo con aquella a quien ayer lloraba desconsolada y, por qué no decirlo, hipócritamente. Del mismo modo, estoy seguro de que con su sobreactuación trataba de mitigar su maña conciencia por haber utilizado su cadáver, entonces sólo metafóricamente político, para levantar la barricada donde protegerse de la que le está cayendo. Un comportamiento hipócrita y desmedido que llevó al ministro de Justicia de todos los españoles a acusar al aparato del Estado, jueces y Policía, a la oposición y a los medios de comunicación de haber organizado una cacería a la que, taimadamente, atribuyó la muerte de la ex alcaldesa. La misma hipocresía del más verborréico que nunca ex ministro Margallo, que contó una y otra vez todo el cariño que sentía por la que fue su amiga y todo lo que le dijo, promesa de cena incluida, en el apenas un segundo que duró el beso forzado que le pidió una Rita desconsolada y sola, en la solemne sesión de apertura de la legislatura.
En fin, una vergonzante y falsa representación de una solidaridad, que se habría vuelto contra los fingidores de no haber mediado el irreflexivo gesto de Unidos Podemos que sigue sin entender que, cuando lo que se hace hay que explicarlo demasiado, es porque lo que se hace está equivocado. Y creo que ni me equivoco ni me invento nada, porque ayer mismo, antes de conocerse el fallecimiento de Rita, Pablo Iglesias explicaba que su renuncia a interrogar a Rajoy en la sesión de control, buscaba no eclipsar su interpelación al ministro de Industria sobre Pobreza Energética.
Creo que Iglesias se equivocaba, como se equivocó al sobreactuar en su rechazo a guardar el minuto de silencio por la senadora. Fue tanto el ruido provocado que lo desenfocó todo y dio pie a que las hienas del PP, donde las dan las toman, señor Hernando clavasen sus dientes en ellos y, de paso, en los medios, ocultando su propia falta de piedad con la fallecida.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

VIEJOS Y POBRES


A nadie se le escapa que, si los primeros zarpazos de la crisis se vieron amortiguados en España, fue porque los ancianos, los que disponían de una pensión o de ahorros, se echaron a la espalda tanto a sus hijos en paro como a los hijos de estos que, si hacían alguna comida decente al día, ésta era la que les servía la abuela, después de que "contables" sin conciencia decidieran que no había por qué darles de comer en la escuela y algún que otro jarrón chino, como Felipe González, les diese la razón.
Pues bien, desde ya os digo que, si alguna vez salimos de esta crisis y sus crueles consecuencias, ya no será posible ese milagro, porque los ancianos del futuro, nosotros y nuestros hijos, no tendremos ahorros ni pensión con la que mitigar la pobreza de nuestra familia, porque, para entonces. los de siempre habrán acabado con ese último bastión del sistema de bienestar.
A nadie se le escapa que el sistema público de pensiones, todo lo público en general, no gusta a los especuladores ni a los expertos que tienen alrededor. Ellos, al igual que en los terrenos de la Sanidad o la Enseñanza, carentes de escrúpulos, ven en esto, como en cualquier otro asunto, sea cual sea, una "oportunidad de negocio" y ya hablan, mientras se encienden todas las alarmas, de la conveniencia de suscribir un plan de pensiones privado, como ya hicieran hace años, cuando los suscribieron tantos y tantos trabajadores que tuvieron que "comérselos" deprisa y corriendo y perdiendo todas las ventajas prometidas cuando la crisis llegó con sus primeros arreones.
No sé si somos conscientes de que, siendo como es éste nuestro mayor problema, como individuos y como país, en los próximos años, nadie, insisto, nadie habló de él en las dos convocatorias electorales por las que hemos pasado en apenas un año. Nadie quiere destapar la caja de los truenos en que se convertiría la evidencia de que otra caja, la que garantiza el pago de las pensiones, se vaciara como parece que va a vaciarse en unos meses.
No me explico ese silencio de los partidos políticos, grandes y pequeños, nuevos y viejos que parecen apuntarse al "dios proveerá" de otros tiempos. No sé si es que no tienen soluciones a la vista o si lo que ocurre es que se sienten culpables del desaguisado. Lo que sí sé es que, si con Zapatero el sistema alcanzó su mejor momento y con Rajoy en La Moncloa la caja comenzó a vaciarse, algo hizo, algo se hizo, para que se rompiese el equilibrio entre pagos y cotizaciones que la mantenía. Y ese algo es, sin ningún género de duda, esa reforma laboral que permite contratar por días y horas, sin garantías y por salarios míseros que apenas cotizan y que no garantizan el ahorro, el consumo o las pensiones que se necesitan para enfrentar el futuro con confianza.
Dirán lo que quieran, pero tal parece que Rajoy y los suyos, en los cinco años que llevan en funciones y disfunciones al frente del país se hayan comportado como los obreros de un desguace, empleándose a fondo en desmontar lo que de bueno tenía el sistema, para "vendérselo" a buen precio, cuando no regalárselo a sus amigos, porque ¿a alguien le entra en la cabeza que nuestros jóvenes, bien formados, muchos de ellos licenciados o doctorados, no sean capaces de encontrar un trabajo que les garantice una pensión?
Claro que no. Tal cosa no sería posible, si este gobierno o el que le antecedió no hubiesen dinamitado el sistema de relaciones laborales, si no hubiesen acabado con la negociación colectiva, dejando a los trabajadores en manos de "negreros" sin escrúpulos dispuestos a cambiar de empleados, como quien cambia las bolsas de basura, antes de que consoliden sus salarios o sus derechos. No hicimos nada y, ahora o, mejor dicho, en adelante, vamos a pagar las consecuencias. Y las vamos a pagar, porque los empresarios no van a querer otra cosa que los beneficios conseguidos con el PP y, por qué negarlo, también con el PSOE,
Durante años funcionó el chantaje de "si me lo ponéis difícil me voy", ese chantaje que acabó con los derechos de los trabajadores, devolviéndoles a la condición de jornaleros, sin presente ni futuro, sin todos esos derechos conquistados tras décadas de sangre y sufrimiento, augurándoles a ellos y a sus hijos una difícil etapa final de sus vidas, en un país mísero, de pobres y viejos.

martes, 22 de noviembre de 2016

EL FÚTBOL, EN EL ARMARIO


Parece mentira que, ahora que nuestro país está a punto de cumplir cuatro décadas de democracia, una democracia más o menos imperfecta, pero democracia al fin, el deporte más popular, por no decir la actividad más popular, del país, la que ocupa horas y horas de radio y televisión y millones de páginas a lo largo de la semana, siga en el armario del más puro franquismo, un armario dentro del que no parecen existir las leyes que rigen para la ciudadanía en cualquier otro ámbito.
Es una situación tan lamentable como parece. A cualquiera le cuesta creer que los insultos y golpes que intercambian en el campo los jugadores, a la vista de millares, si no millones, de espectadores no tengan las mismas consecuencias que tendrían si el intercambio se produjera en la calle. Tal parece que, con el precio del abono o de la entrada, los espectadores tuvieran derecho a asistir y a participar a veces en un espectáculo que parece sacado de otros tiempos y otros lugares.
Y, todo, porque lo que nos "venden" es una realidad falseada, en la que nada es lo que parece. Y más, ahora que hay que llenar con aburridas verdades o atractivas exageraciones y mentiras tantas horas de programación y tantas y tantas páginas que, además y por si fuera poco lo anterior, no sólo se ocupan de esa realidad más o menos alterada, sino que también se hacen eco del estrambote que aportan, con o sin careta, ciudadanos de a pie con un móvil en las manos.
Ese es el mayor problema: en el ámbito del fútbol se habla demasiado, hablan demasiados, forjando una imagen distorsionada, no ya de lo que debiera ser, sino de lo que es ese mundo que mueve tantos y tan variados intereses. También que, ahora, gracias o por culpa de los potentes medios técnicos, es casi imposible, por más que se escondan los labios tras la cortina de las manos, es imposible ocultar lo que se dice sobre los terrenos de juego y la vieja y absurda consigna de que "lo que pasa en el campo se queda en el campo" se está viendo superada un día sí y otro también.
Pero, a lo que íbamos, en esos terrenos no está representada la sociedad que los mantiene. No existe en ellos la tolerancia de la que, afortunadamente, han hecho gala los españoles en estos últimos años. Nadie se atreve a dar los pasos que, en una fábrica, una oficina o cualquier centro de trabajo se van haciendo normales. En España, al menos en el fútbol de élite, ningún jugador, al menos que recuerde, se ha atrevido a dar el paso de salir del armario, haciendo pública su opción sexual si ésta no es la que podría esperarse de ellos. Únicamente, un árbitro de categorías inferiores se atrevió a darlo y, hacerlo, le salió caro, porque, al margen de si cumplía bien con su cometido, se vio sometido a tal persecución que se vio obligado a abandonar.
Y es que parece que, en ese mundo, el que más grita, el más bruto y el que más ruido hace es quien acaba imponiendo la norma y que nadie, salvo que no hacerlo implique grandes pérdidas económicas, persigue a los energúmenos. Tanto es así que, en los estadios, los gritos racistas, el machismo y, en general, cualquier otro tipo de intolerancia está más consentida de lo que lo estaría de puertas afuera del estadio.
El sábado, un jugador del Atlético de Madrid, un jugador nacido en democracia, supongo que, al menos, con estudios primarios, se enfrentó con su rival, Cristiano Ronaldo, al que, se supone que, para ofenderle, llamó maricón en el terreno. Lo más curioso es que el "incidente" se ha conocido porque el propio Cristiano lo comentó con sus compañeros, así como lo que respondió a su rival: "sí, pero soy millonario", lo que no deja de ser una tontería por otra tontería.

Hoy hemos sabido que, Arcópoli, asociación LGTB que fundamentalmente apoya a quienes sufren agresiones por su condición sexual, ha pedido a la Liga de Fútbol que investigue los hechos. Y me parece muy oportuno que lo haga. Basta ya de esconder estos miserables comportamientos. Quizá así los jugadores se atreverían a, en lugar de inventarse matrimonios "postizos" como hacen políticos y cantantes, dar el paso de "salir del armario" para que deportes como este salgan, no ya del armario, sino de la caverna antidemocrática en que hoy, con nuestro consentimiento, se mueve.

lunes, 21 de noviembre de 2016

CULTURA DE PARTIDO


Si hay algo que distingue a los seres humanos del resto de los animales, aunque algunos llegan a sentirla, es la piedad, ese rasgo del comportamiento que, a mí, por ejemplo, me enternece cada vez que lo descubro en una mirada, en un abrazo o en una mano que se tiende a quién lo está pasando mal. Un rasgo que, por más que me esfuerzo, no llego a recordar en Felipe González. ni siquiera en aquel Felipe de las primeras horas que llegó a enamorar a muchos españoles.
Por el contrario, González siempre ha hecho gala de todo lo contrario, mostrándose frío y severo en ocasiones en que otros, yo al menos, nos hubiésemos deshecho. Esa actitud, la del ex presidente, que, en ocasiones, puede llegar a ser una virtud, se vuelve odiosa cuando es innecesaria y desmedida. Se ve que la edad, las nuevas amistades y haber soltado amarras con la gente normal y corriente, la que hace años que no viaja, la que pelea cada mes por pagar sus recibos, la que no tiene amigos en la lista Forbes, ni sale a pesar o a navegar en un yate, la que mata los lunes y el resto de la semana al sol, si es que lo hay, porque, en aras del progreso y del bien del país, cerraron su fábrica, le han endurecido aún más y nos muestran ahora un Felipe muy distinto del que llegamos a admirar.
No sé si acierto al pensarlo, pero tengo la impresión de que apenas queda nada de aquel encantador de serpientes que nos llenó de fuerza e ilusión un día. Hoy, por más que me esfuerzo, sólo soy capaz de ver en el líder que admiré soberbia, vanidad y furia, una furia ciega e innecesaria que no le deja ver la realidad y que acabará de llevarle a la destrucción de un partido que, con él, fue grande y que, ahora y también con él, se ha puesto en la senda de su propia destrucción.
A nadie se le escapa que, para González, la gente de la que se rodea y se ha rodeado es de usar y tirar. No conozco a nadie más pagado de sí mismo ni con más desapego hacia los suyos. No hay más que pararse a contemplar el camino que ha recorrido y verlo sembrado de los cadáveres de los que un día fueron sus colaboradores o incluso sus amigos. Pero, esta vez, Felipe se equivoca. Ha medido mal el golpe y se ha embarcado en una aventura, la de quitar y poner en el partido que un día lideró y para el que fue el gran referente, que, de momento, no ha hecho más que abrir una enorme vía de agua, por la que se escapa la ilusión de los militantes y la confianza de los votantes.
A Felipe González y, por desgracia, a su partido les ha perdido esa mezcla de vanidad y pereza que le lleva a pretender dirigir el debate, sin participar en él más que de cuando en cuando. Por ejemplo, cuando en aquella entrevista para la SER, a punto de tomar un vuelo para quitarse de en medio en Chile dio el pistoletazo de salida para el asalto al Comité Federal que acabaría apeando al secretario general Pedro Sánchez, sin otra alternativa que el nombramiento de una gestora manejada a distancia desde Sevilla por su discípula más adelantada, Susana Díaz, evidenciando que lo único que importaba era que el PSOE abandonase cualquier acercamiento a posiciones de izquierda y hacer presidente al candidato del IBEX 35, dijese lo que dijese González el jueves en Sevilla.
Pero al vanidoso Felipe, al soberbio Felipe, no le bastó con ser pieza fundamental en la operación. A Felipe, el cuerpo le pedía, no sólo tener el cadáver de Pedro Sánchez, sino que, además, necesitaba profanarlo y exhibir sus despojos ante todos. Y lo hizo la semana pasada en Sevilla en un acto que no parece otra cosa que una operación de apoyo a su protegida, seriamente perjudicada en su imagen por la fratricida operación. Y Felipe tomó la palabra en ese acto para insultar -no se me ocurre otra forma de llamar a lo que hizo- al derrotado Pedro Sánchez. Y allí, en su tierra y ante sus fieles, además de llamarle mentiroso, como ya había hecho en la SER, le acusó de incapaz, "hizo lo que sabía, pero no sabía", dijo y de no tener "cultura de partido", sin caer en la cuenta de que hablaba de la misma persona a la que él y sus amigos propusieron como candidato a las generales, el mismo que, por primera vez, fue elegido secretario general por la militancia socialista. 
Nunca he militado en ningún partido ni en dada, ni quiero hacerlo, pero entiendo que una pieza fundamental en esa "cultura de partido" de la que habla González es la de respetar al secretario general y su programa electoral, más si ha sido elegido democráticamente y por todos. Tampoco le vendría mal recordar, a este "abuelo cebolleta" y enredón, aquello de que no se puede pretender tener siempre razón, sólo por haberla tenido.

viernes, 18 de noviembre de 2016

MANTENIDOS


Un día más me veo obligado a repetir aquello que decía Santiago Carrillo a propósito de Alberto Ruiz Gallardón, pero que les encaja como un guante a cualquiera de los muchos dirigentes de la derecha que, con unas cuantas frases, un par de gestos y una vestimenta más o menos informal, pretenden hacerse pasar por progresistas, "no conozco en el PP a nadie que no sea del PP". Pues bien, yo, a la sabia deducción de don Santiago, añadiría esta advertencia: ojo con quienes desde el PP pretenden hacerse pasar por "progres", porque esos son los peores.
Cristina Cifuentes. presidenta de la Comunidad de Madrid, es uno de esos personajes. Escondida tras su fama de rebelde y republicana, su aparente simpatía y si saco de buenas palabras, esta señora fue el recambio elegido por Mariano Rajoy para desalojar a la saga que Esperanza Aguirre había instaurado en el gobierno y el partido en Madrid. Todo muy bonito, muy moderno, todo menos rancio que con la condesa, todo acorde con la necesidad de aparentar que se cerraba una etapa muy negra de la historia madrileña, pero todo falso y provisional, porque no ha tardado en caerse la capa de pintura con que se enlucieron las viejas estructuras, para comprobar que, efectivamente, la señora Cifuenets es la misma que estuvo al frente de la Delegación del Gobierno en Madrid, la que autorizaba y prohibía marchas y concentraciones, la que tenía a sus órdenes a las fuerzas policiales, la que no combatió sus excesos y la que impuso multas disparatadas a personas identificadas las más de las veces al azar, siguiendo una estrategia que perseguía asustar a la gente para desmovilizar a quienes protestaban contra los recortes con que su partido estaba sacando a España del siglo XXI.
Pero, como es sabido, no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo y los fuegos artificiales de Cristina Cifuentes se están quedando en el humo que son apenas y raro es el día en que los anuncios de sus presuntos logros no son desmontados por la contumaz realidad que la desmiente, porque ni son proyectos suyos las viviendas sociales que dice haber construido, ni se han creado plazas escolares reales, ni han adelgazado las listas de espera sanitaria ni se crean los puestos de trabajo de que tanto presume, porque esos mal llamados puestos de trabajo no son más que contratos indecentes que niegan el futuro a quienes se ven obligados afirmarlo. En fin, humo maloliente y triste.
Quizá por eso, ayer se vio siguiendo los pasos de su odiada Esperanza Aguirre fabricando un leviatán un enemigo, al que acusar de los males de quienes, para nuestra desgracia, tenemos nuestro destino en sus manos. Y la señora Cifuenets renunció a los desleales y codiciosos catalanes, para, siguiendo la estela del ya casi olvidado Durán Lleida, acusando a los andaluces poco menos que de mantenidos.
Vino a decir la presidenta que, de no ser porque los madrileños ponemos tres mil millones de euros de nuestros impuestos para pagar la sanidad y la educación de los andaluces otro gallo nos cantara, algo tan falso y perverso como el personaje que lo dice.
Parece mentira que quienes tanto hablan de la unidad de España, los que a cada momento se envuelven en la bandera tengan tan poco respeto por los españoles, por TODOS los españoles. A la presidenta se le olvida lo que cuesta y quien paga Barajas, lo que han costado las cercanías o las carreteras y autopistas. También se le olvida que, si Madrid recauda más, es porque la mayoría de las grandes empresas tienen su sede y cotizan en Madrid y que, si hay más puestos de trabajo, es porque aquí están los ministerios y la mayoría de las sedes de los organismos públicos nacionales e internacionales.
Pero no, eso se le olvida. Prefiere caer en el vicio de pensar en los andaluces como en mantenidos, quizá porque la idea que tiene de Andalucía es la que se hace desde una toalla o una hamaca en una playa de Punta Umbría. Una idea equivocada, en absoluto tan real como la que, afortunadamente, los mantenidos andaluces y el resto de españoles se están haciendo de ella. 

jueves, 17 de noviembre de 2016

AJUSTES DE CUENTAS


El de ayer quedará para la historia de la política española como aquella noche de los cuchillos largos, aquellos terribles días con sus respectivas noches, en los que las tropas de asalto de Hitler acabaron con la vida de todo aquel que pudiese hacer sombra o poner en peligro el poder unívoco y absoluto que el delirante dictador necesitaba para cumplir sus planes.
Ayer, por ejemplo, en el grupo socialista del Congreso, se comenzaron a ejecutar los edictos firmados por la Gestora del PSOE, claramente inspirada desde el Palacio de San Telmo, en las cercanías del sevillano Parque de María Luisa, para castigar a aquellos diputados díscolos que, obedeciendo a su conciencia, votaron NO a la investidura de Mariano Rajoy para esta presidencia en la que, a pesar de sus buenas palabras, sigue haciendo de las suyas y amenaza ya con más recortes y dolor para nosotros los españoles que, en esta ocasión, no le premiamos dado la mayoría absoluta.
Es de suponer que el brazo ejecutor de este castigo haya sido el portavoz Antonio Hernando, pero nos tenemos que conformar con suponerlo, porque dejó sola ante el peligro y los micrófonos a su segunda en el grupo, Isabel Rodríguez, a la que también toco lidiar con el "digo Diego" del digo de Hernando que horas antes justificó hasta el absurdo una segunda abstención socialista para, esta vez, "premiar" a Jorge Fernández Díaz, reprobado como ministro por todos los grupos menos el suyo, con la lujosa presidencia de la Comisión de Exteriores.
No me extraña la ausencia de Antonio Hernando, porque en menos de un mes se ha convertido en el más torpe y felón de los diputados, una especie de robot sin moral ni pensamiento que únicamente actúa con el correspondiente software, intercambiable y reprogramable.
Ajuste de cuentas, aún incompleto, dentro del grupo socialista y ajuste  de cuentas con el ex ministro de la porra, los enredos, las conspiraciones y la ley mordaza, que recibía con "santa" indignación el veto con freno y marcha atrás de PSOE y Ciudadanos, casi al mismo tiempo que la justicia absolvía, muchos meses después, al concejal madrileño Guillermo Zapata que, pese al empeño de Fernández Díaz, nunca debió ser juzgado y al que, juzgarlo, nos ha costado cien mil euros s todos los españoles.
Zapata, "podemita" señalado, había sido objeto de una terrible persecución y acoso mediático, no por aquellos torpes tuits irrespetuoso con el dolor de las víctimas del terrorismo, sino porque constituía un flanco débil en el que golpear al ayuntamiento de Carmena.
Y se emplearon a fondo, porque, si algo tiene el PP y aquellos a los que sirve es que con Podemos no caben las componendas, los pasteleos que, como el acuerdo firmado con el PSOE de Hernando y con Ciudadanos, sólo fueron denunciados por los recién llegados al Congreso, con tanto éxito, que, al final, forzaron la rectificación de tan vergonzante postura de los socialistas y los de Rivera.
Sin embargo, ojo, porque Podemos no es un oasis de Paz ni, mucho menos, de buenas maneras, porque Ramón Espinar, flamante vencedor de las recientes elecciones internas en Podemos Madrid, ya se ha encargado denunciar a los cuatro vientos que, haciendo valer su poder, que no su derecho, va a "liquidar" a quienes fueron sus rivales en esas elecciones. Triste, muy triste, porque yo pensé que Stalin había muerto dos años antes de venir yo al mundo y bastantes décadas antes de que lo hiciesen Pablo Iglesias y la mayoría de sus compañeros.
Tristes, muy tristes, todas estas cazas de brujas, todos estos cuchillos largos, todos estos ajustes de cuentas, salvo el merecido de Fernández Díaz, pero especialmente el que el intrépido Ramón Espinar está llevando a cabo en Podemos Madrid. La verdad, no lo esperaba.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

POCAS LUCES


Rosa tenía 81 años y una pensión de mierda, una pensión que no le daba para pagar el recibo "de la luz" que le hubiese permitido iluminar su casa o mantenerla caliente. A Rosa, por eso, por no tener una pensión suficiente, por no tener otros recursos, la habían condenado a muerte, a una muerte civil, en la que, poco a poco, la fueron sacando de ese paraíso en el que inconscientemente vivimos, hasta que un revés de la suerte o la codicia de unos pocos nos expulsa de él.
Rosa, quién lo sabe, quizá votó alguna vez por alguno de esos partidos que sientan en los consejos de administración de ñas empresas que nos suministran el agua la luz o el gas, imprescindibles hoy, no ya para vivir dignamente, sino, simplemente, para vivir.
A quienes vivimos con una cierta comodidad, la que nos da poder abrir un grifo y que por él salga el agua para cocinar, fregar los platos o lavar nuestra ropa y asearnos los que, pulsando un interruptor, hacemos la luz en nuestras habitaciones y tenemos enchufes para conectar neveras, cocinas, estufas o braseros, teles y radios i, en el mejor de los casos, ordenadores, nos cuesta creer que hay hogares en los que nunca pasa eso, hogares en los que no suena el timbre de la puerta tras la que se esconde la más terrible de las desolaciones, la oscuridad.
El hogar de Rosa era el de una anciana que, muy probablemente, vivió tiempos mejores. En él había fotos o grabados colgados de las paredes y cortinas en las ventanas y balcones. Los muebles, aunque no parecían especialmente lujosos, si eran los suficientes para una vida relativamente cómoda. Pero faltaba la luz, esa luz de la habitación o el pasillo que nos permite levantarnos en las noches tristes de insomnio, esas noches en las que recordamos lo que fuimos o pensamos en lo que podríamos haber sido, faltaba la luz que nos ayuda a buscar las zapatillas y nos permite hacer una infusión para calmar nuestra ansiedad y, por eso, Rosa tuvo que recurrir a las peligrosas velas con que nos iluminábamos cuando no teníamos tantas cosas que echar de menos y lo poco que teníamos no era tan combustible.
A Rosa, con ochenta años de una vida que, como casi todas, seguro que había sido útil. le privaron de todo eso y la habían dejado sola con su dolor y con su vergüenza, porque, no lo olvidemos, a quienes se quedan en las circunstancias de Rosa, las que se ven obligadas a descender de golpe un escalón en las estadísticas y no tienen ya posibilidades ni fuerza para cambiar de situación, les da vergüenza pedir ayuda, porque les da vergüenza que pueda llegar a saberse lo mal que lo están pasando.
Tanta vergüenza como les falta a esos políticos que, años después de hacernos creer que estaban con nosotros, se contagian del lujo que conlleva el poder y se alejan de quienes sufren, de quienes, un día, les llevaron a ser lo que fueron, y sientan su augusto culo en el sillón de uno de esos consejos de administración en los que, sin piedad, se decide subir el recibo de la luz y cortar el suministro a quien no pueda pagarlo. Ya lo creo que les falta, porque, que yo sepa, ninguno de los políticos de los que os hablo ha renunciado a su poltrona, ninguno ha abierto siquiera la boca para criticar a quien le paga tan suculentos sueldos.
Todos los años, cuando llega el frío, hablamos de quienes no tienen nada, pedimos que se recoja a los pobres de las calles, les dejamos, al menos en Madrid, que bajen a dormir a los vestíbulos del Metro, para devolverlos otra vez a la calle en lo más frío del amanecer. Pero nos olvidamos de quienes aún no han perdido su casa, pero apenas tienen nada más. Rosa era una de esas personas y estoy seguro de que también como yo, como todos, fue víctima de una de esas campañas "a puerta fría" en la que aguerridos y ambiciosos jóvenes, los otros no valen para eso, tratan de convencernos con engaños de que cambiemos de compañía, en campañas sin ningún tipo de respeto en la que no se tiene ninguna consideración con quienes sólo son clientes que hay que "robar" a otra compañía.
Afortunadamente, existe la justicia poética y la muerte de Rosa ha venido a desenmascarare a Gas Natural Fenosa y al impresentable de Loquillo que intentaban decirnos, en un spot televisivo no apto para diabéticos como yo, que esa compañía puede cambiar nuestras vidas.
Ya lo creo. A la pobre Rosa, la decisión de cortarle la luz hace dos días y la inacción de quien debía haberla defendido, no sólo se la ha cambiado, se la ha arrebatado. Hace falta tener pocas luces para no haber tenido en cuenta que esto podía pasar. Ahora, tendrá que tirar su ñoña campaña a la basura y ponerse a trabajar en otra que consiga convencernos de que su codicia mata.

martes, 15 de noviembre de 2016

UN JUGUETE ROTO


La cobardía es un pecado al que los que lo practican llaman prudencia, un pecado muy extendido en la política, donde la inacción calculada, esa actitud de esperar a que el cadáver de tu enemigo por tu puerta, constituye, para algunos, el principal y casi único mandamiento de su religión. Sin embargo, en ese mundo de ambiciones y traiciones también abundan quienes prefieren ser actores, aunque desempeñando su papel a escondidas, mandando por delante a sus fieles mercenarios, si es que un mercenario puede serlo, para que, en caso de desastre sean ellos los que se dejen la piel y el prestigio en el empeño.
Estoy hablando, claro, de Susana Díaz, reaparecida ayer para todos en territorio amigo, en el "Al rojo vivo" de su cuñado mediático Antonio García Ferreras, y estoy hablando de esa prudencia suya, que no es más  enorme cobardía, porque me diréis si no que es eso de dinamitar su partido, ponerlo patas arriba, para, luego, quedarse en la retaguardia, dejando que se quemen en el intento esos barones que se sumaron a su conspiración, pero que, a la hora de la verdad, tampoco asumen la responsabilidad de los destrozos del desaguisado. 
De momento, los marrones que le corresponderían a ella, se los está "comiendo" Javier Fernández, el presidente la gestora que sustituyó a la ejecutiva del desaparecido en combate Pedro Sánchez, al que ya le lluevan las críticas de los compañeros elegidos junto a él para pilotar el partido hasta un nuevo congreso del partido.
Con lo que no contaba la señora Díaz, encapsulada en un partido, el PSOE de Andalucía, en el que, desde aquellos temporales del guerrismo, el espíritu crítico brilla por su ausencia, y la calma chicha del “sí a todo" lo que diga o haga la presidenta, lo que no esperaba, quizá porque nunca se paró a pensar que Andalucía no es el resto de España y viceversa, es que la voladura de Ferraz le iba a pasar factura.
Y se la ha pasado, porque nadar u guardar la ropa puede ser una buena actitud, pero, cuando se nada y se patalea en aguas tan fangosas como las de su partido, la agitación remueve el fondo y salen a la luz todos los demonios escondidos que dormitaban en el fango y se hace muy difícil llegar a la orilla que se había soñado. Por eso, la imagen de quien se creyó, porque así se lo hicieron creer, que el camino a Ferraz, primero, y, luego, a la Moncloa iba a ser de rosas, se está deteriorando a ojos vista. Tanto que ya le están perdiendo el respeto hasta en su amada Sevilla, donde ya presionan para que, cuanto antes, el PSOE convoque el congreso que defina su alma y su futuro.
Pero no sólo en Sevilla y en su partido, también entre los ciudadanos de a pie del resto de España, los que no tienen carné socialista, se les hace muy difícil, si no imposible, imaginarse dando su voto a tan enrevesado personaje. Por eso se empeña en retrasar ese congreso, en aburrir a los militantes y a los simpatizantes en sesudas discusiones, mientras encuentra el momento oportuno para dar el salto a la secretaría general o encontrar a otro Pedro Sánchez "que no valga, pero le valga" para que se queme, mientras ella sigue mangoneando ese juguete roto en que ha convertido su partido. Ese juguete que los niños egoístas no quisieron compartir cuando son nuevos, pero que, una vez roto, "colocan"  a otro niño, mientras se hacen con otro juguete que romper. Y, e tanto, como decía esta Mañana Manuel Jabois, Rajoy se frota las manos porque, hoy por hoy, criticamos más al PSOE que a su corrupto partido.

lunes, 14 de noviembre de 2016

LAS CAUSAS DE LAS CONSECUENCIAS


Sería muy fácil tildar de incongruentes a todos esos ciudadanos que, desde que Trump ganó las elecciones la madrugada del pasado miércoles, se han echado a las calles de varias ciudades, cada vez más, de los Estados Unidos. Sería tan fácil como esgrimir en su contra el gran argumento de la democracia, el de un hombre, o una mujer, un voto, porque, lo tengo más claro cuanto más sé de él, el sistema electoral es, sobre todo en los EE UU, más que imperfecto.
No sé si es la primera vez que el resultado de unas elecciones es tan contestado en la que se tiene por la mayor democracia del mundo, pero es muy significativo, pero lo que sí sé es que no será la última, allí ni en el resto del mundo, o del planeta como acostumbran a decir por esos pagos.
Las protestas no son más que la consecuencia de una tremenda frustración, ciudadana porque desde hacía semanas, si no meses, aquí se nos decía y allí también se venía diciendo que un resultado que diera al histriónico magnate las llaves de la Casa Blanca sería imposible, lo que demuestra que, en esta y quién sabe en cuántas más cosas, consciente o inconscientemente, se nos estaba engañando.
Hace demasiado tiempo que quienes gestionan la sociedad, los políticos se han desconectado de la sociedad a la que dicen defender, eso está claro, pero, además, lo que también resulta evidente y, con el chasco de la victoria de Trump, aún más, es que tampoco los medios de comunicación, pese a sus continuas encuestas, las llamadas de oyentes y los reportajes en la calle, estaban conectados con sus audiencias.
Lo tuve claro aquellas horas que siguieron a las marchas del 15-M en Madrid, en las que apenas hubo cámaras y micrófonos en la Puerta del Sol. De hecho, son pocas o ninguna las imágenes del montaje de aquel campamento improvisado que fue el principio de tantas cosas y doy fe de que en la Puerta del Sol no hubo equipos móviles de televisión hasta pasados dos días.
No les interesaba. No creían que aquello llegase a algo. No esperaban que durase más que un festival rock y. mucho menos, que tuviese consecuencias. Por eso se sorprendieron como se sorprendieron cuando, años después, una candidatura relacionada con ese y otros campamentos instalados en otras ciudades de España, colocase unos cuantos eurodiputados en Bruselas y, más, cuando comprobaron que, en las autonómicas y municipales, se hacían con las alcaldías de ciudades como Madrid o Barcelona.
En este punto, conviene recordar que aquellas marchas del 15-M tuvieron lugar con Zapatero en La Moncloa, aunque, eso sí, con un Zapatero entregado a los dictados de Bruselas y un Zapatero que, en los desahucios el PSOE estuvo siempre del lado de la banca, para no crear inseguridad jurídica a los bancos en los que, ahora lo sabemos, tenía sentadas a muchas de sus vacas sagradas. Fue gracias a la gente del 15-M y afines que los ciudadanos vieron, vimos, quién estaba dónde y con quién. Por eso y no por otra causa, el PSOE que llegó a gobernar España con González y Zapatero por dos décadas, se fue diluyendo como un azucarillo en un vaso de agua y hoy, ayudado por el empeño de sus dirigentes en no escuchar a sus bases ni al resto de la ciudadanía, el partido que un día gobernó a una España ilusionada, hoy sería la tercera fuerza en un nuevo parlamento.
Eso por no hablar de una prensa, al menos la que teníamos por progresista, en la que los lectores ya no se reconocen, que no "se huele la tostada" y, escuchando sólo a los poderosos, hace diagnósticos tan interesados como equivocados sobre los orígenes y las consecuencias de las crisis -la económica y la política- que, estas sí, nos han dejado una España a la que, como diría Alfonso Guerra, ya no conoce ni su madre.
La prensa está tan ciega y tan poco involucrada en la sociedad real que ha tardado casi una semana en enterarse de lo que ha pasado en Estados Unidos, en Reino Unido con el Brexit o en Colombia con el acuerdo de paz. La prensa de aquí y de allá, más preocupada por sus ERE, por sus negocios y los de sus dueños, empeñada en tapar sus vergüenzas y en manipular más que en informar, se ha esforzado en contarnos las consecuencias de la victoria de Trump, cuando lo que en realidad nos tendría que explicar es la causa, el origen de esas consecuencias, la causa de que, en el primer mundo, ese que teníamos por estable y satisfecho, haya crecido la desesperanza y, también, la rebeldía. Una causa de la que, como digo, son enormemente responsables.

viernes, 11 de noviembre de 2016

MI LEONARD COHEN


Siempre fui un devoto de Leonard Cohen. Incluso, cuando, para mí, que nací bajo el franquismo, en el que aprender inglés era un lujo, sus letras, sus poemas, eran un tesoro escondido que había que descubrir de la mano de un amigo o esperando la publicación de esos cancioneros, escasos y difíciles de conseguir, que me enseñaron quién era Suzanne, la prostituta del río, o cómo se siente un pájaro en el alambre.
 Me bastaba con escuchar su voz. Esa voz, a la voz triste y cercana, como la de un amigo llorando sus penas, como la de un hermano mayor que te descubriese los callejones más oscuros de la pena, para, luego, sacarte a la luz de las farolas o llevarte a la barra de un bar o a la mesa de un café. N o ha sido hasta hace poco que he llegado al fondo de sus poemas, que he sabido de su amor imposible, pero hermoso por Marianne, que he entendido su religiosidad vital e indeterminada y me ha complacido su dignidad en la defensa de la justicia y la democracia real, que a veces le llevaba al deseo de romper cristales.
Me bastaba. Me recuerdo repitiendo una y otra vez, ante quienes se permitían roncar burlonamente, incluso ante un micrófono abierto y que hoy, porque toca, llenarán de flores su recuerdo, que, le bastaba dar los buenos días, con su voz, con la cadencia que daba a sus palabras, para convertir el saludo en canción. Cohen, un hombre en crisis continua, como todos, aunque lo disimulemos para no mostrarnos débiles, era así.
Había algo hipnótico en su forma tímida y sencilla de cantar. Aún recuerdo cómo hace ya cuarenta años, en época de exámenes, en el piso de estudiantes de unas amigas, sonaba una y otra vez durante la noche, cara A y cara B, aquel maravilloso álbum, entonces LP, "New skin for the old ceremony". Tanto que en algún momento la contumaz insistencia del propietario del disco, acabó en un estallido de ira de algún compañero involuntario del desvelo.
Recuerdo también que mi primer disco de Cohen lo compré en Discos Algueró, junto a la Gran Vía y frente a la que sería mi casa, mi lugar de trabajo, durante un cuarto de siglo, una cadena de radio, en la que el poeta canadiense nunca tuvo demasiada suerte. No recuerdo como pagué aquel "Songs from a room" que compré y que se abría con aquel "Bird on the wire" en el que también "The partisan", una canción que hablaba de invasores y resistentes que aprendí de memoria, en inglés y en francés y que pasó a ser uno de mis himnos, no recuerdo cómo lo pagué, porque entonces no tenía ingresos, aunque lo más probable es que fuese con algún dinero de cumpleaños o los reyes magos o, quién sabe, con el fruto de algún trampeo en el cajón de la tienda familiar.
Lo cierto es que mi vida está salpicada de canciones de Cohen, las de su primera época o las que le ayudó a "armar" la maravillosa Sharon Robinson, a quien. siempre generoso, incluyó, no sólo en los créditos, sino en forma de presencias -sombras o siluetas- en las portadas de los álbumes, que arregló y ayudó a componer. Mi vida está llena de Cohen y, sin embargo, nunca le vi cantar en directo. Y eso que en sus últimos años se prodigó en España, en giras que a punto estuvieron de costarle la vida, en las que se dejó acompañado por Javier Mas, el magnífico guitarrista catalán que dio personalidad a algunos de los mejores directos que yo haya escuchado nunca. No fui a verle, porque temo ver de cerca a la gente que admiro. Y ahora sé que perdí una oportunidad de tocar la gloria.
Por último, si me lo permitís, os invito a escuchar y leer dos de sus canciones, dos canciones que hablan de ese amor triste y atormentado, siempre con la presencia del otro, del rival al que no se puede derrotar, sea hermano o colega: “The famous blue raincoat" o "Chelsea Hotel”.
En fin, esto ha sido sólo una aproximación a un retrato de un hombre bueno y perfectamente amable, en el más literal de los sentidos. Un retrato de "mi" Leonard Cohen, que hoy se me ha ido, aunque os aseguro que siempre estará conmigo.

jueves, 10 de noviembre de 2016

UNA LECCIÓN PARA TODOS


Soy de los que anticipan el daño y sufren, pero, después, una vez que el mal me alcanza, trato, unas veces con más fortuna que otras, de mirar en positivo y buscar la mejor salida. Por eso creo que lo de ayer, la victoria de Trump, puede ser un punto de inflexión, a partir del cual corrijamos tantos y tantos errores como hemos cometido.
El primero, el de creer que todo el que vota lo hace responsablemente. Ojo, no estoy diciendo que no todo el mundo tenga derecho al voto. Nada más lejos de mi pensamiento que esa barbaridad. Lo que estoy diciendo es que hay mucha gente, demasiada, que piensa que, votando, en poco o en nada va a cambiar su, por lo general, mala situación y, por ello, se echa al monte votando lo que más le duele a quien le ha dejado tirado en la cuneta del paro, de la pobreza o el abandono.
La segunda gran lección es la de que no hay enemigo pequeño que no pueda derrotar al sistema a eso que llamamos el establishment, y más ahora que lleva años ebrio de soberbia, confundiendo tener con poder, controlando la información en televisiones, radios y periódicos, sin caer en la cuenta de que el modo en que la gente, la mayoría de la gente, es muy distinto y tiene mucho más que ver con el boca a boca que con sesudos y sesgados editoriales o con alambicadas declaraciones.
Por desgracia y después de un terrible proceso de degradación de la prensa, la gente y me refiero a la mayoría de la gente, no a la que lee periódicos y blogs, es más de viruta que de serrín. Hasta el punto de que pueden ser más eficaces, y por lo general lo son, un tuit o un meme que la más reflexiva de las sesudas opiniones que aparecen en las páginas editoriales de los diarios.
Una y otra no son más que la consecuencia del olvido en que, para los poderosos -medios, partidos o grandes empresarios- ha caído la gente. Y es que, para ellos, los ciudadanos han dejado de ser un fin en sí mismos, para pasar a ser clientes, usuarios o, simplemente, votantes de un día. Por eso no estaría de más que todos esos dirigentes de partidos que aquí, en España, sólo se acuerdan de los ciudadanos cuando necesitan sus votos para convertirlos en escaños e influencia, cayesen en la cuenta de que, así, les han ido alejando de las urnas y de la democracia y en la de que, con esa huida, el electorado que, los que saben hacerlo, tienen que manipular es mucho menor y que, por tanto, les resulta más fácil conseguirlo.
Y esa es otra, con el tiempo y la experiencia, las legiones de asesores ya saben a quién tienen que dirigir sus mensajes y cuáles deben ser estos. En eso, Trump ha dado sopas con ondas al equipo de Hilary Clinton. Ha sabido donde colocar su mensaje y de quien valerse para hacerlo, porque les ha dado el revolcón a los demócratas en estados tradicionalmente seguros para ellos y valiéndose de los veteranos de guerra, empujados con apenas veinte años, a sostener guerras imposibles y convertidos, de vuelta a casa, en los grandes olvidados del sistema.
Si os fijáis, todo viene del olvido, del desapego de las élites por los de abajo. Todo arranca en ese momento en el que los partidos, la prensa y las grandes empresas se descubrieron y decidieron que lo suyo debía dejar de ser amor entre dos, con los lectores, los electores o los clientes, para pasar a ser un egoísta ménage à trois, en el que los paganos, los abusados, somos los de siempre.
Y, cómo no, espero que alguien entienda que eso que llaman populismo no es más que rabia, rabia y desesperanza, orfandad respecto de quienes deberían cuidar de nosotros, que, para bien o para mal, nos arroja en brazos de quienes conocen nuestras quejas, nos prometen remediarlas y, como no los conocemos, se llevan nuestro voto, como en una lotería, porque de los otros, de los de siempre, ya no nos fiamos, porque nos han decepcionado más de una vez.
Y los líderes de ese populismo nacen en gran medida del caso que los medios de comunicación, especialmente las televisiones, hacen a los monstruos, a lo estridente, al ruido, al friquismo. Y nosotros somos, a la vez, víctimas y cómplices, porque, sin nuestro asentimiento, activo o pasivo, por accióu omisión, crecen y crecen hasta que se creen fuertes para dar el salto a la política, aprovechado la hipnosis en que tienen sumida a gran parte del país. Y no vale quejarse cuando gana Trump. Ya es tarde, ya está hecho el mal. Había que haberlo parado antes, denunciar esas todas esas gracias, todos esos insultos y exabruptos, en lugar de reírselos o llamar la atención de nuestros amigos sobre ellos como si de un divertimento se tratara.
Para tranquilidad del capital, Trump no va a ser un Atila que ponga todo patas arriba. En absoluto lo va a ser, porque el histriónico y agresivo candidato llevaba un disfraz con el que engatusar a quienes dieron sus cinco dólares para su campaña, pera mostrarse ahora como lo que es, el colega de quienes pusieron cientos de miles, si no millones, de dólares en su hucha para llevarle a la Casa Blanca y, allí, defender sus intereses, que no son otros que los del cracking, las grandes constructoras, las codiciosas farmacéuticas y, me temo, las industrias armamentísticas,
No va a haber apocalipsis Trump. No hay más que ver la reacción de las bolsas de aquí y de allá. No hay más que ver la curiosa reacción de la televisión china, que en el telediario de tarde de su emisión en español llevaba la victoria de Trump como tercera noticia. En fin, nos queda mucho que aprender y lo de ayer no fue más que una lección más para todos.

martes, 8 de noviembre de 2016

¡¡FELICIDADES, SUSANA!!


Nadie, ni siquiera el más maquiavélico de los analistas, hubiese podido imaginar que el desplome del PSOE en las encuestas y quizá en las próximas elecciones se hubiese trabajado desde dentro, como se ha trabajado desde Andalucía, con el acoso nada fraternal a que han sometido la taimada Susana Díaz y sus leales al primer y único secretario general elegido directamente por la militancia que ha tenido el partido.
De todos es sabido que Pedro Sánchez no era más que el hombre de paja que propuso el aparato del PSOE para mantenerle caliente la silla a la presidenta andaluza, mientras cumplía con sus electores andaluces y con sus proyectos personales, de todos es conocida aquella frase en la que Susana Díaz decía de Sánchez algo así como "este chico no vale, pero nos vale" y, es que, no hay que olvidarlo, el candidato era un hombre de paja, de usar y tirar, con el que hacer la travesía del desierto a la que un Alfredo Pérez Rubalcaba desganado y desconectado de la realidad, de la calle y de las demandas de sus propios votantes, había condenado al PSOE.
De Pedro Sánchez se esperaba que aceptase ser un hombre de paja, un pelele desechable, para que, en su momento, la reina del Sur cabalgase triunfal, más que al despacho de la calle Ferraz, al palacio de La Moncloa. Pero el chico guapo llegó a creérselo, los baños de multitud, los besos y los abrazos de los militantes hicieron mella en él. Se sintió importante y lo fue, porque le tocó defender las siglas del PSOE disputando su espacio por primera vez frente frente a una izquierda con posibilidades y lo hizo.
Y es que la letanía repetida por sus enemigos dentro del partido, la de que sus resultados, el 20-D y el 26 de junio, fueron los peores en la historia del PSOE, es del toso falsa, porque lo cierto es que, hasta diciembre pasado ningún candidato vio como florecían millones de votos a su izquierda y, si restamos a los resultados de Rubalcaba los millones de votos conseguidos por IU, las mareas y Podemos, solos o agrupados, aunque sólo fuesen la mitad, los números de don Alfredo quedarían bastante por debajo de los de Sánchez.
Pero, como digo, Pedro Sánchez acabó gustándose y, cuando le vimos defenderse de todo ese fuego amigo y mediático que pretendía forzarle a la traición a sus votantes, acabó gustándonos también a quienes, hasta entonces, no le tomamos en serio. Y es que comenzamos a parecía en él una virtud nada común en nuestra clase política, la dignidad.
Y mientras esto pasaba, Susana Díaz, la que, aferrada a la tradición de su partido en Andalucía y la de personajes como el montaraz Rodríguez Ibarra o su sucesor Fernández Vara, la de anteponer una idea absurda de España a los verdaderos intereses de los españoles, porque eso da muchos votos en "la tierra de María Santísima", hizo lo imposible para evitar que Sánchez alcanzase un acuerdo de gobierno, posible, con las fuerzas nacionalistas, pero, sobre todo, con Podemos.
Y esa es la clave, ni a Susana Díaz, ni al aparato del PSOE de toda la vida les interesaba un gobierno con los "podemitas", un gobierno que pudiese limar hasta dejarlas romas las hirientes aristas sobre las que tendrían que caminar los españoles, aristas afiladas por el PP, la UE y un PSOE entregado a favorecer a las grandes empresas en cuyos consejos sienta a sus viejas glorias.
Por eso, en un gesto de pánico histérico, Susana y los suyos culminaron la obra iniciada por Zapatero con la reforma del artículo 135 de la Constitución, ese que nos entregó atados de pies y manos a los minijobs, el copago sanitario, las no becas y la desigualdad. Por eso tomaron al asalto, primero la Ejecutiva y, luego, el comité Federal del PSOE. Por eso dieron su abstención a Mariano Rajoy para que pudiera culminar su obra de jibarización de los españoles. Y, por eso, los españoles han vuelto la espalda a un partido, el PSOE, que, de momento, es suyo, pero, no hay que olvidarlo, mucho más pequeño y con menos futuro.
Felicidades, Susana, según el CIS  realizado después del "asesinato en el Comité Fereral", lo has conseguido. Te has cargado tu partido y, con él, la esperanza de que vuelva a haber un gobierno de progreso en España, porque, en el fondo, era eso lo que querías ¿verdad?

lunes, 7 de noviembre de 2016

AQUÍ YA VOTAMOS A TRUMP


Qué curioso. Si uno sigue la actualidad de las últimas horas, pareciera que los norteamericanos son una especie de trogloditas montaraces e incultos, capaces de elegir como presidente de su país a un energúmeno tramposo, boquirroto y faltón, cuya principal virtud es haberse atrevido a bordear la ley y hacerlo desde el otro lado, desde el lado oscuro de quien no la respeta y sólo se acuerda de ella para usarla en beneficio propio, capaces de poner la economía y los ejércitos más potentes del mundo, al menos así era hasta hace poco, en manos de un lunático como Donald Trump.
Nos creemos importantes y mejores que los estadounidenses, porque nos creemos a salvo de caer en ese delirio y, sin embargo, no hace tanto que, a la escala pertinente, aquí hicimos lo mismo, porque no hace tanto que aquí hicimos a Jesús Gil alcalde de Marbella y virrey de la Costa del Sol. Y no sólo eso. También hicimos eurodiputado a Ruiz Mateos, alcalde de Valladolid a Javier de León de la Riva o ministro de Agricultura y comisario europeo a alguien tan machista o más que los nombrados como el inefable Miguel Arias Cañete, tan capaz de despreciar a su rival femeninas como de hacer negocio, él o sus ex socios, con el suministro de combustible a la flota rusa camino del escenario del martirio sirio.
No es fácil entender que nos está pasando a uno y otro lado del Atlántico. No es fácil si nos dejamos arrastrar por la marea consumista de esa televisión infame que vierte todas las sobremesas y todas las noches en nuestras casas esa basura amorfa de gritos, malos modos, gestos soeces, insultos, mentiras y simplismos que atrofian nuestro espíritu crítico, para preparar nuestra alma y nuestro entendimiento para mensajes tanto o más soeces, mentirosos o simplistas, esta vez desde los atriles y las mesas de la política.
Quizá sin darnos cuenta, nos han ido moldeando a su gusto planchando nuestra corteza cerebral a base de culos, pechos y morritos siliconados, "chefs" chillones y crueles, concursantes y famosos sin oficio ni beneficio, capaces de "venden" su imagen vulgar y su nada, para hipnotizar a las masas que tienen la desgracia de pararse ante el televisor.
Lo entendió muy bien  Silvio Berlusconi que, con su imperio televisivo, consiguió gobernar una Italia desengañada y cansada del matrimonio entre la Democracia Cristiana y la Mafia, ampliando su gran imperio empresarial y su influencia, hasta el punto de exportar el modelo a otros países, entre ellos el nuestro, porque no hay que olvidar que aquellos programas infumables de las tardes, no sé si de los sábados o los domingos, en los que aparecía en la televisión de Berlusconi entre las burbujas de un yacuzi, rodeado de culos y bebidas, repartiendo a diestro y siniestro, arando el campo en el que acabarían floreciendo sus votantes y los negocios de su familia. Todos ellos en la televisión de la ONCE, cuando dirigía la organización Miguel Durán, al que podemos ver estos días, en el papel de abogado defensor del número dos de la trama Gürtel y dirigente en su día del PP gallego.
Es así de triste, fenómenos como el de Trump o Gil, prácticamente calcados uno de otro, son el resultado de algo que hace tiempo nos viene pasando. Como escribía el otro día Elvira Lindo, hemos dejado de ser ciudadanos para ser audiencia. Del mismo que hemos dejado de ser viajeros para ser clientes, de ser enfermos para ser usuarios de la Sanidad, algo que va más allá de un simple cambio de palabras, porque detrás de todo, se esconde una enorme falta de respeto Hacia quien sólo es visto como fuente de negocio.
Lo de Trump, insisto, no es nuevo. Ya lo hizo aquí Jesús Gil. Y Berlusconi en Italia. Lo hizo, incluso, Hitler en Alemania. Basta con identificar las insatisfacciones de los ciudadanos y decir que todos los demás mienten. Luego, alguien les da un programa de televisión o un micrófono para difundir sus charlas y sermones. Lo demás viene solo y ya es Historia.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Y SIGO CON LOS PISOS

Un día después de conocer la información difundida ayer por la Cadena SER sigo sin salir de mi asombro por la trascendencia que se ha dado a una operación de compra venta de una vivienda de promoción pública que fue vendida legalmente por su propietario, entre otras cosas, porque la inefable Esperanza Aguirre cambió la ley para que esas operaciones, prohibidas hasta ese momento, fuesen desde entonces posibles.
El digital EL CONFIDENCIAL, de que he tomado prestada la foto que ilustra esta entrada, se ha tomado la molestia de contactar con el comprador de la vivienda que fue de Ramón Espinar y no deja lugar a la duda al afirmar, categórico, que él hubiera hecho lo mismo. Él y todos los demás, me atrevo a decir yo, porque todo el que ha podido se ha aprovechado siempre de las ventajas que pone a su disposición un mercado desregularizado que convierte en una merienda de lobos asuntos tan serios y tan prioritarios como lo es el derecho a una vivienda digna que está recogido, no lo olvidemos en la misma Constitución que tanto dicen defender algunos.
Nadie investiga, por ejemplo, todas esas viviendas que tienen en propiedad y alquilan a precios de mercado, es decir, carísimas y sometiendo a un estricto juicio moral a los aspirantes a inquilinos, todas esas órdenes religiosas que más que interesadamente cuidan de ancianas y ancianos solos y enfermos que, a cambio de esos cuidados, hacen testamento en favor de esas órdenes que acaban acaparando manzanas, si no barrios y ciudades enteras. Para comprobarlo, no hay más que buscar piso en algunas zonas de Madrid, Cuenca o Toledo, sin ir más lejos.
Pero eso no es escandaloso, no. Lo escandaloso es que un senador de Podemos consiguiese hace unos años un piso de promoción pública, diese la entrada correspondiente y lo vendiese cuando no se vio capaz de pagarlo o, simplemente, de vivir en él, cuando renunció a ese proyecto de vida que tanto escandalizó ayer a Soledad Gallego Díaz, superviviente del ERE de EL PAÍS y solista destacada de la orquesta mediática que ayer tocó para Espinar la pieza compuesta en exclusiva para él. Escandaloso, porque lo que se empeñan en "vendernos" es que la gente de Podemos tiene que ser sucia y pobre, que su lugar está entre los "okupas" y no en las buenas familias, aunque, como en el caso de Espinar, haya en ellas un padre de moral distraída y amante de las tarjetas black y de lo ajeno, cuyos pecados, en un verdadero alarde de determinismo genético, parecen empeñados en hacérselos pagar también.
Cuánto daría en este punto por saber cómo y cuándo se hicieron con el piso en el que viven o viven sus hijos todos y cada uno de los diputados, senadores, concejales o cargos de partido que tanto y tan rápido han hablado del "negocio" que Espnar hizo con "su" vivienda. Estoy seguro de que a más de uno le entrarían sudores fríos, le temblaría la voz y enrojecerían de vergüenza, pero, claro, ellos son casta de la buena, de la de toda la vida, no de la de ahora, con sus greñas y sus mochilas. Pisos de esos que se heredan o se compran a buen precio, después de dejar, con aviesas y ensayadas estrategias policiales, que la prostitución o el tráfico de drogas pudran barrios enteros, para hacer que los vecinos de toda la vida huyan espantados, vendiendo barato y, una vez en su poder, expulsar de ellos a las malas hierbas para reformar y vivir o vender en un barrio ahora con encanto.
Eso no genera escándalo, como no lo generaba con la intensidad suficiente la venta de casi dos mil viviendas sociales a fondos buitres por el Ayuntamiento de Ana Botella, que hoy, por fin, parece haber interesado a la fiscalía y al Tribunal de Cuentas. Tampoco se habla de cómo se concedieron hipotecas, a Ramón Espinar o a mí mismo, sin otra garantía que la de los bienes de la familia, que, por desgracia, en muchas ocasiones los pierde. Ni de lo moralmente reprobable que es hacerse en una subasta con el piso de alguien que lo ha perdido por esta u otras circunstancias. No, de eso no se habla, eso no vale la tinta o la saliva que se emplearía en explicarlo. Y no lo vale, porque no beneficiaría a ninguno de los interese creados que revolotean sobre los medios, sino todo lo contrario.
Para mi desgracia conozco demasiado bien cómo se cocinan, valoran, imponen y difunden algunas informaciones. Aun así, la forma en que se ha contado este asunto, la artillería que se ha desplegado contra su involuntario protagonista ha superado todas mis expectativas. Por eso, muy a mi pesar, he seguido con los pisos.

jueves, 3 de noviembre de 2016

SOBRE PISOS, PADRES E HIJOS

La verdad, no sé de qué nos quejamos. Vivimos en un país en el que quien ha resultado investido presidente con una mayoría suficiente para gobernar, pero no para hacerlo como antes solía, se toma,  después de meses metiendo prisa a diestro y siniestro, casi una semana para formar un gobierno que sabía de sobra que le iba corresponder encabezar, un país en el que las pensiones solo parecen garantizadas hasta el año que viene, un país en el que, sin embargo, la noticia del día, la que abrió ayer y abre hoy la portada de diarios e informativos de todo tipo, la que más se discute, se analiza y se mastica hasta la náusea en tertulias de todo tipo, es la de que un senador, de Podemos, eso sí, "ganó" treinta mil euros, menos de veinte mil en realidad, tras vender un piso de promoción pública que nunca llegó a ocupar, que le había sido adjudicado discrecionalmente por la promotora y para el que dio una entrada de cerca de sesenta mil euros.
Qué bien. Con el "caso Espinar" ya no tenemos por qué ocuparnos de "la Gürtel", ni de "la Púnica", ni de "la Taula", ni, mucho menos, de "los ERE" de los antecesores de Susana, no. Tampoco sobre la muerte en un atentado previsible y evitable de policías españoles en Kabul, unas muertes tan absurdas como las de las víctimas del Yak.42, que nos demostraron hasta qué punto puede ser inhumano, cínico y despreciable un "buen cristiano" como Federico Trillo. Ni siquiera tenemos que preocuparnos porque haya vuelto a crecer el paro, ni porque los parados sin protección son cada vez más o porque el noventa por ciento de los empleos creados son temporales que, en su mayoría, sustituyen a empleos fijos destruidos por la crisis.
Unos y otros no tienen por qué preocuparse, los crímenes de Ramón Espinar son tan execrables que borran cualquier asomo de culpa que pueda haber en otros. Ni corruptos, ni ladrones, ni empresarios desalmados, ni ministros que anteponen los presupuestos a la vida de quienes tienen a su cargo, de qué preocuparse. Un "podemita" del entorno de Pablo Iglesias, politólogo como él, Ramón Espinar, ganó en mueve meses, dicen, un beneficio que para sí quisieran los mayores especuladores ¿estarán refiriéndose a Amancio Ortega que ayer cobró más de medio millar de euros en dividendos? y eso es un escándalo tan grande como parar rotativas y dedicarle programaciones enteras.
El caso es que, ayer, Espinar tuvo que desnudarse ante la prensa, tuvo que hablar de sus precarios ingresos de hace siete años, de su abuela, de sus padres divorciados, del origen del dinero que le prestaron para "meterse" en la compra del piso, de lo que hizo con las ganancias de la compra venta y qué sé yo más. Y todo porque a la mujer del césar, más si es de Podemos, no le basta con ser honrada y parecerlo. Tienes que ser, además, pobre y renunciar a operaciones que, para cualquier otro mortal son habituales.
Quién no ha comprado su piso con la ayuda de sus padres, en metálico en avales de esos que, luego, a más de uno le ha costado su propio piso. Quién no vive, como es mi caso, en una vivienda propiedad de la familia. Es lo más natural. Los hijos necesitan independizarse y los padres, cuando pueden, les ayudan a conseguirlo. Sé de familias numerosas y enteras, en las que cada hijo ha disfrutado un piso facilitado por sus padres. Pero también sé de otras familias, en las que, además de un piso, al hijo, a los hijos, se les garantiza un negociete a costa de los pisos de otros. Estoy hablando, sí, de José María Aznar Botella, consejero de Génova Gestión Inmobiliaria Integral, empras relacionada con el "fondo buitre" Blackstone, uno de los beneficiarios de la venta de casi 2000 viviendas sociales a precios por debajo del mercado, aprobada por su señora madre, Ana Botella, cuando era alcaldesa de Madrid. Es un caso parecido, porque, al fin y al cabo, lo que uno pretende siempre -es ironía, claro- es el bien de sus hijos, aunque ese bien suponga el desahucio de decenas de familias de las que ocupaban los pisos "regalados" a sus amiguetes. Pero, claro, de eso no hablamos ¿verdad?

miércoles, 2 de noviembre de 2016

ALEA JACTA EST



La suerte está echada. Tras diez meses de ilusión, primero, y mucha frustración, después, Mariano el impasible cabalga de nuevo. Y por más que Ciudadanos o lo que queda del PSOE traten de decirnos lo contrario, cabalga bien aferrado a la silla y con las riendas bien sujetas.
Sabe Rajoy, cómo no iba a saberlo, que el cainismo de la izquierda y el desprestigio de Ciudadanos, por una parte, y su falta de utilidad, por otra, le abren una autopista despejada hacia un nuevo triunfo en las urnas, algo que pone en sus manos, si no la gobernabilidad de este país, si la llave de unas elecciones que, de momento, nadie quiere. Nadie, salvo, quizá, Podemos, pata quienes, por desgracia, hacerse con los despojos del PSOE, cueste lo que cueste, parece el principal objetivo.
Lo que, de momento, parece lejos de nuestras esperanzas es la utopía de una izquierda hermanada en el que debiera ser su común objetivo: defender a los más débiles de todas esas fuerzas que, ya no nos puede quedar ninguna duda, están dispuestas a todo, inconfesables conspiraciones incluidas, para no consentirlo. Y todo, porque, con una izquierda desmovilizada y desilusionada y un PP que, como una mantis cualquiera, se "merendará" a ese partido utilitario que tan buenos servicios le ha prestado a lo largo de estos meses oficiando de muleta para con el PSOE y el electorado.
Es difícil imaginar cómo va a ser esta segunda legislatura de un Rajoy operante. Y más lo es, después de haber asistido a la representación que fue el debate y la definitiva votación que le llevó el sábado de nuevo a La Moncloa. No fue nada edificante escuchar una vez más a los portavoces de unos y otros malgastando sus turnos de palabra en convencer a los ya convencidos, en lugar de lanzar cabos que garantizarían a la izquierda una travesía segura hacia la deseable derrota de Rajoy en las urnas o a tejer el entramado de alianzas que impediría al PP seguir gobernando despóticamente este país.
Pero no. Parece que Podemos o al menos su líder, Pablo Iglesias, gusta más de ruido que de nueces y, por eso, se mostró tan cariñoso con intervenciones tan inoportunas como la de Gabriel Rufián, que llenó de ruido y humo de colores la sesión, una traca a destiempo que, en manos de medios tan poco acostumbrados al análisis, se fascinan y hacen los posible para fascinarnos, para dejarnos con la noca abierta ante el espectáculo, mientras los de siempre nos quitan la cartera.
No fueron inteligentes las palmaditas de Iglesias a los portavoces de Esquerra y Bildu. No lo fueron, entre otras cosas, porque Pablo Iglesias no está sentado en su escaño, no le pusimos allí, para juzgar, castigar o premiar discursos y oradores, sino para transformar la sociedad con leyes y reformas que hagan la vida mejor para todos. No fue inteligente la actitud de Iglesias, porque el gesto por sí solo carece de valor pedagógico y en este país está aún habitado por demasiados fantasmas que no dejan pasar determinadas páginas de la historia y hay quien está empeñado en reabrir heridas con las que, por desgracia, algunos se han sentido muy cómodos.
Por eso no me pareció inteligente todo ese ruido que apagó lo más interesante del sábado: la renuncia de Pedro Sánchez, quien levantó el velo, dejando al descubierto a las fuerzas que a lo largo de todos estos meses han estado conspirando para hacer imposible un gobierno progresista que abordase de manera distinta y más justa la salida de la crisis. Pero no. No hicieron nada para romper el cínico silencio de Susana Díaz, actriz principal, en absoluto secundaria de la conspiración. Era mejor borrokizar la escena, en lugar de hacernos ver que es posible otro PSOE con el que caminar al lado. 
Por eso Rajoy está tan contento, por eso va a dejar que su perro Hernando siga enseñando los dientes en el Congreso. Para qué cambiar un mastín que es capaz de desquiciar, de sacar lo peor de los otros, así le ha ido y le seguirá yendo bien. Para qué otra cosa ahora que la suerte está echada y tiene todos los triunfos en su mano.