Si os preguntáis, estáis en vuestro derecho, por qué desde
hace días vuelvo una y otra vez a la figura de Donald Trump y sus alrededores,
os diré que es así porque esa figura estridente, zafia y maléfica me fascina y
lo hace del mismo modo que lo hacen los abismos o lo harían de existir, de ser
algo distinto al mundo que pretende Trump, las puertas del infierno. La misma
fascinación, lo reconozco, que produjeron en mí Hugo Chávez, Maduro o Castro,
envueltos en sus banderas.
Hoy, sin remedio, tengo que hablar de la desfachatez de
Esperanza Aguirre, que, unida a esa inquina personal que siente por Manuela Carmena,
la mujer respetuosa y serena que le arrebató la alcaldía de Madrid cuando ya la
tocaba con la punta de los dedos, le lleva a defender lo indefendible, por más
que intente disfrazar sus intenciones o sus palabras, porque Esperanza Aguirre,
tan demócrata y tan lista ella, no podía consentir que la alcaldesa le patease
el escenario, adelantándose a los enmudecidos políticos de un país tan
escandalizado como el resto por las "hazañas" de Trump, aunque sus
líderes hubieran preferido el silencio.
Aguirre, que remueve a su antojo los fantasmas de Hitler o
Stalin, para meter el miedo en el cuerpo de los más incautos con los
desharrapados de Podemos, no pudo resignarse al silencio y, cuando la alcaldesa
aludió con elegancia y sin nombrarlo al "resistible" ascenso de los
nazis en la Alemania de los años treinta y su ascenso al poder a través de las
urnas. No pudo resistirlo y sacó su disfraz de dama indignada y discutidora, de
dueña del carril bus, para recordar a Carmena y, de paso, a todos nosotros que
Europa, cuna del nazismo y del comunismo de Stalin, olvidando, cuando menos, a
Mussolini y Franco, tan generoso con los suyos, Europa, dijo, no puede dar
lecciones de democracia a los Estados Unidos.
Pura demagogia, pues está claro que el sistema
norteamericano, como, en cierto modo, ocurre aquí es imperfecto y, para elegir
presidente, da más valor al voto d un granjero de la Nebraska profunda que a
cualquier elector de California, algo tan injusto y evidente como para permitir
que el zafio Trump ocupe la Casa Blanca con tres millones de votos menos que
Hilary Clinton.
Lo que no nos dijo Esperanza Aguirre es que se siente mucho
más cerca del empresario salvaje que es Trump que del orden y las normas que
está violando, una tras otra, desde que llegó al despacho oval. Lo que no nos
cuenta es que ella es un poco como Trump, mal hablada, déspota, tramposa y,
ante todo, alérgica a la prensa que no inclina la cabeza y dobla la rodilla
ante sus deseos y opiniones.
Esperanza Aguirre sería feliz en el mundo que pretende Trump:
sin otra norma que el brillo del dinero y la arrogancia del poderoso, sin que
nadie se acuerde de proteger y defender a los que no los tienen, un mundo en el
que sacar partido de lo que es de todos para beneficio de sus negocios y
propiedades.
Esperanza Aguirre dijo a Manuela Carmena que los europeos,
no somos quienes para dar a los norteamericanos lecciones de democracia. No se
daba cuenta, con lo lista que ella es de que Carmena no pretendía dar ninguna
lección de democracia sino de Historia, de cómo alguien, desde el poder ganado en las urnas puede llegar, si no permanecemos vigilantes o somos exquisitos con las normas, puede acabar siendo un dictador delirante y cruel. No digamos, añado yo, si el dictador viene de un baño de sangre como lo fue la Guerra Civil. Algo que la condesa prefiere olvidar y
que olvidemos.