martes, 18 de diciembre de 2018

FEITO EL PROVOCADOR


José Luis Feito, responsables del laboratorio de (malas) ideas de la CEOE acaba de descolgarse con una, la de que acabar con la austericida reforma laboral del PP, la que permite empleos de unas pocas horas a unos pocos euros y deja sin futuro a nuestros jóvenes, sería un empleicidio. Lo dice, claro, él que, con unos cuantos cargos y unos cuantos salarios o, como se dice de la "gente fina", unas cuantas retribuciones no parece pasar necesidades ni agobios, pues el día le da para arreglarse ese bigotillo "a lo facha" tan habitual en el franquismo, con el que hoy casi nadie se atreve.
Se ve que Feito no tiene hijos y, si los tiene, los tiene "colocados" en la senda de una vida fácil, con buenos empleos, cargos, incluso, y buenas retribuciones. Nada que ver con la vida de tantos jóvenes que después de superar una licenciatura o un grado se ven obligados a luchar con dragones o piratas en la siguiente "pantalla", la de los másteres, carísimos, que nada garantizan, pero que constituyen un trágala para todo aquel que quiera intentar, sólo intentar, vivir de sus conocimientos.
La reforma laboral que defiende Feito es la que ha llenado nuestras calles de mensajeros en bicicleta. a cuatro euros la entrega y a dos entregas por hora, sin tiempo siquiera para esperar a que el  receptor agradecido hurgue en su bolsillo a la búsqueda de esa propina que ayudaría a completar un sueldo ni siquiera suficiente, ciclistas con uno o dos títulos universitarios, condenados al pedal y al riesgo, porque el país en el que viven, el país que ha pagado con los impuestos de sus ciudadanos gran parte de su formación no es capaz de garantizarles una salida profesional y digna.
En mis tiempos, más o menos los de Feito, las cosas no eran así. Nadie nos regalaba nada, pero había siempre un horizonte más o menos lejano al que dirigirse. Hoy ese horizonte no existe. Ya no hay un mundo para conquistar, ya no hay sueños. Todo lo más malvivir hacinados en un piso con gente como ellos, que tiene que conformarse con llegar a fin de mes, con pagar la parte que les corresponde del carísimo alquiler de un piso en el que una habitación y un hueco en un sofá son ya un lujo.
Además, y por si fuera poco lo anterior, al señor Feito, el de la camisa impecable y el bigotito facha, no le gustan los relojes para fichar en las empresas, acabarían con las pequeñas y medianas empresas, dice. Para él es mejor la situación actual, la que permite que empresarios sin escrúpulos exploten a sus empleados mal pagados, forzándoles a hacer unas horas extraordinarias que las más de las veces no se llegan a cobrar, si no las hacen les ponen en la calle, y, si las cobran, las cobran tarde y mal, horas extraordinarias que se cumplen con la esperanza de consolidar un mísero puesto de trabajo siempre en el aire, siempre sometido a la voluntad del patrón.
A Feito no le gustan los sindicatos, como a nadie en la CEOE. Ellos prefieren a sus trabajadores solos y aislados frente a los caprichos o la codicia de sus jefes, los quieren maleables y resignados, sufridos y agradecidos ante cualquier migaja que "de buen rollito" tengan a bien concederles. Con la excusa de la crisis y el "sálvese quien pueda" que ha conllevado, los sindicatos han perdido peso y, sobre todo, prestigio, hasta el punto de haberse convertido en convidados de piedra en cualquier negociación, en la que se conforman con "salvar los muebles", dejando en el desamparo a todos estos subempleados, homúnculos con carrera, para Feito y sus amigos, siempre en la cuerda floja, siempre sin futuro. Aun así, que nadie se confíe, porque la capacidad de aguante del ser humano es limitada y, cuando nada hay que perder, ya nada importa.
Dicen que, en realidad, Feito es un provocador. Yo les digo que se ande con cuidado, porque quien azuza a las fieras por vencidas y cansadas que parezcan, se arriesga a llevarse, antes o después, un buen zarpazo.

lunes, 17 de diciembre de 2018

PRIETAS LAS FILAS


Si nos tomamos a molestia de hurgar en el pasado, incluso en el reciente, de Pablo Casado y su buen amigo, no lo digo yo, lo ha dicho él, Santiago Abascal. nos daremos de bruces con José María Aznar y todo su entorno, incluida la cazadora de cerebros, Esperanza Aguirre, tan encantada o más que el propio Aznar del giro que han dado los acontecimientos en el PP.
Tanto uno como otro, Abascal como Casado, son los hombretones del PP, los jóvenes impulsivos sin contacto con la realidad, sin ninguna ocupación conocida más allá de la política, gente acostumbrada a unos salarios y unos modos de vida muy por encima de las posibilidades de la mayoría de la gente de su edad o formación, que me temo, hablo de la formación, no es mucha y se circunscribe a lo conseguido a la sombra del partido.
Abascal, hijo del último alcalde franquista de Amurrio, reconvertido al partido de Manuel Fraga, AP. estuvo ligado a las asociaciones de víctimas del terrorismo, de la mano de la muy combativa María San Gil, y, tras una carrera meteórica, alcanzó en apenas tres años de militancia la junta directiva nacional del PP, donde pronto se colocó al abrigo de José María Aznar. Una carrera fulgurante, hasta que, ya con Rajoy en la Moncloa, por discrepancias con la línea del partido fue obligado a renunciar al escaño en el que debería haber sustituido a Carlos Iturgáiz, nombrado delegado del Gobierno en el País Vasco, en un momento en el que el PP Vasco había renunciado a las políticas intransigentes de San Gil. 
Demasiada renuncia para un temperamento tan ardoroso y ambicioso como el suyo, por lo que el hoy líder de Vox no dudó en dejar el partido al que debía todo, por ejemplo, un cargo, el de director de la Agencia de Protección de Datos de la Comunidad Autónoma de Madrid o el de director de la muy generosa, para él, Fundación para el Mecenazgo y el Patrocinio Social que únicamente contaba con dos trabajadores, uno de los cuales, con un sueldo de más de ochenta mil euros anuales era él. Así que, con el bolsillo dolido, dejó el PP y fundó su exitoso Vox.
Una estrategia que guarda alguna relación con la de su amigo Pablo Casado, que, en medio de la crisis de los másteres de la Rey Juan Carlos, acorralado, dio un paso al frente presentándose a las primarias del PP que, tras innumerables carambolas, le situaron como presidente del partido, apoyado por lo más rancio y más corrupto de la etapa Rajoy. De modo que, desde hace meses la voz del PP es la del locuaz Casado, un hombre que, como su protectora, Esperanza Aguirre, no duda en afirmar una cosa y la contraria, siempre que las consecuencias inmediatas de lo que dice, verdad o mentira, les favorezcan.
Así ha vendido como victoria personal lo que no ha sido, el resultado de las elecciones andaluzas, no ha sido más que una sonora derrota del Partido Popular, que, para gobernar en Andalucía como pretende. tendrá que pactar con Ciudadanos y, lo que es peor para su imagen, con Vox, el exitoso partido de su amigo Abascal.
Y en eso están ahora, reuniéndose discretamente, por sí mismos o mediante vicarios, en Andalucía, a la busca de un acuerdo que se convierta en un trágala para Ciudadanos, mientras el PP toma prestado de Vox, gran parte de su vistoso programa, a ojos de lo más montaraz del electorado, claro. Al fin y al cabo, una vieja estrategia, la de que, si no puedes vencer a tu enemigo o le temes, debes unirte a él. Por eso, el PP lleva esta semana a la sesión de control al Gobierno, los toros, la caza y las Navidades, aunque debe de tener cuidado, porque, tratando de perecerse a quien tiene a su derecha, puede acabar perdiendo a los que, qué ilusos, que el PP es un partid de centro derecha.
Quien peor lo tiene ahora es Ciudadanos, que, de tanto meter el codo en el barreño para ver si el agua ya no "quema", puede encontrársela helada cuando la necesite y ellos no tienen las raíces ni el pasado del PP y Ciudadanos que, ellos sí, perecen dispuestos de entonar el "prietas las filas".

viernes, 14 de diciembre de 2018

SALVINI A CABALLO



Vaya por delante que tengo reparos a la hora de escribir sobre Santiago Abascal y su partido, Vox, porque sospecho que ambos son de los que proclaman eso de "que hablen de mí, aunque sea bien", pero como cada vez está más claro que a la derecha española, PP y Ciudadanos hasta ahora, le puede la ambición y le puede hasta el punto de no dudar en acordar con el supremacista Abascal la "toma" del poder en Andalucía.
Estoy seguro de que muchos votantes de Ciudadanos y algunos del PP se harán cruces al ver cómo los partidos a los que han votado forman gobierno con el apoyo de un partido que, aunque se sirve de ella, desprecia la democracia, persigue a los inmigrantes, ofende a las mujeres, combate la libertad de información y respeta poco o nada el sistema que nos hemos dado. Lo malo, lo peor, es que con la misma convicción con que hoy se hacen cruces, mañana olvidarán el sonrojo y votarán de nuevo a los suyos, sin pararse a pensar en que, de su mano, habrá entado la ultraderecha en las instituciones.
Estoy seguro de que muchos de los que votaron, cansados de casi cuatro décadas de socialismo made in Andalucía, votaron lo menos malo para salir de ese bucle aparentemente eterno en que han vivido los andaluces, también estoy seguro de que muchos votantes de Podemos se quedaron en casa ante la perspectiva de que, otra vez, su voto se perdiese ante los "ascos" que unos y otros, PSOE y Adelante Andalucía" pudieran hacerse otra vez antes de firmar un acuerdo de gobierno. Tan seguro de su buena voluntad como de que se equivocaron.
De acuerdo con que su intención era buena, pero los resultados, ay los resultados, han sido nefastos, han abierto la puerta a quienes creíamos, presumíamos de ello, no tenían cabida en nuestro sistema, exactamente lo mismo que ha ocurrido en Italia, donde los nihilistas de las "cinque stelle" han metido en el gobierno a los fascistas de Salvini, un personaje que nada tiene que envidiar al mismísimo duce.
Ahora todos nos escandalizamos con el discurso inflamado, chulesco e injusto de Salvini, pero parece que obviemos que los negacionistas del sistema que se inventó el payaso Beppe Grillo han sido los que le han llevado al gobierno, dándole nada menos que el ministerio del Interior, desde el que niega el salvamento de inmigrantes náufragos y se ríe a mandíbula batiente de cualquiera de los derechos humanos.
No sé en qué acabará todo esto, pero parece claro que Ciudadanos se ha plegado a las condiciones de Casado y su "padrino" que, me temo, ni siquiera es Aznar y que se oculta en desiertos remotos ni en montañas lejanas, sino al otro lado de Atlántico, a la sombra de la Casa Blanca y sus "neocon", para quienes la meta no es La Moncloa, sino acabar con el sueño de una Europa unida y fuerte que sirva de contrapeso a la voracidad de los Estados Unidos y sus empresas. 
Nadie pone en duda el derecho al hartazgo de quienes se sienten defraudados por la izquierda, o lo que sea, que gobierna o puede gobernar, nadie. Lo que ocurre es que, de ese "yo voto a estos, que es lo que más les duele" o de la abstención decepcionada nace la fuerza de estos partidos que, como Vox, han llegado con fuerza y con recursos, al parecer ilimitados, para romper la democracia desde dentro.
Ya tenemos a nuestro propio Salvinii, el Salvini que cabalga los campos de Andalucía, y, si se queda, será más que por el apoyo de sus votantes por la falta de escrúpulos democráticos de Ciudadanos y el PP. Parece inevitable, aunque aún queda una carta por jugar, la de la abstención de los socialistas que, con la humildad y el saber perder que Susana Díaz aún no ha demostrado, aún podrían desactivar el ascenso de Vox. Si no, por el hueco abierto en Andalucía, el fascismo acabará volviendo a entrar en nuestras vidas.

jueves, 13 de diciembre de 2018

HACE FRÍO AFUERA



No daba crédito a mis oídos cuando ayer me enteré por Carles Francino de que la preciosa canción de Frank Loesser "Baby, it's cold outside", incluida en la banda sonora de "La hija de Neptuno", que ganó el óscar a la mejor canción en 1950, acaba de ser censurada casi setenta años después por la radio pública canadiense CBC, porque, según los oyentes que enviaron sus protestas, arrastrados por los de una emisora de Cleveland, aleccionados por las voces del "Me too", que ven en ella el preludio de una violación.
No daba crédito a lo que escuchaba y, además, me cabreé como posas veces y no sólo porque, si voy a Canadá, ya no podré escuchar en su radio pública una de mis canciones preferidas, sino porque, si seguimos por este camino, acabaremos por prohibir las representaciones de "Don Juan Tenorio", la le lectura del Antiguo Testamento y la mayoría de los clásicos de la Literatura Universal, comenzando por obras maestras como "Lolita" de Nabokob o el Decamerón de Bocaccio, para salvar sólo algunas plegarias, y no todas.
Estoy muy, pero que muy cansado, de sensibilidades heridas azuzadas en las redes, que como jureles o estorninos esconden su pequeñez, nadando en bancos descomunales o volando en bandadas de millares de individuos que simulan ser algo mucho mayor, una amenaza, que ponga en fuga a sus depredadores. No digo yo que las mujeres que lanzaron la campaña "Me too" lo sean, tenían razón y fueron valientes en sus denuncias, pero sí que entre sus seguidores hay demasiados estorninos.
Hace mucho tiempo que vengo diciendo a mis amigos que etiquetar lo políticamente incorrecto es quizá lo único políticamente incorrecto. Nos estamos dejando estrangular con preciosas corbatas y pañuelos de seda. Dejamos que nos los pongan al cuello, sin pararnos a pensar que, poco a poco, nos niegan el aire, no nos dejan respirar.
El domingo, camino de las cañas que solemos tomar a la salida del Rastro, a mi amigo Guillermo no se le ocurrió otra cosa que preguntarme por la campaña de los animalistas para que expresiones como "coger el toro por los cuernos" o "matar dos pájaros de un tiro" salgan del diccionario.  Naturalmente, la cosa me cabreó casi tanto como lo de ayer y me pregunté en voz alta "y después qué", porque por ese camino, insisto, vamos muy mal. Por ese camino vamos a conseguir que los "estorninos" y las cada vez más mal llamadas redes sociales, depositadas en empresas que, armadas de sus robots busca pezones, ciegos ante la violencia que ellos mismos contemplan enfermos o ayudan a difundir, se están convirtiendo en una especie de policía de la moral, su moral, que para sí quisiera el mismo Goebbels.
Conseguirlo es fácil. No hay nada como la simpleza, el blanco y el negro sin matices. Pocas verdades y muy nítidas. Dicho de otro modo, lo que hace falta es tener reglamentos, ese listado de cosas que se deben y no se deben hacer, que hay que aplicar a rajatabla y que permite, por ejemplo, difundir en la televisión, dentro del horario infantil, escenas sin censurar de una pelea a machetazos, cubriendo, eso sí, con pitidos las "palabras gruesas". Fariseísmo en estado puro para quien lo quiera comprar, que, por desgracia es mucha gente.
Poco a poco, con estas "micro censuras" nos empujan hacia la autocensura, que, como todo el mundo debe suponer es a peor de todas ellas. Pensad sólo una cosa: Gila que creció en el franquismo y le sobrevivió, hoy no tendría cabida en nuestro mundo y, si lo tuviera, viviría en peligro de ser puesto un día sí y otro también ante los jueces. Tenemos la piel muy fina, demasiado, y con tanta prohibición, tanta censura, tanta sensibilidad herida por nada, cada vez la tendremos más fina, mientras afuera hace frío, mucho frío, y necesitamos del calor de la creación en libertad que, como el mejor de los tesoros, tenemos que defender.

martes, 11 de diciembre de 2018

IN-COMPETENCIAS


Para bien o para mal, me llegó la madurez política en aquellos años en que se estaba constituyendo el estado de las autonomías, años, esos y los que les siguieron, en los que los distintos territorios que lo formaban peleaban con el gobierno central por el traspaso de las competencias, competencias que no eran otra cosa que los "cachos" de Estado que corresponderían a cada una de las autonomías, dicho de otro modo, el control de los impuestos, los hospitales, las escuelas, carreteras y un largo etcétera de servicios, entre los que no estaban las fuerzas armadas y, salvo dos o tres excepciones absolutas o formales, las fuerzas de orden público.
Las excepciones fueron por razones históricas y de fueros Navarra, Euskadi y Cataluña, ahora cuesta creerlo, pero, por ejemplo, a la hora de recibir a Josep Tarradellas el presidente de la Generalitat en el exilio, éste largo y de verdad, en su vuelta a Cataluña fue un mando de un viejo cuerpo de guardias forestales el uniformado encargado de rendir honores al president, porque no había en Cataluña mi en ninguna otra autonomía un cuerpo policial propio desde el fin de la Guerra Civil. Más adelante, con el avance de la conformación de ese estado de las autonomías Cataluña, Euskadi y Navarra tuvieron sus propias policías que fueron asumiendo competencias, entre ellas la de velar por el orden público, que, pese a las reticencias de la derecha y algunos nostálgicos, han venido ejerciendo con solvencia y con respeto a la Constitución, tanto a las órdenes de sus respectivos gobiernos como ejerciendo tareas de policía judicial.
Tanto la Ertzaintza como los mossos d'esquadra o la policía foral han cumplido, participando también en la lucha antiterrorista y asumiendo competencias incluso de Tráfico y lo venían haciendo con toral objetividad, que es lo que se espera de cualquier cuerpo policial, porque es mucho el poder que se deposita en sus manos, nada menos que el monopolio del uso de la fuerza. Algo que ha sido así hasta que, en medio de los sucesos ocurridos en torno a la proclamación de la efímera república catalana, los mossos d'esquadra comenzaron a sembrar dudas sobre su imparcialidad en determinados asuntos de orden público, por ejemplo, su participación en algunas irregularidades en torno al referéndum, ilegal del 1-O, el intento de quema en una incineradora de documentación comprometedora para algunos cargos del gobierno catalán o la colaboración, a título personal o institucional en la fuga de Puigdemont y otros cargos de la Generalitat.
Sin embargo, lo más grave ha sido la pasividad de los mossos en los graves incidentes vividos en las autopistas catalanas el pasado "puente" de la Constitución, en los que en ningún momento opusieron resistencia a que los activistas de los CDR abrieran los peajes o a que bloquearan durante horas la AP7, privando a miles de ciudadanos de la libertad de movimientos que la policía catalana debería haber garantizado, sólo horas antes de que los mossos y sus mandos hubiesen sido recriminados de manera vergonzosa por Torra y su consejero de Interior, en una nueva contradicción de las dos personalidades que parecen convivir en el president de la Generalitat, la de jefe de gobierno y la de responsable e instigador de la presión, a veces violenta, de los activistas de os CDR, en los que militan dos hijos de Torra.
Lo que pretendo decir es que en apenas unas horas, el místico y caricaturesco ayunante de la abadía de Montserrat se ha cargado el prestigio y la confianza de que gozaba un cuerpo policial al que está abocando a actuar "de parte", como si se tratase del ejército que, afortunadamente, Cataluña no tiene, poniendo al gobierno de la nación en el brete de tener que asumir el control de los mossos, bien a través de una nueva aplicación del artículo 155, suspendiendo temporalmente la autonomía, o en aplicación de la Ley de Seguridad Nacional.
En fin, la puesta en duda de una de las competencias del gobierno autonómico de Cataluña por culpa de un incompetente como Torra, marciano en el mismo Marte, al que los catalanes sensatos, que los hay incluso en el soberanismo, están tardando en relegar al baúl de los recuerdos.

lunes, 10 de diciembre de 2018

¿PARA QUIÉN TRABAJA TORRA?


Venimos de una emana, la que siguió a las elecciones andaluzas de la debacle socialista o, si se quiere, la debacle "susanista", una semana en la que la prensa y los analistas políticas despertaron, no sé si al crecimiento de Vox, con el que no parecían contar o, simplemente, despertaron y dieron de desayunar como reyes, televisiva y mediáticamente halando, a base de entrevistas, reportajes y programas monográficos, a la formación ultraconservadora, una semana en la que el president de la Generalitat, Joaquim Torra, como si la cosa no fuese con él, como si su reino no fuese de este mundo, como si sus hechos o sus palabras no tuviesen consecuencias, ha vuelto a soltar barbaridades por su boca, ha vuelto a tomar decisiones, como si los que dice o hace el presidente que debiera ser de todos los catalanes no tuviese consecuencias dentro y fuera de Cataluña.
Si la semana comenzó con el análisis de las causas de esa estrepitosa irrupción de Vox en el mundo del parlamentarismo español, la vuelta de la extrema derecha a los escaños y por decisión de quienes les han dado votos suficientes para ello, cuarenta años después de que lo hiciera Blas Piñar, análisis y alguna que otra encuesta que atribuyen como una de las causas fundamentales de la consagración de Vox como fuerza parlamentaria a la evolución del procés en Cataluña, algo que, por falta de simpatía o por falta de información se atribuye en gran medida a la gestión del gobierno socialista, como si los años de Rajoy no hubiesen proporcionado el caldo de cultivo imprescindible para la radicalización de sentimientos que se ha producido allí, como si las desproporcionadas cargas del 1-O, como si la aplicación, irremediable cuando se hizo, del 155 no hubiesen exacerbado los sentimientos hasta el punto de cegar a unos y otros y hacer cada vez más difícil encontrar una salida razonable al conflicto.
En medio de ese panorama y con una huelga de hambre de carios de los políticos presos por orden del magistrado Llarena, del Tribunal Supremo, al president Torra y a su conseller de Interior, Miquel Buch,  no se les ocurre otra cosa que desautorizar a los mossos d'esquadra que, cargaron en Girona, en respuesta a la violencia de los CDR, que, quizá atendiendo al requerimiento de Torra, que les pidió "apretar" en la calle, trataron de impedir por la fuerza una concentración de Vox, tan incómoda como provocadora, pero autorizada, una actitud infantil que no cabía esperar de quienes tienen a su mando a las fuerzas encargadas de mantener el orden en Cataluña, como si los mossos, que pagan todos los catalanes, independentistas o no, no tuviesen la obligación de garantizar los derechos de todos.
Quizá por ello, envalentonados y dando una de cal y otra de arena los CDR, el cuerpo de choque del catalanismo en la calles, se hicieron con el control de las autopistas, cortando durante quince horas una de ellas o levantando las berreras de los peajes, ayer, y lo hicieron ante la inacción de los mossos que, por las razones que fuera, no identificaron, mucho menos tocaron un pelo de "los niños" de papa Torra, mientras jugaban con las autopistas. 
Pues bien, por si no hubiese suficiente sustancia para el caldo, a Joaquim Torra, presiente de todos los catalanes no se le ocurre otra cosa que pedir a los suyos que se sacrifiquen para impulsar la llamada "vía eslovena" a la independencia, sin advertir, claro está, cómo iba a hacerlo, que la independencia de Eslovenia de la entonces Federación Yugoslava, proclamada unilateralmente por el territorio no sólo costó decenas de muertes y centenares de heridos, sino que encendió la hoguera de la guerra de los Balcanes que tanto sufrimiento y tantas vidas costó.
No sé si es eso, una guerra, lo que quiere Torra para Cataluña. De momento sólo insinúa sus graves consecuencias a las que se refiere como "sufrimiento", sin pensar en las víctimas que una cosa así acarrearía para los catalanes y no sólo para los catalanes.  No sé si no medita lo que dice o si, en caso de que lo medite, estamos ante uno de esos belicistas de los que tantos hubo el siglo pasado, a los que encanta mandar a los jóvenes al matadero. Él sabrá. Lo que no sé es qué hacen los catalanes, gente sensata o que al menos lo era, apoyando a un personaje tan incendiario como él que más parece trabajar para el líder de Vox y los suyos que necesitan sentirse agraviados para sacar todo su "ardor guerrero" y reventar la democracia por la fuerza o desde dentro. Por eso, repito, no sé para quien trabaja Torra, sabiendo como debería saber que, así, sólo acrecienta la fuerza de la derecha española. Tampoco sé por qué guardan silencio tantos catalanes sensatos, tan amantes de su patria como él, conocedores como son de las nulas posibilidades de hacerse realidad que lo que Torra pretende tiene. Para quién trabaja entonces ¿para Vox?

miércoles, 5 de diciembre de 2018

SUPREMACISMO Y COMPAÑÍA


Lo que más me sorprende de la estrepitosa entrada de Vox en el parlamento andaluz es que algunos se sorprendan como lo están haciendo. Es cierto que Vox ha conseguido doce escaños con los que casi nadie contaba en Andalucía, pero no es menos cierto que, en su lucha por parecerse a ellos, los partidos de la derecha "civilizada", cuánto tiempo sin adjetivar así a la derecha, han dulcificado los perfiles de un partido que, sin complejos, se siente orgulloso de encarnar todo lo que aborrecemos. Siendo cierto lo anterior, que antes de mostrar su cojera la derecha andaluza había presentado a Vox como el báculo que supliría sus deficiencias para llegar al palacio de San Telmo, no es menos cierto que los partidos de la izquierda, incluyo al PSOE, se habían dormido en los laureles de una batalla dialéctica y sólo dialéctica, en la que lo que primaba eran las frases bonitas, el acento andaluz y los dragones, mientras los de Abascal se vestían el disfraz que se han cosido con las insatisfacciones, reales o no de quienes nunca han contado para ellos, gente frustrada, con razón o sin ella, gente que busca soluciones tan simples como irreales, gente que se conforma con arremeter contra el culpable que les han señalado aquellos detrás de quienes se esconden quienes sólo pretenden servirse de sus miedos y sus fobias para, pasándose  por donde podéis imaginaros la Constitución y cualquier regla de convivencia que nos hayamos dado, hacerles servir de ariete contra cualquier avance en lo social o contra cualquier defensa de los colectivos tradicionalmente marginados.
No hay más que detenerse a estudiar el perfil de su candidato a la presidencia en Andalucía, un juez, Francisco Serrano, separado de la carrera judicial, empeñado en negar en sus sentencias los malos tratos psicológicos y dejar a los hijos de las parejas que pasaban por su juzgado en manos del padre, tan machote como él, un juez nada distinto del que firmó la sentencia de "la manada", una sentencia que, acaba de confirmar Tribunal Superior de Justicia de Navarra.
Esa es la filosofía de Vox, el supremacismo en cualquiera de sus formas, el supremacismo del hombre frente a la mujer, el que niega como en el caso de Serrano, los malos tratos y no duda en presentar al varón como víctima de las artimañas de la mujer que denuncia, el del hombre dueño del hogar, de la mujer y de los hijos, el supremacismo del hombre blanco y católico que trata de imponer sus reglas y sus creencias a quienes vienen de fuera a trabajar en sus campos, bajo los plásticos asfixiantes de los invernaderos, subidos a los andamios de la construcción o limpiando la basura de nuestras calles, colgados de los camiones o empujando un carro con pala y escoba, el supremacismo de esas familias  que tienen a sus mujeres de criadas por un sueldo miserable y no quieren verlas, ni a ellas ni a sus niños, por las calles, en los parques o en los colegios a los que acuden sus hijos.
Supremacismo injusto y cruel que justifican en el miedo, qué paradoja, a que toda esta inmigración que viene a nuestro país cambie nuestras costumbres, supremacismo de quienes quieren cerrar las mezquitas y están dispuestos a defender a "cristazos" el territorio. Supremacismo de quienes claman su "Los españoles primero", pero no están dispuestos a enterrarse en vida en los invernaderos ni a subirse a los andamios o tocar las basuras que ellos mismos generan. Supremacismo de quienes no se atreven a proclamar el "yo primero" que realmente les mueve, supremacismo de quienes dicen que defienden una religión y unas reglas que ni respetan ni practican. Supremacismo que en poco o en nada se diferencia del de los "caballeros" del Ku Klux Klan, al sur del sur, que no dudaban en matar y quemar como a perros a los que explotan.
Supremacismo de quienes podrían formar parte de un gobierno del PP en Andalucía, como ya les ha prometido Pablo Casado y mantiene en ascuas a Ciudadanos, supremacismo que nos iguala ya con la peor Europa, la que parece empeñada en repetir los errores que llevaron al fascismo, supremacismo que llevó a Trump a la Casa Blanca, supremacismo que ya se ha adueñado de Dinamarca, donde la coalición que gobierna se dispone a encerrar en una isla a los extranjeros "indeseables". Supremacismo que decimos odiar y que, sin embargo, viene muchas veces de nuestra mano.

martes, 4 de diciembre de 2018

LA SOBERBIA DE SUSANA


Escucho s Susana Díaz y me perece oír al Felipe González que gano por los pelos a José María Aznar las elecciones del 93, las últimas que ganó. Repite aquel ”he tomado nota" que tan poco le duró en la conciencia, porque, como si la nota sobre los errores cometidos la hubiese escrito con tinta invisible, poco o nada tardó en repetirlos. Veo a Susana Díaz como un clon de aquel Felipe en decadencia y me echo a temblar, porque, al final, lo que me ha quedado de aquel joven presidente al que admiré es la soberbia, la enorme soberbia de quien cree que no es él el equivocado sino los ciudadanos que fueron o no fueron a votar.
La todavía presidenta ha hecho ya lo que mejor hacen los políticos, retorcer los resultados,  hasta que las cuentas les den la razón que las urnas le han negado y, convencida de que muchos andaluces, unos setecientos mil entre los que habían votado al PSOE y Podemos, esta vez se quedaron en casa, quiere saber por qué lo hicieron, sin pararse un minuto a pensar qué hizo o no hizo ella para que decidieran mantenerse lejos de las urnas.
A Susana Díaz le cuesta admitir los errores y, mucho más, dar explicaciones. Aún estoy esperando oírla pedir perdón por su "golpe de estado" en Ferraz, por aquella "ocupación" de la ejecutiva del PP al margen de la militancia que luego revirtieron las primarias. Estoy esperando que lo pida ella y que lo pidan sus "palmeros" que los tiene y muchos, entre ellos el propio González.
Le cuesta mucho pedir perdón y poco o nada encontrar excusas y ya parece haberlas encontrado en la crisis creada por el "procés" en Cataluña, una excusa que, de todas, es la que mejor puede redirigir contra ese Pedro Sánchez que aún tiene atragantado, porque consiguió acabar, militante a militante, con el aparato que barones y elefantes de cementerio habían montado contra él.
Dice Susana Díaz que se equivocó al no sacar a pasear el asunto catalán en la campaña, como si fuese decente el silencio ante el enconamiento de los otros contra los intentos de normalización del clima político llevados a cabo por sus compañeros en la Moncloa. De nuevo el mismo error de siempre, ese no querer explicar las cosas, quedándose en el ruido, en los mensajes simplistas, que conduce a ese nacionalismo español, tan odioso o más como el catalán. Cree la vencedora y derrotada Susana Díaz que tiene todo el derecho a seguir gobernando Andalucía. Quizá lo tenga, pero, aun teniéndolo, lo que no tienen son los apoyos para ganarlo en el parlamento, porque, sume como sume, incluso obteniendo los votos de Podemos, nunca superará la suma de los del PP, Ciudadanos y Vox, la marca sucia del PP.
Qué hacer, pues, para evitar el gobierno de la derecha y, sobre todo, la influencia del fóbico Vox en la próxima legislatura. Probablemente, lo que queda es hacer política y evitar, de los males, el peor, lo que queda es dar la alternativa a la más moderada de las derechas y, si ésta acepta su apoyo, activo o no, dejar a un lado al PP y su retoño Vox. Quizás fuese esa la solución, la de dar a Ciudadanos el apoyo externo que ella recibió de Ciudadanos y cortar así el paso la triple alianza de la derecha a San Telmo.
Pero, para que eso fuese posible, sería precisa una cura de humildad de la todavía presidenta, una cura de humildad que la llevase a echarse a un lado para que otros asumiesen la inteligencia y la mano izquierda necesarias para dar con la salida, evitando así convertir Andalucía en laboratorio de las derechas, porque quienes tenemos memoria, aun recordamos que la comunidad valenciana, hasta que Joan Lerma la perdió, fue un feudo de la izquierda, convertido después en campo de pruebas de la ruinosa privatización de la Sanidad, área de demoliciónd e la enseñanza pública en favor de la concertada y granero de la corrupción. De modo que, en estos tiempos revueltos, tan faltos de amor y sobrados de navajas, al menos en política, lo mejor es recordar que todo vale, menos la soberbia y Susana tiene mucha.


lunes, 3 de diciembre de 2018

A POR ELLOS Y SIN COMPLEJOS


Una cosa que enseña la vida, más si la has vivido desde la atalaya del periodismo, es que nada existe hasta que se le pone nombre. Pues bien, eso es precisamente lo que acaba de ocurrir con la extrema derecha en España, que ha pasado de ser una especie de niebla que amenazaba en el camino, pero a lo lejos, a materializarse en una marca electoral exitosa, la de VOX, que, unos y otros hemos colocado en un lugar, si no destacado, sí demasiado visible del mapa electoral de este tan desorientado país. 
Desde los años de la "Zona Nacional" y el “cara al sol” y el brazo en alto  "por cojones", al menos en Madrid, los años en que los nostálgicos del franquismo, todos unidos, sólo fueron capaces de conseguir un escaño en el Congreso, que fue para Blas Piñar y su Fuerza Nueva, desde entonces, la extrema derecha española, la del odio, la regresión y la xenofobia no había vuelto a sentarse en el palacio de la Carrera de San Jerónimo.
Han sido muchos años, casi cuarenta, casi los mismos que el PSOE ha gobernado en Andalucía, años en los que esa extrema derecha, esos simpatizantes del orden a su manera, de marinar en testosterona los discursos y las decisiones, han vivido camuflados en el Partido Popular, al que les llevó, en espera de tiempos mejores, Manuel Fraga, ministro que fue de Franco, retratado para la Historia cientos de veces con la guerra blanca y la camisa azul del movimiento y sentado a la misma mesa del Pardo en la que se daba el visto bueno a las ejecuciones ante el pelotón de fusilamiento o por garrote vil.
Ayer, en Andalucía, miles de votantes parecieron haber olvidado o, lo que es peor, dar por bueno todo eso que, en el recuerdo de mucho de nosotros suponía una barrera que nunca creímos que nadie fuese nunca a cruzar. Pero ayer, en Andalucía, se cruzó, dando doce escaños a los partidarios del odio a todo lo diferente, los partidarios de la intolerancia, de la xenofobia, de la homofobia, los que abolirían si pudiesen las leyes que persiguen la violencia contra las mujeres o las que tratan de restaurar lo que ven como un anatema, un peligro mortal: la memoria, porque qué sería de ellos si todos tuviésemos memoria, si recordásemos lo mal que nos ha ido siempre con los suyos.
Nadie lo creía posible, pero ya están aquí y han venido, parece, para quedarse, porque, al menos así lo creen ellos, esto es sólo el principio de la triste "reconquista" que se han propuesto, la de todos sus privilegios de clase y de género, a costa de nuestros derechos, conquistados con tanta lucha y tanto dolor. Sin embargo, no seré yo el que critique la decisión de los andaluces que les han votado. Más bien, mi crítica va contra los partidos políticos, de Podemos al PP y de los medios de comunicación, que son quienes, agitando su fantasma, como una especie de conjuro, son los que los han traído hasta aquí.
Ese Ferreras, impagable para su causa, que, con las horas y más horas dedicadas a Vox y sus líderes o a los líderes de otros partidos hablando de Vox, les ha hecho la campaña, les ha puesto en el mundo a cambio de subir la audiencia, que parece confundir la información con el espectáculo, y de todos es sabido que también hay cine de terror y que gusta. Esperemos que lo de Vox, lo que comenzó con esa cobertura desmedida y desenfocada de los sucesos del 1-O, lo que se venía anunciando con el tráiler, el avance, de aquel triste y vergonzante "a por ellos", seguido de la magnificación de os excesos, que fueron muchos, de unos y otros y que ha conseguido levantar un muro entre la mitad de los catalanes y el resto de España, que hoy parece insalvable.
Todo esto, unido a el "tronío" y la inconsistencia de Susana Díaz, que debería pensar ya en dejar la Secretaría General del PSOE, incapaz de hablar de otra cosa que no sea el victimismo, a veces justificado, pero no siempre, de los andaluces, incapaz también de hacer propuestas consistentes para una población, la andaluza, castigada secularmente, pero capaz, como todas, de levantarse con algo más que romerías, procesiones  y "acento", incapaz de acercarse a Teresa Rodríguez y viceversa, de dar una alternativa conjunta de la izquierda, de la que tan necesitada está la comunidad que hasta ahora gobernaba, estamos en el derecho de pensarlo, por inercia.
Culpa también del PP y Ciudadanos, los reyes del todo o nada y del veto que luego, si conviene, ya no es tal, que, en los últimos días de campaña, quizá por culpa de quienes escribimos o informamos sobre ellos, han agrandado el papel y las posibilidades de Vox, hasta convertirlas en una realidad. Lo cierto es que el "A por ellos” de los más cerriles, bendecidos, eso sí, por quienes convierten un lazo, del color que sea, en "lo único", o el "sin complejos", tan de Pablo Casado y su siniestro mentor, el fantasma de Aznar, ya están aquí. Ahora y de todos depende, esperemos que no sea para quedarse.