jueves, 30 de noviembre de 2017

JUSTICIA, TERROR Y MEMORIA



Estoy seguro de que, a muchos, los que aún no han llegado a los cincuenta, les habrá sorprendido la rabia con la que otros, los que los pasamos sobradamente, reaccionamos ante la ligereza con que algunos políticos, incluso algunos a los que yo mismo he votado, hablaban de presos políticos, de fascismo, de torturas o de carceleros. La rabia, al menos la mía, la desata medir la frivolidad con que pronuncian palabras que traen mucho dolor, mucho sufrimiento y mucha tristeza a nuestra memoria.
De ahí la rabia y de ahí la intolerancia contra quienes toman el sufrimiento de tantos en vano.
Hubo un tiempo en que, a unas horas de avión de aquí, tener veinte años, llevar el pelo largo, leer algunos libros o escuchar determinada música podía costarte la vida. Hubo un tiempo en que al otro lado del océano, hombre o mujer, sano o enfermo, podían sacarte de tu cama y llevarte, atado y encapuchado, en coches sin matrícula, pero inconfundibles y dejarte por meses en manos de sádicos desalmados que, a sabiendas, de que tu único delito era no ser como ellos, te mantenían vivo pero aterrado y sucio, a merced de su humor o el de sus superiores, hasta que no eras más que una piltrafa o, si eras mujer y embarazaba, hasta que parías para ellos un niño que acabaría convirtiéndose en un regalo para familias amigas de ellos o sus jefes y del "orden". Entonces esos jóvenes, llenos de vida cuando se los llevaron de sus casas, habían dejado de estarlo, convirtiéndose en un residuo incómodo del que había que deshacerse 
Entonces, los carceleros, los torturadores, los fascistas, estos sí, todos militares, como colectivo muy organizado que eran y con medios suficientes para ello, hacían "limpieza", sedando a sus víctimas o lo que quedaba de ellas para subirlas a un avión donde, después de ser "asistidas" por un sacerdote, militar por supuesto, eran arrojados inconscientes o no a las aguas inmensas del Atlántico, para borrar todo rastro de todo el horror causado.
Fueron cerca de treinta mil los jóvenes y nedio millar los niños que desaparecieron en apenas siete años en el sumidero de la ESMA, la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica de la Armada, y otros centros parecidos, una cifra fríamente calculada, aprendida de las enseñanzas de la ignominiosa Escuela de las Américas, esa universidad del fascismo y del terror, en la que instructores norteamericanos adoctrinaron a los militares de sus vecinos del sur para acabar con el comunismo. Sabían y, cómo no, enseñaban a sus discípulos que "actuando" indiscriminadamente contra un pequeño porcentaje de determinado grupo de población, los jóvenes, conseguirían aterrorizar y paralizar al resto. Con lo que no contaron, afortunadamente, fue con la fuerza y el tesón de sus madres, capaces de reconstruir el mapa de sus salvajadas.
Gracias a ellas, gracias a la prensa, gracias a abogados y jueces, ayer, por fin, fueron condenados a cadena perpetua dos ¿los últimos? asesinos uniformados de aquel terrible período de nuestra historia, porque la de Argentina también es nuestra historia, Alfredo Astiz, el "ángel de la muerte", y Jorge "el tigre" Acosta, responsable de gran parte de los crímenes cometidos en la ESMA.
Horas antes, otro militar, el general Slobodan Praljak, se quitó la vida ante el tribunal que le acababa de condenar a cadena perpetua como criminal de guerra por haber condenado al hambre y la muerte a la población bosnia de Mostar. Probablemente Praljak pensó que volar el único puente que unía el barrio bosnio con el exterior fue sólo una operación militar ¡qué fácil! más allá de sus consecuencias y por ello no quiso pagar su culpa.
Más allá de todo esto sería bueno no desaprovechar la ocasión para recordar de dónde venimos, para saber del verdadero terror, la tortura y el fascismo, para medir después nuestras palabras y, evitar así remover frívolamente los dolorosos recuerdos de tantos. 

miércoles, 29 de noviembre de 2017

MISILES Y SUPOSITORIOS


Dos ramas de la industria, la armamentística y la farmacéutica tienen más influencia que cualquiera otra en las decisiones que toman los gobiernos y los parlamentos, se supone que en nuestro nombre.
A nadie con dos dedos de frente le cabe en la cabeza que se gaste lo que se gasta en ese armamento, cada vez más caro, cada vez más sofisticado que, al final, apenas es efectivo en las nuevas formas de guerra, aquellas capaces de paralizar o arruinar un país a través de Internet, el terrorismo suicida o, en ocasiones, ambas combinadas.
¿Por qué, cuando se recorta en todo, se mantiene intacto, si no se incrementa, el gasto en Defensa? ¿Por qué se dedican enormes partidas de los presupuestos a inversiones en un armamento que en una o dos décadas van a quedar obsoletas? ¿Por qué hay cargos del ministerio de Defensa, el responsable de la compra de armamento, por ejemplo, que son intercambiables entre gobiernos del PSOE y el PP?
No es, desde luego, por la voluntad de los ciudadanos, a los queda poco más que la resignación o, a lo sumo, el pataleo. Quizá, si abalizásemos algunos consejos de administración, los sillones que algunos "ex" ocupan en grupos de opinión, grupos de presión, por hablar claro, o, quizá, si nos paramos a mirar quién paga, directa o indirectamente, las conferencias que imparten en universidades de aquí y allá, de esas por la que cada asistente paga un Perú. Quizá, si luego atamos cabos, lleguemos a entenderlo.
Otro tanto ocurre con la industria farmacéutica, los fabricantes y creadores de los medicamentos que, por toneladas y sobre todo a partir de una determinada edad, consumimos los ciudadanos. Nadie en su sano juicio entendería que un país como el nuestro deje de invertir en la investigación médica y farmacéutica y, mientras tanto, año tras año, incremente la partida de gasto en medicamentos. Nadie con sentido común admitiría que un sector como éste, verdaderamente estratégico, campase a sus anchas, esgrimiendo sus patentes, que podrían haber sido de todos, para quedarse con una parte tan importante de los presupuestos. Nadie entendería ni entenderá nunca que una farmacéutica chantajee a todo un país, imponiendo sus precios desorbitados y absolutamente arbitrarios, para suministrar su remedio contra la hepatitis C, el Sovaldi, capaz de salvar a decenas de miles de enfermos condenados a muerte, como lo hizo el propietario de la patente, convertida en poco más que un valor de bolsa al uso.
Nadie puede entender que se rasque en nuestros bolsillos para comprar aviones, barcos o misiles y cueste meses de movilizaciones desesperadas de centenares de enfermos y sus familiares a las puertas de los hospitales, para que, al fin, el Sovaldi que les salva la vida llegue a sus manos ¿Cuántas vidas salva un caza que puede estrellarse después de un inútil desfile y cuántas salva un medicamento, no ya subvencionado, sino surgido de nuestra propia investigación? La respuesta es contundente, tanto como el puñetazo que he recibido esta mañana en mi conciencia al enterarme por eldiario,es de que una empresa farmacéutica, productora de un tipo de medicamentos ahora en cuestión y pendientes de regulación ha pagado un viaje a su planta en Irlanda, supongo que con comidas, bebidas, alojamientos y agasajos incluidos, a un grupo de parlamentarios españoles involucrados en la decisión.
Con razón los supositorios tienen forma de proyectil y viceversa.  Nada podemos contra ellos ciando alguien decide que tenemos que tragar con ellos

martes, 28 de noviembre de 2017

INDEPENDENTISMO CON FRENO Y MARCHA ATRÁS


En un grafiti del británico Banksy puede verse a un niño rectificando la desafortunada frase que asegura que "si una mentira se repite bastante seguido, se convierte en verdad". Lo que el niño escribe, después de tachar la palabra verdad es que la mentira se vuelve política. Lamentable, pero cierto. Cada vez  está más claro que hacer política es mentir bastante a menudo, tanto como para que las mentiras de los políticos, convenientemente respaldadas por los medios de comunicación que controlan o les controlan,  se han convertido en eso, en política, en afirmaciones que duran lo que dura que convengan, y la conveniencia puede depender de que la mentira permita ganar votos, salir de la cárcel, aprobar unos presupuestos o activar un artículo tan polémico como el 155, no sé si de nuestra constitución o de la constitución que tenemos.
Sin embargo, si de políticos y mentiras hablamos, los campeones son los líderes del independentismo catalán, excepción hecha de los demasiado sinceros de la CUP, que son capaces de manejar dos o tres realidades al mismo tiempo y de decir una cosa y la contraria en la misma frase. No hay más que ver lo que han tardado en decir digo donde dijeron Diego, cuando lo que se están jugando es pasar una temporada más o menos larga en la cárcel.
Ese afán por ponerse a salvo, al otro lado de los barrotes, ha llevado a quienes nos parecían firmes en sus convicciones y en su fe en la independencia a subir todo lo dicho al desván, envuelto en las telas y la naftalina de sus falsos argumentos, para guardarlos a la espera de una mejor ocasión, mientras dan patadas a la verdad, negando lo que todos, no sólo hemos visto y oído, sino que, además, ha sido registrado por grabadoras y cámaras.
Sin embargo, esas razones, comprensibles para quien lleva un mes en una prisión que me parece más que exagerada, no justifican la actitud de personajes tan alocadamente siniestros como el ex president Puigdemont o su ahora rival en las urnas Marta Rovira. Uno y otro pueden alegar en su descargo la necesidad de llenar de contenidos y, sobre todo, de titulares todas las entrevistas que se ven obligados a dar, aislados de esos líderes, consejeros espirituales, que hasta ahora les llevaban de la mano en su discurso.
Carles Puigdemont, aislado y supongo que aburrido en Bruselas, ha dejado de tener información fiable parece moverse más por sentimientos primarios, amor odio, amistad enemistad que atendiendo a los necesarios análisis que le permitan proyectar en el tiempo lo que dice y medir, por tanto, las consecuencias de su discurso, un discurso apasionado y verborréico que le lleva un día a jugarse el resto a Europa y a renegar de ella al siguiente, para tener que justificarse y casi pedir perdón a las pocas horas.
Un caso distinto es el de la hasta hace poco casi desconocida Marta Rovira, siempre a la sombra de Oriol Junqueras, al que admira y defiende casi hasta las lágrimas, vehemente y prisionera del relato que ella misma ha ayudado a construir, capaz de imaginar, si no de desear al ejército tomando las calles de Cataluña a sangre y fuego, supongo que para consolidar el imaginario en el que vive y que trata de transmitir. Esta mujer a la que, eclipsada por el tándem Junqueras-Puigdemont, descubrimos a las puertas de la Audiencia Nacional anunciando que la lucha iría hasta el final, con esa angustia que llevaba a quienes la escuchábamos al nudo a la garganta, hasta que descubrimos en ella la frivolidad del "todo vale" si le conviene,
Hace apenas unas horas, aquellas terribles palabras en las que denunciaba la amenaza del "Estado" de poner muertos en las calles, quedaron en nada, el algo que había dicho el inconsistente Puigdemont, y tan cobarde como locuaz dijo que las explicaciones había que pedírselas al fugado. Increíble ¿verdad?pues lo dijo anoche, en la cadena SER, donde se desdijo de casi todo lo que había sido su discurso hasta ahora, sin apenas pestañear, sin darle importancia, felicitándose cínicamente de que haber dicho tal cosa hubiese contribuido a la normalidad. Lo hizo sin inmutarse, mintiendo de nuevo al atribuir al gobierno de la nación, el "Estado" en su jerga, la paternidad de DUI, la declaración unilateral de independencia, algo que sería para reírse, de no ser porque la esquizofrenia de sus palabras lleva a pensar que cualquier cosa es posible, aunque, afortunadamente y de momento, parece que la firmeza de convicciones de todos ellos es inversamente proporcional al sacrificio que les exige. Como diría Jardiel, hablamos de independentismo con freno y marcha atrás.

lunes, 27 de noviembre de 2017

SI HOY ES MARTES, ESTO ES BÉLGICA


No os preocupéis, no. De sobra sé que hoy es lunes, no tengo más que ver lo que me está costando ponerme en marcha. Lo que ocurre es que no quiero renunciar a un título como este que llevó una película, creo que inglesa, que vi en mi adolescencia, en aquellos tiempos en los que ir al cine la tarde de los domingos se había convertido en un rito con el que sustituir el otro, ya perdido por entonces, de la misa dominical.
Aquella película, una comedia sin más pretensiones, narraba las peripecias de un grupo de turistas incrustados en una de aquellas excursiones, tours les llamaban, en las que, en apenas una semana, te paseaban por media Europa. Muchas horas de autobús y mucho aburrimiento que daban para que, en aquella cápsula aislada en el tiempo y el espacio, las relaciones personales, amor y sexo incluido, de los viajeros tomasen un cariz inesperado, porque, en estos grupos, como me comentó en una ocasión el colombiano Daniel Samper, a propósito de su novela "Impávido coloso", ocurre lo que ocurriría en la vida "real", pero mucho más deprisa.
Pues bien, esa es a grandes rasgos la peripecia de Carles Puigdemont y sus compañeros de fuga, que, en este mes que llevan ya de fuga, están soltando por su exótica boca de presuntos exiliados los mismos despropósitos que nos hubiesen regalado, de haberse quedado en España al alcance de la Justicia, aunque a una velocidad tan vertiginosa que la estela que dejan tras de sí dibuja un retrato grotesco de lo que han sido y lo que dicen querer ser.
Puigdemont, colgado de la brocha de sus mentiras, aburrido en una ciudad aburrida y desconectado, aún más si cabe, de las realidades española y catalana, se está haciendo un lío con las etiquetas de amigo o aliado que tan alegremente lleva meses colgando a todo el que se le pasa por la imaginación.
Puigdemont, aburrido como un mejillón en su cuerda, ha dejado de verse y ver a Cataluña como la envidia de Europa, encarnando una especie de liderazgo, económico, social y cultural, hasta ahora reprimido por la perversa España, como una especie de princesa encerrada en las ropas de Cenicienta, que se ve obligada a limpiar, barrer y cocinar para sus hermanastras, Andalucía, Extremadura y todas las demás, mimadas por "Madrid" que le quita lo que le corresponde, para dárselo a ellas.
Ahora, despreciada Cataluña, al menos eso piensa el fugado, por el príncipe europeo que ni siquiera le ha enviado a sus pajes para probar en su maltratado pie el zapatito de cristal de la independencia ni, mucho menos, la ha invitado a la fiesta en el palacio de las bandera de las doce estrellas, a la mesa de los veintiocho cubiertos, el autodenominado "presidente legítimo" de la república catalana" reniega del sueño europeo y se inventa un referéndum, otro más, para que Cataluña, recorriendo la misma senda suicida que siguió el Reino Unido, tome la puerta de salida de la Unión.
Se ve que, encerrado en su burbuja, en su cápsula de irrealidad, Puigdemont no sobé en qué día ni en qué país vive, se ve que le gusta ejercer de mártir exiliado, conceder de vez en cuando una entrevista en la que calentar con sus delirios el frío que ha metido en sus huesos una Bruselas indiferente. Se ve que a su cápsula no llegan los ecos de la merienda de negros en que se ha convertido el procés, su procés. Se ve que, aislado de la realidad como vive, sólo sabe, encerrado en su absurda excursión justiciera y reivindicativa, sólo es capaz de deducir que "si hoy es martes, esto es Bélgica" y al mundo, al de verdad, al del paro, los colegios en barracones y los hospitales colapsados, que le den.

viernes, 24 de noviembre de 2017

LA VIDA ERA ESTO


Nos asomamos al mundo por una ventana por la que pasa, trepidante, la vida. O eso es lo que nos hacen creer y creemos. Creemos que la vida es la pelea por el reparto de los dineros entre las distintas comunidades autónomas, o los paseos de Puigdemont por Gante con el oportunista regalo de un vendedor callejero incluido. Creemos también que la vida son las bravuconadas de esos dos dementes que gobiernan, uno por elección y otro por herencia siniestra, Estados Unidos. creemos que la vida tiene la cara de ese personaje, Albert Rivera, que mira no desde sus ojos, sino desde detrás de ellos, con ese patético cálculo del que se quiere quedar con todo y no se para en barras ni en códigos éticos que, para él, son de quita y pon. 
Creemos que la vida es ese encadenado de mentirosas últimas horas que llegan a la pantalla con retraso y sólo cuando al histriónico presentador le conviene, para coser esas cansinas conexiones, siempre las mismas, siempre con los mismos, baratas y vistosas, que deforman cuando no esconden la realidad que debería interesarnos.  Creemos, nos hacen creer, en el brillo de los flamantes coches, de "alta gama" que ponen en manos de futbolistas, incapaces algunos de conducir su propia vida sin causar algún destrozo, porque se creen únicos, más guapos, más fuertes y más ricos que el resto de los mortales y con derecho a despreciar a quien no está, hombre o mujer, a su nivel y a abusar de ellos, sin respetar su dignidad ni su libertad.
Nos hacen soñar con el triunfo, con la gloria y el dinero que todo lo puede, nos hacen creer que la felicidad consiste en firmar autógrafos, servir de excusa para un selfi, tomar copas en discotecas de lujo o irse a la cama con chicos o chicas llenos de juventud y belleza, como las flores ya cortadas, hermosos cadáveres, dispuestas para lucirlas un día, unas horas, pero sin arraigo, sin pasado ni futuro.
Nos hacen creer que la vida es eso, pero no. Nada más lejos de la realidad. La vida es esa anciana que, con razón o sin ella, te pide para un café caliente cualquiera de estas frías mañanas. La vida es tener lo justo en la cuenta corriente. La vida es tener que esconder el sueldo a los grandes almacenes a los que, en un momento de debilidad, les compraste lo que no podías pagar. La vida es irse a la cama, i no siempre, apenas con un vaso de leche y unas galletas. La vida es no tener agua caliente ni calefacción, la vida es, como le pasó a Ramona en Reus, morir en una habitación helada, asfíxiala por el humo del incendio provocado por la miserable vela que tienes para calentarte.
La vida nada tiene que ver con lo que nos cuentan desde esa ventana por la que pasa trepidante una realidad que no lo es.
La vida tiene más que ver con ese morirse solo como Antonio, el vecino de San Blas en Madrid, sin que nadie te eche de menos en más de cuatro años, sin que nadie repare en tu ausencia o en la triste presencia de tu cadáver hasta que los impagos del alquiler o la hipoteca lleven al juzgado ante tu casa. Cuatro años, una legislatura, cuatro ligas, cuatro champions, un montón de óscars y premios Goya, cuatro inviernos, cuatro primaveras, veranos y otoños sin que nadie se acuerde de ti ni te necesite, cuatro años en los que sólo has existido para la fría e imparable burocracia que, al final, como a Antonio acaba por alcanzarte.
Sin embargo, lo peor de todo es que, lo he comprobado esta mañana cuando buscaba la noticia, el final de este vecino de San Blas, muerto en la misma soledad que le ha velado durante cuatro años, no es tan raro, porque, de vez en cuando, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, acaban sus días solos, lejos de quienes les han olvidado, quizá porque ya no les necesitan.
Al final, la vida no es la que parpadea en la pantalla del televisor. Al final, la vida era esto.

jueves, 23 de noviembre de 2017

RUFIÁN


Algún día, al menos eso espero, acabaremos por darnos cuenta del tiempo que nos ha hecho y nos hace perder este personaje, encantado de haberse conocido, que prácticamente todos los miércoles pone su tenderete en su escaño del Congreso, intentando hacernos ver, creo que inútilmente, lo hábil e ingenioso que puede llegar a ser en la inútil tarea que se ha impuesto de hacer perder los nervios a un personaje tan parsimonioso como Rajoy o, en su defecto, a sus ministros.
El personaje, necesitado de uno o dos hervores más para resultar interesante, no pasaría en un sainete de Arniches o los Quintero de ser ese jovenzuelo díscolo y sin sustancia, ese personajillo, normalmente desocupado, que, desde un segundo plano, lanza sus pullas o ríe las gracias a unos u otros, al que el resto de personajes se refieren como "pollo".
Y eso o poco más es Gabriel Rufián, diputado de Esquerra Republicana de Cataluña, compañero de escaño de Joan Tardá, con cuya actitud tiene poco o nada que ver la suya, al que, me temo, habrá sonrojado más de una vez, una especie de bufón, necesitado de aplauso. al que los medios de comunicación, más dados al chispazo que a la luz han elevado al altar de la popularidad habiendo hecho poco para merecerlo.
Rufián sabe de sobra que esas reglas que desprecia cuando se presenta en el hemiciclo con una impresora, cuando saca de su mochila unas esposas justicieras o cuando ejerce el corta y pega con frases que no son suyas y que aún resuenan dichas por otros en el salón de plenos o se pueden leer en el diario de sesiones, cuando recurre, con voz de cow boy malote, como un Sam Spade aficionado, sabe de sobra que esas mismas reglas que se salta le protegen y le permiten seguir con sus payasadas, miércoles sí,  miércoles también.
Lo mal es que eso que la primera vez tomamos por vistosos y divertido, eso que quizá aplaudieron algunos, acompañando su batir de sus manos con un "ya era hora", ese show, por repetido y falto de trabajo y sustancia, acaba por aburrir, al menos, hablo por mí, a este lado del Ebro. 
Es una pena, pero no es su culpa que ocurra, la culpa está en quienes, ante la dificultad que conlleva relatar con un poso de sentido el contenido de una sesión de control al gobierno, por ejemplo, se limitan a contar el fogonazo de turno, fogonazo que se repite una y otra vez,  en los titulares o en las informaciones y queda en los archivos, a disposición de quienes han hecho del tejido de todas esas salidas de tono, más o menos ingeniosas o divertidos, todo un oficio que da sentido a su profesión y su sueldo.
Rufián es joven aún y está en el Congreso de los Diputados para lo que está, para hacer volatines delante de Rajoy y su gobierno, para ser la "mosca cojonera" que reconforte a quienes desde Cataluña se sienten maltratados, no siempre sin razón, por lo que llaman, esta vez sin razón, Madrid. Habrá que ver como "envejece" este joven diputado, experto en selección de personal, que ha llegado a compaginar su activismo social con trabajar para una empresa especializada en subcontratas. Habrá que ver, dentro de unos años, qué queda de su arrogancia, su altisonancia y, sobre todo, de esa moda imposible que pasea sobre las alfombras del Congreso.

miércoles, 22 de noviembre de 2017

CIERTO TUFO A INCIENSO


Una vez descubierto el pastel, una vez comprobado que, tras el ímpetu nacionalista, tras todo ese entusiasmo, tras esa fe ciega, ese no hacerse preguntas, esa eficacia a la hora de tocar a rebato para llenar las calles, para tomarlas, apenas había nada, porque nada se había preparado para el futro, uno no encuentra más que la confianza ciega en la providencia, divina o no, como franciscos bondadosos que lo fían todo a su dios.
Demasiado para poder digerirlo con tranquilidad y demasiado inconcebible si no es a través del filtro de una fe ciega en el destino, más propia de los promotores de aquellas cruzadas medievales, en las que se juntaban obispos guerreros y reyes ambiciosos con "lo mejor de cada casa", dispuestos todos a alcanzar gloria y riqueza. Demasiado para un tipo como yo, acostumbrado a ponerlo todo en duda, incluso el genio de Leo Messi, demasiado para quien desde que tiene uso de razón cree que todo ha de poder demostrarse y, por eso, no pisa una iglesia, si no es, y no siempre, por compromiso.
Por todo ello, me tranquiliza saber de la fe católica de algunos de los principales responsables del llamado "procés". Por ello y porque confirma lo que más de un historiador ya había apuntado: que el nacionalismo hunde sus raíces en el carlismo, atrincherado desde que fue derrotado en determinadas zonas rurales en las que, no tan curiosamente, brotó décadas después ese nacionalismo conservador del que hablamos.
No han sido uno ni dos los consellers encarcelados que, ante el juez, han esgrimido sus creencias para justificar su puesta en libertad. Lo ha hecho, por ejemplo, Oriol Junqueras en el escrito en el que se defiende del cargo de rebelión del que se le acusa, escudándose en su condición de creyente que le hace contrario a la violencia, olvidando quizá que aquí, hace casi un siglo los obispos levantaban el brazo, algunos curas llevaban el fusil al hombro y se bendecía a las tropas que entraban a sangre y fuego en las ciudades en poder del enemigo.
Claro que una de las ventajas de los que creen es la habilidad que adquieren para perdonarse faltas y pecados y el aprendizaje de la relativización de la verdad, siempre que la mentira lo sea por una causa justa que, curiosamente, ellos mismos deciden cuál es. Otra ventaja indiscutible es la futilidad de la memoria que les confiere fiarlo todo a verdades absolutas y, sobre todo, al arrepentimiento a tiempo y al perdón que lleva a la vida eterna.
Si todo esto me indigna, que me indigna y cómo, lo que me subleva es el desprecio con que se ha estado movilizando a la gente, empujándola a un combate incierto, contándoles que la victoria es segura y llevándoles a él bajo premisas, promesas, falsas de un paraíso al alcance de su mano que, ahora, se ha tornado en la larga marcha de la derrota en la que, como aquellos cruzados de entonces, cargados con su frustración y el dolor de lo que pudo ser y no fue y lo que, además, han perdido.
También me indigna saber que, como en toda cruzada, los que van a caballo, aparte de correr menos riesgos, cargan en él o sobre las espaldas del escudero el botín, esa vivienda de doscientos metros cuadrados en lo mejor de Barcelona que Artur Mas no quiere perder hasta el punto de andar pidiendo "limosna" y clemencia para evitarlo. Y me indigna toda esa gente que ha hecho del procés su modo de vida, aunque haya sido a costa de paralizar "día sí, día no", una ciudad como Barcelona que, como acabamos de comprobar, está perdiendo a borbotones un prestigio ganado gota a gota durante décadas.
En fin, que, como el misterio de la santísima trinidad, lo del procés parece ser una cuestión de fe, la fe que han puesto muchos, los ciudadanos, en gente sedienta de gloria y con un cierto, demasiado, tufo a incienso.

martes, 21 de noviembre de 2017

EL ODIO, UNIFORMADO


Supongo que a estas horas es ya de dominio público y no sólo en Madrid la triste historia de ese chat indeseable en el que un centenar de policías municipales de la capital mostraban su odio hacia la alcaldesa, Manuela Carmena, hacia los inmigrantes magrebíes, moros en su jerga, a los que "habría que tirar al mar" como "comida para los peces". También, su admiración hacia un grupo de jóvenes que cantan el "Cara al sol". Quizá se hayan sentido sorprendidos por el hecho de que en un cuerpo policial que se pretende moderno y democrático se escondan, aunque sólo a medias, estos personajes que, más que ofrecer confianza y seguridad a los ciudadanos, les llenan, al menos es eso lo que a mí me ocurre, de inquietud.
He de decir que no me he sorprendido del todo al tener noticia de las opiniones expresadas en tan odioso chat. Y, si no me han sorprendido, es porque, a pesar de que, no debo dejar de reconocerlo, la corrección en el trato para con los ciudadanos es habitual en este y otros cuerpos de seguridad, en más de una ocasión he sido testigo de abusos de autoridad y he podido ver alguna que otra pegatina nada tranquilizadora, por ejemplo, en la culata del arma reglamentaria de un agente y he sido víctima de la obcecación de otro que, empeñado en que el conductor estaba obstaculizando el paso de su coche patrulla, tuvo detenido a plano sol y en plena M-30 un autobús municipal con todo su pasaje, hasta que alguien con sentido común, le ordenó dejarnos marchar.
También, como trabajador que he sido de la Cadena SER, he sido testigo de la preocupante simbiosis en que se mueven a algunas horas policías, chulos y camellos, detrás de la radio, a sólo unos pasos de la Gran Vía, Por eso no me sorprenden, todas esas amenazas, a Carmena, a la prensa, todo ese odio al diferente, esos deseos de acabar a sangre y fuego con lo que odian, esa admiración por "la obra" de Hitler. Lo que me sorprende y me preocupa es la tranquilidad con que dan rienda suelta a su basura mental, como creyéndose impunes y respaldados por el resto de sus compañeros.
Afortunadamente, uno de ellos ha roto ese silencio que sólo podía ser cómplice y se ha atrevido a denunciarles ante sus superiores, que han puesto en manos del juez el asunto. Una reacción lógica, aunque quizá insuficiente, porque se supone que habría cabido también la puesta en marcha de una investigación interna que pusiese cara, nombre y número de placa a personajes tan siniestros que, esta misma noche, saldrán armados a la calle, con autoridad para ejercer la violencia, identificar y detener a cualquiera que crean que les mira mal.
Sé, insisto en ello, que son apenas una minoría en el cuerpo, en éste y en otros, y que la mayoría de sus compañeros son excelentes servidores públicos, dispuestos a ponerse en riesgo para defender a sus conciudadanos. Por eso, me parece urgente que se identifique a estos personajes y que se les retire de la calle, donde, a priori, parece peligroso mantenerles con un arma en la cintura. No creo que sea necesario recordar que, entre los asesinos de la dominicana Lucrecia, que hace veinticinco años se convirtió en la primera víctima del odio racista, había un policía nacional, tampoco que, entre los violadores de "La Manada", a los que se juzga hoy en Pamplona por su "hazaña" de los sanfermines de 2016 había un militar y un guardia civil.
No quiero decir, señalándolo, que haya que sospechar de todos los uniformados. Todo lo contrario, lo que deseo es que los responsables de cualquiera de los cuerpos armados que hay en este país limpien sus filas de estos personajes, porque, ni en Madrid ni en ningún otro lugar, debería caber el odio uniformado.

lunes, 20 de noviembre de 2017

EL FOSO DE LA JUSTICIA



Pese a que he conocido en ella las castas, la soberbia, el desprecio por los de a pie y su afinidad con el poder, siempre he visto a la justicia como la última esperanza para quienes creen, creemos, en el Estado de Derecho. En cierto modo, sigo creyendo. Confío en las garantías que ofrece la posibilidad del recurso a instancias superiores, la esperanza que supone, para quien se ha sentido injustamente tratado por un juez o por un tribunal, poder recurrir esa decisión que ha considerado injusta, ante una instancia superior, siempre con más experiencia, siempre con más cabezas en el tribunal que amplíen la mirada sobre el caso.
En teoría nada hay que reprochar al sistema. Sin embargo, los plazos, los costes y todo aquello con lo que la Justicia pretende defenderse de la sistematización del recurso, del "recurrir por recurrir", del "tirar por elevación", por si en instancias superiores el viento soplase de otro lado, hace que la justicia acabe siendo un lujo al alcance de pocos, al alcance sólo de quienes tienen el tiempo y los recursos suficientes para "sostener" un caso durante años en los tribunales.
Por el contrario, eso mismos recursos, ese recorrer instancia tras instancia, utilizados por quienes tienen o han tenido el poder político y económico en sus manos, se convierte en una barrera, en un foso, en el que quienes sólo tienen la razón se ahogan, mientras los otros, los que controlan el poder desde siempre añaden más y más agua para hacer inalcanzable la orilla del resarcimiento justo.
La justicia como esperanza, como arma de defensa, y la justicia como arma ofensiva, no sólo porque ofende, con la que quienes han perdido el poder o lo ejercen en otros campos, atacan a quienes les suceden, a sabiendas de que, aunque, al final, resplandezcan la razón y la verdad ya será tarde o será mucho el daño causado al adversario.
Me estoy refiriendo, creo que no hay que explicarlo, a la ingeniería judicial del PP, diseñada en gran medida por el ínclito Federico Trillo, manifestada em esa ofensiva de recursos con los que el Partido Popular ha bombardeado siempre que ha podido todo lo que no podía controlar en el parlamento o en otras instituciones políticas, buscando subvertir en los tribunales la voluntad de las mayorías.
Fue así como se cepilló en el Constitucional el Estatut que los catalanes votaron en referéndum, ese sí, con garantías, en el año 2006, haciendo caer el polvo, los polvos, en los que creció la frustración de los catalanes, transformada en la avalancha de lodos de los últimos meses, en la que se puso en serio peligro el mismo Estado de Derecho que sólo, al final, el sentido común de unos sumado a la enorme torpeza de otros consiguió poner a salvo.
Lo malo es que es muy difícil convencer al PP de que deje los tribunales en paz, es muy difícil que lleguen a ver que eso de poner trabas a la justicia para que alcance tarde o nunca, a los suyos para alejar el castigo de quienes, ya es oficial, han financiado a su partido, dándole una ventaja insalvable desde la que hacer y deshacer, gobernando para los suyos, ni siquiera para quienes les votan.
En esa fase están ahora en Madrid y Valencia, poniendo palos en las ruedas de administraciones que quieren revertir en favor de los ciudadanos el resultado de años y años de gobiernos injustos que se han lucrado y han lucrado a los suyos, constructores y especuladores, mientras la justicia, la fiscalía, convenientemente infiltradas paraban o aceleraban los procedimientos al gusto de Génova.
Por eso quieren acabar con quienes quieren convertir a Valencia en una ciudad más justa y, por eso, quieren paralizar desde el Ministerio de Hacienda y desde los tribunales todos esos proyectos, todas esas obras, colegios, residencias de ancianos, centros culturales y sociales, que tan necesarios son para los ciudadanos.
Más de setecientos proyectos de ese tipo se han paralizado en la ciudad de Madrid, quizá porque no quieren que Manuela Carmena, la que, mientras fue decana de los juzgados de primera instancia de Madrid, acabo con las "astillas", los sobornos que atrasaban o adelantaban procesos a voluntad, enmiende con éxito la plana a los alcaldes populares que la han precedido, especialmente Gallardón y Botella, que durante sus mandatos rapiñaron lo que era de todos y para todos los madrileños.
Las Justicia como un foso, una trampa, con la que disuadir o ahogar a quienes quieren un mundo, una sociedad, mejor para todos.

viernes, 17 de noviembre de 2017

EXTREMADURA... TAN CERCA, TAN LEJOS


Recuerdo que, tras la revolución de los claveles, hace ya más de cuatro décadas, la madrileña estación de Atocha se llenaba de trenes en los que centenares de españoles, jóvenes y no tan jóvenes, partían para un largo viaje, toda una noche, que les dejaría en un país, hasta entonces olvidado y, por qué no decirlo, despreciado, al que peregrinaban en busca de esperanza y democracia. Recuerdo, aunque sólo de oídas, aquellos viajes, multitudinarios, aquella aventura de la que se volvía con una sonrisa, con la mochila llena de esperanza y con un pasaporte comprometedor porque traía el sello de un país en plena revolución que había dejado al nuestro el dudoso honor de convertirse en la única dictadura vigente en la Europa Occidental y recuerdo, también, aquel eslogan de la Oficina de Turismo de Portugal o como quiera que se llamase incitándonos al viaje con ese sugerente "Portugal, tan cerca, tan lejos".
El tren nocturno cruzaba Extremadura, repleto, para dejarnos en un país distinto, repentinamente más joven y afable. Hoy ya no. Hoy, para viajar en tren a Lisboa ya no se parte de la Atocha del AVE ni se cruza Extremadura, porque España decidió hace años dejar de ar la espalda no sólo a Portugal sino, también a Extremadura, trasladando la frontera del olvido hasta la meseta. Hoy, el tren nocturno a Lisboa sale de la avejentada estación de Chamartín y atraviesa Castilla-León, parando en Ávila y Zamora para entrar en Portugal por la Serra da Estrela, pasar por Coímbra y llegar por fin, tras casi once horas de viaje, a la luminosa Lisboa.
Las vías que cruzaban Extremadura hasta la frontera junto a Badajoz siguen ahí. Lo malo es esas vías, con sus decimonónicas traviesas de madera, con sus raíles inestables, al borde de la rotura, son las mismas de entonces y no hay junto a ellas un solo poste de tendido eléctrico que permitiese el paso de trenes más rápidos, más fiables y más rápidos y, por ello, los extremeños o quienes quieran viajar a Extremadura se ven obligados a hacerlo en trenes que, en el mejor de los casos, tardan más de seis horas en recorrer apenas cuatrocientos kilómetros. Y digo "en el mejor de los casos", porque, con demasiada frecuencia, los viejos trenes se averían, arruinando el viaje de sus pasajeros y los de los que deberían circular por esa vía decrépita y única sobre la que, como una ballena agonizante, se ha averiad en medio del campo, sin calefacción, sin cafetería, siquiera automática, porque, de haberla, tampoco suele funcionar, hasta que, cruzando sembrados, con el equipaje a cuestas, los pasajeros, niños, ancianos y enfermos incluidos, llegan hasta la carretera más próxima, donde un autobús recoge su cansancio y su cabreo.
Una situación, ésta, silenciada hasta el olvido, que sólo conocían los extremeños o quienes tienen a uno cerca, que, perpetuada en el tiempo, dicen que porque, al llevarse la crisis por delante el AVE a Lisboa, España renunció a hacer su parte y de paso a mejorar, mejor dicho, a adecentar las líneas que aún quedan en uso en Extremadura. Una situación arrinconada en los telediarios, las televisiones y las radios del resto de España, hasta que un grupo de extremeños, cansados y hartos de tanto olvido, decidieron plantarse en Madrid caracterizados como el Azarías, la Régula, el bajo y el resto de personajes de "Los santos inocentes" que Delibes inmortalizó como símbolo de la resignación, para, bajo el nombre de "Milana bonita", recordar al mundo que, en la España del AVE, una comunidad de dos provincias, de las más grandes, si no las más grandes del país, no tienen trenes siquiera fiables.
Su tesón y la gravedad de lo que denuncian han llevado a la movilización de miles de personas y, ajora, a la de los políticos, responsables en gran medida del lamentable estado del ferrocarril en Extremadura, que ahora quieren ponerse al frente de la manifestación para rentabilizar la protesta que mañana llega a Madrid. Una vergüenza más, una albarda sobre otra albarda, por parte de quienes han consentido, desde la izquierda y la derecha, desde Rodríguez Ibarra a Fernández Vara, pasando por el viajero Morago, con González, Aznar y Rajoy desde Madrid, han consentido, insisto, que la olvidada Extremadura siga ahí, tan cerca, tan lejos.

jueves, 16 de noviembre de 2017

EL HEDOR DE LA MANADA



Si algo hay más horrible que la salvaje agresión que esos cinco machos recalentados llevaron a cabo en los sanfermines de 2016 contra una joven de apenas dieciocho años a la que violaron en masa, aprovechándose de su embriaguez y su miedo, eso que supera el horror de aquella noche en un portal de Pamplona no es otra cosa que la reacción de una parte de la sociedad, medios de comunicación incluidos, que trata de justificar la brutalidad de quienes se hacen llamar "La Manada", poniendo en duda la actitud de la víctima, acusándola poco menos que de haber consentido, si no incitado, a sus agresores,
Que haya salvajes frustrados en su día a día que necesiten perderse en la multitud y el alcohol de una noche de fiesta para desatar sus complejos más oscuros puedo llegar a creerlo. Lo que ya me resulta increíble es que haya una familia, supongo que habrá en ella madre y hermanas, que, para aliviar la culpabilidad de su "niño" contraten detectives para husmear en la vida de la víctima a la búsqueda de comportamientos o actitudes que justifiquen la salvajada del hijo de su cliente, como esos cerdos que hozan la tierra en el monte, a la búsqueda de las trufas que luego se queda su amo. Desespera y cómo comprobar que la sangre, la tradición y eso que esconden bajo el manto de la cultura sigue valiendo para justificar lo injustificable, para justificar desde el grupo, el clan, y sus falsas razones lo que, de uno en uno y desde el otro lado de la tragedia, aborrecerían.
Pero esa basura está ahí, conviviendo con nosotros, y no es tan difícil toparse con ella. A veces basta con encender el televisor una mañana y encontrarse en él con un tal Nacho Abad, experto en morbo y manipulación, eso que todo buen periodista debería esquivar, al frente de un despliegue tecnológico encaminado a encontrar en las grabaciones que aquella noche hicieron las cámaras de vigilancia de las calles de Pamplona, algún gesto, alguna sonrisa, alguna mirada, que diese a entender complicidad entre la víctima y sus agresores, como si querer pasárselo bien o, incluso, coquetear con uno de ellos pudiese interpretarse como el consentimiento para lo que luego ocurrió.
La defensa de esos cinco energúmenos, todos lo son, sea cual sea su papel en la agresión, argumenta también que la joven, una vez en el portal, no opuso resistencia, ignorando que, ante la superioridad del grupo, el aparente asentimiento, que no consentimiento, no es más que una forma de defensa, una minoración de los daños, en una situación en la que puede estar en juego la vida.
Nadie en su sano juicio puede pensar que, con dieciocho años y en uso de sus facultades, una mujer acceda a dejarse manosear y penetrar de todos los modos imaginables por cinco hombres. Por eso no soy capaz de entender a quienes tratan de justificar lo ocurrido. No soy un pacato en cuestión de sexo y no descarto nada en él, siempre que haya consentimiento consciente entre quienes lo practican. No me puedo imaginar, por eso, en medio de una situación como aquella. Una situación, no sólo buscada, sino anunciada por los agresores, que, camino de Pamplona, imaginando lo que pensaban hacer y una vez cometida su tropelía se pavonearon en "las redes" con el trofeo de la grabación de aquello, como los cazadores posan con su trofeo después de abatirlo.
Produce arcadas saber que compartes la calle o un asiento en el metro con personajes así, pero más las produce que el juez que ha de decidir la pena para los acusados haya admitido la inclusión en la vista de ese informe despreciable de un detective de parte, porque al juez no deben importarle lo que ocurrió antes o después de la agresión, porque una mujer, una mujer cualquiera, no necesariamente la víctima, cuando dice no o cuando, ante la presión de un grupo como aquel, no encuentra fuerzas para decirlo, debe ser protegida por la ley. 
Sin embargo y por desgracia, en ese juicio podemos esperar cualquier cosa, porque la manada, las manadas se manifiestan de muchas formas, dejando siempre su hedor allá por donde pasan.

miércoles, 15 de noviembre de 2017

¿LA INDEPENDENCIA ERA ESO?


Hace ya tiempo que, ejerciendo el periodismo, llegué a  la conclusión de que las cosas son tan simples como parecen, de que, parándose a pensar el tiempo suficiente, analizando los pros y las contras de las cosas, siguiendo con calma los acontecimientos, podemos llegar a  conclusiones que se aproximan bastante a la realidad, que, a veces, un análisis calmado explica mejor lo que ocurre que todas las filtraciones con que "nuestras fuentes", siempre interesadas, tratan de llevarnos de la mano hasta "su" verdad.
Digo esto a propósito de los últimos acontecimientos en torno al futuro de Cataluña y sus líderes, que se están precipitando en un sentido aparentemente, sólo aparentemente, sorprendente, inconcebible hace tan solo unos días. Vaya por delante la constatación de que en el campo soberanista nada se hace "por libre", que todo lo que sus líderes hacen o dicen lo hacen perfectamente coordinados o, al menos, eso nos dicen, que la "fuga" de Puigdemont y parte de su gobierno formaría parte de una estrategia, de un plan maestro, que perseguiría sembrar y recoger una cosecha de solidaridad internacional que, de momento, no parece acabar de brotar. Por eso, cobra importancia que, en medio de ese escenario de resistencia numantina, de repente, unos y otros, en Cataluña, Madrid o Bruselas, hayan cambiado su discurso casi al unísono.
Ahora, después de meses de manifestaciones masivas en apoyo de sus declaraciones y movimientos, después de pasarse por el forro la Constitución y el estatuto vigente, después de aprobar a asolas y con la luz apagada las leyes de referéndum y transitoriedad, después de forzar a costa de las espaldas de los ciudadanos la celebración de un referéndum ilegal e imposible de homologar por nadie, digan ahora que Cataluña no estaba preparada para culminar el proceso, su proceso, para convertirse en un estado independiente, para saltar al vacío como le pedían sus líderes más locuaces, con sus espaldas bien cubiertas casi todos.
No sé a vosotros, pero a mí me pone los pelos de punta y me enerva escuchar ahora a Artur Mas o a Joan Tardá, por poner a uno de aquí y otro de allá, del PDeCat y de ERC, decir casi al unísono, insisto, que no estaban preparados para la independencia, que, de aquellas elecciones plebiscitarias de las que salió su exigua mayoría parlamentaria no salió la mayoría social que hubiese hecho posible la independencia. Lo dicen ellos, lo han dicho y lo dirán ante el juez quienes han sido y serán llamados a declarar, siguiendo el camino mostrado por Carme Forcadell, que salió del Supremo bajo fianza y con el compromiso de acatar y respetar la Constitución y el 155.
El resto seguirá esa senda, como digo, porque es muy difícil, casi imposible, pasar del despacho y el coche oficial a una celda o al patio de una prisión, como le ha ocurrido a la mitad del fugado Carles Puigdemont. Es duro y difícil y estamos hablando de los miembros de un gobierno, que lo fueron hasta hace dos días como quien dice, no de militantes de una organización clandestina, conjurados y bragados en el sacrificio y el sufrimiento, y les piden bastanntes años de prisión a cada ino. Es duro y cada vez más difícil mantener esa movilización permanente, ese "las calles son y serán nuestras, con el que llevan semanas soñando, y más duro es estar obligado a mantenerlo, cuando nada de los prometido a la gente se está cumpliendo, cuando la economía se desmorona, cuando la anunciada ocupación por las fuerzas del Estado no se ha producido ni parece que llegue a producirse. Es muy duro pasarse la vida en una colecta para sufragar multas, viajes y estancias en Bruselas y ayudas familiares a los presos. Más que duro, es imposible sostenerlo durante mucho tiempo.
Por todo eso, este golpe de timón tan espectacular como inesperado, un bandazo que me da qué pensar, una conversión generalizada a la razón que coincide, curiosamente, con los primeros pasos del juez Llerena, del Supremo, para hacerse con las causas instruidas por la juez Lamela de la Audiencia, que, al tiempo, se traducirán en la libertad de los detenidos.
Dicen quienes reniegan ahora de la viabilidad de la independencia que no esperaban tanta dureza del Estado y yo creo que lo que quieren decir es que no esperaban que fuese tan duro soportar la dureza, no del Estado, sino de sus leyes. Por eso ese agachar las orejas que sólo puedo interpretar como una escenificación pactada y acordada del fracaso de una locura imposible que ha causado demasiados destrozos y ha hecho demasiado daño a Cataluña y los catalanes.
No llego a imaginar qué consecuencias tendrá todo esto en las urnas, ni puedo imaginármelo, porque nunca he sido ni seré nacionalista, ni siquiera o mucho menos español, pero, si la independencia era esto y, salvo que desde Moncloa repitan errores pasados, dudo que el soberanismo repita resultados.

martes, 14 de noviembre de 2017

ADA PILATOS


Poncio Pilatos, el prefecto de Judea que envió a la cruz a Jesús ha pasado a la Historia como ejemplo de eso que los castizos llaman “nadar y guardar la ropa". De hecho, Pilatos, que no quiso llevar sobre su conciencia la sangre de un inocente, dejó al populacho a decisión de enviar o no al nazareno a la tortura y la cruz, decisión que a él le correspondía como máxima autoridad del imperio romano en Judea, mientras se lavaba las manos ante ellos, dando a entender que la no era suya la última palabra.
Pilatos sabía perfectamente que la muerte del reo no concordaba con las leyes que le había tocado administrar. Por eso, no queriendo enfrentarse a la "caverna" del integrismo religioso judío, que veía a Jesús como un peligro, dejó la decisión a la turba concentrada ante su palacio.
Al final, Pilatos quiso quedar bien con unos y con otros, ha pasado a la Historia repudiado por unos y por otros y como ejemplo de quien se esconde tras la masa para no asumir sus responsabilidades y su gesto, lavarse las manos, como ejemplo de aquel que no quiere buscarse problemas decidiendo.
Algo así acaba de hacer Ada Colau, mi admirada luchadora social, adalid de la lucha contra los desahucios, injustos y crueles, que tantas vidas arruinaron en esta maldita crisis, que, una vez en la alcaldía, como en el juego de "el rey de la montaña", parece más preocupada por conservar la vara que por mantener la coherencia.
Nunca un alcalde de Madrid o Barcelona ha estado tan pendiente de los medios como lo ha estado ella. Y digo bien, porque solicitudes de entrevistas y participación en debates televisivos se reciben todos los días en casi todos los ayuntamientos importantes y lo que merece admiración, al menos para mí, no es repetir el mismo discurso cansino e inane, cuando no contradictorio, por estudios y platós de media España. 
Pues bien, eso es lo que viene haciendo Colau desde que el procés se manifestó en toda su crudeza, hablar de unos y de otros, como si el asunto no fuera con ella ni con los millares de ciudadanos a los que representa. Ada Colau, con su tono de voz condescendiente, como de hermana mayor que sabe todas las respuestas y aconseja a los pequeños desde su sabiduría indemostrable. Cuando habla, teje un discurso largo, larguísimo, en el tono monocorde del niño que improvisa la lección que aún no tiene aprendida, entrando y saliendo de los charcos que pisa, como ese reptil, el basilisco, que, a base de velocidad, en su caso de palabra, es capaz de caminar sobre el agua sin hundirse ni mojarse.
Pero todo tiene un límite y en algún momento se va más lejos de lo que se debería haber llegado y ese discurso hipnotizante no basta para explicar lo que no tiene explicación. Y eso es lo que ha ocurrido con su decisión, delegada en las bases, pero promovida, como siempre, desde la élite, de romper el pacto con el PSC desde el que gobernaba hasta hoy el Ayuntamiento de Barcelona.
Para lo que ha hecho, sólo encuentro una explicación, la de que su partido no quiere aparecer en la foto previa a las elecciones del 21 de diciembre de la mano del PSC, al que, hoy mismo, ha acusado de la aplicación del 155 en Cataluña y a su líder, Miquel Iceta, de "hacerse selfis" con el PP, como si los suyos con Puigdemont o Junqueras no hubiesen existido.
Aún es pronto para el salto de la alcaldesa a las autonómicas o a las generales. Quizá, ya, no sea ni siquiera posible y, por eso, ha hecho esta maniobra más efectista que otra cosa, con la que su partido se haría perdonar el pacto con el PSC en el ayuntamiento, lo que agudizaría su perfil soberanista y, de paso, garantizarse un apoyo de Esquerra que quizá acabará necesitando en las próximas municipales.
Ada Colau, pensando en su propio interés o en el de su partido más que en el de los barceloneses, se ha comportado como el prefecto Pilatos, dejando la ruptura del pacto en manos de la exigua mayoría de una asamblea, lo que no debe olvidar es que, sin salir de la Historia ni del Imperio y como dijeron a los asesinos de Viriato, “Roma no paga traidores".

lunes, 13 de noviembre de 2017

LA HORA DE LA VERDAD


Si el diario LA VANGUARDIA quisiese repetir la foto de los candidatos a las elecciones catalanas de 2012, aquellas que calificó como "las más importantes de la Historia de Cataluña", no podría hacerlo. Y no podría, en primer lugar, porque el  precioso velero que aparecía en el dique seco, con todos los candidatos, los de entonces, sentados en su borda, mirando cada uno hacia su propio horizonte, sobre un dique seco, ya no flota, ni podrá hacerlo, destrozado como está contra las rocas de la realidad, mientras la falsa tripulación de la foto anda desperdigada junto a los restos del naufragio aquí y allá, tras los muros de una prisión, en un aeropuerto, camino de Bruselas, desorientados y con el agua al cuello en medio del oleaje de su propia ambigüedad o cargados con el pesado salvavidas de la Constitución, que lo mismo sirve para flotar que para mantenerse a flote. Aunque, ahora que lo pienso, si la foto no es posible s porque hoy, después de todo lo que ha pasado, no está el horno para bollos.
La manifestación del sábado en Barcelona, con todo su despliegue tecnológico, con la cobertura nacional hecha por la Sexta, con sus vídeos de aquí y de allá, parecía casi una visita papal cubierta por el Telemadrid o el Canal Nou de los peores tiempos. La manifestación, hiperbólica, con todas sus exageraciones, con esas canciones escritas en otros tiempos y por otros motivos ¿qué hubiese dicho Elisa Serna de haber vivido para escuchar su "Esta gente que querrá”, su homenaje a Enrique Ruano, asesinado en pleno franquismo, ¿travestida en reivindicación para la libertad de “los jordis” y los miembros del Govern encarcelados?  ofendía a quienes tenemos memoria de la verdadera represión. La manifestación que, con toda esa parafernalia de móviles encendidos como linternas, que mi amigo Bernardo, que ha cubierto con sus cámaras y más de un golpe centenares de ellas, ve más como un desfile que como verdadera manifestación parece haber sido, al menos de momento, el punto y aparte que dará paso a la carrera egoísta y enloquecida hacia las urnas.
Así, los comunes de Ada Colau no han tardado ni veinticuatro horas en hacer saltar por los aires el pacto que les ha permitido gobernar el ayuntamiento de Barcelona, acusando al PSC de haberse ido a la derecha, apoyando "el 155", como si el PDeCat de Puigdemont o Esquerra fuesen partidos de la izquierda. Aunque no puedo dejar de sospechar que, si lo hacen después de haber echado unos rapapolvos a los independentistas, como esos padres que, para "compensar" el excesivo castigo infligido a uno de sus hijos, regañan, eso sí, con la boca pequeña, al otro, es porque, a sabiendas de que, si quieren crecer, no va a ser por el lado socialdemócrata y opuesto a la DUI, tratan de reubicarse y aparecer "apetecibles" para los huérfanos del sueño soberanista.
En el otro lado, lo que hasta ayer era solidaridad y unidad de acción se ha transformado, en gran parte por culpa del veleidoso Puigdemont, en estampida y "si te he visto no me acuerdo", con un PDeCat en ruinas, dinamitado por los personalismos, si no egoísmo, de sus líderes que ven las elecciones, más como la túnica mágica que les haga invisibles a la justicia, que como la oportunidad de servir a ese pueblo que dicen representar. También es egoísmo lo de Esquerra, que, viéndose premiados con la imagen de verdaderos pilotos del procés quieren, a toda costa, soltar el lastre que le supone haber sido los socios del partido de esa burguesía catalana, amante del poder cueste lo que cueste. En cuanto a la CUP, verdadero lubricante de la maquinaria del procés, viagra de esta erección imposible, se ve que está aprendiendo y se presenta a unas elecciones que ha descalificado hasta la saciedad y lo hace en solitario, quizá porque "a la fuerza ahorcan".
De Ciudadanos y el PP, queda poco por decir, salvo que los de Rivera han mostrado, a propósito de Cataluña, su verdadero rostro, adelantando al PP por la derecha, por inverosímil que parezca. tanto que, en ocasiones, Xavier García Albiol, que saltara a la fama como alcalde xenófobo de Badalona, llega a parecer moderado.
En fin, aprovechemos, especialmente los catalanes, estos días previos a la campaña, para rumiar y digerir todo lo que ha pasado estos días, todos los sobresaltos, las volteretas y los "alehops" que los actores de esta tragedia "asainetada" han desplegado ante nosotros. Llega ahora la hora de la verdad o, quién sabe, la de la mentira más maquillada, ese momento en el que los partidos hacen lo único que verdaderamente saben hacer: ganar o perder elecciones. Lo otro, lo de gobernar, es una manera de pasar el rato, matar el tiempo hasta las próximas.

viernes, 10 de noviembre de 2017

CATALUÑA NO SE LOS MERECE


Cuando ayer me fui a la cama conociendo la decisión del juez del Supremo y, sobre todo, lo más significativo de los autos en que expresaba su decisión de fijar fianza para los miembros de la mesa del Parlament de Catalunya que votaron la Declaración Unilateral de Independencia, confieso que en lo primero que pensé fue en lo deprimido que me sentiría de haber sido uno de todos esos ciudadanos catalanes que han creído y creen de buena fe en todas las promesas hechas por Mas, Puigdemont, Junqueras y los suyos, una vez comprobado que su firmeza, a la hora de la verdad, dura lo que dura la visión de los barrotes de una celda, de la que nunca les librarían el crowfunding ni las colectas con que, hasta ahora, acostumbraban a sufragar las multas.
Que conste que no acabo de creerme la aparente sinceridad de Carme Forcadell, la misma que se sentó con descaro sobre el reglamento del Parlament y los derechos de la oposición, para hacer, de la capa de autoridad ecuánime a que su cargo le obligaría, un sayo de iniquidad para pasar por encima de todo y de todo. Que conste que soy de los que sospechan que la sumisión ante el juez puede ser sólo una estrategia para eludir la prisión, sea por razones individuales y egoístas o pensando en mantener viva en la calle la llama de una causa que, desde la cárcel sería difícil alentar.
Lo cierto es que Carme Forcadell, de carrera política tan fulgurante como Puigdemont, reconoció que la DUI no llegó a proclamarse, porque nunca se votó implícita ni explícitamente los días siete y ocho de octubre. También que se somete al artículo 155 de la Constitución que disolvió la cámara de la que sigue presidiendo la Diputación Permanente y que se compromete a dejar la política o a seguir en ella dentro del marco constitucional. Quizá una estrategia, pero, en todo caso, una estrategia que no deja de conllevar una cierta indignidad y no menos humillación.
El tiempo nos dirá si Forcadell y sus compañeros engañaron al juez y si el juez Pablo Llarena aplicó las medidas suficientes para evitar una actividad ilegal y clandestina de los encausados. El tiempo nos dirá también de qué manera el aparato de propaganda de la causa independentista digiere lo sucedido ayer en Madrid.
La verdad es que, para ello, tiene a su favor que no ha habido entre la gente de a pie tantos detenidos ni procesados como los hubo en las protestas ciudadanas contra la política austericida del gobierno del PP, con lo que no cabe el agravio comparativo, pero, aun así, será difícil explicar a toda esa gente que ha ocupado la calle durante días, a la que soportó las cargas policiales para votar o para defender un referéndum, el del 1 de octubre, al que Forcadell no concedió ayer validez alguna.
El tiempo nos dirá, además, en qué quedan todas esas discusiones entre familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo que ha abierto este tortuoso proceso, en el que la falsedad o la torpeza de unos y otros ha abierto enormes heridas y ha exacerbado los ánimos en una sociedad que tradicionalmente se había mostrado pacífica y razonable. 
Y, ante todo esto, cabe plantearse cuál va a ser el coste personal que habrán de pagar quienes, por sus ansias de gloria, por su impaciencia, para taparse las vergüenzas de la corrupción o, simplemente, por sus ambiciones personales, han arruinado el sueño de tantos catalanes decentes y, de paso, el prestigio y la riqueza de un territorio, Cataluña, que, hasta ahora, era reconocido como uno de los más avanzados de Europa.
No, de ninguna manera debería salirles gratis tanto desatino. De alguna manera habrán de pagar el enorme destrozo que están dejando tras de sí, porque ni Cataluña ni la buena voluntad de quienes les han creído se los merecen.

jueves, 9 de noviembre de 2017

CATALUÑA SECUESTRADA

Si hace tan solo unos meses me hubiesen dicho que estaría hoy expresando mi repudio hacia una huelga, hubiese pensado que yo o m interlocutor, uno de los dos o los dos al mismo tiempo, se había vuelto loco. Sin embargo, hoy me veo cabreado y mucho por el abuso que supuso ayer, no la huelga en sí, que apenas tuvo seguimiento, sino por las consecuencias que tuvo dirigir grupos perfectamente organizados de jóvenes, la mayoría estudiantes contra las carreteras y las vías férreas para, una vez colapsadas, impedir el normal acceso de quienes no querían secundar la huelga a sus puestos de trabajo.
Viendo lo ocurrido ayer, he llegado a pensar que, en realidad, somos personajes de un vídeo juego en manos de un mono loco y es que no llego a entender qué pretenden quienes pilotan "el procés" al cabrear a una gran parte de la población a la que privaron, no sólo de movilidad, sino del acceso a hospitales, colegios y centros oficiales o transportes que, sí, estaban atendidos por su personal, pero al otro lado de un piquete o un monumental atasco provocado por la intervención de unas pocas decenas de personas.
Cuando, en el transcurso de uno de los telediarios de tarde noche, se conectó con la estación del AVE en Sants y fui testigo del cabreo, la angustia o la desesperación de quienes no podían viajar porque unas decenas de jóvenes, a los que luego fueron sumándose más, habían ocupado las vías, cerrando toda posibilidad de viajar, no podía creer lo que estaba viendo, sobre todo porque, allí, no había un solo policía para impedirlo. Algo que vino ocurriendo todo el día en puntos clave de los accesos a las principales ciudades, dejando a millares de personas, entre las que había ancianos y niños, atrapados a la intemperie y en medio de un otoño helador.
Fue necesario movilizar a la Cruz Roja para atender a toda esa gente que, durante horas, no pudieron hacer otra cosa que desesperarse y acordarse de la sangre de esos niñatos que, como en un juego, les dejaron tirados en la carretera. De todo lo que pude ver, fue eso lo que más me impacto: la juventud de quienes integraban los piquetes. Jóvenes, muy jóvenes, alumnos de institutos o de los primeros cursos de cualquier facultad que, aparentemente sin violencia, pararon el tráfico en media Cataluña, exasperando a todo un país.
Me cuesta creer que quienes están detrás de lo de ayer esperasen obtener algún beneficio de toda esa violencia moral que supone paralizar un país, imponiendo la voluntad de unos pocos, perfectamente organizados, sí, pero sólo unos pocos, a toda la ciudadanía. Me cuesta creer que vaya a haber mucha gente dispuesta a sumar su voto al de quienes están hundiendo un país al que, con movimientos bien medidos, perfectamente calculado, encomendados a jóvenes a todas luces aleccionados y, sobre todo, mal informados de las consecuencias de lo que hacen. Me cuesta creer, incluso, que quienes están al frente no estén trabajando para "el enemigo"
También me cuesta creer que no fuera posible acabar con estos cortes de carreteras y vías de tren en un primer momento. Me cuesta creer que la pasividad de los mossos de esquadra y otras fuerzas policiales no fuera intencionada. No sé si fue sólo mala conciencia por las cargas del primero de octubre o si se tardó en intervenir porque quienes pilotan el 155 también han llegado a la conclusión de que "cuanto peor, mejor".
De momento, los organizadores de la mayor feria de telefonía del mundo el World Mobile, que riega Barcelona de millones, llenando hoteles y restaurantes, bajando las banderas de todos los taxis y agotando las existencias de las tiendas de recuerdos, se están planteando sacar su feria de una ciudad, de un territorio desestabilizada, que ayer permaneció secuestrado durante horas por quienes, como les gritó una pasajera del AVE frustrada y desesperada en la estación de Santas, no son más que niños.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

EL ILUSIONISTA Y SU CLA


Puigdemont es listo y no puede negarse que hay una cierta astucia en lo que hace y en cómo lo hace. Sin embargo, todo su esfuerzo y todo el sacrificio que, voluntario o no, se exige de los catalanes corre peligro de ser insuficiente para evitar el descarrilamiento de un tren lanzado a demasiada velocidad por una vía incapaz de soportar sus despropósitos.
Además, no hay que despreciar el hecho de que todo lo que hace o dice el ex president tiene un doble significado o, cuando menos, un doble uso. Sin ir más lejos, su presencia en Bruselas, que, más allá de provocar una crisis de confianza en el precario gobierno belga, apenas ha tenido resultados en el presunto fin perseguido de llamar la atención de las instituciones europeas sobre Cataluña y, cuando lo ha hecho, ha sido para obtener un rapapolvo como respuesta.
Queda pues claro que, si ese era el fin, el fracaso es evidente. Ahora bien, el otro fin, el oculto, el inconfesable, el de ponerse fuera del alcance de la justicia española, ese en el que realmente se ha echado el resto, está plenamente conseguido, porque se ha abierto una ventana de tranquilidad de dos o tres meses, a lo largo de los cuales el garantismo de la justicia belga asegura que, ni él ni los consejeros huidos serán entregados a España.
Por lo demás, semana y media después de poner pies en polvorosa, la presencia de Cataluña en la prensa internacional y sólo esos numeritos, esas atávicas coreografías organizadas a mayor gloria del procés y su conductor, con los alcaldes, bastón en ristre, de gira por Europa, a cuenta de los vecinos, independentistas o no son capaces, por lo vistoso de la estampa, son capaces de llamar la atención de los corresponsales, para quienes se monta en exclusiva el espectáculo.
Con ese fondo, con esa cla entregada a su causa, Puigdemont lanzó ayer su discurso, más exagerado que nunca, desplegó una y otra vez la paradoja de pintar un país opresor, en el que "ya no es posible vivir", ante un público entregado de doscientos alcaldes, de los más de ochocientos con que cuenta Cataluña, trasladados a Bruselas sin el menor problema con un billete de avión pagado con fondos de sus ayuntamientos, algo difícil de imaginar en la Turquía de Erdogán, con la que un día sí y otro también, se compara a España, entre otras cosas porque esos alcaldes, si así lo quisieron pudieron dormir esa misma noche en sus casas. en la oprimida Cataluña.
Paradójico y esclarecedor, porque Puigdemont sólo habla para convencidos, para su propia cla, y lo hace para atacar sin piedad a todo aquel que no le da la razón, para reprender con dureza a quienes no le hacen caso en las instituciones europeas y para animar a la sublevación a territorios europeos aparentemente calmados.
Todo un despropósito por parte de quien reclama la solidaridad de esos países y esos territorios a los que enmienda la plana. Un despropósito sólo equiparable a las mentiras con que, ebrio de soberbia, salpicó toda su intervención, hablando de maltrato a los consejeros detenidos, mientras recordaba que España había sido condenad, en otros tiempos, aunque sobre eso pasó de largo, por torturas. También se refirió a esos consejeros y a los dirigentes de ANC y Òmnium detenidos como presos políticos, algo que se hizo insoportable y ofensivo para quienes realmente habían conocido las torturas, a veces la muerte, en las comisarías y cárceles franquistas.
Transmitido en directo por alguna que otra televisión aquí en España, fue el discurso de un ilusionista destinado a engañar a quien quiere dejarse engañar, hacerse la ilusión, de que lo que el que ocupa el escenario tiene entre las manos es lo que muestra y no lo que esconde. Un espectáculo absurdo en el que la cla, los alcaldes de los bastones no fueron más que un decorado humano que aplaude acrítico los números, destinados en realidad a otra gente que ni se inmuta con ellos. Aunque el éxito de ese espectáculo es el de ocultar con su humo de colores la realidad, esa que se manifestó esa misma mañana en el Congreso en el testimonio de un policía de la UDEF señalando a Rajoy, Trillo o Cascos como destinatarios de los sobres de la Gürtel

martes, 7 de noviembre de 2017

DUEÑOS DEL RELATO


Empiezo a estar cansado, sin no asqueado, de todos estos corredores de fondo se la historia que viven encapsulados en su propio relato y que ven la actividad política como una carrera de obstáculos y nada más. estoy cansado de quienes lo tienen todo tan claro, a uno y otro lado, y sólo ven la meta, nunca el paisaje que cambia a su paso, porque el camino lo traen memorizado de casa y, como si llevasen un GPS sin actualizar, por seguir a "la voz" son capaces de acabar en medio del peor de los atascos o en un camino cortado por unas obras imprevistas, creyendo o haciendo creer a sus compañeros de viaje que ya están en el destino soñado.
Empiezo a sentir una cierta angustia ahora que veo hasta donde han sido capaces de llegar quienes se han hecho con el relato y, si lo estoy, es, principalmente, porque reconozco en mí la culpa de quien no ha hecho a tiempo los deberes, de quien ha escuchado barbaridades, exageraciones y mentiras y no ha hecho nada, de quien ha preferido guardar un silencio prudente en vez de tomar partido por la verdad que, al final, debería ser lo único importante.
No sé si me pasa sólo a mí, si es una especie de intolerancia, de hipersensibilidad, una alergia a tantas mentiras y tan burdas como se nos han contado, pero el caso es que estoy harto, cansado de que se pida libertad en un universal inglés para un país en el que durante dos semanas las calles han estado llenas de gente con sus banderas, sus pancartas y sus lemas, nunca improvisados o escritos a mano sobre sábanas o cartones, sino delicadamente impresos y repartidos en kits que recordaban a los de la visita a Madrid de Benedicto XIII, la última hazaña de Ruiz Gallardón al frente del ayuntamiento de Madrid.
Me duele todo esto, porque, por lo que sea, porque, mientras unos estaban lamiéndose las heridas de su división y otros tapándose las vergüenzas de su corrupción, los independentistas, ante los atónitos ojos de quienes tanto sufrieron y tanto lucharon por la democracia, reclamaban, desde un parlamento en el que contaban con mayoría más que suficiente para trabajar por el bienestar de la ciudadanía, un parlamento y un marco legal autonómicas que para sí quisieran otras muchas regiones autónomas o aspirantes a serlo en Europa, una libertad presuntamente inexistente, difuminada y envuelta en esa nebulosa de mitos históricos de difícil probatura, verdades a medias y mentiras descaradas.
Cuando la juez de gatillo fácil Carmen Lamela aceptó a pies juntillas la querella del fiscal contra los líderes de las "entidades" ANC y Òmnium y los mandó a prisión sin pestañear, comenzó a extenderse aquello de que eran los primeros presos políticos de la democracia y, de paso, que lo de España, lo del Estado, como gustan de decir, no era democracia sino franquismo, se me encogió todo lo que en mí quedaba de aquel muchacho ilusionado que vio desaparecer la dictadura en España y me acordé de todos esos amigos y compañeros de la universidad que pisaron comisarías y prisiones, muchas veces por el mero hecho de llevar barba o el pelo largo y vestir aquellas míticas trencas, por hacer una pintada o por hablar de determinadas cosas más alto de lo debido.
Me pregunté entonces, como Alberto Garzón, qué hubiese dicho Marcos Ana, veinte años en las cárceles franquistas por nada, o qué hubiese dicho Ramón Rubial, el presidente del PSOE que pasó media vida en prisión, o Marcelino Camacho, Simón Sánchez Montero, o la familia de tantos y tantos jóvenes o no tan jóvenes, abatidos por los disparos de la policía franquista o por fascistas, estos de verdad y armados, al servicio de la misma. Me pregunté y me pregunto qué hubiese sentido Simone Weil, superviviente de los campos de exterminio de Hitler, al ver a Carles Puigdemont rondando el Parlamento Europeo que ella misma presidio, reclamando asilo para sí y una libertad que ya tiene para Cataluña.
Me indigno. Y me indigno porque los que tenemos unos años y hemos sufrido la dictadura, aunque sólo fuesen sus últimos coletazos, sabemos muy bien que aquello no tiene nada que ver con lo de hoy, cuando es más fácil ser maltratado, golpeado, o incluso morir, a manos de los mossos o cualquier otro cuerpo policial al lado de un bar o una discoteca que en una manifestación.
Se han hecho dueños del relato. Han tenido los medios y los guionistas apropiados y han entendido lo que el gobierno de España y los partidos de la oposición no han querido entender, que el que da primero da dos veces y que una imagen vale más que mil palabras. Por eso han echado el resto en publicidad y o propaganda, por eso, por esa falta de reacción o por una reacción tardía a su falso relato, "cuelan" con tanta facilidad sus mentiras y exageraciones. Hemos callado demasiado, por apatía o por creer inverosímiles sus mentiras, y ahora, como digo, son los dueños del relato.

lunes, 6 de noviembre de 2017

PARA NO HABLAR DE...


Comienza hoy para los españoles, catalanes o no, con banderas o sin banderas, una nueva semana, la enésima, en la que la información chorrea "procés", saturada como un bizcocho que ha se ha mojado más de la cuenta en el café y amenaza con romperse sobre la taza, arruinando todo lo que queda al alcance de sus salpicaduras.
Con Puigdemont estrenando libertad provisional, después de haberse entregado a la justicia escogida para no ponerse en manos de la justicia que le corresponde, esa a la que aceptó someterse al jurar la Constitución cuando asumió la presidencia de la Generalitat, mientras Junqueras y más de la mitad de sus compañeros en el gobierno cesado llevan ya días en prisión, queda claro que el president cesado no buscaba en Bruselas el paisaje, más bien gris, ni el foro desde que divulgar a los cuatro vientos las bondades de su fallida república o la maldad exagerada de eso que llama Estado y que no es otra cosa que la España que no le la razón. sino más bien un sistema judicial a la medida de sus necesidades, que no son otras que alejar los barrotes de su vida.
Digo esto, porque en la semana que lleva en la capital belga, apenas ha mantenido contacto con la prensa y, mucho menos, se ha expuesto a las preguntas de periodistas suficientemente informados de lo que está pasando en España y Cataluña. No hay más que ver la entrevista "ad hoc" que se le hizo en la televisión belga o su ridícula comparecencia en el Club de Prensa de Bríselas, en la que negó el derecho a preguntar a quienes eran mayoría en la agobiante sala, los periodistas españoles, excepción hecha de la televisión catalana, buscando quizá preguntas cómodas de voces aterciopeladas que le garantizasen, además, la difusión buscada. aunque no explicaciones a la mayor crisis abierta en España desde el veintitrés de febrero de 1981.
Y es que, desgraciadamente, esa ha sido la estrategia seguida por tirios y troyanos desde que estalló la crisis, teniendo en cuenta que, cuando digo crisis, no me refiero al "procés" sino a la crisis económica que ha devuelto a la sociedad española a los setenta del siglo pasado, la que ha abierto el abismo que hoy separa a los ricos, cada vez más ricos, de los pobres que, con trabajo o sin trabajo, llevan años sin llegar a final de mes.
En el origen de todo está, más allá de la torpeza o cara dura de Puigdemont, aún no me inclino por la una o por la otra, Artur Más que, con el caso Palau y la trama del tres por ciento al descubierto, amén de la sangría de recortes en la que fue pionero en España, encontró en la senyera el parapeto tras el que refugiarse o, en términos taurinos, la muleta con la que alejar el toro de las protestas ciudadanas de sí mismo y de su cuadrilla, un morlaco del que sintió cerca la cornamenta, cuando, después de las cargas contra los concentrados del 15-M en la Plaça de Catalunya, tuvo que volar en helicóptero para escapar de quienes cercaban el Parlament que estaba aprobando las duras medidas y recortes que había diseñado su gobierno.
Fue entonces cuando él y su partido abrazaron la independencia que hasta entonces habían rehuido, fue entonces cuando comenzó a dejarse fotografiar con esteladas, cuando se acercó a Junqueras y se alejó de Durán Lleida, y cuando antepuso los sueños independentistas de una parte de los catalanes el bienestar de todos. A partir de ahí, todo lo que no fuese "procés" quedaba relegado. Las escuelas, los hospitales, los parados o las residencias de ancianos, los comedores sociales o las infraestructuras sin el tristemente famoso "tres por cuento" quedaron en un segundo plano, tras la quimérica república catalana", del mismo modo que las peripecias de su sucesor, el huido Puigdemont, convenientemente aderezadas con algún que otro despropósito judicial, han tendido una densa niebla sobre el estropicio que sus maquinaciones han dejado a la legalidad en Catalunya.
Sin embargo y como para cada roto hay un descosido, la actitud de Rajoy no es muy distinta de la del cesado president, que hizo del combate contra el "demonio secesionista", llevado con el peor de los sectarismos, a sabiendas de que, como a Mas y Puigdemont, esos combates, en los que todo vale, les eximen rendir cuentas en todo lo demás.
Es tan triste como eso. A los dirigentes de uno y otro lado, todo lo demás les da igual, como les da igual que esta crisis secesionista se solucione, porque, mientras exista, existe la gran coartada que todo lo tapa, que todo lo perdona. Por eso les viene tan bien lo que está pasando, por eso está muy bien eso de que Puigdemont ocupe telediarios y portadas, porque su omnipresencia sirve sobre todo para no hablar de otra cosa. 
Ojalá todos lo vieran tan claro como yo creo verlo y, en las próximas elecciones, catalanas o generales, diésemos nuestro voto a quienes quieren solucionar el problema, en vez de a quienes se sirven del problema para solucionar o esconder los suyos

viernes, 3 de noviembre de 2017

MÁS MADERA...


Cuando ayer expresaba en este blog mi deseo de que, en los jueces encargados de tomar declaración al cesado gobierno catalán y a la presidenta y los miembros de la mesa del Parlament de Catalunya, pesasen el sentido común y la cabeza fría, para no reforzar con la palma del martirio el ya muy desabastecido y desprestigiado polvorín independentista, no cabía entre mis cálculos que la juez Lamela enviase a prisión a cuantos prestaron declaración en su despacho, ocho consejeros cesados por el 155, incluido el vicepresidente Junqueras, y Santi Vila, que dimitió por su desacuerdo con la proclamación de la Independencia catalana "por las bravas".
Hasta que supimos que la juez mandaba a la cárcel a la mayor parte de los miembros del gobierno de Puigdemont, precisamente a los que, acatando su citación, se pusieron a su alcance, las calles y plazas catalanas estaban tranquilas, con los independentistas ocupados en diseñar sus estrategias de cara a la cita con las urnas del 21 de diciembre. un parón en la intensa movilización de los últimos meses que estaba permitiendo que aflorasen las diferencias que sin duda existen o existían, al menos hasta ayer, en Junts pel Si, lo que, en absoluto, significaba que la pólvora, pólvora metafórica, de los independentistas se hubiera mojado.
Bastó que la juez Lamela, sin más perspectiva que la que le ofrece su propio despacho, arrimase su cerilla al polvorín catalán para volver a incendiar las calles y, sobre todos, para devolver la unidad a los partidos independentista y a su compañero de viaje, En Comú Podem, que ahora se plantean una estrategia común en la que la libertad de los detenidos se convierte en el común denominador de la unidad de acción en las calles que podría convertirse, quién sabe, en un frente electoral que, lejos de aliviar la situación, podría perpetuarla con un Parlament en el que, a los escaños de Junts pel Si, sin duda crecidos en número, se sumarían los de la CUP y la franquicia catalana de Podemos, desde la que la cada vez más presta al desberre Ada Colau.califica de revancha la decisión de la juez.
No entiendo que ha podido pasar por la cabeza de la juez de la Audiencia Nacional. Con lo fácil que hubiera sido mandarles a casa con medidas cautelarse como vigilancia, retirada del pasaporte y obligación de estar localizables las veinticuatro horas del día. Los consejeros y el vicepresidente Junqueras hubieran salido, uno por uno y por su pie, de la audiencia, para hacer las correspondientes declaraciones al pie de las famosas escaleras del tribunal, probablemente matizadas y con diferencias entre unas y otras, para irse a dormir a su hotel y su casa.
Por contra, con su decisión, la juez ha cambiado esas imágenes a las que tan habituados estamos los españoles por otras tan impactantes como el estridente sonido de las sirenas de los furgones policiales que, con los destellos azules del convoy, interrumpieron el tedio del atasco de una tarde, para la que nadie esperábamos este final tan inesperado como esperpéntico, porque lo último que necesitábamos quienes queremos que aparezca el hilo que nos permita salir de este laberinto en el que, por la torpeza de unos y otros, estamos encerrados era esa foto, esa caravana de furgones ululantes, llevándose a la cárcel a quienes hace sólo diez días tenían poder, coche oficial y escolta. Una imagen que va a ser muy difícil de borrar de la retina de los ciudadanos de medio mundo y que acabará con el prestigio que la aparente calma de Rajoy podía haberse ganado en el mundo.
Que conste que, al contrario que los independientitas y Podemos, no discuto, salvo en el delito, a mi juicio mal calificado, de rebelión, la decisión de la juez. Lo que discuto es haber puesto en manos de Puigdemont y los suyos un comodín como éste que, si no se no hay rectificación en la resolución de los correspondientes recursos les permitirá ganar la partida. Y es que, salvo esa rebelión, tan difícil de demostrar, el resto de delitos, la malversación de fondos o la prevaricación y quizá la conspiración, están probados de sobra, porque casi todos se perpetraron a plena luz del día, o de la noche. con la luz y los taquígrafos de la prensa, el cuerpo de letrados del Parlament, el Tribunal Constitucional, que se cansó de advertir al Govern y el Parlament de los delitos en que estaban incurriendo o el equivalente al Consejo de Estado en Cataluña, que también advirtió de todas y cada una de las ilegalidades que se estaban cometiendo.
Pero todo eso no quita para que, a siete semanas de unas elecciones que podrían significar el borrón y cuenta nueva del problema, una juez, probablemente cargada de razón como de imprudencia, haya pegado fuego de nueve a las calles de Barcelona.
Quienes pretenden la secesión necesitaban avivar el fuego y la juez Lamela les ha proporcionado el combustible que demandaban. Esperemos que el sentido común se imponga y que la resolución de los recursos de los detenidos permita su vuelta a casa hasta que se vean sus causas en los tribunales. Ojalá que ese "más madera" de la juez se rectifique a tiempo, para desarmar así la demagogia y el victimismo de quienes invocan ahora el mismo estado de derecho que llevan peses pisoteando.