martes, 31 de octubre de 2017

TOCATA Y FUGA DE PUIGDEMONT

Decir que Carles Puigdemont es un personaje más bien oscuro llevado por las circunstancias mucho más allá de sus posibilidades es, en verdad, aportar poco o nada a la historia de estos últimos meses en Cataluña. Es, por decirlo con un tópico, la confirmación de esa sabia ley, no sé si de Murphy, que asegura que cada cual alcanza su máximo nivel de incompetencia, porque, si algo ha quedado claro es que el cesado president de la Generalitat de Catalunya nos ha demostrado, adornándose con su cara de pasmo, lo incompetente que ha podido llegar a ser.
Dicen que desde su más tierna infancia Carles Puigdemont se sintió independentista y que, ya en su juventud, aprovechaba la más mínima ocasión para dejar claro, en fronteras y aeropuertos, que su nacionalidad era la catalana y no la española y le supongo luciendo en la trasera de su coche una de aquellas pegatinas con la letra C que pretendía ser el distintivo nacional de Cataluña que luego hubo que cambiar por CAT o por el burro, porque la C estaba asignada a los "carros" cubanos.
Tuvo suerte y fue capaz de aprovechar todas las oportunidades que le dio la vida, siempre a cubierto bajo el paraguas de la desaparecida Convergencia, hoy transmutada en el PDeCat, por efecto del 3%, hasta alcanzar, después de haber pasado por la alcaldía de Girona, un escaño en el Parlament, sin haber encabezado nunca ninguna lista electoral. Todo porque el destino es un caprichoso jugador de billar que ha propiciado las carambolas precisas para convertirse en heredero, más que trágico, bufo de Lluís Companys.
Lo que no acabo de explicarme, salvo por efecto de ese vicio malsano que se manifiesta en algunos directores de medios. y él lo fue, de forzar el titular, el vicio de armar con elementos precarios cuando no insuficientes informaciones que desvirtúan la realidad. Y a fe que lo llevo a cabo, cuando, después de sustituir a Artur Mas como candidato a la presidencia por Junts pel Si, fue investido president con el apoyo envenenado de la CUP y el encargo tan deseado como obligado de convertirse en presidente de esa república catalana independiente con la que soñaba de niño. Más que un sueño, un anhelo vehemente, al servicio del cual puso todas sus artes, malas y buenas, forzando al límite todas y cada una de las situaciones surgidas en el camino, hasta el punto de soslayar, olvidar, el marco en que se movía, el estrado de derecho y la ciudadanía a la que decía defender. Fue así o para eso como acabó secuestrando el parlamento catalán, como se olvidó de las necesidades de su pueblo, del paro, de la Sanidad, de los barracones en los que se ven obligados a aprender muchos niños catalanes, de los ancianos y los jóvenes, para entregarse en cuerpo y alma a la propaganda, a construir un castillo en el aire, en España dicen los británicos,  a crear un país imaginario y a explicarlo en las televisiones y las radios que controla, a "venderlo" en el extranjero, a pedir ayuda contra la tiranía española que castiga y persigue a los catalanes, sin car en la cuenta de que son millones los europeos que pasan cada año por Barcelona sin haberse topado nunca con esa dictadura tiránica que les contaban, porque Cataluña no es Crimea ni cualquier rincón oscuro del mundo del que se pueden contar sin problemas leyendas inverosímiles, porque Cataluña está ahí, a una o dos horas y unos pocos euros de casi toda esa Europa a la que reclaman como compañera de viaje.
De que la leyenda era inconsistente fue una prueba lo pronto que se desinfló la burbuja del sueño en cuanto la economía real, no el mito nacionalista, entró en juego. Los valores de los bancos catalanes, Caixabank y Sabadell, empezaron a pasar frío en la Bolsa. Enseguida se fueron al calor y la seguridad de Valencia o Alicante y, con ellos, centenares de empresas grandes y pequeñas y la confianza de los catalanes en los gestores de ese nuevo país que les prometían.
Sólo la torpeza del ministro sevillano del Interior insufló algo de aliento al sueño, toda una pesadilla para otros. Por eso Puigdemont, empujado por sus interesados aliados, se vio obligado a emprender una huida hacia adelante, de la que este din de semana perdió todo el control.
Para interpretar al ya cesado president, no hay más que fijarse, no en sus intervenciones, sino en sus silencios, en esas miradas perdidas, en los temblores y las muecas de sus labios finos, en el miedo de quien sabe que ha ido mucho más allá de donde debía. Por eso, en un gesto teatral, de comedia bufa, como un amante sorprendido en la alcoba de su amada, Puigdemont se ha ido, a oscuras, como votó la independencia, al país de Tintín y los últimos etarras, buscando, más que un reconocimiento para su república, que sabe que no tiene, una salida en forma de aplazamiento y escándalo a la próxima etapa de su vida que, por su imprudente aventura, por falta de ese sentido de la realidad que dicen tener los catalanes, puede transcurrir, en el peor de los casos, en una prisión española. Una tocata llena de falsas notas y desatinos, culminada ahora con una fuga todavía por explicar.

lunes, 30 de octubre de 2017

Y, AHORA, LA RESACA


Desde que era un crío he escuchado esa gran verdad que he hecho mía de que "la cara es el espejo del alma". De ser cierta, que sin duda lo es. bastaría con ver las caras de los tres grandes protagonistas de esta aventura que no acabó, como profetizaban, en un choque de trenes, sino que ha terminado en el descarrilamiento de uno de los convoyes, el que en manos de un maquinista y unos fogoneros más que imprudentes ha dado con sus hierros y sus tablas en el talud de la Historia.
Que quede constancia de que no me alegra este final. No por ellos, que, a sabiendas o no de lo que estaban haciendo, han tenido sobradas ocasiones de accionar los frenos, sino por el pasaje, por toda esa gente ilusionada por un sueño del que siempre le escondieron la cara B, la cara triste y dolorosa de lo que nunca podría ser. Que quede también constancia de que admiro y respeto todo lo que hace diferente y mejor a Cataluña, como respeto lo que hace diferente y mejor a Euskadi o a cualquiera de las comunidades que algún día, cuando los "patriotas" de uno y otro signo dejen de utilizarlas como parapeto y refugio de sus miserias, formarán parte de la federación hermanada e igualitaria en que merecen y necesitan integrarse.
Que quede constancia de que entre mis discos y mis libros los hay en lengua catalana, porque sería idiota y miserable renunciar a las canciones de Llach, a los poemas de Margarita, Maragall, Espriu, Gimferrer o Brossa, que comparten con las novelas de Marsé, Mendoza, Vázquez Montalbán, los cuentos de Monzó o los delicados artefactos literarios de Perucho o las películas de Isabel Coixet o las de Ventura Pons, que ocupan todos ellos lugar destacado en mis estanterías.
Por todo ello me ha dolido el disparate pasado de revoluciones, de vueltas, en que hemos vivido en estas semanas tan frenéticas como surrealistas. Por eso me deprimió tanto como a ellos y me refiero a Puigdemont y Junqueras, también a Anna Gabriel, insatisfechos por la falta de consistencia de su logro, esa cosa del viernes que nunca sabremos, quizá más adelante en los tribunales, si fue carne o pescado, proclamación, declaración o qué que votaron setenta diputados anónimos, escondidos tras sus papeletas dobladas, nada orgullosos de lo que hacían.
Han sido semanas de jugar al gato y al ratón desde la Plata de Sant Jaume y desde el Palacio de la Moncloa, han sido meses de jugar al escondite, meses en los que casi todos han estado jugando a la ambigüedad, más que calculada, calculadora, a la espera de recoger no sé qué frutos, miserablemente, convirtiéndose, lo digo por Podemos y Ada Colau, en bastón y coartada del independentismo más irracionalm sin caer en la cuenta de que no se puede mentir a todo el mundo al mismo tiempo ni, mucho menos, contentar a todos a la ves. Y ahí los tenemos enredados en su propia ambigüedad y a punto de caer estrepitosamente.
Ahora que la fiesta ha terminado, viene la resaca. Ahora, desmayada la euforia, echado el resto en la calle y en el Parlament secuestrado por quienes representan a menos de la mitad de los catalanes, es cuando llega la resaca, el dolor de sienes, el fuego en el estómago y la búsqueda de la oscuridad, la gran aliada de quien no quiere ni puede asumir la responsabilidad de todo lo que ha bebido, de todo lo que se ha "metido" y ha hecho "meterse" a quienes les han seguido.
Dicen que, para salir de ésta, lo dice Javier Cercas, especialista en bucear en el alma humana, los independentistas necesitan un traidor. Puigdemont no quiso serlo, cuando renuncio a convocar las elecciones como ya había acordado con los mediadores en la crisis. Junqueras, tan cobarde como parece, tampoco. Por eso, a sabiendas de que están cesados, a sabiendas de que sus actos tienen tan poca validez y consistencia como todo lo que han hecho mientras corrían al precipicio, no tienen ni tendrán validez alguna. 
Sin embargo, ahí los tenemos con su juego, haciéndose selfis en los despachos que ya no son sus despachos, como quienes combaten la resaca con vodka o con cerveza, buscando una descompresión difícil una vez que han deshecho entre sus manos los sueños de tanta gente.

jueves, 19 de octubre de 2017

LOS VERDADEROS CULPABLES



Pase lo que pase en las próximas horas y cumplidas las diez de la mañana de hoy, 19 de octubre, con la churrigueresca segunda respuesta del president Puigdemont al requerimiento de Mariano Rajoy, aún seguimos al borde del abismo. Y ahí seguimos, porque la respuesta, en la que reconoce, de modo churrigueresco, eso sí, que la proclamación de Independencia. que es potestad del Parlament, no llegó a producirse, porque no se votó, y, acto seguido, deja de nuevo la pelota en el tejado de Rajoy, al que conmina a no aplicar el temido y temible artículo 155, a no impedir el diálogo y a cesar en lo que tilda de represión, para no convocar al parlamento para que vote y proclame esa, según el gobierno de la nación, inviable independencia.
La respuesta desde Moncloa no se ha hecho esperar y ha convocad para el sábado un consejo de ministros extraordinario para iniciar la aplicación del 155. Serían cuarenta y ocho horas más para la esperanza, cuarenta y ocho horas para que Puigdemont dé un paso atrás y, con un gesto que aún no ha dado facilite el entendimiento o el camino hacia él.
Y así como estamos, al borde del abismo, sería bueno tratar de entender por qué estamos aquí y, para ello, quizá convendría imaginar dónde estaríamos ahora si aquel estatut que hace diez años se dieron los catalanes, votando en un referéndum con todas las garantías, aquel sí, que fue luego respaldado en el Congreso de los diputados y firmado por el Rey. Un estatut que el PP vistió de afrenta para el resto de los españoles, simplemente porque le convenía. Un estatut perfectamente legal que despejaba el camino en la difícil integración de Cataluña en España que, sin embargo, fue utilizado por el PP para, con él, desviar la atención ciudadana de toda su basura, de todas sus corruptelas ya evidentes y, de paso, minar la confianza en un PSOE dividido, en el que, por intereses egoístas, muchos "barones" se sumaron a la práctica del anticatalanismo más rancio.
El PP de Rajoy enarbolando barras de fuet t botellas de cava, hizo de ese anticatalanismo su bandera y no paró hasta que un Tribunal Constitucional lento y sesgado echó abajo la espina dorsal de aquel estatuto. Electoralmente, la jugada fe perfecta, porque, unida a la mala gestión que Zapatero hizo de la crisis económica, dio a Rajoy esa victoria largamente acariciada, a cambio, claro, del hundimiento de su partido en Cataluña, algo calculad y descontado, que siguió cultivando, porque, a cambio de los escaños, que nunca fueron muchos, perdidos en esas cuatro provincias, le llovió una mayoría absoluta en el resto de España.
A partir de ahí, con una Generalitat en manos ya o, mejor dicho, otra vez de CiU, Rajoy se dedicó a ignorar, cuando no a castigar, a Cataluña, mientras su oponente, Artur Mas, se dedicaba a cultivar el victimismo y a achacar a una persecución de "Madrid" la multiplicación de los escándalos y todas las corruptelas que ya cercaban a su partido.
Fue durante ese periodo cuando CiU se pasó con armas y bagajes al independentismo de la estelada, fue entonces cuando, en una huida hacia adelante, jugando a la ruleta rusa con el calendario electoral, se echó en brazos de su eterno rival, Esquerra, fue el tiempo de las promesas electorales inviables, el de las utopías color de rosa que, desde Moncloa, Rajoy combatía con racanería en las cuentas y con todo un despliegue de bules e informaciones prefabricadas que, lejos de conseguir sus objetivos, no hacían otra cosa que cultivar el sentimiento de maltrato en los catalanes.
En tanto, en plena crisis económica, acuciado por su mala gestión, la corrupción, que no toda era inventada, los recortes y la radicalización de la gente en las calles, Mas se envolvió en la bandera y se entregó al "sacrificio" y el martirio en aras de una independencia que nunca había perseguido con entusiasmo, hasta que se vio prisionero de sus presas y exageraciones y, obligado a pactar con la CUP, tuvo que dejar su despacho en la Plaça de Sant Jaume a un oscuro y ambicioso Puigdemont, que, de la mano de un apaciblemente Siniestro Oriol Junqueras, y con la colaboración estelar de Rajoy y sus ministros, especialmente los de Interior, Fernández Díaz y Zoido, han hecho el resto del camino hasta el borde de un precipicio económico y, sobre todo, social, al que estamos a punto de caer.
En fin, miserias personales, en las que las elecciones son poco más que un instrumento y nosotros los ciudadanos, apenas meros actores secundarios.

miércoles, 18 de octubre de 2017

CANTIDADES HOMOGÉNEAS

Como era de prever el ingreso en prisión de Jordi Sánchez y Jordi Cuixart ha vuelto a llenar las calles de ciudadanos que protestan contra el encarcelamiento de quienes consideran, creo que, con cierta ligereza, presos políticos. Quienes equiparan su situación a la de quienes luchaban contra la dictadura franquista y daban con sus huesos en Carabanchel por pensar, escribir, decir u organizarse contra un régimen que perseguía a sindicatos y partidos, que encarcelaba a estudiantes, obreros y curas, que perseguía a periodistas y abogados y que no dudaba en consentir y defender todos esos policías llenos de furia y de odio que no dudaban en disparar sus armas contra quienes se manifestaban en la calle, se destacaban en las asambleas de facultad o de fábrica o, sencillamente,  dejaban su protesta escrita en las paredes y los muros.
Me pone de mal humor, me cabrea, que quienes llevan dos meses organizando protestas en las calles de Cataluña, autorizadas o no, sin incidentes, sí, pero también sin oposición policial, quienes llevan ese mismo tiempo y más, exagerando y deformando la realidad o, mintiendo descaradamente, en casa o fuera de nuestras fronteras sobre lo que sucede en Cataluña. 
Me indigna que esto suceda en un país que, desde hace cuarenta años disfruta de elecciones libres cada cuatro años, un país que tiene un parlamento nacional, más de una quincena de parlamentos autonómicos y ayuntamiento libres en cada municipio del territorio, sometidos, eso sí, al imperio de las leyes y reglamentos que, desde entonces, con mayor o menor fortuna, administran y protegen la convivencia de los ciudadanos y protegen sus derechos.
No me parece decente guardar silencio, por eso no callo, ante quienes, sin pararse un sólo momento a reflexionar, consideran a Sánchez y Cuixart, al frente de una poderosa máquina propagandística y logística, capaz de organizar con éxito las mayores manifestaciones que se recuerdan en Europa y quizá en el mundo, con medios suficientes para inundar las redes sociales con sus mensajes en todos los idiomas, preparada para montar y emitir en horas un spot propagandístico, a imagen y semejanza de los que siguieron a las violentas represiones en Ucrania o Venezuela, para qué cambiar lo que tan eficazmente ha funcionado, siga engañando o cuando menos confundiendo a la opinión pública en Cataluña e intentándolo fuera de ella. De ninguna manera. 
No  me parece decente dejar de señalar que ambos encarcelados son responsables de sendas organizaciones muy poderosas en medios humanos y también materiales, con una capacidad de movilización que para sí quisieran algunos partidos y sindicatos, han gozado de absoluta libertad de movimientos para, siguiendo una estrategia perfectamente diseñada y documentada ante la justicia, en la que son la pieza fundamental para amplificar las decisiones del Govern y del cojo Parlement de Catalunya, cojo, porque un parlamento en el que se niega la voz a la oposición camina como debe. no avanza en línea recta, organizaciones capaces de movilizar en horas a decenas de miles de personas y que viene haciéndolo desde hace años.
No, no me parece decente decir que, quienes han venido desarrollando estas actividades en libertad y desde hace tanto tiempo alcancen la consideración de presos políticos por haber sido considerados responsables de un delito, la sedición, que nada tiene que ver con la opinión, salvo en su intención. Lo cierto es que los millares de personas que impidieron la libertad de movimientos de los agentes que registraron las instalaciones de la consejería de Economía hace tres semanas, convocados por la ANC y Òmnium mantuvieron el cerco a los guardias mientras Sánchez y Cuixart, al alimón, se lo pidieron mientras la pasividad de los mossos permitía el destrozo de sus vehículos.
No es decente sumar cantidades que no son homogéneas. No es decente colocar a quienes han tenido libertad de medios y movimientos hasta que han sido acusados de un flagrante delito que no es de opinión, con quienes se dejaron la salud y la vida en las cárceles franquistas por luchar desde la clandestinidad contra un régimen despótico y criminal. Aquellos presos políticos y "los jordis" no son cantidades homogéneas.

martes, 17 de octubre de 2017

¿QUÉ ES VIOLENCIA?


Confieso de antemano que sé que mi texto de hoy no va a ser del agrado de muchos, confieso que, yo mismo, heredero de experiencias pasadas y adornado con todos esos tics intelectuales que nos llevan a colocarnos siempre en la acera del que enarbola, con razón o sin razón, la bandera de la libertad y a dar la espalda, sin dar tiempo a razones, a quienes se refugian o justifican el recurso a la justicia o la autoridad.
El envío a prisión de "los jordis", Sánchez y Cuixart, conocida a última hora de la tarde de ayer puede parecernos exagerada o desproporcionada como se dice ahora, más por sus consecuencias políticas y sociales en Cataluña que porque se ajuste o no a derecho. Está claro que la decisión de mandar a Soto del Real a los líderes de las movilizaciones que han llenado de ciudadanos y banderas las calles y plazas de Cataluña ha sido inmediatamente contestado, cacerola en mano o delante de alguna de las numerosas cámaras y micrófonos de las televisiones que, para medio mundo, están siguiendo minuto a minuto lo que ocurre en Cataluña.
Era evidente que pasaría lo que ha pasado, pero había que hacerlo. Por más respuesta que generase, no se podía hacer una excepción, no se podía sentar un precedente. La juez, más que temeraria, ha sido valiente y, sobre todo, consecuente con el detallado informe, perfectamente documentado, no ya por la Guardia Civil, sino por el seguimiento que de los hechos en cuestión hicieron las televisiones minuto a minuto y que permitió ser testigos virtuales, si no presenciales, de lo ocurrido. La juez de la Audiencia Nacional no podía hacer otra cosa, porque lo que hizo estaba escrito en las leyes y, si se hubiese dejado influir por las consecuencias, raro sería que, a partir de ahora, la presión en la calle, que deja de ser una forma de violencia, contra los jueces no se convirtiese en una estrategia más de defensa, la principal quizá, de algunos acusados.
La violencia, las mujeres víctimas de sus parejas lo saben bien, no tiene por qué ser física. La joven víctima de la violación múltiple de los sanfermines no parece que fuese golpeada y, sin embargo, fue sometida a la violencia del grupo, la que, mediante el miedo, anticipa el daño y paraliza o nos obliga a hacer lo que no queremos hacer.
No cabe duda de que "los jordis" no pidieron a la gente que destrozase los coches de la Guardia Civil. Los daños en los vehículos, a pesar de ser una expresión gráfica de la violencia de aquella noche, en absoluto fueron lo más grave. Lo más grave fue el hecho de que centenares, quizá miles, de personas convocados por Sánchez y Cuixart cercasen durante horas a los guardias enviados por la fiscalía a registrar las dependencias de la consejería de Economía de la Generalitat para impedir su trabajo. Lo peor es que Sánchez y Cuixart, hábiles organizadores de masas, subidos en esos mismos vehículos que acabarían destrozados arengaron a los concentrados para que mantuviesen el cerco, algo que todos hemos visto una y otra vez, la maldita hemeroteca, y que, sin embargo, han negado una y otra vez, asustados quizá por las consecuencias de la euforia de aquel día.
Aquella masa, controlada o no, no dejaba de ser un instrumento de violencia. Entorpeciendo la labor de la justicia, se estaba cometiendo un delito, sin golpes, sin patadas, pero delito. De no considerarlo así, reuniendo la masa suficiente, se podrían desvalijar bancos, de no ser así, ningún equipo podría salir victoriosos del Bernabéu o del Nou Camp, bastaría con azuzar las gradas contra el árbitro y esperar a que la presión y el miedo hiciesen el resto.
Sin embargo, la violencia en las calles, también la  pacífica no es patrimonio de la izquierda. No hay más que recordar las manifestaciones y concentraciones organizadas por la Conferencia Episcopal, organizaciones antiabortistas y los más rancio del PP contra la ley ya reformada y ampliada de regulación de la interrupción del embarazo. Una violencia quieta que, afortunadamente, fue resistida por el Parlamento y el Gobierno, tampoco toda esa violencia parecida y también quieta con la que, durante años, se torpedeó desde la calle el final de ETA. Mucho menos, la de las mesas anti estatut que, sumadas al boicot a los productos catalanes, fueron orquestadas por el PP contra aquel Estatut de tiempos de Zapatero que hoy añoramos como solución.
Por si fuera poco, los líderes de la Asamblea Nacional de Catalunya y Òmnium Cultural son, con las organizaciones que dirigen, se han convertido en instrumento de los partidos independentistas para reforzar y conseguir en la calle anhelos y aspiraciones de quienes, desde su exigua mayoría, no hacen otra cosa que retorcer y forzar leyes y reglamentos para conseguir el objetivo de la independencia. No hay que olvidar que la presidenta del Parlamento, Carme Forcadellas, antecesora de Jordi Sánchez en la ANC, ha actuado como brazo ejecutor de los deseos de Puigdemont y Junqueras, llegando incluso a suspender desde hace semanas toda actividad legislativa o de control del joven, ignorando de paso al resto de grupos y a los letrados de la cámara que deberían velar por la legalidad de todo lo que allí se hace, lo que no deja de ser otra forma de violencia, sin las porras ni las pelotas de policías y guardias, pero tan reprobable como pudiera ser la de estos.
Sánchez y Cuixart, los jordis, forman parte, como quedó evidenciado en un documento manuscrito incautad al viceconsejero de Economía detenido, de un plan perfectamente definido y coordinado en el que la movilización en las calles es la pieza fundamental. Un plan que persigue la consecución de la independencia de Cataluña a costa de lo que sea y con los medios que sea, un plan en el que Ómnium y ANC, como los ciclistas, hacen "la goma" con el govern, tirando de unos y otros para darles en la calle la velocidad que nunca alcanzarían en el Parlament. Una violencia, que lo es, que ha llevado a Cataluña mucho más lejos de donde sus ciudadanos, todos, hubiesen querido llegar nunca.

lunes, 16 de octubre de 2017

MANZANAS TRAIGO


Lo que, nos habían dicho, iba a ser un choque de trenes se está convirtiendo en una tediosa partida de naipes en la que ninguno de los contendientes acaba de mostrar sus cartas, quizá porque ninguno es ya dueño de su destino y lo único que cabe es esperar, alargar los plazos, cerrar los ojos y aguantar la respiración hasta que ocurra lo inevitable.
Creo que la mejor manera de desentrañar lo que nos espera, porque, está claro, lo que ocurra nos va a afectar a todos, es escudriñar  el futuro de cada uno de los actores de esta tragicomedia improvisada que nos ha tocado vivir y, si nos atenemos a esta estrategia, es fácil deducir que el vencedor de esta maldita crisis será Rajoy que, cabalgando en las carambolas del destino y sin apenas moverse, en la próximas generales revalidará la cómoda mayoría perdida para gobernar.
A Puigdemont no creo que le vaya muy bien, porque está quedando como el "caguanete" del belén, esquivando en un rincón las andanadas que le vienen de uno y otro lado, el fuego amigo de ERC. de la CUP o de su propio partido, todas esas declaraciones que desde hace días vienen levantando una cerca, cavando un foso, en torno a él, al tiempo que coartan su capacidad de respuesta con los grilletes de ese compromiso adquirido desde una mayoría insuficiente ante la totalidad del pueblo catalán, cada vez más desconcertado, cada vez más asustado.
Si Puigdemont hubiese respondido con cualquiera de los dos monosílabos que le requería el gobierno. sus días como presidente de la Generalitat hubiesen acabado hoy mismo. El sí rotundo conllevaría sin remedio la aplicación del artículo 155 que desembocarían, antes o después, la celebración de unas elecciones, esas que Ciuddanos, ya sin careta, quiere para ya, y a las que Puigdemont se comprometió a no presentarse. Eso, en el mejor de los casos, porque no hay que descartar que el Gobierno active contra él la inexorable maquinaria de la Justicia, la misma que anda ocupándose ya de otros actores, el responsable de los mostos y los líderes del activismo social en el "procés", la ANC y Ómnium, que, hoy mismo comparecen ante la Audiencia Nacional, investigados por delitos por los que podrían dar con sus huesos en la cárcel.
Es evidente, ya lo ha dicho, que Puigdemont no perderá unas elecciones, las que seguirán al 155, a las que no se presenta, pero sí su partido, el de la burguesía catalana, que las perderá sin remedio, si lo hace. Y las perderá en beneficio de Ciudadanos y Esquerra, en torno a los cuales se abrirá una nueva e insalvable brecha en el Parlament de Cataluña, mientras el resto, y mirad que lo siento, se lame las heridas de esta triste guerra.
Si os preguntáis qué ocurriría si Puigdemont hubiese dado por respuesta el No rotundo que Rajoy le pedía, el resultado no sería muy distinto, porque, ya se sabe, la derrota siempre se quiere lejos y ese no dado ahora, después de haber "vendido" la suspensión de la declaración como un ardid táctico, no podría ser visto por los suyos más que como una derrota.
Vencedores y vencidos, todos, salvo los políticos que, por acción u omisión, nos han traído hasta aquí, hemos perdido, económica, moral y socialmente, porque ya nada va a ser igual, porque, a uno y otro lado del Ebro, se han despertado los peores fantasmas, se han sacado todas las banderas y azuza el perro del odio sin sentido.
Quizá por eso o, simplemente, en uso de la astucia que le recomendaba Junqueras y con la intención de ganar tiempo, apenas de veinticuatro horas después de recordar a Lluís Companys, allá donde fue fusilado hace setenta y siete años, esperando quizá el reconocimiento internacional que aún no ha llegado, ni parece que vaya a llegar, su respuesta a Rajoy, el mismo día en que se podría decretar prisión para Trapero, Sánchez y Cuidar, no ha sido sí ni ha sido no, sino ese "manzanas traigo" en forma de oferta de negociación. Como diría mi amigo, el poeta Juan Cobos Wilkins, "el mundo se derrumba y tú escribes poemas". l menos que sean de amor o entendimiento.  

miércoles, 11 de octubre de 2017

PREINTERRUPTUS


Quienes, como yo, vamos teniendo una edad, sobre todo los que nacimos en una familia numerosa, nunca podremos estar seguros de ser hijos plenamente deseados, porque en una España nacional católica, en la que un condón era un instrumento del diablo y quererse, si no era para dar hijos a dios, un pecado, el "coitus preinterruptus", vamos, la "marcha atrás" que dirían los abuelos, era la frustrante manera de culminar tristemente un acto que podría haber sido pleno.
La "técnica", netamente machista, no dejaba satisfecho a nadie, ni al varón obligado al control de lo que debiera ser incontrolable, ni a la mujer que acababa siendo poco más que un instrumento de placer casi onanista al servicio de éste. Si las alcobas, esas alcobas presididas por un crucifijo en las que, a veces, se rezaba antes de hacer el amor o lo que eso fuese, hablasen, cuántas tragedias y frustraciones nos revelarían.
Nada hay más frustrarte que quedarse al borde del placer y la satisfacción completa, nada peor que esperar y no recibir, más, si los prolegómenos, el interminable cortejo con que Puigdemont adornó su camino al decepcionante acto de ayer, han sido tan largos e intensos. Largos meses llenos de cantos de sirena, de promesas que, hoy es evidente, no podía cumplir. largos meses de prometer el paraíso, mientras llevaba a su pueblo, a todo su pueblo, el que le había votado y el que no, al más ardiente y seco de los desiertos 
Siento tener que decirlo, pero lo veo así: Puigdemont, Junqueras, la ANC y Òmnium han traficado con los sueños y las legítimas, porque lo son, aspiraciones de los catalanes. Se han movido pensando únicamente en titulares y en fotos han llenado calles y plazas siempre que lo han pretendido, sin caer en la cuenta de que en esas calles y plazas no estaban toso los catalanes, han forzado tanto las cosas, han caminado sobre el alambre tantas veces que han llegado a creerse su quimera y ha sido tanto el riesgo y tan largo el camino recorrido que, al final, convirtieron en imposibles la vuelta atrás y la cordura.
No sé en qué pensaba Puigdemont, mientras era empujado por la ERC de Junqueras, las "entidades ciudadanas", con evidente peso, pero sin voto, y la CUP o, quién lo sabe, mientras los capitaneaba hacia el abismo. Quizá en la gloria de un Lluís Companys sin su final trágico, quizá en convertirse en otro Tarradellas, otro president sin reproches que hacerle, en un tranquilo retiro dorado.
Si embargo se le enredó la madeja y, como todos los iluminados, confundió la realidad con sus deseos, no quiso escuchar a quienes le pronosticaban la tormenta económica que invocaba con sus actos y la soledad diplomática a la que se encaminaba. Pero, al final, la tozuda realidad se ha impuesto a su disparate. Aunque simbólicamente, de momento, la espita de los dineros se ha abierto, se le han ido las grandes empresas, mientras se disparan todas las alarmas dentro y fuera de España. O sea, que, al final del camino, no hay nada. 
Bastaba con cinco o seis palabras para escribir el final de esta historia: cinco para proclamar el Estado Independiente de Cataluña y seis para negarlo. Pero Puigdemont no sería Puigdemont si lo hiciese, por eso, nada más asumir el mandato de proclamar el Estado Catalán” decretó, sin consultar ni pedir el voto a nadie, suspenderlo. Apenas diez segundos, en los que los millares de personas reunidos en torno al parque de la Ciutadella, cerrado por los mostos con cadenas a cal y canto, por primera vez en su historia, esperaban la proclamación, que acogieron con entusiasmo, para, a continuación, sin apenas mediar un segundo, hundirse en la depresión, la decepción y los abucheos de la suspensión.
Fue entonces cuando las verjas cerradas del parque cobraron todo su sentido, porque la jugada de trilero podía haber desatado otra asonada contra el Parlamente, como la que sufrieron Artur Mas y sus recortes austericidas.
Lo de ayer fue un "coitus preinterruptus" que, dando la razón a Josep Borrell que hace tres días dijo que "Puigdemont pondría fin a la tragedia para continuar la comedia", que culminó con una especie de bautismo de la criatura que no fue, en la que los diputados de Junts pel Sí y la CUP firmaron una declaración de intenciones, sin ningún valor jurídico, como queriendo respaldar el sueño, no al que acabó frustrándolo. que sale bastante escaldado y al perecer sin la CUP de la aventura.

martes, 10 de octubre de 2017

JUGUETE ROTO


Eso de que "entre todos la mataron y ella sola se murió" le cuadra a la perfección a la pobre Cataluña, zarandeada y rota por la ambición y el cálculo de unos y otros. Todo empezó, no lo olvidemos, con aquel innecesario recurso que presentó el PP ante el Tribunal Constitucional que llevó al mal llamado "cepillado" del Estatut que el Parlament y el pueblo de Cataluña se habían dado, en aquella ocasión con todas las garantías jurídicas y democráticas, en tiempos de aquel gobierno tripartito que presidió Pasqual Maragall, apoyado por Jon Saura, de Iniciativa per Cataluña y por Carod Rovira, de ERC, alejando de la placa de Sant Jaume a Artur Mas, l heredero del ya denostado Jordi Pujol,
Eran los tiempos en que la corrupción, por fin investigada con celo, afloraba en todo el país y, claro, el PP necesitaba un señuelo con el que apartar la mirada de los ciuddanos de su basura. Y, dicho y hecho, con el terrorismo de ETA en pleno declive, Cataluña se convirtió en el capote rojo que agitar ante sus votantes para no darles tiempo a pensar en sus trapos sucios.
Fueron los años en que los populares sembraron el país de mesas en las que se pedían formas contra ese nuevo estatuto, que por entonces había sido refrendado también por el Congreso de los Diputados y tenía a su pie la firma del rey Juan Carlos, fueron los tiempos en que se promovió el boicot  al fuet, el cava y otros productos catalanes, fueron los tiempos en los que se dio de comer al monstruo de la intolerancia con el diferente, tiempos en los que creció ese nacionalismo rancio de banderas, pieles y collares, que ha desembocado estos días en el penoso "a por ellos" cantad a las fuerzas de seguridad que partían camino de Cataluña, como si se tratara de una expedición de castigo en tiempos de las colonias.
Una estrategia que, paralelamente, fue alimenta en el pueblo catalán, y con razón, la sensación de haber sido tratado injustamente y de que, en el resto del país, más allá del Ebro, apenas eran queridos.
Una estrategia eficaz, porque, a todo esto y ayudado por la pésima gestión que Zapatero hizo de la crisis, los populares ganaron las elecciones y Rajoy llegó a la Moncloa, mientras, Anticorrupción seguía la pista de la liebre del 3% que, aunque suficientemente conocida ya, había levantado en el Parlament, para disgusto de propios y extraños, el president Maragall.
Fue entonces cuando todos despertamos del sueño de esa Cataluña remanso de paz, el país del seny, libre de corrupción e insidias, convertida ahora en cueva de Ali Babá, con políticos, empresarios y familias de conseguidores corruptos, como en cualquier patio de vecinos. Una pista, la de esa liebre, que lleva directamente a los Pujol y a su heredero Artur Mas, sorprendido en esas miserias en plena crisis, en la que fue pionero en los recortes, contestado en la calle y obligado a mover ficha y a emprender una huida hacia adelante en la que, ahora él, comenzó a agitar la bandera de la nación catalana, todavía sin estrella, para distraernos nuestra atención del muladar que tenía detrás, una huida hacia adelante llena de gatillazos electorales en la que fue perdiendo cada vez más apoyo, para irse entregando y buscando refugio en los brazos de Esquerra, ahora en manos de la sangre joven y entusiasta de Junqueras y los suyos, hasta llegar al paroxismo independentista de formar gobierno con ellos y la radica e inclasificable CUP, con la promesa de una declaración de independencia, para la que no tenía escaños, salvo que acabara haciendo trampas, poniéndose, como ha acabado haciendo, la Constitución y el propio Estatut por montera.
Antes de llegar a esto, porque el president era Mas y ahora es Puigdemont. hubo un torbellino de elecciones, ahora adelantadas, ahora plebiscitarias, con el único fin de mantener a Mas a salvo, en medio de la marea de protestas del 15-M y por el "austericidio, reprimidas con saña por esos mismos a los que ahora aplaude la izquierda soberanista , una situación que forzó que el mismísimo Mas tuviese que ser llevado en helicóptero al mismo Parlament, que hoy también está rodeado, esta vez con cariño, para recordar las promesas que tan alegremente hizo Puigdemont.
Un Puigdemont de corta carrera política que, hasta ahora, había sabido estar en el sitio adecuado en el momento preciso. 
Independentista de toda la vida, arrimado al poder de Convergencia, ocupo cargos de confianza en los medios afines a ·la causa·, hasta que entro como concejal en el ayuntamiento de Girona. Y, de allí, al Parlament como diputado. Y en estas, tras las últimas elecciones catalanas, a Mas sólo le cuadraban las cuentas para formar gobierno si la coalición de la vieja y denostada Convergencia, hoy PdCat y Esquerra, se reforzaba con una tercera fuerza que sólo quiso ser la CUP, ese cóctel de radicalismos que supo jugar sus cartas, quizá el único, sabiendo que tenía a Junts pel Sí cogido por donde más duele y que puso como primera condición para su apoyo que Mas no fuese el candidato. Y ahí, en el sitio adecuado y el momento oportuno estaba el diputado Puigdemont que, de repente, encontró entre sus manos el juguete soñado desde los ocho años de una Cataluña independiente, con el lazo dorado de ser el primer presidente de la nueva república.
Pero hoy, con mentiras indemostrables y pulsos innecesarios, el juguete se ha roto. Y tiene difícil compostura. Tan difícil que, pase lo que pase hoy, a Puigdemont le va a ir mal, porque, si proclama la república catalana, puede dar con sus huesos en la cárcel y, si no lo hace, va a verse desterrado al rincón más oscuro de la Historia. La rauxa pudo con el seny y, hoy, después de las cargas policiales, de la vergonzante actitud de los mozos, de la fuga de empresas, de la caída de inversiones y reservas turísticas, el futuro de la economía y la convivencia en Cataluña, que tanta admiración despertaban, son pasado ante un mañana que, de momento, es que sombrío.
A pocas horas del momento clave en el pleno de esta tarde soy incapaz de imaginar una solución que sea mínimamente confortable para todos. Ojalá sólo sea pesimismo.

lunes, 9 de octubre de 2017

LOS SONIDOS DEL SILENCIO


Escuché no hace mucho a Iñaki Gabilondo que las mayorías silenciosas no existen hasta que hablan, hasta que se manifiestan ¡Qué gran verdad! Hasta hace sólo dos días, parecería que, en la España que los independentistas llaman "Madrid" o "el Estado", como si el nombre de este país, que también es el suyo, les quemara los labios, la España de la que quieren excluirse, sólo estuvieran los del "A por ellos", de los que se pasean con camisetas de esa selección en la que no quieren a Piqué o con capas de falsa seda rojigualda, anudadas al cuello, como si de héroes deportivos, los únicos posibles hoy, o de superhéroes de tebeo, llamados a arreglar a puñetazos cualquier gigante o molino que les saliera al paso.
Sin embargo y afortunadamente, el sábado las plazas de los ayuntamientos de numerosas ciudades españolas, grandes y pequeñas, en Cataluña o fuera de ella, se llenaron de gente vestida de blanco o de paisano clamando a esos gobernantes que tan poco han pensado en ellos -sólo lo hacen cuando necesitan su voto- que cumplan con su deber que es solucionar nuestros problemas, sobre todo los que ellos mismos crean y nos crean, hablando entre ellos. Y fueron decenas, cientos de miles, quienes salimos a la calle para acabar con este trágico esperpento al que unos y otros nos han arrastrado. Ha sido el exceso de prudencia o el miedo, vienen a ser lo mismo, el que nos ha mantenido al margen, como meros espectadores, angustiados a veces, cabreados otras, delante de televisores en los que, como en un bucle infernal sólo se hablaba de un incendio al que todo el mundo echaba gasolina y leña, pero nadie parecía querer o saber apagar.
Pero de todo se aprende, del miedo también, y esta vez, espero que para siempre. hayamos aprendido eso, que tenemos que formar parte de la solución de los problemas que nos conciernen y que ese formar parte comienza por hacerse preguntas, por dudar de todo y de todos, por ser dueños de nuestro propio pensamiento, elaborado de las esquirlas y las cenizas de todos esos mensajes que, con suerte, hayamos podido desmontar. Se aprende que no hay que creer en las mentiras que creemos que nos convienen, porque las mentiras son. También que ese esperar a que escampe, tan del peor presidente que ha tenido la joven democracia española, lleva a perderlo todo en la tormenta, y, sobre todo que debemos escoger bien a nuestros líderes, porque no hay que fiarlo todo a la labia llena de épica de algunos dirigentes ni al silencio imprudente de otros.
Ha habido demasiados silencios. Están el de los empresarios que han permanecido vergonzosamente callados hasta que el miedo de sus clientes les ha llegado a la cartera, el de los intelectuales que, salvo honrosas excepciones, al margen de los ventajistas que siempre cargan sus mensajes de ese temible ardor guerrero que les resulta tan rentable, han permanecido prudentemente callados, no fuera a ser que... un silencio que rompió valientemente Isabel Coixet y que luego fue seguido de manifiestos "a la firma" que llegaron, quizá, con retraso.
Pero el silencio se rompió estos días y nos permitió escuchar con claridad la solvencia intelectual de Josep Borrell, catalán de la montaña, que, sin la atención suficiente por parte de los medios venía desmontando una a una todas las mentiras de ese meapilas hipócrita en que se ha convertido Oriol Junqueras. Demasiado tarde, pero a tiempo, y, no de la mano de los políticos, sino con estos llevados a rastras, la calle ha hablado. Y la han escuchado.
La ha escuchado el mismísimo Puigdemont que en un cínico "corta y pega" se comió anoche la parte de su intervención ante TV3 que la cadena había venido cacareando en los avances previos. También ha escuchado el gobierno francés, que ya ha manifestado que en ningún caso va a reconocer a una Cataluña independizada de un estado democrático como España.
Más claro, agua. Ya está claro, se ha roto el silencio, ha hablado esa mayoría silenciosa que, ahora sí, ha sido escuchada y ya es gente, ciudadanos con cara y con nombre y apellidos. Y su grito silencioso no es ni debe ser el "a por ellos" de unos ni el "las calles serán siempre nuestras" de los otros. Este fin de semana ha quedado claro que no.

viernes, 6 de octubre de 2017

COGE EL DINERO Y CORRE


¿Quién dijo que iba a ser fácil? ¿Quién dijo que iba a ser gratis? Desde luego, han sido muchos, demasiados. Y han sido muchos los que han guardado silencio o los que, como yo, pensábamos que no iba a pasar nada, que alguien pisaría el freno antes de lanzar por la cuesta de esta quimérica locura que ha sacudido las callas de Cataluña, un tren cargado con más de siete millones de españoles, que lo son a la fuerza o no, con todos sus sueños y sus vidas. Pero no ha sido así. Me había equivocado. La rauxa ha podido con el seny, llevándose por delante años y años de sensatez.
Demasiado incienso y demasiada pólvora en el escenario. Pólvora e incienso que, afortunadamente, son, al menos de momento, sólo metafóricos, pero en todo lo que está sucediendo estos días hay demasiado misticismo, en unos, y demasiada prisa por dinamitarlo todo en otros. Y no hablo de que a un lado estén los místicos y en el otro los incendiarios, no. Están mezclados, distanciados, si no por sus intereses, sí por sus actitudes.
Por desgracia, no es la primera vez que lo escribo ni soy el primero que lo hace, los culpables están enfrentados y revueltos tanto en eso que llaman “Madrid" como en Cataluña. En uno y otro lado están los que han llenado las calles de flamantes banderas rojas y amarillas, la sangre y el fuego, porque, al final, todas las banderas se parecen y, evocando una imagen que me permito robar al poeta mexicano José Emilio Pacheco, no son más que instrumentos con los que tratamos de apresar la libertad que es el viento. En uno y otro lado están quienes han lanzado a la gente a la calle llenos de patriotismo y les mueven intereses parecidos, e poder o la gloria, siempre muy lejos de los de la gente, esa gente a la que, estoy seguro, no le gusta sufrir, no le gusta perder.
Deberíamos fijar en nuestra conciencia algo que, en la vorágine de "los directos" no se ha explicado cómo se debe y eso que no se ha explicado es que la mayor parte de la gente que se ha movilizado en Cataluña lo ha hecho creyendo que España y no Rajoy o el PP era el origen de sus penurias. Se lo han hecho creer personajes como el vicepresidente Junqueras que, ayer mismo nos explicó que en una Cataluña independiente les iría mejor a las mujeres y a los pobres, que la economía crecería y que todo iría mejor. Y lo dijo con ese tono enervante de quien exige suplicando, con ese olor a incienso, con ese misticismo que le lleva a cerrar cada entrevista y sin venir a cuento, explicándonos que es católico practicante, como si eso fuese garantía de cordura o bonhomía o incurriendo en el error de hacerse perdonar por decir lo que, de ser cierto, se sostendría por sí solo.
Sin embargo, de existir, ese dios para el que dicen que trabajó en los sótanos del Vaticano no debía estar ayer de su parte, porque, mientras hablaba para la Sexta, los acontecimientos se precipitaban y el dinero, que no tiene color, le daba la espalda a la Cataluña soñada por él y sus compañeros de aventura, porque, minutos antes del comienzo de su entrevista, el banco Sabadell anunciaba el traslado de su sede a Alicante y Caixa Bank, el mayor banco con sede en el territorio que pretenden declarar independiente anunciaba que entraba en sus planes en sacar su sede de Barcelona. Y es que tanta inquietud asusta, no al dinero sino a sus propietarios que, estaban empezando a mover sus depósitos a destinos más seguros y las acciones de uno y otro se precipitaban en Bolsa.
Fue mano de santo, porque estos movimiento, como los seguidos por otras prestigiosas empresa con base en Cataluña, habían dejado en evidencia al Govern y sus proyectos que, sigilosamente está ya replegando velas y bajando el tono de su discurso mientras, como diría un castizo "visten el santo" del incumplimiento de una promesa forzada y el fracaso, al menos por el momento o tal cual estaba diseñado, de un "proceso" lleno de trampas, a cambio del apoyo de la díscola e intransigente CUP.
El dinero tiene que sentirse cómodo y seguro y en las últimas semanas, la comodidad y la seguridad, en Cataluña, brillan por su ausencia. El dinero no tiene color y es de miedo fácil. Por eso está consiguiendo en pocas horas aquello en que la razón y el seny. han fracasado. Un alivio, pero un triste alivio, porque que esta loca carrera por salir de Cataluña, ese "coge el dinero y corre" que han emprendido el dinero y quienes lo tienen haya sido más eficaz que la razón más que alivio, debería darnos miedo,

jueves, 5 de octubre de 2017

DE TELEVISIONES Y DISCURSOS


Hoy, como vengo haciendo cada día desde hace años, he colgado en mi muro de Facebook esta genial "obra" de ese poeta de las paredes y las calles que es el grafitero inglés Banksy. En ella, puede verse cómo un cámara de televisión arranca una flor del suelo para poder grabarla con detalle, la imagen que nos dejó Banksy en vete a saber qué muro de qué ciudad es algo más que una imagen o un poema: es una acertada metáfora de lo que nos está pasando.
Vivimos pendientes de lo que ocurre y lo vivimos al segundo, a través del "directo" de las teles, sin darnos cuenta de que éstas esconden bajo su disfraz de testigos imparciales  el traje de lentejuelas del protagonismo, sin darnos cuenta de que éstas, las televisiones, fuerzan a veces la actualidad y, sólo por ello, la transformas, sin darnos cuenta de que ese bucle infernal en que nos han metido, en el que una imagen se repite una y otra vez, hipnotizándonos, bustos vociferantes intercambian ante nosotros, uno tras otro, sus dogmas indemostrables 
La imagen le ha ganado la partida a la palabra y las imágenes, cada vez más fuertes, cada vez más forzadas, sirven de soporte a los discursos más peregrinos que, apoyados en ellas, hacen verosímil lo que, sólo con palabras y con tiempo para pensar sobre ello nos parecería una patraña. Quizá por ello y sin haberlo conocido, mi abuelo, que era muy sabio, decía aquello de "de lo que veas, la mitad creas".
¿Qué quiere decir con todo esto? Simplemente, que hay que desconfiar, que no hay que creer a pies juntillas ni siquiera lo que creemos estar viendo, que un plano cerrado sobre unas pocas decenas de personas puede hacerse pasar por una multitud y que, por el contrario, buscando los claros que hay en toda reunión de masas, puede arruinarse cualquier convocatoria de éxito.
Del mismo modo llevar la cámara hacia los que vociferan o los violentos puede hacernos creer que el resto vocifera y se deja llevar por la violencia. Una sola hoguera en una carretera puede traducirse como violencia incendiaria y, por llevarlo a otro terreno, un rosario de desplantes o gestos buscados y convenientemente adornados, vengan de Gabriel Rufián, Rafael Hernando, Pablo Iglesias o cualquier otro pueden hacernos creer que la razón y la fuerza están donde nunca han estado.
Qué pena que en la escuela no se enseñe a ver televisión, como se enseña a leer y escribir. Qué pena que la televisión ya no se vea "en familia", qué pena que no se contrasten las interpretaciones de lo que creemos ver y que, a lo peor, no es más que un juego de luces, sombras y sonidos. Qué pena que esa competencia que, nos lo hicieron creer, iba a mejorar la calidad de nuestra televisión, se haya convertido en una pelea por las audiencias a costa de quien sea y de lo que sea. Qué pena que, hoy, las televisiones se dediquen a arrancar las flores para mostrárnoslas a su modo y sin el menor respeto por la verdad.
Algo parecido ocurre al otro lado de la cámara con los profesionales de la política. Raro es el que no cuenta con un ejército de asesores de imagen que corrigen sus gestos y sus tics, que les enseñan a mover los brazos y las manos de una manera mecánica y artificiosa, persiguiendo el doble objetivo de hipnotizarnos, también ellos, y, además, el de que, ellos, mantengan el equilibrio y no se caigan de su propio discurso.
Dicho esto, creo que los asesores del rey estuvieron el martes de vacaciones. Él no, que leyó, sin sus habituales gallos, apenas uno o dos, y sin cortes aparentes un discurso que, si no se lo habían escrito directamente en la Moncloa, sí se lo habían inspirado. Un discurso en el que dejó de lado las soluciones valientes e imaginativas, para precipitarse en el tobogán de la "firmeza", tan peligroso como el camino sin salida y sin retorno que transita, ya titubeante, el profeta Puigdemont.
Nada que ver los asesores de La Zarzuela, tan ausentes y faltos de ganas el martes como los mossos de esquadra en las primeras horas del domingo, con los que prepararon la puesta en escena y todo lo demás para la intervención del president anoche.
Bien es verdad que la mejora era fácil, Bastaba con dar la vuelta al naufragado discurso de Felipe de Borbón. Bastaba con asomarse tranquilamente a una puerta, dar a entender que, en lugar de hacernos pasar a su despacho, para atendernos sentado, tras el parapeto de la mesa de su despacho, dejando en evidencia la presencia de las cámaras, salió a recibirnos, de pue, al umbral de una puerta, una puerta que podía ser la de su vivienda o la de su despacho, dejando suficiente aire entre él y las cámaras, que, de ese modo, desaparecieron. Una puesta en escena más a la francesa, con apenas un micrófono prácticamente inapreciable, para dar a entender la naturalidad que sin duda no había.
Pero no sólo eso, porque, si el discurso del rey cerró o, al menos, no abrió puertas, el de Puigdemont, más sibilino y humilde, quizá porque ya había perdido toda esperanza de apoyo internacional, si no la abrió, sí dejo entrever que ofrecía lo que hasta ahora había negado: tiempo.

En fin, que en uno y otro lado, en todas partes, arrancan las flores para metérnoslas  en la cabeza por los ojos.

miércoles, 4 de octubre de 2017

TENGO MIEDO

Dicen que, a medida que vamos cumpliendo años, a medida que vamos teniendo más experiencia, a medida que los afectos y las cosas nos atan, nos volvemos más prudentes o, si así lo preferís, más cobardes. Me está pasando. El miedo va ganando terreno en mí, porque no encuentro una salida a lo que está pasando. Me ocurre en esto, lo mismo que en la vida cotidiana, en la calle, cuando salgo del entorno que conozco. No sé si sabéis que padezco una grave discapacidad visual que me impide, por ejemplo, leer las placas con el nombre de las calles, que me impide distinguir lo que hay más allá de dos manzanas, y, por si fuera poco, lo que me queda a ambos cuando camino. Tengo a menudo boca de carretero, porque, cuando algo se trastoca en ese entorno que conozco, juro y maldigo, porque me siento engañado e indefenso.
No sé si sois capaces de imagina lo que os digo, no sé si podéis, no lo deseo, poneros en mi lugar. es muy duro y, por eso, necesito certezas, necesito saber que la altura de los bordillos es más o menos la misma en cada calle, en cada cruce, necesito estar seguro de que, al dar ese paso, no voy a "caer" a la calzada o a "tropezar" con ella. No es divertido y, sin embargo, tengo ganas de vivir, de convivir, y, sobre todo, de comprobar que lo que queda más allá es transitable.
Un temor parecido al que os describo me acongoja estos días que vivimos, yendo de sobresalto en sobresalto, sin que nada de lo que he vivido, nada de lo he aprendido me sirva para predecir adonde nos va a llevar el siguiente paso paso que den, unos y otros, hacia un futuro, si no imposible, sí insoportable.
De momento, asistir en la distancia a las cargas policiales del domingo me devuelve a lo más oscuro del franquismo, a los días de universidad, a los "saltos" a las manifestaciones ilegales, a las carreras y los palos y, afortunadamente aún no los ha habido, a las pistolas y las torturas de "los sociales". Lo de ahora es distinto, lo sé, y lo es por muchas razones, pero no por ello tiene pinta de salir mejor. entre otras cosas, porque el gobierno de la Generalitat, que se esconde tras las masas que movilizan la ANC y Òmnium, el mismo que, como hacía Franco, convoca y financia un "paro de país" con los medios y el dinero que es de todos, los que quieren manifestarse y los que no, el mismo que, a remolque de la CUP, convoca el paro y las manifestaciones para una cosa y las aprovecha para otra.
Yo siempre desconfío de los antidisturbios, es una rémora del pasado, del que viví con Franco y del más reciente, con mi Congreso "enjaulado", lloviendo palos en el Paseo del Prado. Quizá por eso no me siento tan escandalizado por las cargas del domingo. No piensan, cumplen órdenes, y, aunque los hay vocacionales, con las calles llenas de fotoperiodistas y smartphones en manos de ciudadanos no he visto, salvo pocas excepciones, las heridas de las que tanto se habla. O es que acaso creyeron al ministro cascarillero cuando dijo que eso iba a ser un picnic. Hubo, sí, pelotas de goma, yo vi en TV como los antidisturbios se colocaban unos a otros los "macutos" con la munición. 
El uso de ese material está, o estaba, prohibido en Cataluña. Y lo estaba después de que una mujer perdiese un ojo por un pelotazo salido de la escopeta de un mosto de escuadra, al que no se castigó porque sus mandos no quisieron identificarle y que, muy probablemente, recibió el domingo flores y aplausos por incumplir de manera torticera y calculada su deber como policía judicial y que estamos viendo estos días protegiendo no se sabe muy bien si a los policías y guardias civiles de los escraches o protegiendo los mismos escraches, cuando no cerrando para la huelga centros comerciales, como en tiempos del dictador cerraban facultades para todo lo contrario.
Por si fuera poco, este clima enrarecido en el que, si no dices lo que algunos quieren escuchar te ves acosado hasta el aburrimiento por los que metafóricamente tienen las mismas o peores dificultades que yo para ver lo que está ocurriendo en realidad. 
Es terrible que esta aventura emprendida por irresponsables afincados en la Plaça de Sant Jaume y en Moncloa esté llevando a que acabes discutiendo con la gente que quieres y respetas. Es peligroso que los mensajes "simples", simples en cualquiera de sus dos acepciones, están calando como calan a uno y otro lado del Ebro, encendiendo los ánimos y poniendo orejeras a los sentidos, especialmente a ese al que aquí se le dice común y en Cataluña seny.
La razón y la verdad no pueden ser absolutas. Hace falta perspectiva. Sería conveniente pararse un momento, tomar aire, mirar hacia atrás, para comprobar de dónde venimos, cuan duro ha sido el camino, cuanto más puede ser el que nos queda y, si, en realidad, la meta está donde nos dicen.
Anche, Felipe de Borbón se dirigió a la ciudadanía, con la misma solemnidad y sobresalto que lo hizo su padre hace treinta y un años, pero, al contrario que ocurrió entonces, el mensaje no ha sido, al menos para mí, nada tranquilizador, porque apenas insinúa en un susurro el entendimiento del que debe llegar la solución y que sólo se logrará hablando. Ni siquiera sé si fue un ave de mal augurio, porque leí entre leneas una tácita autorización moral para que el gobierno insensato que nos hemos dado o no hemos hecho lo posible para que no nos lo den los españoles, aplique el tenebroso "155" que intuyo injusto, doloroso y contestado, porque, si estamos donde estamos, porque a los catalanes les quitaron el estatuto que ellos y nosotros les dimos hace diez años, no puedo ni siquiera  imaginar qué ocurrirá si, además, le quitan su autogobierno.
Creo que, de hacerse, habrá que cambiar el color de los uniformes de quienes tendrían que enviar a Cataluña para imponerlo. Y no me gusta el caqui como solución. Por eso tengo miedo, porque no velo qué hay al final de la calle y el escalón del bordillo es demasiado profundo y oscuro. Por eso y porque hay mucha gente que quiero en Cataluña y también porque tengo una hija y una nieta casi reciñen nacida a la que me gustaría enseñarle esa tierra tan hermosa, en la que nació su abuela, que, de repente, ha quedado de espaldas a la mía. Y tengo miedo, mucho miedo, de que esos mossos, hoy aplaudidos y abrazados sean quienes muelan a palos a los catalanes cuando se echen a la calle para manifestar su rabia y su frustración por sentirse también engañados por quienes les están diciendo que su único problema es España y que, cuando alcancen la independencia, no habrá paro, no habrá corrupción, estarán en la UE, serán la admiración del mundo y todo será de color de rosa.

martes, 3 de octubre de 2017

DE RIVERAS Y "AINTIPIQUÉS"


Que hay quienes buscan solución a los problemas, mientras hay quienes plantean problemas a las soluciones es algo evidente. No hay más que pararse un momento a observar lo que viene haciendo Albert Rivera, que a cada momento se convierte, en contra de lo que proclaman él y los suyos, en la pieza que bloquea el engranaje democrático, impidiendo cualquier transformación de las mayorías y contribuyendo de ese modo a la fosilización del PP y la corrupción que dice combatir y evitando que las partes se sienten a hablar de problemas tan acuciantes como lo que puede ocurrir en esa España que tanto dicen defender y de la que también forma parte Cataluña.
Ayer mismo, a las pocas horas de haber vivido ese domingo tan evitable como trágico para este país, Albert Rivera se mostró, después de verse con el impávido Rajoy, tan intransigente como acostumbra con cualquier atisbo de diálogo con quienes, de la mano del peor inquilino que ha tenido La Moncloa, han colocado a Cataluña y a toda España al borde del precipicio. Pues bien, la solución-problema que plantea Rivera ahora es la aplicación del famoso 155, con convocatoria inmediata de elecciones en Cataluña. Algo que, después de ver lo que vimos el domingo, sólo sería posible si la fuerza que se envía a Cataluña es algo más que Policía y Guardia Civil y eso es algo, creo, que nadie queremos.
Rivera, como el mismo Rajoy, saben, como cualquiera, y basta con recordar el "a por ellos" con que se despidió a los guardias camino de Cataluña o con escuchar, ayer, los bramidos contra Piqué, que hay una parte lamentablemente importante de españoles que está dispuestos a dejarse cegar por quienes agitan  pancartas y banderas ante sus ojos, más si esos trapos se dirigen contra nuestros compatriotas catalanes, a quienes, reconozcámoslo, siempre hemos mirado, porque así nos han enseñado a hacerlo, con envidia y desconfianza.
Rivera explotó esta animadversión hacia el catalanismo, creando una ínsula anti catalanista en plena Cataluña apoyándose en una tan audaz como nada barata campaña publicitaria, pagada por aún no se sabe quién, para convertirle en una variedad "forte" y renovada de lo de siempre. El joven, brillante y premiado orador o sus padrinos vieron en Ciudadanos que, como marca catalana, apenas tuvo éxito, la solución ideal para controlar los efectos de la debacle a la que caminaba la derecha española tras el 15-M, con el PP en caída libre y el PSOE lamiéndose las yagas que el exceso de obscena convivencia ignominiosa con el IBEX había dejado en él.
Disfrazado de conciencia de la derecha sin conciencia tuvo su primer gran éxito en Andalucía, donde tomó por sorpresa su parte del pastel que dejó en la mesa la desaparición del bipartidismo y supo jugar sus cartas, centrando en la figura de Rivera, aparentemente intransigente con la corrupción, la imagen del partido. Sin embargo, y aquí lo sabemos bien, sostiene allá donde puede gobiernos instalados en la corrupción, los recortes y el despotismo, como el de Cristina Cifuentes en Madrid o el de Susana Díaz en Andalucía. Y ahí sigue, quizá porque rivera y quien está detrás de él saben que hay una parte importante de la población que se dejan encandilar por una oratoria brillante, más si está cargada con todos esos viejos tópicos en los que quiere creer.
Rivera sabe que su verbo es el mejor disfraz para cubrir el trogloditismo de quienes pagan la entrada a un estadio para insultar a un solo jugador, Piqué, que una y otra vez comete la imprudencia de creer que en este país se respeta la opinión de los demás. No se dan cuenta esos energúmenos de que, por cada silbido, por cada insulto que dedican a Piqué, se afirma en los catalanes la idea de que no son queridos en el resto de España.
Rivera y los "antipiqué", uno con su lenguaje brillante y otros con su zafiedad secular y característica, son la misma cosa: simplemente intolerancia el peor pecado, transversal a ideologías y clases, el que mina la convivencia. 

lunes, 2 de octubre de 2017

FOTOS DEDICADAS


El de ayer fue, al menos para mí, un día duro, muy duro. Jamás creí que las cosas acabarían como acabaron. Los únicos que estuvieron a la altura que se esperaba de ellos fueron aquellos que, en Cataluña, acudieron, ya no sé si a votar o a ponerse en pie ante el atropello de su dignidad por quienes, desde Madrid o Barcelona han venido jugado con sus sentimientos y sus derechos todos estos meses.
Yo mismo, que el sábado me fui a la cama confiando en que algo o alguien pondría sentido común y calma en este torbellino de acciones y reacciones absurdas, renunciando a celebrar el referéndum o a tratar de impedirlo por la fuerza. Pero no fue así y, cuando a las ocho da la mañana encendí la radio, primero, y, después, el televisor, sentí vergüenza y una enorme frustración por no poder hacer nada, por no estar en Barcelona, para echarme a la calle y colocarme junto a todos esos ciudadanos que, más allá de votar una independencia hoy por hoy insostenible, si no inviable.
esas imágenes, que fueron creciendo en violencia y temperatura conforme avanzaban las horas, eran las que unos y otros buscaban desde el principio. Las buscaban quienes llaman españoles o súbditos a quienes no comulgan con su pensamiento y aspiraciones y las buscaban quienes desde el resto del país hablan de "los catalanes" como un bloque monolítico de gentes altivas e insolidarias a las que, no podemos negarlo, desprecian.
Junts p'el Sí y la CUP, pero más aún la ANC y Òmnium Cultural, eran conscientes de que su aventura iba a ser imposible sin el apoyo y el reconocimiento internacional, del que, por más que fabulasen, el mismo sábado carecían. Por eso, cuando a la burguesía catalana encarnada por el PDCat comenzaron a temblarle las rodillas ante la perspectiva de una Cataluña aislada en Europa, cuando le asaltaban las dudas sobre la conveniencia de proclamar la independencia por las bravas, forzaron al máximo las cosas, poniendo en movimiento la poderosa maquinaria de ambas organizaciones, tan poderosas en medios humanos y materiales, para movilizar a la calle, siguiendo un inteligente plan, con una logística que para sí hubiese querido el Ministerio del Interior, que se mostró zafio, torpe y, sobre todo, falto de toda la inteligencia necesaria, de la una y de la otra, para no haberse dejado atrapar en el lazo que estaban tendiendo ante sus narices. 
Y es que, a Interior, a Moncloa, les han faltado en Cataluña la mirada y la capacidad de recoger sin prejuicios en las calles de Cataluña los dato que le permitiesen prever lo que podía ocurrir y acabó ocurriendo ayer. Nadie podía despreciar, pero alguien lo hizo, el dato de que diez mil policías no podrían contener durante horas el deseo ahogado tantos años de ser escuchado sobre el lugar que quieren que Cataluña ocupe en o frente a España.
Pero no nos engañemos, el daño que han hecho las intervenciones policiales o la falta de ellas, no hay que olvidar la huelga de celo. de los mossos o sus mandos, no a la convivencia en Cataluña, sino a la imagen de España en el mundo, estaba perfectamente calculado. A unos y a otros, a los partidos del soberanismo y al PP lo que les interesaba es esto: la vergonzosa debacle sistémica de ayer. A unos, Puigdemont y los suyos, porque las cargas policiales frente a las calles llenas de gente deseosa de expresarse le han dado el pasaporte internacional que años de penetración "diplomática" no le han dado, y, a los otros, una demostración de ese "porcojonismo" celtibérico que tanto parece gustar a los votantes del PP. Me niego a pensar que unos y otros no estuviesen calculando ayer lo que finalmente iba a ocurrir. Lo sabían. Pero unos y otros necesitaban la foto, esa foto que, antes al menos, los novios se intercambiaban. Dejemos para otro día hablar de quienes tomaron la foto e iluminaron la escena y de cómo la verborrea inabarcable de las televisiones, la simplificación del lenguaje y las ideas y ese vicio de no ponderar lo que se ensaña, buscando sólo audiencia, han contribuido a alimentar el monstruo que ayer desataron unos y otros.
Puigdemont necesitaba su foto y Rajoy, para ganar otra vez las elecciones, en una España troceada, sin Cataluña y Euskadi, que siempre ha dado por perdidas, necesita la suya, la de sus santos cojones. Unos y otro, como novios que se necesitan, ya las tienen y las tienen dedicadas. Sólo cabe esperar que esas fotos amarilleen pronto o las borre el tiempo en un descuido.