miércoles, 31 de octubre de 2018

A VUELTAS CON FRANCO


Lo que los españoles estamos viviendo a propósito de la momia de Franco es una pesadilla digna de la fecha en que estamos. En tres semanas se cumple un año más de la muerte del dictador, cuarenta y tres ya. De aquel día sólo recuerdo la alegría contenida, aún había que guardar las formas, de quienes, de un modo u otro, deseábamos, si no la muerte del responsable de tantas muertes, sí que se fuese de una vez para dejar paso a la vida, y de sobra sabíamos que ni él ni su codiciosa familia iba a consentir su marcha en vida, de modo que teníamos asociada su muerte a ese fin de la dictadura tan deseado por quienes queríamos una España distinta.
Quién nos iba a decir entonces que hoy, cuarenta y tres años después, cuando la mayor parte de sus amigos y enemigos ya no están o, al menos, no deberían estar, seguiríamos enganchados en esta  pesadilla de qué hacer con sus huesos, su momia, según el nietísimo Francis, que del abuelo quiere los honores y la riqueza derivada de la rapiña, porque, para estar en este mundo, eligió la vida muelle de su padre, el marqués de Villaverde, que, de su suegro, rapiñó hasta las fotos de la agonía.
La familia del dictador, controlada por la viuda y el yernísimo, tardó en dejarle morir. Había que poner a salvo todo aquellos de lo que disfrutaban por su relación de sangre con el sanguinario general y, ahora que ya está muerto y enterrado, donde no le corresponde, por cierto. andan "monitorzando" su memoria, como hizo el marqués con su cuerpo prácticamente muerto en aquella camilla de La Paz, a la búsqueda de no sé qué suerte de resurrección, dificultando con saña una salida digna y decorosa para sus restos y para la dignidad de los españoles.
El anacronismo de tener la momia del dictador en un mausoleo falsamente construido para los caídos de aquella guerra tan injusta que, no era en realidad más que  una especie de corte de vencedores y vencidos enterrados junto al sátrapa, como aquel ejército de guerreros de terracota que escoltaban al emperador Qin Shi Huang a un hipotético más allá, ese absurdo de glorificar a un hombre que hizo sufrir tato y a tantos no puede mantenerse, como tampoco puede mantenerse una tumba en un lugar de honor, bajo una catedral, donde pueda ser honrado olvidando sus crímenes.
Ayer, cuando parecía que todo estaba resuelto, cuando parecía que la iglesia católica había entrado en razón, un comunicado del Vaticano echaba por tierra el alivio de tantos españoles, especialmente de tantos madrileños que, de otro modo, si Franco en enterrado en la catedral, se verían obligados a aguantar en determinadas fechas espectáculos de otro siglo felizmente olvidados.
Pero la iglesia, como siempre, ante la disyuntiva de escoger entre la vida y la muerte, ha optado por ponerse del lado del muerto y su familia, obligando a quienes sólo quieren vivir con la cabeza alta y olvidar todo aquello a soportar lo que ni argentinos ni italianos ni alemanes tienen que soportar: un asesino venerado. Por extraño que parezca, cuarenta y tres años después de su muerte y cuarenta después de una constitución que ya esta vieja, gracias a la ambigüedad de la iglesia, aún seguimos a vueltas con Franco.
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martes, 30 de octubre de 2018

Y, AHORA, COSPEDAL


Quien cría un perro de presa nunca puede estar seguro de que, al final, por hambre, por miedo o sólo por instinto, ese perro que pretendía lanzar contra sus enemigos no acabe revolviéndose contra él. Es exactamente eso lo que le está ocurriendo al PP y, por qué ocultarlo, a quienes han estado alguna vez en el poder. 
Cuando uno se presta al juego de valerse de las ratas para que le traigan información que le conviene para defenderse o atacar a sus enemigos nunca podrá estar seguro de que la rata vuelva a ese enemigo con informaciones parecidas, para fines similares y simétricos, tampoco de que en el nido de la rata se acumule, perfectamente clasificada, toda la basura recopilara en sus excursiones.
Ayer supimos, aunque decir confirmamos sería más preciso, que el siniestro comisario Villarejo se reunió también con la cúpula del PP, concretamente con la secretaria general del partido de la calle Génova, en ocasiones personalmente, en otras, utilizando al marido de María Dolores de Cospedal, Ignacio López del Hierro, para. utilizando la información privilegiada a la que tenía acceso desde su puesto en la Policía, orientar a la dirigente del PP en la estrategia a seguir en os casos de corrupción que cercaban al partido, específicamente la trama Gürtel o el caso Brugal que implicaba al presidente de la diputación de Alicante y al exministro Eduardo Zaplana.
En ese contexto, la rata comisario, informo a López del Hierro de cómo consiguió retrasar la entrega al juez de  un informe policial durante casi un mes, lo que resultaba oro molido dentro de la estrategia de la defensa del PP, que buscaba desesperadamente la prescripción de os delitos por los que estaban siendo investigados el partido y sus dirigentes, algo mucho más comprometedor que los comentarios inoportunos de la ministra de Justicia en aquella bochornosa sobremesa grabada por la rata Villarejo hace nueve años, cuando las posibilidades de que Dolores Delgado llegase a ser ministra eran poco menos que remotas.
La técnica del comisario hoy encarcelado era parecida a la de los pesqueros que lanzan sus redes con pesadas planchas que las hunden hasta el fondo marino arrastrándolas por él, como si materialmente lo arasen, levantando y conduciendo hacia la red todo lo que él había, peces, corales o mariscos, para, una vez a bordo, clasificar lo pescado, quedarse con lo más valioso y devolver al mar lo inútil.
Eso ha hecho Villarejo durante años, pasear al arrastre sus micrófonos y sus artilugios grabadores por todos los mares políticos que le interesaron, para "congelar" en sus archivos todo lo que le pudiera servir para chantajear a sus víctimas o, parece mentira que lo pensase, para defenderse de lo que se le podría venir encima en caso de caer en desgracia o ser descubierto.
Un proceder, el de este policía corrupto y miserable, que no nos cuesta imaginar después de haberlo visto en la ficción, pero que, aun así, asquea, al menos a mí me asquea, hasta la náusea. Imagináos la sordidez de la escena revelada hoy, con María Dolores de Cospedal, esperando a Villarejo, llegado directamente al garaje de la sede del PP en un cocha discreto, si n pasar por ningún tipo de control, para no dejar constancia de su visita, y llevado al despacho de la entonces secretaria general del PP, en la planta noble del edificio, aislada del resto y en obras, en una zona solitaria en la que sólo Rajoy y ella tenían despacho, una garantía de la clandestinidad del encuentro, Rajoy no estaba, para hablar de lo que sin duda hablaron.
El encuentro con Dolores Delgado y el juez Garzón tiene la excusa de que, por aquel entonces, no se conocían las actividades del policía, de hecho lo publicado de lo dicho allí es poco comprometedor para las "víctimas" de la grabación, pero los encuentros y las conversaciones que tuvo con Cospedal y su marido no tiene excusa, porque eran perfectamente conscientes, por lo que les estaba contando, de la catadura moral y la traición a sus funciones que estaba llevando a cabo el comisario.
Lo que no llego a entender de la estrategia de Villarejo publicando estos audios es qué pretende, porque de la conversación con López del Hierro hasta yo deduzco delitos y graves. Para qué lo hace entonces, s el PP no está en el gobierno y no creo que vaya a estarlo a corto plazo. No sé, quizá sea sólo venganza, contra todos y contra el sistema del que, en vez de servirle, se sirvió.
Lo intentó primero con la ministra de Justicia y no coló, ahora con Cospedal, quizá porque fue el apoyo imprescindible para que Casado llegase a la presidencia del PP, ese Pablo Casado, tan boquirroto habitualmente, que ayer, de repente, se quedó mudo.

viernes, 26 de octubre de 2018

PEDIR PERDÓN


Mucho me temo que, a Rodrigo Rato, que lo fue todo en la economía española y mundial, le va a ser muy difícil hacernos olvidar, borrar de su historia la imagen de ayer, acarreando las bolsas que encierran la que va a ser su vida en los próximos años. Tiene que ser duro, muy duro, encontrarse con la prensa y no poder esquivarla, no poder ponerse a cubierto en el portal, el despacho o el coche, no poder contar con escoltas que le protejan, que se interpongan entre él, las cámaras y los micrófonos. Quizá por eso se detuvo ante la prensa y accedió a hacer una declaración sin preguntas en el que, sin duda, será el momento más crucial de lo que la queda de vida. Quizá por eso abandonó su soberbia habitual, su mal gesto de siempre, para reconocer el daño causado y pedir perdón a quienes hubiesen podido sentirse defraudados o afectados.
Habrá que agradecerle el gesto, pero fue la manida fórmula de quien no hace contrición de sus actos sino, más bien, reconoce el daño y la ofensa porque se ha visto sorprendido en sus delitos y si pide perdón, siempre en condicional, "si a alguien he ofendido, si alguien se ha visto perjudicado por mis actos", buscando con ello a la sociedad que a través de sus jueces ha parado y castigado su carrera delictiva. Sin embargo, el perdón, la rebaja en la pena impuesta, en mi opinión, sólo debería llegar si el que lo pide colabora con la justicia ayudando a esclarecer sus delitos y devolviendo todo lo que no era suyo, lo que les fue arrebatado a otros o lo que hizo perder a otros, en más de una ocasión todo lo que tenían.
Rodrigo Rato va a tener mucho tiempo para reflexionar sobre todo esto, también para hacer un repaso de sus amistades y sus lealtades. Espero que, tras esa reflexión. quien aceptó ser considerado el autor del mal llamado "milagro económico español", que en realidad no fue más que la siembra de la cruel crisis que aún estamos pagando, se atreva a contar quién fue quién en ese triste periodo de euforia y sinsentido que no sólo arruinó lo mejor que tenía este país, su sistema de protección e igualdad sino que, además terminó con toda una clase, la clase media, arrojándola a los desahucios, el desánimo, los malos empleos con peores sueldos y abrió un abismo que parece ya insalvable entre la pobreza y la opulencia.
Esa es casi su peor herencia, la de toda una clase social que vive de espaldas a los demás, una clase social a la que sólo le interesan los dividendos de sus acciones, sus carreras profesionales, en la banca, la judicatura o la política, tan aislados del resto de la sociedad que son capaces de tomar decisiones tan ciegas y suicidas como la del presidente de la sala de los contencioso administrativo, el magistrado Díez-Picazo, que se pasó por el forro de la toga no una sino tres sentencias dictadas por  su sala que sentarían jurisprudencia obligando a la banca a pagar el impuesto de los actos jurídicos  que exigen a sus clientes, un "romper la baraja" insólito que quita la razón a aquellos a quienes se la ha dado su sala, para dársela a los poderosos bancos.
Ayer, y aquí enlazo con el asunto del perdón, el presidente del Supremo, Carlos Lesmes, elegido con los votos afines al PP, en un gesto tan insólito como la causa que lo origina pidió perdón, otra vez en condicional a quienes se están viendo perjudicados por la mala gestión de este asunto, algo así como aquellos carteles de los primeros tiempos de la televisión que decían "por causas ajenas a nuestra voluntad, etc.... disculpen las molestas". Lesmes pidió disculpas por las molestias, nada menos que la inseguridad jurídica que ha provocado el Supremo dejando en suspenso una ley, pero difícilmente podemos creer que lo ocurrido ha sido ajeno a su voluntad o la del tribunal, el más alto, que preside.
Hoy sabemos, lo cuenta El Confidencial, que fue Lesmes el que pidió al presidente Díez-Picazo, muy de su cuerda que aclarase la sentencia, como finalmente hizo, por los daños económicos y el riesgo sistémico que generaba, daños que, que se sepa, sólo se producía en la banca. 
En fin, basta ya de pedir perdón cuando se les pilla con la mano en el tarro de las galletas. Lo que tienen que hacer es pagar con dimisiones, patrimonio o cárcel los daños causados por sus acciones. Pedir perdón, más si se hace en condicional, sí no se repara el estropicio causado, es poco más que un acto de pura hipocresía.

jueves, 25 de octubre de 2018

MENTIRAS, ODIOS Y BOMBAS


¡Qué curioso! Resulta que Pablo Casado nació en la aburrida Palencia, que me perdonen los palentinos, amigos o no, tres semanas antes de que Armada, Tejero y compañía se levantaran contra el poder establecido en España con un golpe de Estado, con soldados y todo, afortunadamente frustrado, del que la imagen que todos tenemos en la memoria, la imagen "icónica" que diría algún indocumentado, es la de un guardia civil bigotudo, pistola en mano, subió a la misma tribuna desde la que ayer él, enardecido quizá por el contacto con su héroe, Aznar, mintió con todo el descaro y la irresponsabilidad de la que fue capaz, que fue mucha, para acusar al jefe del gobierno de España nada más y nada menos que de participar en un golpe de Estado que sólo está en su mente calenturienta y en la de sus socios y palmeros -sí, palmeros- que un día sí y otro también reinventan la verdad a tanto la noticia tergiversada, la columna exagerada o la tertulia crispada y crispadora.
Aquel golpe frustrado no tuvo consecuencias, salvo quizá la de sumirnos en un baño de realidad que, como pude comprobar detrás del mostrador del comercio de mi padre, acabó de golpe, nunca mejor dicho, con la añoranza del dictador que, con aquel terrible "con Franco vivíamos mejor, se extendía como una mancha de aceite, gracias a la maldad de algunos y la irresponsable simpleza de otros. No las tuvo para la gente como yo, ni las hubiese tenido para un recién nacido como él que, ni por cuna ni por edad, hubiese tenido nada que temer.
Quiero decir con esto que la experiencia del elegido por el PP para conducirle al futuro sobre golpes de Estado es tan de oídas como su trabajo fin de máster. Por eso miente, por eso mintió ayer con esa alegría, inventándose una figura, la del golpe de Estado que, sin movilizar a militares ni gente armada, sin cambiar nada, nacería de un resultado electoral y de la ocupación de la presidencia y la mesa del parlamento catalán para bloquear su funcionamiento, algo parecido a lo que su hoy repudiado Aznar hizo con el Congreso de los diputados que dirige y amordaza su compañera de partido Ana Pastor.
Lo que les ocurre a Pablo Casado y sus mentores es que siguen sin digerir el resultado de la moción de censura que sacó a Rajoy de La Moncloa, que no dan por democrático un procedimiento legal y legítimo en el que el absolutismo del PP pagó, todas juntas, las consecuencias de tanto despotismo, de tanta inacción y de tanto desprecio. El resultado, se lo concedo, señor Casado, puede equipararse al de un golpe que desaloja a un tirano o lo que quiera que fuese Rajoy, pero hasta ahí los parecidos. Lo que le ocurre a la gente que apoya al PP, a Ciudadanos y a VOX es que no conciben otro gobierno que el de los de su clase y llevan muy mal haber perdido sin previo aviso los cargos y los sueldos que todo cambio de gobierno conlleva.
Por eso, Casado, verbalizando un pensamiento tan bizarro, ha pretendido colgar, con total deslealtad sin la más mínima prueba, el sambenito de golpista, una acusación tan grave como aquella que hizo Rajoy, acusando a Zapatero de "traicionar a los muertos" cuando trabajaba para poner fin a ETA, que no puede más que generar odio en quien, sin pararse a pensar en nada más que en su rencor y en su falso victimismo, elige canalizar ese odio vete a saber cómo. Sin ir más lejos eso es lo que ocurre en todos esos machotes que creen lo que les dicen esos otros machotes con columna de prensa que acusan a las mujeres que eligen defender sus derechos de "feminazis", gante a la que de vez en cuando "se les va la mano" y matan a una.
No. No se puede mentir gratis y harían bien los tribunales en dejar de perseguir a blasfemos y raperos para ocuparse de toda esa gente que gota a gota, falsedad tras falsedad, palabra a palabra, pretenden cambiar la realidad y la Historia.
Lo digo porque no sería descabellado que uno de estos iluminados atacase cualquier día a quien han acusado de golpista y, si no lo tiene a su alcance, a cualquiera de sus compañeros. Lo acabamos de comprobar en Estados Unidos, donde Trump, después de meses, de años, sembrando su odio y sus mentiras, acaba de recoger su primera cosecha de bombas, afortunadamente detectadas a tiempo.

miércoles, 24 de octubre de 2018

¿LA GRAN ESPERANZA?


Ayer presentó Aznar su último libro, uno de esos libros que no hace tanto tiempo, él, el hombre recto que nunca se equivoca y nunca pide perdón, cobraba a través de una sociedad instrumental, por la que pasaban todos sus ingresos, para no tener que pagar los mismos impuestos que pagan el resto de los mortales. La novedad editorial, de cuyo nombre no quiero acordarme y que no dentro de mucho aparecerá saldada en cualquier puesto de la cuesta de Moyano o del Rastro, como lo hacen todos esos libros escritos por políticos que aprovechan el momento, su momento, o esos otros libros de título imposible, como ese "Pensamiento político de Franco", nada menos que en dos volúmenes que un domingo me salió al encuentro entre best sellers y novelas rosa.
Como cualquier libro que presenta, la editorial buscó para la ocasión una mesa de presentación lo suficientemente atractiva o, dicho de otro modo, con morbo suficiente para convocar ante ella cámaras de televisión, fotógrafos, periodistas y, cómo no, seguidores y amigos. Por ello el elegido para la ocasión fue Pablo Casado, hijo putativo de Aznar en la presidencia del PP, hijo postizo, los de verdad o son jóvenes o están a sus negocios, expoliando con mamá las viviendas para pobres que tenía Madrid. Y la elección fue acertada, porque otra cosa no, pero a la prensa y a la televisión, en especial a la que emite diariamente y en directo lo que no es sino el "Gran Hermano" de la política, les gustan estos actos, estos "momentos para la historia", en los que se critica a los ausentes y se cubre de flores y halagos a los presentes.
Con buen criterio y un punto de sarcasmo, el cronista que cubrió el acto para EL MUNDO señala que, de haber ganado Soraya Sáenz de Santamaría las primarias del PP, la presentación no hubiese corrido a cargo de la exvicepresidenta sino a cargo de Albert Iglesias que, sin duda hubiese acudido gustoso y soltándose los controles aeroportuarios que hubiese hecho falta, para recibir los piropos del cada vez más tenebroso y feo expresidente Aznar. Él o el líder de Vox que, como el Castilla para el Real Madrid, es el refugio y la cantera del partido de la calle Génova, Santiago Abascal, que, quizá con su Smith & Wesson en la pistolera, estaría y estará encantado de recibir las caricias verbales y las peticiones de Aznar para que vuelva al PP del que, no hace tanto, salió.
Mentiría si os dijese que seguí el acto, no ya desde el lugar en que se celebró, sino desde mi sillón ante la tele. Tenía cosas más importantes que hacer, fregar los "cacharros" o recoger la ropa tendida, pero, a veces, a quienes escuchamos la radio a todas horas o encendemos de vez en cuando la tele, el asunto me persiguió y pude ver, por ejemplo, a un Pablo Casado de ojines chisporroteantes contar la fábula de una constitución que no es la que yo conozco, que debe defenderse a toda costa y no debe reformarse porque, dio a entender supongo que basándose en su cómoda experiencia, tiene soluciones para todo.
Del mismo modo, el día en que sentí vergüenza ajena por todos esos dirigentes socialistas, de aquí y de allá, que, junto a populares y "ciudadanos", no estimaron conveniente suspender la venta de armas a la sanguinaria monarquía de Arabia Saudí, el día que me sentí un poco más decepcionado y un poco más empujado a elegir entre lo malo y lo peor, tuve que escuchar a Aznar decir que el inconsistente Casado, el mentiroso Casado, tan falto de formación y de escrúpulos, el gran actor Casado, siempre presto a representar su papel de hombre del futuro, vestido con la cota de malla de los cruzados medievales, rodeado de lo peor del pasado político más reciente, Jaime Mayor Oreja y sus negocios familiares al, hechos calor del abandono de lo público, Juan Manuel Soria y sus sociedades “offshore “o un Anson, en tiempos azote de alcaldes, hoy momificado, es la gran esperanza para la derecha y para España ¿La gran esperanza ese personaje? Nunca y, si me apuráis, ni siquiera para la derecha.

martes, 23 de octubre de 2018

CORBETAS DE SANGRE


Quién no ha oído hablar de los "diamantes de sangre", obtenidos en medio de una guerra artificial que contribuyen a perpetuar quienes comercializan y compran los diamantes obtenidos en el territorio en conflicto, quién no ha oído hablar del coltán, ese mineral tan escaso como imprescindible para  fabricar los móviles que llevamos en el bolsillo y que se extrae en circunstancias y territorios parecidos a los diamantes, quién no ha escuchado que las pieles de los abrigos de visón son mejores y lucen más cuando el animalillo es desollado vivo. Vestir esos abrigos, usar esos teléfonos o lucir esas joyas produce escalofríos y remueve conciencias, pero nadie perece querer hacer nada para evitar el dolor que se causa y la sangre que se derrama en el proceso que los pone a nuestra disposición.
En estos casos y en mayor o menor medida, el boicot individual a los productos de los que hablamos acabaría con la sangría que acompaña a su producción. Si dejásemos de poner sobre nuestra piel de animales sacrificados para nuestro atuendo, si dejásemos de usar teléfonos fabricados con coltán de origen sangriento o sí dejásemos de "adornarnos" con piedras teñidas de sangre, las guerras y el dolor de que os hablo acabarían por apagarse. Pero nos cuesta tomar la decisión y, por terrible que sea, más aún les cuesta a los gobiernos que elegimos, a los partidos que nos representan y que, en el fondo deberían actuar como nosotros, porque, al fin y al cabo, son un reflejo de nosotros mismos.
Sería más fácil si las leyes prohibiesen comercializar ese dolor y esa sangre, pero nadie se atreve a hacerlo, nadie toma la decisión de prohibir la venta de cualquier cosa que lleve consigo el olor de la sangre. Sería más fácil, pero no lo hacen. Y si no lo hacen es porque, en lugar de escuchar al corazón, incluso a la conciencia, se quedan en los números, en la frialdad de los puestos de trabajo, el dinero y los votos que se perderían tomando una decisión valiente y justa.
Todos hemos asistido a la terrible desaparición del periodista saudí, Jamal Khashoggi, al temor y la incertidumbre de los primeros momentos de su desaparición en el consulado árabe en Estambul, al relato a cuentagotas de las atrocidades que le hicieron allí, a la cínica prepotencia delas autoridades de la monarquía saudí y a la balbuceante respuesta de occidente que con Trump a la cabeza y con la honorable excepción de la Alemania Angela Merkel, han optado por no escuchar tan terrible relato o hacerlo con sordina, han elegido poner en duda todo lo que hemos sabido, porque Arabia es un buen cliente, de los mejores, y no conviene hacerle ascos, mucho menos exigirle que respete los derechos humanos, para que no deje de comprar nuestros productos o nos devuelva la mercancía.
España ha vendido a Arabia un bonito tren para ir a rezar a la Meca y, sobre todo, armas, armas que no pueden usarse para otra cosa que para derramar sangre, para matar. El dilema se hizo patente hace dos o tres semanas, cuando una ministra acostumbrada a impartir justicia y a defender los derechos humanos quiso cumplir el embargo europeo a la venta de armas que se van a usar en un conflicto como la guerra de Yemen. Armas, cuatrocientas bombas guiadas por láser, compradas por España a Estados Unidos y revendidas a Arabia, pese a lo caro y complicado que va a resultar reemplazarlas para usarlas en nuestra defensa, como si arma defensiva fuese algo más que una hipócrita paradoja.
Ahora, cuando Alemania ha decidido suspender la venta de sus armas a Arabia y ha pedido al resto de socios europeos que hagan otro tanto, hemos conocido la verdadera dimensión de la conciencia del gobierno y la oposición: PSOE, PP y Ciudadanos han optado por esperar a que la investigación sobre el asesinato de Khashoggi se resuelva, algo que recuerda a esos códigos éticos que no actúan contra sus militantes, diputados o no, pillados en delito, hasta que no se sientan en el banquillo y que se traduce en ganar tiempo para, como bien ha comprobado Mariano Rajoy, no se sabe qué.
La actitud de Sánchez, Rivera y Casado tiene que ver, más que con el respeto al procedimiento, con el miedo, pánico más bien, a que Arabia se revuelva y suspenda la compra de cinco corbetas encargadas a Navantia, un contrato que se traduce en trabajo y salarios para seis mil empleados de los astilleros de San Fernando, más con las elecciones andaluzas a la vista.
Volvemos así al principio: España, al menos su gobierno, tiene miedo a perder los puestos de trabajo que aseguraría la construcción de las cinco corbetas, cinco corbetas de sangre, como los diamantes y el coltán del Congo, que servirán para que una monarquía como la Saudí, tan poco respetuosa con los derechos de sus ciudadanos y ciudadanas, machaque a sus vecinos y chantajee a los países que se atrevan a criticarla. 

lunes, 22 de octubre de 2018

JUSTICIA NO TAN CIEGA


Se acostumbra a representar a la Justicia con los ojos vendados y una balanza en su mano izquierda, mientras una espada ocupa la derecha, bien en repaso, bien en alto. De sobra sabemos, de haberlo escuchado tantas veces que la venda representa la equidad de la justicia que, para no inclinarse por ninguna de las partes juzgadas, venda sus ojos. Se trata sin duda de una bienintencionada iconografía, aunque cargada por el diablo, porque nada más fácil para quien quiera manifestar su descontento con jueces y tribunales que levantar total o parcialmente la venda que la ciega.
Uno, simple como es, tiende a pensar que nada es más fácil que aplicar las leyes, porque suelen estar escritas, corregidas y reformadas. Sin embargo, hecha la ley, hecha la trampa, y por ello los hombres han decidido interponerse entre las leyes que se han dado y su aplicación, dándose jueces y tribunales para interpretarlas y dar y quitar la razón a quien a ellos acude, impartiendo, imponiendo, sentencias que, por más que se ajusten a derecho, a veces son justas y a veces no.
El jueves de la semana pasada, aquí en España, el Tribunal Supremo dictó sentencia a propósito de quién debe hacerse cargo de los impuestos que conlleva la tramitación de las hipotecas. Su decisión, que los pague quien obliga al cliente a registrar la hipoteca ante un notario y se sirve de ese registro para ejecutar en su día lo firmado, no siempre conscientemente, por su cliente. Nada más lógico que quien saca ventaja corra con los gastos y, sin embargo, esa sentencia que supuso un alivio para tantos y tantos ciudadanos castigados por la crisis que podrían recuperar los cerca de dos mil euros de ese impuesto que les fue cobrado indebidamente, se va a revisar hoy, porque al presidente de la sala que la dictó le han asustado sus consecuencias en la banca que el mismo día que se hizo pública comenzó a bajar en bolsa, hasta que hoy, después del anuncio de la revisión, ha vuelto a recuperarse.
Las consecuencias de lo sucedido y lo que acabará por suceder apenas las notará el ciudadano, porque los bancos tienen la "sana" costumbre de no perder nunca, ya que acaba repercutiendo sus gastos en los clientes y el importe de ese impuesto recuperado por los hipotecados volvería a cargarse antes o después en los gastos y comisiones de la formalización de las nuevas hipotecas. Lo malo son las consecuencias que acabarán pagando en desprestigio la justicia que una vez más salva el culo de los poderosos a costa de los débiles, guiñándole un ojo a su imparcialidad, y los viejos partidos políticos que, con demasiados de sus culos en las poltronas de los consejos de administración de los bancos y sus empresas participadas, guardan un sospechoso, cuando no cómplice, silencio sobre el asunto.
Yo, que no soy uno de los afectados por la decisión, sea cual sea, del Supremo, amanezco hoy un poco más descreído que ayer, entre otras cosas porque quien sabe habla de un aunque de cuernos del presidente de la sala que, al parecer y pese a que dio su visto bueno para la admisión a trámite del recurso que ha dado lugar al fallo, se ha sentido traicionado por no haber sido informado previamente del fallo, estaba ausente, y, por eso, en cuento lo conoció, dicen que por la prensa, hizo el aspaviento de convocar el pleno de hoy y la emisión de una nota que ha dejado en la mayor de las inseguridades a quienes pensaban suscribir hoy una hipoteca.
Tal parece que, por el ataque de cuernos que os digo o porque se ha dejado presionar por alguien, el presidente de la sala pretende rectificar el fallo, pensando quizá más en los perjuicios para la banca que en el ciudadano común y corriente y en la misma imagen de la Justicia, a la que está dejando como un monigote, como un espantajo, sometida a las burlas y las iras de los ciudadanos que, con cierta razón, piensa ahora que la Justicia no es tan ciega como la pintan.

viernes, 19 de octubre de 2018

LOS SANTOS INOCENTES



Quien me conoce sabe que siempre he defendido la novela frente al ensayo. normalmente el ensayo se construye con datos fríos, datos que tienen la frialdad del mármol, les falta el latido de la vida que, por el contrario, palpita en la novela, más si esa novela ha salido de quien acostumbra a mezclarse con la vida, a observarla desde dentro o, en todo caso, de cerca. Por eso prefiero una nueva novela al mejor de los ensayos y, si esa novela ha salido de la mirada y la experiencia de autores como Miguel Delibes, no cabe la menor duda de que aprenderemos mucho de ella que de los mejores tratados de Historia o Sociología.
Por eso creo que no hay mejor manera de entender lo que nos está pasando que leer, por ejemplo, la genial "Los santos inocentes", del autor vallisoletano. En ella la brecha social, como ahora se dice, elevada a la máxima potencia del caciquismo, no importa dónde ni cuándo, se explica a la perfección, se siente como una tensión permanente, la misma que habría entre un perro y su amo, si el perro fuese consciente de que siempre será perro, de que, por más que mueva el rabo, por más que lama su mano, nunca será como él y que, a la hora de los esfuerzos, de los sacrificios siempre los acabará pagando el animal.
La virtud de la novela de Delibes, que describe un tiempo pasado, pero no tanto, porque yo he visto a una familia de aparceros vivir en la miseria a pocos meros de la casa de sus "amos" a sólo unos pocos kilómetros de Madrid. Y no sólo eso, la sensación de que hay amos y siervos hoy está presente en el discurso de esos dirigentes políticos, no diré de qué partido, que ponen a los niños andaluces, mi nieta es andaluza, por debajo de los castellanoleoneses o la de esos curas clasistas que enseñan con vídeos a sus uniformados alumnos que los ricos son más listos que los pobres, que los son poco menos que por tontos.
Esto de que os hablo se evidencia también, ayer lo tuve claro con el tratamiento que dieron las teles al asunto, en la injusticia resuelta por el Supremo que pone fin a la práctica, caciquil como pocas, de hacer pagar a quienes suscribimos una hipoteca el impuesto correspondiente a los actos notariales a que los bancos obligaban, algo así como obligar a ese perro metafórico de que os hablo a pagarse el colar y la correa con que el amo les ata.
Curiosamente, lo que parecía preocupar más a "los medios", más que el modo en que los afectados podrían recuperar lo que siempre fue suyo, puesto que, como dice el Supremo, el registro notarial de la hipoteca interesaba sólo al banco y por eso lo exigía, pese a que injustamente se lo hacía pagar a sus clientes... lo que interesaba a los medios parecía ser el "daño" que el fallo judicial iba a causar a la banca, los miles de millones que tendrán que pagar ahora, a los hipotecados o a la hacienda pública, y las consecuencias bursátiles de la sentencia.
Lo anterior, de plena actualidad, es sólo uno de los muchos ejemplos que, ahora que, tras aquel 15-M que parece ya olvidado, salen a la luz. Los desahucios, los abusos laborales a nuestros jóvenes, la nula inversión en ayudas a la dependencia, el abandono de lo público en favor de lo privado y quienes lo gestionan, la brecha salarial entre hombres y mujeres, José María Aznar Botella, administrando el parque de viviendas sociales, de todos, que su madre malvendió al fondo buitre para el que trabajaba "el niño", los abusos, en suma de una clase privilegiada por su cuna, sobre otra condenada a trabajar, pagar y callar.
Una especie de maldición, ésta, que no sé de dónde viene ni por qué sigue sobre nuestras cabezas, una maldición que, antes o después, acabará. Por eso, fiel a ese respeto que tengo a la novela como explicación de la vida, me permito sugerir a los caciques de ahora, banqueros, administradores de fondos buitre, dirigentes políticos y toda la caterva de abusadores que llevamos a nuestras espaldas que lean la novela de Delibes, quizás así sepan que la sumisión no dura para siempre, que un día, cuando el dolor y la humillación sean insoportables, como cuando el señorito mató por gusto a la "milana bonita" de Azarías, acabarán colgando de una encina, porque en las novelas, como os digo, en "Los santos inocentes" está la respuesta a muchas cosas.

jueves, 18 de octubre de 2018

EL DESCONCIERTO DEL PP



Supongo que, como yo, alguna vez os habréis preguntado por qué un premio, literario o de cualquier tipo, se daba a un candidato, desconocido o no, y no a los favoritos. Yo que durante un tiempo tuve contacto con la cultura y los premios y que me preocupé por entender ese misterio, acabé llegando a la conclusión de que, si se lo daban a ese inesperado ganador, era sólo para no dárselo a los otros favoritos igualados en apoyos y, de ese modo, acabar con un empate imposible de resolver. Dicho de otro modo, se le da al ganador no por tener más apoyos, sino por despertar menos aversiones.
Eso, que suele pasar en los cónclaves vaticanos a la hora de elegir papa, es más o menos exactamente, y vestido de primarias, lo que ocurrió en el Partido Popular a la hora de elegir a Pablo Casado como presidente: no era el mejor como lo está demostrando cada día, pero consiguió aunar sus apoyos con los de Cospedal, frente a la evidente aversión de muchos de los compromisarios a Soraya Sáenz de Santamaría.
Sólo bajo esa premisa se puede entender el desastre, bendito sea, que está ocasionando en el PP y su unidad la elección de un bocachancla como Casado y la "acertada" elección que ha hecho a la hora de nombra colaboradores, porque, pasada la sorpresa inicial y amortizada la frescura que su juventud parecía aportar tras la salida de Rajoy, es evidente que el PP anda como pollo sin cabeza, moviéndose de un lado a otro, desesperadamente y sin sentido. Escuchando al presidente del PP, que acapara la práctica totalidad del discurso del partido, es evidente que éste está lleno de incongruencias y, lo que es peor, de tópicos trasnochados y de falsedades fácilmente rebatibles.
Sin embargo y siendo esto bastante malo, no es lo peor, porque el nombramiento de la exministra de Sanidad, de breve, nefasta para todos y fructífera para ella misma gestión, Dolors Mobtserrat, ha sido un tiro en el pie para el partido, un tiro disparado por quien, acostumbrado a hacer y recibir favores, la nombro portavoz parlamentaria a la única ministra de Rajoy que le apoyó en las primarias, dando de lado a Rafael Hernando, parlamentario con sobrada experiencia y colmillo retorcido que, ayer, en el primer intento de la diputada Montserrat de vapuleo al gobierno socialista, no pudo sino bajar los ojos para que en él, histrión por naturaleza, no se evidenciase el bochorno por el que estaba pasando su grupo. 
Las andanadas de la exministra, entre el ridículo y la histeria, que creía mortales para el gobierno,  se convirtieron en eficaz munición contra ella misma que la vicepresidenta Calvo disparó con la eficacia y brevedad que se puede esperar de quien tiene delante un guiñapo desbaratado, al que sólo queda rematar con elegancia, de modo que lo que pretendía ser un castigo para Sánchez con las portadas y tiempo de telediario que espera quien toma la palabra para vapulear al contrario, acabó siendo el espantoso ridículo que todos pudimos ver.
Eso, unido al patinazo de Casado en Bruselas, que fue a por lana y salió trasquilado con el escaso o nulo apoyo de los suyos a su desleal oposición a los presupuestos socialdemócratas de socialistas y Podemos. Demasiada expectación, demasiados focos sobre una jugada más calculada que, al final se ha convertido en un rasgón en el tapete de la mesa de billar que debiera ser escenario de una política eficaz y calculada.
Mucho me temo que Casado y su PP están demasiado pendientes del reloj, conscientes como son de que la supervivencia de Sánchez al frente del Gobierno juega en su contra y de que cada día que pasa los colmillos de Ciudadanos que, en su tenaz persecución del PP, no ladra, pero muerde, están cada vez  más cerca de sus tobillos. Pero ya no es tiempo de rectificar, porque cesar a la exministra como portavoz de su grupo sería reconocer el error cometido y eso, en un partido acostumbrado a las maneras y a la exasperante calma de Rajoy, sería como ponerse la soga al cuello. Así que aguantará el chaparrón mediático que la ministra ha cosechado y, supongo, le pondrá un profesor de oratoria y un corrector de textos, para que el jocoso ridículo de ayer no vuelva a repetirse.
Comenzó diciendo Montserrat que las prostitutas están desconcertadas con este gobierno, las critica, elogia su eficacia o se va con ellas, cosiendo una imposible y atropellada colcha de retales, para, en su balbuceante descarga final, coser otra no menos imposible y más atropellada colcha con la que evidenciar, al menos eso pretendía, la descoordinación del ejecutivo. ¡"Habló de putas la Tacones", que reza un dicho castizo. Pidió coordinación la portavoz de una oposición que está cada vez más desconcertada que no sabe a dónde va ni, mucho menos, cómo llegar a su destino.

miércoles, 17 de octubre de 2018

HALITOSIS CANÓNICA


Me eduqué en un modesto colegio de barrio, el barrio que, precisamente, expulsados del centro de Madrid por la especulación, hoy han escogido muchos jóvenes actores para vivir. Mis padres, con cuatro hijos, tres varones y una niña, la pequeña, no podían permitirse llevarnos a colegios de curas, como entonces se suponía que convenía para una buena educación. Fue una suerte, porque con sus crucifijos y sus retratos de Franco, aunque tenía las instalaciones justas, tenía también un excelente profesorado, pero, mirándolo con la perspectiva que da más de medio siglo de distancia, lo mejor que tenía era lo que no tenía, los curas. 
Sólo pasaba por allí un cura, el que nos daba Religión. Un buen hombre mayor, con la sotana raída y ya parda, al que, asilvestrados como éramos, probablemente hacíamos sufrir más de la cuenta, pero, pese a la humildad de su atuendo, era limpio y, como digo, un buen hombre. El resto del profesorado, magnífico, tenía os pies en el suelo y, además de dar sus materias, hablaban con nosotros de la vida y del mundo real, lo que, en aquellos tiempos de dictadura, no dejaba de entrañar un cierto riesgo. Pero lo hacían y gracias a ellos, creo, aprendí a pensar y a no conformarme con respuestas fáciles.
Nada que ver con las experiencias que me contaban los primos o las que conocía a través de amigos que sí iban, pobrecitos, a colegios religiosos, experiencias que a menudo dejaban traumas y, siempre, un cierto poso contradictorio en su comportamiento y su ideología.
Viene todo esto a cuenta de los ecos del magnífico serial emprendido por EL PAÍS a propósito de los abusos a menores por parte de sacerdotes y del papel de malicioso y cruel encubridor asumido por la jerarquía  de la iglesia católica española, la misma que, después de haber crecido en poder, riqueza e influencias bajo el dictador al que llevaban bajo palio, amparará su momia en la cripta de una de sus catedrales cuando sea desalojada del mausoleo que mandó construirse para agravio de sus víctimas. A cuento de que esa iglesia lleva décadas, si no siglos, abandonando a los niños que sufren los abusos y protegiendo a los autores de tan horribles crímenes ocultándolos a la justicia de los hombres, la única que debe imperar y esta tierra evidente y tan lejana de los quiméricos paraísos que predican.
La iglesia católica, tan acostumbrada como está a meterse en nuestras vidas y alcobas no consiente que conozcamos y midamos con nuestras leyes la magnitud de sus crímenes. Por eso, cuando el daño causado en un niño por los impulsos mal reprimidos de un monstruo que no ve otra forma de salir del infierno mal asumido del celibato sale a la luz en el ámbito familiar, trata de ocultarlo por todos los medios, poniendo en duda, primero, la versión de la víctima, presionando a la familia, después, y, si no queda otro remedio, escondiendo al monstruo en alguno de sus muchos conventos o trasladándole a otra parroquia, a otro "cazadero" en el que ese criminal enfermizo, que otra cosa no es, no tardará mucho en buscar nuevas víctimas para sus abusos.
La iglesia, lleva siglos haciéndolo, maneja el tiempo a su antojo, aparta a los abusadores descubiertos en su seno, hasta que el olvido o la prescripción les ponen a salvo de la justicia ordinaria. Y no sólo eso, acomoda sus leyes internas y a quienes deben administrarlas a su antojo y, sobre todo, miente. Miente como lleva siglos haciéndolo, porque, para quien administra desde hace dos milenios la fe ciega y candorosa de sus fieles más honrados y crédulos, mentir es fácil. Mentir y colocar al frente de la comisión que ha de reformar los protocolos, el modo en que la iglesia aborde las denuncias de abusos, a un vicario de la diócesis de Zamora implicado en el encubrimiento de un caso de abusos del que tuvo conocimiento.
Yo, como hijo que soy de una navarra, fui a misa desde pequeño, primero con mis padres y luego, a los doce o trece años, por mi cuenta, con mis amigos, hasta que sentí el hedor de aquel cura comido por el morbo que juntaba su mejilla con la mía, mientras hurgaba, babeante, en la naturaleza de mis naturales tocamientos. Fue en ese momento cuando, gracias a ese asqueroso sacerdote, descubrí, por suerte y para siempre, el hedor de esa fétida halitosis canónica que sigue padeciendo la iglesia católica en general y española en particular.

martes, 16 de octubre de 2018

EL PATRIOTISMO DE CASADO


Sé que es difícil creerme, pero os aseguro que cada día hago esfuerzos para no traer a estas páginas al líder del PP, aunque os aseguro que es él quien me lo pone difícil, porque un día sí día y otro también se empeña en mostrarse como es: estridente, indocumentado y falso, más parecido a un vendedor de mantas de esos que se acoplan a las excursiones del Inserso que al hombre de estado responsable que nos mereceríamos los ciudadanos.
Si cada intervención de Casado, de esas que su partido distribuye a los medios, cada fin de semana se pasase por el filtro de la verdad, pocas o ninguna sobrevivirían, pero hace tiempo, demasiado tiempo diría yo, que los medios en que tanto llegamos a confiar ya no se ocupan de la verdad y parece que se aplican con denuedo esa regla que corría, al menos en mis tiempos, por las redacciones; la de no dejar que la realidad estropee una noticia o un buen reportaje.
Está claro que, en tiempos en que la verdad se ha depreciado hasta límites inimaginables, tiempos en que lo que prima es lo vistoso, no lo importante, quienes carecen de escrúpulos y van sobrados de ambición se preocupan poco o nada por la verdad. Para ellos el monte del oportunismo está cubierto del orégano mentiroso con el que realzar la salsa de su éxito. No importa lo que se diga porque hoy la verdad importa poco y los efectos de una mentira se curan con los de la siguiente.
El pasado fin de semana, Pablo Casado regaló a los presentes en su mitin malagueño una revisión de la historia de España y del mundo que sería digna de un cuentacuentos chino, si no fuese porque a estos les preocupa más la verdad que a quien pretende gobernar este país. Habló como quien cuenta una proeza, un hito en la historia de la Humanidad, la masacre y el expolio que fue sucesivamente la conquista y la evangelización de América y que ahora la corrección política en boga obliga a llamar Hispanidad. Se ve que el niño Casado creció entre los sermones y las charlas del colegio religioso en que creció y las películas de Cifesa, "Alba de América", por ejemplo, con que quienes tenían mucho que ocultar barnizaron la siniestra verdad de la Historia.
Pero, si ridículo fue el cuento patriotero y grandilocuente del presidente del Partido Popular, más aún lo fue la parafernalia del propio mitin que, a falta de una Marta Sánchez que emborronase el himno, se sirvió del agitar de banderas perfectamente coreografiado, el movimiento efectista de la cámara y las casi lágrimas de Casado, más propias de Juana de Arco en la hoguera o de una virgen de Murillo para convertir un acto de precampaña en una misa patriótica.
Se ve que los asesores de imagen de Casado, él lo fue de Aznar y Rajoy, saben que deslumbrando a la gente con banderas y ensordeciéndola con himnos se le impide recibir los mensajes que le envía la realidad.
Hoy, masticadas las críticas al espectáculo del domingo, Pablo Casado se prepara para presentarse en Bruselas para contar a las autoridades comunitarias lo malos y lo peligrosos que son los socialistas y sus aliados los "podemitas", olvidándose de que un ministro de Sánchez, Josep Borrell, fue durante años presidente, un buen presidente, del Parlamento Europeo. Acude a Bruselas para llenar de barro las cuentas que llevará el gobierno ante la comisión europea, porque al patriota Casado le encantaría que fuesen rechazados, que volviesen los hombres de negro a imponer recortes, antes que conceder a su rival, uno de sus rivales, la victoria que supondría sacar sus cuentas.
Casado, como casi todos los patriotas desde arriba, es un patriota de sí mismo, alguien que, como los monstruos machistas, prefiere ver a su "amada" España muerta antes que en brazos de otro. Mientras tanto, su rival directo, Albert Rivera se frota las manos en silencio. La basta con ver al locuaz y mete patas poniéndose en ridículo día sí, día también.


lunes, 15 de octubre de 2018

BANDERITAS


Hace ya muchos años, quizá treinta, me tocó pasar unos días en Argel, donde fui enviado de manera improvisada, para "rascar" algo, enterarme, de lo que estaba ocurriendo en un chalé de una playa, cerca de la capital argelina. Lo que estaba pasando no era otra cosa que lo que, al final, acabó conociéndose como las "conversaciones de Argel", el encuentro, fracasado, por cierto, entre Rafael Vera y una parte de la dirección de ETA, para poner fin al terror de la banda., que, finalmente, no llegó a nada.
De aquellos días en Argel, poco o nada saqué sobre el encuentro que me llevó allí, salvo la amista de algunos compañeros que, como yo, fuimos allí para nada, porque la impenetrabilidad del régimen del FLN argelino, su nada discreta vigilancia sobre nosotros y el miedo de los ciudadanos a meterse en líos hacían difícil enterarse de nada. Por eso lo único que me traje de allí fueron unos dátiles difíciles de olvidar, algún recuerdo y la satisfacción de haber pisado las calles que pisó Albert Camus y la maraña de calles y escaleras donde Pontecorvo rodó "La batalla de Argel". 
Todo lo anterior y un cierto agobio por la sempiterna presencia del verde y el blanco de las banderas que colgaban en todas las calles y de todas las partes. También, la lectura de un artículo de una revista crítica, todo lo crítica que puede ser una revista en un régimen como aquel, en el que el autor se quejaba de que se contabilizase como un éxito de la revolución la producción de kilómetros y kilómetros de banderas en un país que acababa de sufrir una revuelta por la subida del precio de la sémola, base de la alimentación de una gran parte de la población. Hambre, dificultades, falta de libertad y banderas, que me recordaban a la España de otros tiempos, la misma a la que, parece, hoy nos quieren devolver algunos. No había comida, no había libertad, pero había banderas
Como habéis podido deducir, mi relación con las banderas no es muy buena. Soy de la misma opinión que mi abuelo Eustasio, para quien las banderas apenas eran los trapos con los que algunos se sirven para llevar a la gente al matadero. No me gustan las banderas. Ni siquiera la que, dicen, representa a mi país, la que el veinte de noviembre de 1985, vaya fecha, juré por poco más que lo que llaman imperativo legal o por miedo al castigo. Y es que se me hacía difícil, a mis treinta años y con una familia en ciernes, haciendo caso de eso del "dulce et decorum est pro patria mori", porque siempre he pensado que la vida es el mayor tesoro que tenemos y que perderla o quitarla por ese trapo, que diría mi abuelo, es una estupidez.
Por eso nunca me veréis con una, nunca veréis un en mi balcón. Tampoco me veréis arrancando una ni, mucho menos, pisándola o quemándola, ni una ni otra, ninguna, porque, si las banderas son, como dicen un resumen de creencias, sentimientos, procedencias o historias, como todos los resúmenes, no lo cuenta todo, no explica todo, simplifica y simplificar es manera más fácil de equivocarse.
Creo que, si es necesaria la bandera para identificar edificios oficiales, sea. Lo que no me gusta es verla, como pretenden el aprendiz de brujo Pablo Casado o el inconsistente Albert Rivera, en las manos o los balcones de particulares, porque una bandera en manos de individuos siempre resulta agresiva, siempre parece separar y marcar diferencias, siempre pretende marcar diferencias: "esta es la mía y no la tuya" o "yo la pongo y tú no". Banderas que pueden estar en la ventana de quienes ni siquiera tienen balcón al que asomarla y poco o nada reciben de lo que dicen que representa, o en manos de quienes evaden impuestos o llevan sus tesoros a paraísos fiscales, de esos que ni siquiera la cuelgan en el balcón, porque la izan en el mástil del jardín de su fortín particular.
NO. No me gustan las banderas, ni las de metros y metros cuadrados, impuestas más que puestas, en plazas como la madrileña de Colón, ni las banderitas que se ponen en manos de niños y no tan niños que aún no saben lo que son, ni ellos ni las banderas.

jueves, 11 de octubre de 2018

TODOS CONTRA EL JUEGO


Vivo en Madrid, en una zona de clase media baja venida a menos por la crisis. Ha sido mi barrio desde que nací y sigue siéndolo. Un barrio que me ha servido como termómetro de lo que le estaba pasando a mi país, como envejece, como las calles se han convertido en un abanico de acentos y colores, cómo, con la crisis, crecieron las colas del paro, yo mismo estuve en una, y cómo los contenedores de basura y las papeleras se convirtieron en una forma de supervivencia, cuando no en un oficio, como si se cerrase un círculo y aquellos traperos que, en mi infancia, recogían la basura piso por piso hubiesen reaparecido ahora, a pie de calle.
Vinieron los grandes supermercados y con ellos los "chinos", que vinieron a cubrir el hueco dejado por los comercios tradicionales del barrio, obligados a cerrar ante la imposibilidad de competir con los primeros. En fin, un paisaje cambiante que, para quien ha visto estas calles como campos, es más que asumible, tanto que, incluso, se llega a querer.
Con lo que no puedo, lo que me irrita y me apena es que, en las calles principales de ese barrio, de un tiempo a esta parte hayan brotado como flores en mayo las casas de apuestas. En un tramo de la calla principal, la que en tiempos llamábamos "la carretera" y bajo la que, desde finales de los sesenta, pasa el metro las casas de apuestas, a uno y otro lado aparecen apenas cada cien metros y ese, de todos los cambios es el único que no estoy dispuesto a asumir.
Mi barrio es ahora un barrio de inmigrantes y pensionistas, de gente humilde que cada mes gana lo justo para sobrevivir y que día tras día, cada cien metros, soporta la tentación de multiplicar lo poco que gana, apostándolo en una de esa cuevas llenas de luces de colores y pantallas, donde ganar parece lo más fácil, aunque al final, sólo lo parece, convirtiendo a algunos, demasiados, de mis vecinos en enfermos ludópatas, adictos al juego, porque piensan que, en la siguiente apuesta ganarán.
Eso en la calle, donde las máquinas tragaperras, en las que hombres y mujeres se juegan el salario o la compra, con sus luces y sus musiquitas se habían convertido ya en un parte del paisaje. Pero, por malo que parezca, eso no es lo peor. Lo peor está en casa, en los televisores, los ordenadores, las tabletas y los móviles, donde la tentación, el vértigo de apostar y ganar, que al final siempre es perder está a unos pocos clics, un peligro, ya una plaga, que ha prendido con sus garras en el corazón y la cabeza de muchos jóvenes.
Sin embargo, esto que es evidente, parecen no querer verlo los gobiernos, unos más que otros y los medios de comunicación. Y no lo quieren ver porque son parte interesada, porque, con el juego, unos recaudan impuestos, o deberían hacerlo, y otros, porque ingresan miles y miles, cuando no millones, de euros en esa publicidad que satura las pantallas de televisión y las radios, con la complicidad de "famosos" que, sin rubor, saldan sus deudas colaborando en la extensión traicionera de la peor plaga de este siglo.
El juego, que estuvo prohibido durante el franquismo, reapareció en nuestras vidas con la democracia de a mano de bingos y caseros. Siempre habían convivido, eso sí, la lotería, los ciegos y las quinielas, cuyo daño estaba más o menos controlado, pero, con las tragaperras y las casas de apuestas, el juego busca a sus víctimas en la calle o lo que es peor, en la soledad de sus casas, donde una pantalla, un teclado y una tarjeta de crédito pueden, sin necesidad tocar un sólo billete, una sola moneda, sin hablar ni ver a nadie, en la más absoluta y desamparada soledad, vaciar cualquier cuenta corriente.
Dicen que la de la guerra y la del juego son las industrias que más tecnología punta desarrollan y utilizan, tecnología que a veces comparten. Por eso hay que ser muy candorosos para pensar que todo en el juego es limpio. No hay más que ver como está influyendo en el fútbol, donde cada vez son más frecuentes, el último ayer mismo en Bélgica. los escándalos por partidos, generalmente de fútbol, que se amañan para manipular los resultados y volcar las apuestas a favor de las mafias que los amañan.
Mientras tanto el juego corre por nuestras ciudades y por las redes como el terrible torrente que arrasó ayer San Llorenç en Mallorca, llevándose por delante la salud, la fortuna y la familia de quienes caen en su hipnótico caudal, dejando a su paso millares de víctimas, cada vez más y más jóvenes.
Por eso no es lógico, salvo por una evidente carencia de escrúpulos, que los gobiernos parezcan mirar hacia otro lado ignorando el problema, cuando no, como acaba de hacer el mío más cercano, el de la Comunidad de Madrid, se permitan bajar los impuestos de las salas de bingo, perjudicadas por las nuevas formas de juego. Tampoco es lógico que nadie ponga coto a la terrible espiral en que han entrado el fútbol, la televisión y el juego, una espiral en la que los clubes fichan jugadores cada vez más caros, construyen estadios más grandes y sofisticados que acaban pagando con los derechos de retransmisión de los partidos que juegan, que esas televisiones pagan insertando la odiosas publicidad del juego con un nivel de saturación, bloques de minutos y minutos de anuncios dedicados sólo a las casas de apuestas y de burla escandalosa a las avisos de los perjuicios del juego a los que la ley obliga que merecerían al menos algún reproche de las autoridades.
No sé cuánto tardarán en darse cuenta quienes tienen poder, el que les hemos dado, para cambiar las cosas, ponerle coto al juego, pero creo que ya va siendo hora de que nos demos cuenta de que todo eso de lo que hoy he escrito no nos es ajeno, de que el juego, las consecuencias de la ludopatía, que llenan ya juzgados y consultas es un problema de todos. Y por ello, como en los sesenta contra el fuego, creo que todos deberíamos estar hoy contra el juego.

miércoles, 10 de octubre de 2018

CON BANDERAS Y A LO LOCO


Tomo el título del de la versión española de la magnífica película de Billy Wilder, porque, como los protagonistas en la pantalla se disfrazan de mujer para huir de los mafiosos que causan una matanza en el club en que trabajan, Pablo Casado se disfraza de rojo y amarillo, en volviéndose en la bandera, para huir de quienes, también con banderas y "patriotismo", le persiguen en las encuestas.
Con Casado, el PP ha pasado del "virgencita, que me quede como estoy", de Rajoy a la más que  desconcertante estrategia de Casado y su escudero, Teodoro García, que hablan de todo y en cualquier parte, que lo mismo se fotografían dando la mano a emigrantes recién rescatados de la patera en que viajaban que premian con su visita a las vallas de Ceuta o Melilla, fotografía incluida, para premiar a los guardias y policías que las custodian.
Casado nunca ha sido, no lo olvidemos, más que un propagandista del PP, un protegido de José María Aznar y Esperanza Aguirre, como lo fue y al mismo tiempo Santiago Abascal, hoy líder del partido de ultraderecha VOX, quien, como dice la letrilla del boticario, gasta pistola. Pero Casado, siempre activo y sonriendo, tenía prisa o huía hacia adelante cuando, investigado y a punto de ser enviado al Supremo, salto sin red en el torrente de las primarias populares y, con menos votos que Soraya Sáez de Santamaría, gestiono el odio a la vicepresidenta de Rajoy, haciéndose con la presidencia del PP casi casi por sorpresa.
Desde entonces, como un robot aspirador va de pared en pared, topando con los rodapiés de las encuestas, lanzando mensajes a veces contradictorios, pero anatemizando siempre a Pedro Sánchez, queriendo ser más "malote" que Rivera que, para su desgracia, le toma a veces la delantera en las encuestas y en la calle. Sabe bien que no puede perder el paso, el impulso que le dieron su triunfo en las primarias, primero, y la maloliente decisión del Supremo que no llegó a imputarle por las mismas causas que lo fueron en la justicia ordinaria cuatro compañeras de ese máster que, como él, recibieron sin asistir a clase, como regalo interesado y, por eso, como el falso chino de los platos de los circos de mi infancia, mueve continuamente las cañas de la prensa para que los platos de su liderazgo, vacío de propuestas mínimamente serias no acaben en el suelo hechos añicos.
A o más que había llegado Pablo Casado en el PP de Rajoy fue a vicesecretario de comunicación y se ve que sigue pensando únicamente en eso en tertulias, en entrevistas, en titulares y en portadas. Por eso, sin el menor rubor, ha pretendido dedicar un pleno monográfico del somnoliento Senado que su partido controla a pedir explicaciones a Pedro Sánchez, doctor Sánchez le llaman con rechufla, sobe su tesis doctoral, el que, si tan siquiera ha mostrado sus trabajos del máster más allá de las portadas, sin dar oportunidad de someterlos al más mínimo análisis hecho con seriedad.
Quiere acabar Casado con quien preside el gobierno de la razón a costa de su tesis doctoral, del mismo modo que quiere acabar con la ministra de Justicia por una sobremesa poco edificante que, cuando sólo era una fiscal en la Audiencia Nacional con el comisario Villarejo, mientras la diputada popular Beatriz Escudero se enzarzó en una bronca monumental con el diputado de ERC Gabriel Rufián, a propósito de la "bandera del pollo", la franquista del águila. que la diputada del PP no supo o no quiso identificar, diciendo que es la de todos los españoles, del mismo modo que no supo interpretar que un palmero o una palmera es quien, como en el flamenco da palmas y jalea en el escenario a la figura solista. Y eso, precisamente, es lo que la vice presidenta de la comisión en la que comparecía Álvarez Cascos, el mudito de la película que no dijo de mu sobre la financiación de su ex partido.
La señora Escudero, por un quítame allá ese pollo de la bandera se encendió y llamó imbécil a Rufián, para, después, intentar convertir el rifirrafe en un ataque machista contra ella.
Ay las banderas, cuantas iniquidades se han cometido, se comenten y se cometerán en su nombre. En el PP, en Ciudadanos y en VOX lo saben bien, Por eso las sacan a pasear en cuanto pueden. Por eso, ayer mismo, Casado, pidió a los suyos que llenasen los balcones con banderas, ahora que las del "a por ellos es están ajando, decoloradas por el sol, y el tiempo. Y lo hizo sin darse cuenta de que la alianza soberanista en el Parlament de Cataluña, como las banderas, también se deshilacha.
Casado, cegado por los "inputs" de sus ocurrencias en la red y en los telediarios, ha decidido volver a lo seguro y marchar por la vida, otra vez, con la bandera y a lo loco.

martes, 9 de octubre de 2018

¿A QUÉ TANTO VOX?


Con un día de retraso, este vecino de Carabanchel, que estuvo en la antigua Plaza de Vista Alegre, la que no tenía techo ni Hipercor, en aquellos viejos conciertos de rock y en el primer mitin del PCE en Madrid, nunca en una corrida de toros, se apresta a opinar sobre un "acontecimiento" político, la presentación en sociedad de VOX, los hijos pródigos del PP, que ha sido más acontecimiento gracias a las televisiones que lo han sobredimensionado hasta la náusea. Y digo esto, porque han convertido en festín de la derecha lo que no fue más que un regüeldo sonoro y desagradable de la mala digestión que algunos han hecho del franquismo, regüeldo de tocino rancio que algunos pretenden pasar por jamón del bueno.
Abarrotaron esa plaza con sombrero y dejaron bastantes seguidores fuera, pero las calles de mi barrio no bullían como bulleron en aquel primer mitin comunista del que os hablaba, no bullían, porque los asistentes llegaron a la plaza en autobuses fletados por el partido en toda España. Así que, descartado el ambiente callejero y ciñéndome a lo que he visto y oído del mitin, he de decir que me parecieron lo que creo que son: gente frustrada por no vivir en ese franquismo que algunos ni siquiera conocieron, agarrados a lo más estridente del conservadurismo más rancio, sin el menor atisbo de intelectualidad o cultura, salvo por un caradura que mamó de las generosas ubres de la televisión pública y de la administración en tiempos de Aznar, llegando a simultanear la dirección del colegio de España en París con la dirección de un programa semanal en TVE. Un caradura de la tele, un torero y mucho ultra deseoso de encontrar un lugar donde agitar sus banderas, cantar el "a por ellos", sacar a pasear su xenofobia, su desprecio a las mujeres libres, su añoranza del caciquismo y su envidia del salvaje oeste.
Poco más había y eso que allí estaba todo. Poco más había allí y faltaba lo primordial: una masa con verdaderas razones para movilizarse, una masa con necesidad de cambio, con fuerza para ponerse en marcha más allá de ir de excursión a un barrio que, pese a ser el mío y gustarme, no es el más bonito de Madrid. Les faltaba también el dinero, el apoyo del IBEX 35, que ya había puesto sus huevos en la cesta de Ciudadanos y la esperanza de ganar algo en algún sitio, porque, por suerte o por desgracia, la gente sigue mayoritariamente a los equipos ganadores y VOX, de momento, tiene poco más que una alcaldía y no precisamente la de una capital.
Por eso me pregunto a qué viene tanto interés mediático por una formación sin líderes reconocibles, sin gran afiliación y sin un apoyo claro del gran capital que proyecte a nivel nacional, como ha hecho con Ciudadanos, su imagen de momento poco atractiva y tenebrosa. Cuando surgió Podemos, tenía detrás la efervescencia del 15-M y no mucho, pero sí mucha gente y el apoyo indiscutible de una cadena de televisión. Cuando lo intentó Miquel Roca con los Garrigues, allá en por los ochenta, había dinero, pero no había gente. Hoy, después de mucho tesón, mucho dinero y mucha más ambigüedad, Rivera ha conseguido ser alguien con peso en las encuestas, aunque nunca, salvo en la convulsión de Cataluña, ha llegado a ganar y para nada.
Está claro que hay muchas fórmulas para ser alguien en política, pero, en todas ellas, aunque sea en distintas proporciones, son necesarios dos componentes el dinero y, si no, la gente que lo aporte o lo respalde, algo que parece faltar en VOX. La formación que algunos querrían como el Frente Nacional francés o los neofascistas italianos, la formación que ha servido para demostrar que la extrema derecha española estaba en el PP, la formación que gha aparecido como una excrecencia de ese PP y que, si no al tiempo, acabará readsorbida por él, al menos por ahora, gruñe sin dientes ¿A qué viene entonces toda esta atención mediática?

viernes, 5 de octubre de 2018

EL BICHO QUE PICÓ AL JUEZ


En ocasiones los planetas se alinean en circunstancias caprichosa, para dar lugar, para bien o para mal, a fenómenos extraordinarios que aaban por alterar el orden o el desorden de las cosas. Una de esas alineaciones e produjo hace días en el Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 7 de Madrid cuando, por error, al concluir la sesión del juicio que se sigue por una denuncia de malos tratos psicológicas, que también lo son, contra el empresario Josué Reyzabal, quedó conectado el sistema de videograbación de la sala, registrando la bochornosa conversación mantenida entre el juez, Francisco Martínez Derqui, la fiscal del caso y la letrada del juzgado, conversación en la que se hablaba con desprecio de la víctima de los malos tratos, se la insultaba y, en cierto modo, se adelantaba un juicio sobre el caso.
El error que supuso dejar encendidas cámaras y micrófonos, se agrandó al entregar esa grabación, que obra como acta de la sesión, a las partes personadas, incluida la de la víctima, sin haberla revisado. La conjunción planetaria de la que os hablo permitió que el  abogado de la víctima conociese cual era la opinión que el juez Derqui tenía de su cliente y la intención expresada en ella de quitarle la custodia de los dos hijos de corta edad del matrimonio. No sabía la administración de justicia, ciega por definición, que estaba poniendo en manos de la víctima una poderos prueba para la recusación, a estas horas ya conseguida del juez, la fiscal y la letrada, sorprendidos en animada conversación en el estrado de la "sacrosanta" sala de vistas, vistiendo las togas que, se supone, les revisten de autoridad, imparcialidad y responsabilidad, por un equipo que no debería estar encendido.
De paso, el DVD de marras nos ha permitido comprobar otra vez el corporativismo de la judicatura que, salvo honrosas excepciones como la del ministro del Interior Grande Marlasca, juez de carrera, han preferido dar por no escuchadas las terribles palabras de su compañero, mientras denigraba a quien había acudido a la justicia pidiendo auxilio para poner fin al infierno en que vive con sus hijos.
También nos ha permitido, de paso, encontrar explicación a tanta sentencia como se dicta que a los ciudadanos de a pie como nosotros nos ponen los pelos de punta por inexplicables. Sentencias y autos judiciales por los que dan y se quitan custodias, se retiran o se niegan órdenes de alejamiento o de protección, se consiente el impago de pensiones alimenticias o se establecen regímenes de visitas a los hijos que, a favor del maltratador, suponen un peligro cierto que, muchas, demasiadas, lleva a la muerte de los menores.
Desde que ayer se difundió el lamentable episodio del que debería ser Juzgado de Violencia sobre la Mujer nº 7 de Madrid, no he dejado de escuchar que la conversación del juez con la fiscal y la letrada, pese a haber tenido lugar donde, cuando y como tuvo lugar, es una conversación privada y yo, como Mamen Mendizabal, me pregunto que sería, de mí, de ella o de cualquier otro periodista de un medio de comunicación, de haber salido "al aire" una conversación suya, como esa o parecida, mantenida mientras creía que los micrófonos estaban cerrados.
También y no menos he escuchado comentarios sobre la necesidad de formar a los jueces en este tipo de asuntos y pienso que no es formación lo que se necesita sino selección, porque me temo que jueces como Francisco Martínez Derqui, no cambiarían mucho con una formación exquisita en materia de género, porque sus prejuicios machistas y clasistas están ahí, porque de sus palabras podemos llegar a entender que ven a la modelo María Sanjuan, la víctima, como una mujer agraciada, dispuesta a sacar todo lo que pueda del hombre que, cegado por sus encantos, se casó con ella.
Lo peor es que el juez parece haberse pasado por el forro de la toga todos los informes policiales y médicos, incluso las decisiones tomadas por su colega del juzgado nº 3, que confirman los malos tratos psicológicos, las amenazas y todas esas perrerías que no dejan cardenales, pero sí huellas profundas a las que Reyzabal sometió a su esposa. Todo porque una mujer, para algunos jueces y fiscales, hombres y mujeres, una mujer tiene que llegar medio muerta al juzgado para ser creída
El juez Martinez Derqui llamó "bicho" a María Sanjuan, lo que no sabía es que ese "bicho", la palabra no María, acabaría picándolo, como aquel del tren, poniéndole y no para bien, en boca de todos.

jueves, 4 de octubre de 2018

EL NEGRO FUTURO DE RATO


Cuando hace unos años me vi preso en la trampa de las preferentes tuve claro que, para mí, iba a ser tan importante como recuperar el dinero que me habían estafado, incluso más, que los responsables de ese saqueo a gente como yo o más necesitada que yo, a quienes les habían quitado los ahorros de toda una vida, acabasen pagando por lo que hicieron. Me quedé con las ganas de que los empleados que, como en mi caso traicionasen la confianza de sus clientes de toda la vida, que no todos, pero sí la mayoría sabían lo que hacían, pero, a cambio, se está cumpliendo aquel deseo que expresé al director de mi sucursal de Cajamadrid, ya Bankia, de que Blesa y, especialmente Rato, acabasen en la cárcel. 
De sobra sé que la condena que ayer ratificó el supremo al autor del "milagro" económico de Aznar, a quien traicionó el apoyo de los partidos mayoritarios del Congreso, haciendo un mutis por el foro aún por explicar en el FMI, no tiene que ver con las preferentes, aunque sí corrobora el descaro con el que Rato y sus vocales y consejeros se pagaban los caprichos a costa de los accionistas y clientes de una entidad que ya estaba en el sumidero.
A Rato aún le queda mucho por pasar. Le queda por pasar todo eso que Miguel Blesa su antecesor y, como él, amigo de Aznar, borró de su mente y su futuro con una escopeta de caza. Le queda mucho por pasar y os aseguro que, pensando en toda esa gente que se ha muerto sin poder disfrutar de sus ahorros o dejárselos a sus hijos, no siento la más mínima pena por él, por este personaje tan altivo y soberbio, al que, como a Trump, nada le ha costado lo que ha sido, porque no ha sido más que un afortunado heredero que, en un momento dado, opté por la política y cuyo pasado, el de su fortuna, está como el del fantoche que ocupa la Casa Blanca, está lleno de irregularidades, irregularidades que llevaron a su padre y a su hermano a prisión, directamente desde la boda de unos amigos, en tiempos del dictador Franco, que saldrá del Valle de los Caídos coincidiendo en el tiempo con su entrada en prisión.
Recuerdo a Rodrigo Rato en los pasillos del Congreso, en los tiempos en que Felipe González estaba en la Moncloa y recuerdo que no me gustó ni me gustó la gente que por entonces le rodeaba y le reía las bromas. Supongo que ahora los echará de menos, porque esas amistades, esa gente que te ríe las ocurrencias, te sonríe y presume de conocerte, desaparece de tu lado en cuanto caes en desgracia y la de Rato es una desgracia muy profunda. Se me hace difícil imaginarle en le prisión, en medio de la terrible rutina de días todos iguales, con la cantidad de dinero que puede manejar limitada, esperando una comunicación o una llamada a juicio o a declarar para salir de los muros de la prisión. Le va a ser muy duro y muy difícil de soportar.
A lo mejor, a él, acostumbrado al buen corte de los trajes, a los tejidos ingleses le va a costar hacerse al chándal y a ver reducido su hábitat a unos pocos metros cuadrados, un patio y unos espacios comunes. Supongo que leerá y quizá escuche la radio, para comprobar cómo, poco a poco, su nombre se ira borrando como se borraría escrito en la arena de una playa. Y será duro, muy duro, como ya lo fue soportar esa mano del policía en la nuca, un gesto protocolizado en el traslado de detenidos y que tiene como fin impedir que el conducido se golpee la cabeza al entrar en el coche.
Supongo que, como ocurre con todo aquel que ha tenido poder, dinero o influencia, al entrar en la prisión se verá rodeado de gente dispuesta a enseñarle a vivir en ella, a "protegerle" y, quizá lo más importante, a darle conversación, a sentirse persona.
De momento, a Rato le esperan unos cuantos meses, quizá un año o más por cumplir y digo "de momento", porque aún le quedan juicios por pasar y las penas que le piden en ellos son aún más duras. Sólo espero que en el tiempo que pase en prisión no tenga que coincidir con ningún afectado por alguno de los desmanes que propició en Bankia. Allí dentro, mucha gente pierde la esperanza y el norte y quien lo da todo por perdido es capaz de cualquier cosa. 
Me temo que Rato, el del bañador amarillo, tiene el futuro muy negro.

miércoles, 3 de octubre de 2018

HISTORIA DE COBARDES


Un hermoso y triste poema de Jaime Gil de Biedma, "Triste Historia", que hoy mismo he recordado "De todas las historias de la Historia, la más triste sin duda es la de España, porque termina mal." os aseguro que nada deseo con más ahínco que quitarle le razón a tan gran poeta, pero, en este país, hay quien parece empeñado en dársela una y otra vez.
Cuando hace poco más de un año Carles Puigdemont proclamó su efímera república, lo hizo acojonado por la fuerza del monstruo de miles de cabezas enfervorizdas que él mismo, con los suyos había puesto allí, un monstruo alimentado de mentiras, deseoso de conocer esa Europa que acogería Cataluña como nación, que hablaría un día con voz y voto ante la Asamblea de Naciones Unidas, un monstruo rico y culto, mucho más rico y culto que todos esos andaluces y extremeños a los que pagan las facturas, pero que al final se ve inmerso en una pesada digestión, de la que lo más que ha sacado es algún regüeldo, consecuencia del mucho aire, del humo, que contenían.
Se acojonó Puigdemont y tardó apenas diez segundos en suspender la república de humo que acababa de proclamar, asustado ante las acusaciones de cobardía que le llegaban del monstruo y la suspendió también por cobardía, porque necesitaba tiempo, porque en lo único en que pensaba era en la huida, en dejar a sus compañeros de aventura colgados de la brocha, mientras él, con sus escoltas de confianza cruzaba la frontera caminos de Marsella, desde donde volaría a Bruselas, donde le esperaban los mimos y atenciones de un partido de la ultraderecha flamenca, el único que, como hemos podido comprobar en una reciente entrevista televisiva, se tomó en serio su martirio.
Puigdemont dejó solos a los catalanes en la calle y a los compañeros con quienes no quiso compartir su plan de fuga solos ante el juez y desde entonces en prisión. El mismo tiempo que ellos llevan entre rejas lo ha consumido él en preocuparse por sus estatus, su vivienda y su sueldo, nada más. De haber sentido el más mínimo interés por el bienestar de los catalanes, hubiese dejado las manos libres a los suyos para trabajar por ellos y sus problemas. Pero no, porque la única tarea que parece autorizarles es la de escribir cada día, cada fecha de esas que señalan en rojo en el calendario, un "continuará" más, un continuará que se escribe a costa de la riqueza, la tranquilidad, el bienestar y el futuro de todos los catalanes, los que le creen y los que no.
Ayer, Joaquim Torra, como hizo su "padrino" hace un año, volvió a acojonarse, volvió a asustarse ante el monstruo aquel, al que habían vuelto a dar cuerda y que se había despertado para negar la libertad y las calles a quien no viste de amarillo y estrellas. Volvió a asustarse, porque, como cabía esperar, no puede dejar al perro sin cadena y esperar que el perro tenga la responsabilidad que le falta al amo. Se acojonó porque al perro enfurecido hubo que dominarlo a palos, acojonado porque a él, que no tiene el aura de la santidad como el huido y le enseño los dientes, el perro le enseñó los dientes.
Por eso, cuando el lunes, primero de octubre, pidió al perro que enseñase los dientes sintió sus canillas amenazadas y por eso decidió doblar la ración que ponía en su plato, tratando de calmarlo con su ultimátum a Sánchez, un ultimátum imposible, porque imposible es la reacción de Torra ante la lógica negativa de Sánchez a sus pretensiones.
Torra demostró su cobardía y, al tiempo, sus delirios de grandeza, la misma que llevó a Puigdemont al cómodo martirio de convertirse en un exiliado sin estatus, pero de lujo.



martes, 2 de octubre de 2018

CASTELLERS, TRABUCAIRES Y CDR


Una vez más me enfrento a la página en blanco preguntándome dónde están esa Cataluña que amo y añoro y esos catalanes que admiro. ¿Dónde está la política en Cataluña, dónde los políticos? Sólo veo activismo y activistas. Me pregunto cómo han dejado llegar al poder a un personaje tan inconsistente como Joaquim Torra, un personaje que parece siempre recién levantado de la siesta, un hombre de gestos y balbuceos, que, entre bostezos, sin cambiar ese gesto de cariacontecido que siempre le acompaña, es capaz de decir animaladas como la que dijo ayer cuando pidió a los activistas de los CDR, casualmente las misma siglas  que amparan a quienes vigilan y controlan los vecindarios en Cuba, que no dejasen de apretar.
Y apretaron. Ya lo creo que apretaron, tanto que tuvieron cercada durante horas la comisaría de Vía Layetana y a punto estuvieron, a última hora de la noche, de tomar el Parlament que por fin abría sus puertas, después de meses de inactividad, en los que se dejó fuera de la sede de la representación de la ciudadanía, el diálogo y la confrontación de las ideas, tan necesario ahora en Cataluña, que parece haber caído en manos de incendiarios caprichosos y huérfanos de realidad que quieren, sin pararse a pensar en el día después, sin pasar por caja, llevarse a casa todo lo que hay en las estanterías y los escaparates del paraíso que les han asegurado que sería pare ellos y gratis.
¿Dónde están ahora todos esos políticos que nos hicieron creer en la mediación y la mesura? ¿Acaso eran sólo comerciantes que vendían su apoyo y su aparente moderación a cambio de transferencias y partidas del presupuesto? Quiero pensar que no. Quiero pensar que ahora estarán tan sorprendidos y avergonzados como yo ¿A qué esperan para salir de su cómodo letargo? ¿A que nada tenga remedio, a que esa generación de estudiantes siempre prestos a la movilización, con las espaldas bien cubiertas por sus profesores, descubran con dolor que no hay nada tras el escaparate?
La extraña mezcla de intereses que, de momento, ha hecho posible el procés ha puesto en la misma olla a radicales de izquierdas, asamblearios, prestos a la acción directa e inmediata, junto a meapilas tradicionalistas, con raíces en el carlismo, y personajes que prosperan en todos los caldos, dispuestos a quedarse con cualquier sustancia que flote en ellos. El procés los ha mezclado y el mismo procés corre ahora peligro de reventar hecho añicos.
Quizá porque soy de natural optimista y porque creo en la sociedad en su conjunto, abrigo todavía la esperanza de que los catalanes, que no son todos los que se manifiestan en las calles, bajo una u otra bandera, ni los que fuerzan durante horas los cordones policiales en las pantallas de televisión, ni los castellers a mayor gloria de los que mandan, ni quienes diseñan las coreografías de manifestaciones y actos, los que reparten banderas y pancartas, abrigo la esperanza de que los catalanes despierten de ese sueño imposible que les aturde, atiendan a la realidad, dejen de lado las quimeras y, sirviéndose de su fuerza demostrada acamen encajando con holgura en el mapa de la realidad.
Ayer, el todavía president de la Generalitat, metió en el mismo saco a los CDR que horas después pidieron su dimisión, a los trabucaires del carlismo y la resistencia al francés y a la constitución del XIX. 
Castellers y trabucaires habían quedado para el folclore y las fiestas, o al menos eso parecía, los CDR, comités de defensa de una república inexistente, a los que, como reconoce el propio Torra, está afiliada gran parte de su familia afiliada, son como esos perros de presa que algunos macarras pasean por la calle para atemorizar a sus vecinos, sin caer en la cuenta de que el perro no es de la familia, de que lo suyo es morder ni de que, en el fragor de la pelea, cualquier día la pierna o la garganta elegida puede ser la suya.