Cuando la secretaria general del PP, hoy desaparecida en
combate, dijo aquello de "simulado y en diferido", se refería al
salario de Bárcenas que quiso hacer pasar por una indemnización por despido,
cuando parece claro que era simplemente eso, un salario, alto por cierto,
pagado "por lo bajini" a quien en público se repudiaba. Qué cosas
tiene el chantaje.
Sin embargo, las palabras de Cospedal que aún no han acabado
de pasarle factura fueron algo más que un acto fallido sobre la verdadera
relación de Bárcenas y el marido de Ana Mato y gurtelizado alcalde de Pozuelo,
Jesús Sepúlveda, con el partido. Las palabras de la secretaria general decían,
y mucho, sobre la costumbre del partido y sus empresarios amigos de aplazar y
simular las, seamos prudentes, llamémosles simplemente recompensas, por
gestiones más que beneficiosas para la marcha de sus negocios.
Hoy tenemos derecho a pensar que probablemente hablaba
también de Manuel Lamela, el que fuera consejero de Sanidad de Esperanza
Aguirre -dónde está la presidenta- empeñado en dinamitar el prestigio del
Hospital Severo Ochoa de Leganés y de su responsable de Urgencias, acusándole
poco menos que de haber montado en el servicio una sucursal de la clínica del
Dr. Muerte, en lo que algunos consideran que fue, sencillamente, una
miserable pantalla para, al tiempo que trataba de echar abajo el prestigio de un hospital construido
y gestionado mediante un modelo cien por cien público, hacía ruido suficiente
para poner sordina a los "negocios" que, por entonces,
estaba cerrando con los mismos empresarios que, hoy lo hemos sabido, le
han nombrado consejero de la empresa a la que adjudicó una parte importante de los servicios del Hospital del Tajo, en Aranjuez, uno
de tantos hospitales que, como el Metro, convenientemente publicitados, le
valieron a Esperanza Aguirre triunfos electorales que hoy minan los
presupuestos de la Comunidad, porque, al final, se pagan dos veces y a
escondidas.
Hace unos meses nos sorprendió por escandaloso que Juan José
Güemes, hijo político del polémico, mal encarado y de dudosa honradez
-otra vez la prudencia- Carlos Fabra, casado con su hija Andrea, la del
"que se jodan" los parados, estaba al frente de la empresa que se
había hecho, después de una serie de oportunas carambolas, con la gestión de
una parte importante de las pruebas analíticas de los pacientes de la
Comunidad de Madrid, la misma parte que él había adjudicado al conglomerado de
empresas que acabó por vender la concesión a la empresa que le había fichado.
El escándalo era tan monumental y tan burdo que Güemes -rico por "la
familia"- se vio obligado a presentar su dimisión.
Hoy quien ha sido pillado en la "puerta
giratoria" que separa la empresa privada de la administración y permite
entrar y salir cómodamente de una a otra después de cumplir el encargo con que
entraron, ha sido el siniestro Manuel Lamela, que, como digo, ha sido
puesto al frente del hospital cuya gestión adjudicó a una constructora
que, presuntamente, lo levantó gratis, a cambio de un negocio que, si va
bien -a costa de recortes en todo- perfecto y, si no, se le cargan las perdidas
a los presupuestos públicos.
Lo decía al inicio de esta entrada, lo de Güemes, lo de
Lamela, tengo derecho a pensarlo, tal parece una recompensa "simulada y en
diferido".
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