En estos momentos en que escribo, arranca en el Congreso la
moción de censura socialista contra el gallego impasible, contra un hombre
incapaz de reaccionar, de tomar decisiones, o de hablar, si no es para negar la
realidad, un hombre que sigue inmóvil y en silencio aun después de que, pese a
haber declarado en el juicio por la primera Gürtel, entre algodones y casi casi
sentado en un trono junto al tribunal, por encima del bien y del mal, figura en
la sentencia con su credibilidad puesta en duda por los jueces ante los que estaba
obligado a decir la verdad.
La sentencia en la que se condena a penas inhabituales a
varios dirigentes del PP, que lo eran cuando se cometieron los delitos y eso es
lo que importa, y al propio partido por haberse beneficiado de los mismos no
mereció una sola palabra de perdón de la dirección del Partido Popular y,
claro, el resto del Parlament no podía permanecer, como el PP y su gobierno,
agazapados y en silencio. Todos de un modo u otro se expresaron y se movieron.
Los primeros, los socialistas que se dieron roda la prisa en presentar, casi
por sorpresa, sin tiempo a estrategias, sin tejemanejes del PP, tratando de
enredar en la parta del PSOE amiga, si no de ellos, sí de sus padrinos, para
enredar a Sánchez otra vez frente a su partido.
En ese momento, aún a la espera de la decisión que el resto
de partidos, al margen del demoscópico partido de Rivera, Ciudadanos,
anunciasen la intención de su voto, Pedro Sánchez y su partido ya habían
ganado, porque habían descolocado y puesto ante el espejo de su responsabilidad
a todos, y, de todos, el peor parado ha sido sin duda Ciudadanos, que,
acostumbrado a llevar la iniciativa y de sacar ventaja de la división del resto
de la oposición, se ha visto pillado con el pie cambiado y sin amigos, quizá
porque, de repente, como al mago chino de los platos, ese que los hace bailar
sobre cañas, han comenzado a perder el control de los socios que, de aquí y
allá, mantiene, y los platos se están cayendo con estrépito, dejando al mago
con dos palmos de narices.
En esta moción todos nos jugamos mucho, los primeros todos
los españoles, porque, a pesar de lo que se nos dice, cómo nos vaya depende
mucho de quién esté al frente del gobierne, Sánchez también se juega mucho, se
juega la carrera según el voluble y olvidadizo Pablo Iglesias, se juegan aún
más el presidente Rajoy y su partido, a quienes podría tragarse la Historia,
por el agujero de esa causa, de esa sentencia que, a toda costa, trataron de
abortar, pero quien, a mi modo de ver, más se juega es Albert Rivera, porque la
astucia y la rapidez de los socialistas, al romper con la pesadez mastodóntica,
de los protocolos y los plazos, han dejado a Rivera sin discurso, solo en medio
del Paramento, agarrándose a las encuestas que, hasta ahora, sin tener que
mojarse en gobiernos y dando una de cal y otra de arena, le han sido
favorables.
A partir de ahora Rivera y su partido van a tener que
mostrar sus cartas, van a tener que ser algo más que un producto del marketing.
A partir de ahora, Rivera y los suyos van a tener que dar la cara, van a tener
que abandonar esa pose en la que, como en el cartel de sus primeras elecciones
en Cataluña, parecen ofrecérsenos sin enseñarnos nada de lo que pretenden
prometernos. A partir de ahora y pase lo que pase en esta moción de censura y
en las sucesivas, si, finamente, llega a haberlas, le va a hacer falta un traje
nuevo y verdadero, porque así, pretendidamente desnudos como en el famoso
cartel, sólo pretendidamente, está empezando a vérseles el culo.