Curioso país éste que en apenas medio siglo ha pasado de
serlo de campesinos a ser un país de albañiles, ahora parados, y
de especuladores cariacontecidos que, aunque tarde, han descubierto que
los ladrillos y el cemento no se comen como se comían el grano y el fruto
de las cosechas. Un país que ha tardado treinta y cinco años en aprobar un
texto -lo ha hecho la Junta de Andalucía- que, por fin, desarrolla la función
social de la vivienda.
La famosa desamortización de Mendizábal, decretada en el
XIX, cuando la palabra liberal tenía otro significado, privó a la
iglesia de la mayor parte de sus bienes, pro, tan bienintencionada en
principio, tuvo el efecto perverso de ponerlos en manos de quienes ya lo
poseían casi todo, con lo que crecieron los latifundios y los rentistas y, por
si fuera poco, la iglesia no tardó mucho en hacerse de nuevo con una buena
cartera de propiedades. Un efecto maligno, que agudizó el problema,
convirtiendo España, especialmente algunas regiones, en la suma de enormes
latifundios
Enseguida quedó claro que los latifundios no sólo no servían
para combatir el hambre y el atraso que secularmente padecían las gentes del
campo. Por eso pasó lo que pasó, por eso las primeras revueltas sociales de
finales del XIX y el pasado siglo vieron la luz en el campo y nacieron del
hambre y de la injusticia que sufrían los campesinos que reclamaban la tierra
para quien la trabajaba.
Un siglo después, con revoluciones, una guerra y una
dictadura de por medio, el latifundismo se ha encarnado en la especulación
salvaje que padecemos y los campos y los huertos, que antes permitían subsistir
a quienes los tenían a su alcance, lo han hecho en solares y pisos, los
árboles en grúas, y los frutos en ladrillos. Y nada de eso es, por
desgracia, comestible.
Ya en democracia, el hambre se volvió paro y la caridad de
iglesia y señoritos en los necesarios subsidios que permitían arañar,
juntando unos jornales, lo justo para pasar el invierno. Pero, al igual que
llegó en su día el espejismo de la desamortización, llegó en los ochenta otro
espejismo aún más perverso: el del auge de la construcción, que trajo
jornales increíbles, plusvalías inconfesables y toda una caterva de carroñeros
sin escrúpulos, dispuestos a comprar y vender a su propia madre, siempre que el
precio fuera tentador.
Esa edad de oro de la construcción, incomprensible y
peligrosa para la mayor parte de Europa, acabó mudando el pensamiento de los
españoles que se creyeron todos -o casi todos- invitados a esa mesa y que, sin
saberlo, acabarían pagando el banquete, porque quien ganaba jornales nunca
soñados y quienes llevaba sus buenos cuartos por su terrenito nunca imaginó que
la fiesta acabaría de golpe y porrazo, dejándoles sin medios para
subsistir -tierra o trabajo- y con unas deudas inasumibles.
Así que se repito la historia y, todo, salvo las manos
para un trabajo que no hay y todas esas bocas para alimentar, está
otra vez, corregido y aumentado, en manos de los de siempre.
Un fin de fiesta trágico que está llevando a familias
enteras a la calle, con deudas de por vida, imposibles de pagar. Un efecto
perverso de la resaca después de la euforia, que como el hambre del primer
tercio del siglo pasado se manifiesta hoy en desahucios, al tiempo que las
hoces levantadas del pasado son, de momento, las pegatinas de los
escraches de hoy.
Allá por los ochenta, fue también la Junta de Andalucía la
que se atrevió a regular la expropiación de terrenos abandonados, una medida
que enseguida provocó la reacción de los propietarios de aquellas tierras que
apenas querían como cazaderos y que obtuvo el respaldo del Supremo, que la
bendijo en aras de la consecución del bien común, aplicando los
mismos principios que -oh paradoja- se aplicarían para expropiar un terreno
para cubrirlo con el cemento de una autopista.
Ayer la Junta de Andalucía, al igual que entonces, ha puesto
la función social de la vivienda por delante del derecho a la propiedad de
bancos y especuladores, obligando a sacar al mercado las viviendas vacías o
expropiadas, antes que dejar en la calle a quien, las más de las veces,
cometió el pecado de fiarse de quien, por una sucia comisión, en positivo o en
negativo, les embarcó en la deuda que nunca podrán pagar.
No sé que ha llevado al la coalición PSOE-IU a tomar una
medida tan espectacular como lógica o necesaria, quizá dar un quiebro a su
caída de popularidad, quizá que les está haciendo insoportable el ruido de la
calle, quizá una vuelta a los que fueron y nunca debieron dejar de ser sus
principios. En cualquier caso, abrir los pisos que están vacíos por más de seis
meses y ponerlos en el mercado de alquiler o las multas a los bancos que
atesoran los pisos que expropian para no venderlos al precio real de mercado,
creyéndose la mentira de aquellas sus tasaciones que nos han traído aquí,
adonde estamos.... en cualquier caso, bienvenido sea el decreto que nos lleva a
volver a soñar que también es posible gobernar desde el otro lado del embudo y
nos recuerda -no hay más que comparar este decreto con la actitud del PP frente
a la IPL respaldada con su firma por más de un millón de ciudadanos- que pese a
todo lo visto y padecido no es lo mismo votar a la derecha que a la
izquierda.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario