miércoles, 10 de abril de 2013

DESDE EL OTRO LADO DEL EMBUDO

 
Curioso país éste que en apenas medio siglo ha pasado de serlo de campesinos a ser un país de albañiles, ahora parados, y de especuladores cariacontecidos que, aunque tarde, han descubierto que los ladrillos y el cemento no se comen como se comían el grano y el fruto de las cosechas. Un país que ha tardado treinta y cinco años en aprobar un texto -lo ha hecho la Junta de Andalucía- que, por fin, desarrolla la función social de la vivienda.
La famosa desamortización de Mendizábal, decretada en el XIX, cuando la palabra liberal tenía otro significado, privó a la iglesia de la mayor parte de sus bienes, pro, tan bienintencionada en principio, tuvo el efecto perverso de ponerlos en manos de quienes ya lo poseían casi todo, con lo que crecieron los latifundios y los rentistas y, por si fuera poco, la iglesia no tardó mucho en hacerse de nuevo con una buena cartera de propiedades. Un efecto maligno, que agudizó el problema, convirtiendo España, especialmente algunas regiones, en la suma de enormes latifundios
Enseguida quedó claro que los latifundios no sólo no servían para combatir el hambre y el atraso que secularmente padecían las gentes del campo. Por eso pasó lo que pasó, por eso las primeras revueltas sociales de finales del XIX y el pasado siglo vieron la luz en el campo y nacieron del hambre y de la injusticia que sufrían los campesinos que reclamaban la tierra para quien la trabajaba.
Un siglo después, con revoluciones, una guerra y una dictadura de por medio, el latifundismo se ha encarnado en la especulación salvaje que padecemos y los campos y los huertos, que antes permitían subsistir a quienes los tenían a su alcance, lo han hecho en solares y pisos, los árboles en grúas, y los frutos en ladrillos. Y nada de eso es, por desgracia, comestible.
Ya en democracia, el hambre se volvió paro y la caridad de iglesia y señoritos en los necesarios subsidios que permitían arañar, juntando unos jornales, lo justo para pasar el invierno. Pero, al igual que llegó en su día el espejismo de la desamortización, llegó en los ochenta otro espejismo aún más perverso: el del auge de la construcción, que trajo jornales increíbles, plusvalías inconfesables y toda una caterva de carroñeros sin escrúpulos, dispuestos a comprar y vender a su propia madre, siempre que el precio fuera tentador.
Esa edad de oro de la construcción, incomprensible y peligrosa para la mayor parte de Europa, acabó mudando el pensamiento de los españoles que se creyeron todos -o casi todos- invitados a esa mesa y que, sin saberlo, acabarían pagando el banquete, porque quien ganaba jornales nunca soñados y quienes llevaba sus buenos cuartos por su terrenito nunca imaginó que la fiesta acabaría de golpe y porrazo, dejándoles sin medios para subsistir -tierra o trabajo- y con unas deudas inasumibles.
Así que se repito la historia y, todo, salvo las manos para un trabajo que no hay y todas esas bocas para alimentar, está otra vez, corregido y aumentado, en manos de los de siempre.
Un fin de fiesta trágico que está llevando a familias enteras a la calle, con deudas de por vida, imposibles de pagar. Un efecto perverso de la resaca después de la euforia, que como el hambre del primer tercio del siglo pasado se manifiesta hoy en desahucios, al tiempo que las hoces levantadas del pasado son, de momento, las pegatinas de los escraches de hoy.
Allá por los ochenta, fue también la Junta de Andalucía la que se atrevió a regular la expropiación de terrenos abandonados, una medida que enseguida provocó la reacción de los propietarios de aquellas tierras que apenas querían como cazaderos y que obtuvo el respaldo del Supremo, que la bendijo en aras de la consecución del bien común, aplicando los mismos principios que -oh paradoja- se aplicarían para expropiar un terreno para cubrirlo con el cemento de una autopista.
Ayer la Junta de Andalucía, al igual que entonces, ha puesto la función social de la vivienda por delante del derecho a la propiedad de bancos y especuladores, obligando a sacar al mercado las viviendas vacías o expropiadas, antes que dejar en la calle a quien, las más de las veces, cometió el pecado de fiarse de quien, por una sucia comisión, en positivo o en negativo, les embarcó en la deuda que nunca podrán pagar.
No sé que ha llevado al la coalición PSOE-IU a tomar una medida tan espectacular como lógica o necesaria, quizá dar un quiebro a su caída de popularidad, quizá que les está haciendo insoportable el ruido de la calle, quizá una vuelta a los que fueron y nunca debieron dejar de ser sus principios. En cualquier caso, abrir los pisos que están vacíos por más de seis meses y ponerlos en el mercado de alquiler o las multas a los bancos que atesoran los pisos que expropian para no venderlos al precio real de mercado, creyéndose la mentira de aquellas sus tasaciones que nos han traído aquí, adonde estamos.... en cualquier caso, bienvenido sea el decreto que nos lleva a volver a soñar que también es posible gobernar desde el otro lado del embudo y nos recuerda -no hay más que comparar este decreto con la actitud del PP frente a la IPL respaldada con su firma por más de un millón de ciudadanos- que pese a todo lo visto y padecido no es lo mismo votar  a la derecha que a la izquierda.
 
 
Puedes leer más entradas de "A media luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
 

No hay comentarios: