La vedad es que contemplar la indefinición que vive Italia
desde las elecciones celebradas hace ya casi dos meses produce una cierta
desazón. Es cierto que los italianos tienen sobrada experiencia en vivir en el
caos, al menos en el aparente, pero, si los españoles nos vemos en una
parecida, nos vamos a sentir como vaca sin cencerro.
A estas alturas -a casi dos meses ya de la
votación- aun no sabemos, quizá porque nadie se ha parado a explicárnoslo,
cuál era el propósito de Beppe Grillo cuando presentó su Movimiento Cinco
Estrellas a las generales. No sé si quienes escogen opciones "imaginativas"
o se abstienen quieren dejar de ser cómplices de las
políticas que denuncian o lo que pretenden es la transformación del
Estado a través del caos. De momento, lo que sé es que, hasta que se
celebren unas nuevas elecciones, el país va a seguir siendo gobernado por
el "padrino" de la opción menos votada y que a estas alturas
tiene en funciones, no sólo al jefe del gobierno, sino al presidente de la
República, para cuyo nombramiento no parece posible el consenso.
Es tan grave la avería que se ha producido en la
gobernabilidad de uno de los pilares de la Unión Europea que sólo la inercia lo
mantiene en pie. Italia, que tradicionalmente se ha debatido entre una
izquierda menos radical que, por ejemplo, la francesa y una democracia
cristiana cuyo prestigio murió el día que las Brigadas Rojas o quién sabe quién
asesinaron a Aldo Moro, ha perdido en los últimos años las señas de identidad
de sus partidos tradicionales, de todos, dando paso a personajes que, como el
todopoderoso Berlusconi, han desvalijado material y moralmente el país.
Parece claro que habrá que esperar a una nueva convocatoria
electoral para salir de este impasse en el que están los italianos.
Mientras tanto Mario Monti sigue al frente del gobierno, cumpliendo con el
rechazo manifiesto de las urnas las órdenes de la troika, y el pobre
Giorgio Napolitano, pobre por su avanzada edad, sigue en el palacio del
Quirinale, sin recibir el tan esperado relevo, mientras el clima político
sigue deteriorándose, ahora con la dimisión del líder de la izquierda
Giorgio Bersani, ante el cisma provocado en la izquierda por su
entendimiento con Berlusconi para encontrar su sustituto a Napolitano.
Feo panorama, sin duda, al que tendremos que irnos
haciendo a la idea los españoles si, como parece, se mantiene el deterioro de
la clase política rechazada como nunca por una sociedad que ha sufrido en
exceso la falta de imaginación y dignidad de quienes obtuvieron su voto
para sacarnos de la crisis. Frente a ese vacío y ese desencanto, la sociedad
está más viva u activa que nunca, por lo que sería bueno que de una vez se
articulase tanta fuerza y, sobre todo, tanto deseo de cambio. Pero el tiempo corre deprisa y, aunque la legislatura se nos va a hacer larga, cada vez queda menos tiempo para el surgimiento de nuevas ofertas electorales o, en su caso, el resurgimiento de alguna de las existentes. Bienvenida sea la sacudida que reorganizase a la izquierda españoles. Así, quizá se
evitaría el riesgo de que corriésemos la misma suerte que los italianos, porque, faltos de experiencia e imaginación,
de vernos en sus circunstancias, podemos acabar perdidos por el prado como vaca sin cencerro.
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