Hubo un tiempo en que los hombrecillos que se hicieron con
el poder tras una cruel guerra en España quisieron hacer de nuestro país un
satélite de la Alemania de Hitler, tanto es así que, desde entonces, en la
mayor parte del país, las Canarias no, nuestro país tiene desde entonces la
hora de Berlín, en lugar de la de Greenwich, que es la que geográficamente le
corresponde a un país que se sirvió de Alemania para acabar con la II República,
que sacó partido de la Segunda Guerra Mundial, con el comercio de materias
primas estratégicas, y que, apartada del Plan Marshall, se sumó al
desarrollismo impulsado por Alemania en los sesenta.
Hoy, aquellos hombrecillos, o sus herederos, parecen no
querer parecerse al Berlín que entonces admiraron y que se ha convertido en una
ciudad vanguardista y de progreso, en la que el peso de lo que piensan los
ciudadanos se impone a los intereses de unos pocos, muy lejos de lo que, con
unos o con otros está pasando en nuestro Madrid, víctima otra vez de los
hombrecillos especuladores que, con guerras o sin ellas, se hacen con el botín
de lo que es de todos.
Ayer, a eso del mediodía, nos enteramos de por qué el PP
-todos los partidos lo hacen, pero el PP con más descaro- colocó a una
exministra de Aznar y a un jurista promocionando por el partido de la calle
Génova en el Tribunal de Cuentas, una especie de cámara al margen de la
Justicia, que revisa cosas tan peregrinas y tan poco claras como las cuentas de
los partidos o, en el caso que nos ocupa, como la venta ruinosa y fraudulenta
de miles de viviendas sociales, pagadas con el dinero de los madrileños, todos,
para dar un hogar a los menos beneficiados, algo que, con el mayor desprecio a
aquellos por quienes debía velar, hizo la inefable Ana Botella, vendiéndolas a
un fondo buitre que en unos meses desalojo a los inquilinos sin piedad ni
decencia.
Recordemos que Ana Botella vendió esas viviendas de
titularidad municipal, construidas o adquiridas para dar acceso a un hogar a
quien no podía tenerlo de otro modo, a fondos buitre que las compraban con el
único fin de especular con ellas, disparando el precio de los alquileres hasta
unos niveles que los vecinos no podían asumir, para forzar su desahucio y
disponer de ellas para su venta o nuevos alquileres. Curiosamente, el hijo
mayor del matrimonio Aznar-Botella, padrinos de esos dos vocales del Tribunal
de Cuentas, está bien "colocado" en una empresa ligada a esos fondos.
En una primera sentencia el tribunal había condenado a
Botella y algunos de sus colaboradores al pago de multas muchimillonarias, por
considerar que la venta, a precios por debajo del mercado y prácticamente a
escondidas, había producido un daño enorme al patrimonio de todos los
madrileños.
Ahora, en segunda instancia, y con los vocales
"apropiados, se ha revocado esa multa que la familia Aznar-Botella habría
tenido que pagar. Y eso que los inquilinos de esas mil ochocientas viviendas no
han dejado de moverse ante la opinión pública, contando la tropelía que se
había cometido con ellos, pero claro, tanto Margarita Mariscal de Gante como su
compañero tenían mucho, demasiado quizá,
que agradecerles.
Eso en Madrid. En Berlín, hermosa ciudad, destino de muchos
turistas de todo el mundo, no es menor la especulación que trata de hacerse con
manzanas y barrios enteros para convertir las viviendas en pisos de lujo o
apartamentos turísticos, especialmente en el antiguo Berlín Oriental que,
después de resucitar gracias a la llegada de muchos jóvenes que han saneado y
transformado esos barrios, se ha convertido en la zona de moda, objeto de la
codicia de los especuladores.
Es, más o menos, lo que ocurre en todas las grandes
capitales. Sin embargo, en Berlín, con una población joven y movilizada, las
protestas han conseguido que se limite por ley el precio de los alquileres y,
ahora, que el ayuntamiento compre una serie de viviendas pretendidas por los
buitres, para mantener en ellas a precios asequibles a los vecinos que las han
saneado y que dan vida y personalidad al barrio.
Quizá por eso, porque me gustaría que el ayuntamiento de mi ciudad,
a veces demasiado egoísta y rancia, fuese como el de Berlín, proclamaría como
proclamó John F. Kennedy ante miles de berlineses, "Ich bin ein Berliner",
soy, o, en mi caso, quisiera ser, berlinés.