La prensa bien hoy cargada de malas noticias para algunos.
La prima de riesgo de quienes hace sólo dos años eran incuestionables se ha
disparado y quedan ya pocos ciudadanos dispuestos a apostar su futuro a las
cartas que les ofrecen. Las expectativas electorales de PP y PSOE están por los
suelos y, porque aún les concedo algo de inteligencia, supongo que, en las
cocinas de Ferraz y Génova, alguien andará a estas horas repasando el menú en
cuanto a la oferta de paltos y los precios, porque con la sala vacía de
comensales, difícilmente podrán mantener abiertos sus negocios.
El PP se había especializado en platos muy del gusto de
quienes frecuentan campos de golf, picaderos y clubes de tenis. Cocina cargada
de tradición y baja en escrúpulos e impuestos, a la que enseguida se abonaron
los nuevos ricos y los contratistas de obras que se subieron a la cresta de la
ola de la falsa prosperidad que nos trajo, no ya la burbuja inmobiliaria, sino
la corrupción que acarreó la barra libre de la Ley del Suelo de Aznar, de la
que mamaron alcaldes, concejales, intermediarios, constructores y, sobre todo,
banqueros. Pero esa dieta baja en impuestos, buena para quienes se creían
eternamente jóvenes e inmortales, o así lo parecía, acabó por causar anemia en
el organismo y la clientela, por enfermedad o desconfianza, después del
indigesto atracón de noviembre de 2011 ha dejado, de pasar por el comedor.
El menú de los otros, los socialistas, parecía más
equilibrado, sin duda, pero, con el tiempo, acabó resultando aburrido.
Nadie se preocupó por saber qué quería la clientela ni, mucho menos, por revisar
su vetusta carta, Todo lo más, cuando los responsables de cocina comenzaron a
notar la desgana, primero, y la ausencia, después, de los clientes, se dejaron
llevar por los nervios y comenzaron a lanzar atractivas ofertas con las que
retener o recuperar comensales, aunque fuese a costa de vaciar de reservas la
despensa.
En fin, un desastre que ha dejado a los españoles sin una
oferta electoral decente que "llevarse a la boca" y que, por primera
vez en la historia de la reciente democracia deja la suma de la expectativa de
voto de los dos partidos que han gobernado España en los últimos treinta años
por debajo del 50%, sin que destaque ninguna otra opción en el horizonte
electoral. Algo habrá que hacer, porque si, a la vista está, que no ha sido
bueno lo que había, también es evidente que nadie querría para España una
salida parecida a la de Italia.
Sin embargo, hay otro interesante dato a tener en
cuenta y que muy probablemente servirá para animar de nuevo el
"cotarro" electoral, un dato que ya no es soslayable como ha podido
serlo hasta ahora. Un dato que no es otro que el desplome en paralelo de la
hasta ahora la indiscutible popularidad del rey y, o, de la monarquía que desde
hace dos años no ha dejado de caer, sin que nadie parezca interesado en reflotarla.
Todo a cuenta de las enormes meteduras de pata del monarca o los tejemanejes de
su yerno, un verdadero desastre para la buena imagen que hasta ahora tenían el
rey y su familia, que nadie parece interesado o capacitado para enderezar. La
cosa es tan grave que muchos hablan ya abiertamente de una abdicación de Juan
Carlos como única salida a la crisis de la institución, yo entre ellos, algo
más que difícil, porque todo lo que atañe a la monarquía está aún por
desarrollar, porque como en tantas otras cosas nuestros gobernantes
han preferido mirar hacia otro lado y encomendarse no sé si a alguna
flor que han tenido en su trasero o a la mismísima virgen del Rocío.
Mientras tanto, y a sólo dos años y medio de unas nuevas
elecciones generales, todas las certezas se desploman y en gran parte lo hacen
porque unos y otros han pasado su vida empeñados en controlar lo que hasta hace
no mucho les permitía conformar y manejar la opinión. Pero eso es ya agua
pasada, porque, al menos informativamente, el tiempo de los embudos es ya agua
pasada, como parece que también lo es o está a punto de serlo la monarquía.
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