viernes, 5 de abril de 2013

UN SALTO ATRÁS EN EL TIEMPO

 
 
No cabe duda de que a este rey alegre y confiado de los últimos años, tras sucesivas meteduras de pata, a cual más grave, las cañas se le han tornado lanzas. Dicen los más sensatos que no se puede pretender tener razón por haberla tenido, del mismo modo que no se puede pretender vivir para siempre de las rentas de unos servicios prestados al país, que fueron muchos e imprescindibles, pero que, también pusieron a salvo la monarquía española. Lamentablemente coinciden ahora en el tiempo un rey cansado y desorientado, con un gobierno que ve como el puchero de los problemas se colma y pretende que el caldo se haga solo, sin siquiera encender el fuego.
Durante todos estos años, la monarquía, o al menos el rey Juan Carlos, no ha sido un problema para España. Más bien al contrario, en algunos momentos fue la solución. Pero las cosas han cambiado y mucho en los últimos cinco años, porque, cuando los españoles lo están pasando peor, cuando ni siquiera tienen la esperanza de cambio que tuvieron en los comienzos de su reinado, sienten a su rey muy lejos y, lo que es peor, poco implicado, aunque sólo fuese en el consuelo de los que peor lo tienen.
Más bien al contrario. Nunca como ahora, a pesar de que en otras ocasiones hemos tenido noticia de su afición a las cacerías, nos ha escandalizado todo lo que puso al descubierto su "tropezón" en Botsuana, sus amistades entrañables, los negocios de las tales amistades y, para colmo, el mas que burdo "rebañar" del plato de la monarquía de su yerno, en el que, para desgracia del rey, aparecen demasiado bien "retratados" la infanta cristina y destacados personajes de la Casa Real.
Ayer, después de la oscuridad y el olor a armario cerrado que dejó el comunicado de Zarzuela, del que nos sorprendió desagradablemente su sorpresa por la decisión del juez Castro y, mucho más, su apoyo a la decisión ordenada al fiscal -no me confundo con el verbo ni la preposición. de recurrir la imputación de doña Cristina, después de tan sombríos nubarrones, las palabras, lógicas por otra parte, del príncipe Felipe en la entrega de despachos a la última promoción de jueces, defendiendo la figura del juez, su independencia, su prudencia y su fortaleza. Pero habló también de momentos complejos, evidentemente para España, pero también para la familia real, para los que pidió a los nuevos jueces valentía, rigor y compromiso. Fue como un rayo de esperanza, como una asunción por parte del heredero del papel que los jueces, también el juez Castro, deben asumir cada día en defensa de lo más sagrado de un país que no es el seguidismo a un símbolo, a una persona o a un régimen, sino la defensa del bien común, el que procura la felicidad y el bienestar de todos sus ciudadanos.
Pues bien, mientras aún resonaban estas palabras del heredero en el salón de actos y en los medios, se debía estar cerrando el acuerdo por el que la Casa Real designaba a Miquel Roca como abogado de la infanta Cristina, para el caso de que la imputación del juez prospere. Un viejo conocido de la sociedad española, "padre" de la Constitución y prestigioso abogado que lleva años profundizando en el concepto de "presunción de inocencia" que, a su juicio, no goza de la mejor de las saludes en la justicia española.
La decisión del rey, implicándose abiertamente en la defensa de su hija y contratando para ella a uno de los personajes más prestigiosos de la transición española, el mismo que se marcho de CiU ante el tapón que el pujolismo le imponía y que tuvo más tarde la prudencia o la necesidad hecha virtud de apartarse de la política después de estrellarse en las urnas cuando creyó, antes de tiempo, que, también en España, cabía una derecha no montaraz y sin raíces en el franquismo. Aquel intento, muy a la americana, que apadrinaron los poderosos Garrigues acabó en estrepitoso fracaso y Roca volvió a la abogacía que ayer, en una carambola caprichosa del destino le devuelve al pasado y la pone de nuevo al servicio de la Corona.
Para Roca y para todos nosotros este acuerdo para la defensa de la infanta es como un salto atrás en el tiempo que vuelve a reunir al brillante constituyente con la que entonces era una niña presente en los actos que exigían la presencia de la familia real junto a la suya y que hoy es una mujer madura con el agua al cuello del desprestigio y la duda por la torpe ambición quién sabe si sólo de su marido.
Haría mejor el rey en apartarse y apartar a su hija del escenario y dejar paso a su hijo, antes de que le alcance el albañal que puede llevarse por delante, no sólo a su padre,  sino a la misma monarquía.
 
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