No cabe duda de que a este rey alegre y confiado de los
últimos años, tras sucesivas meteduras de pata, a cual más grave, las
cañas se le han tornado lanzas. Dicen los más sensatos que no se puede
pretender tener razón por haberla tenido, del mismo modo que no se puede
pretender vivir para siempre de las rentas de unos servicios prestados al país,
que fueron muchos e imprescindibles, pero que, también pusieron a salvo la
monarquía española. Lamentablemente coinciden ahora en el tiempo un rey cansado
y desorientado, con un gobierno que ve como el puchero de los problemas se
colma y pretende que el caldo se haga solo, sin siquiera encender el fuego.
Durante todos estos años, la monarquía, o al menos el rey
Juan Carlos, no ha sido un problema para España. Más bien al contrario, en
algunos momentos fue la solución. Pero las cosas han cambiado y mucho en los
últimos cinco años, porque, cuando los españoles lo están pasando peor, cuando
ni siquiera tienen la esperanza de cambio que tuvieron en los comienzos de su
reinado, sienten a su rey muy lejos y, lo que es peor, poco implicado, aunque
sólo fuese en el consuelo de los que peor lo tienen.
Más bien al contrario. Nunca como ahora, a pesar de que en
otras ocasiones hemos tenido noticia de su afición a las cacerías, nos ha
escandalizado todo lo que puso al descubierto su "tropezón" en
Botsuana, sus amistades entrañables, los negocios de las tales amistades y,
para colmo, el mas que burdo "rebañar" del plato de la monarquía
de su yerno, en el que, para desgracia del rey, aparecen demasiado bien
"retratados" la infanta cristina y destacados personajes de la Casa
Real.
Ayer, después de la oscuridad y el olor a armario cerrado
que dejó el comunicado de Zarzuela, del que nos sorprendió desagradablemente su
sorpresa por la decisión del juez Castro y, mucho más, su apoyo a la decisión
ordenada al fiscal -no me confundo con el verbo ni la preposición. de recurrir
la imputación de doña Cristina, después de tan sombríos nubarrones, las
palabras, lógicas por otra parte, del príncipe Felipe en la entrega de
despachos a la última promoción de jueces, defendiendo la figura del juez, su
independencia, su prudencia y su fortaleza. Pero habló también de momentos
complejos, evidentemente para España, pero también para la familia real,
para los que pidió a los nuevos jueces valentía, rigor y compromiso. Fue
como un rayo de esperanza, como una asunción por parte del heredero del papel
que los jueces, también el juez Castro, deben asumir cada día en defensa de lo
más sagrado de un país que no es el seguidismo a un símbolo, a una persona o a
un régimen, sino la defensa del bien común, el que procura la felicidad y el
bienestar de todos sus ciudadanos.
Pues bien, mientras aún resonaban estas palabras
del heredero en el salón de actos y en los medios, se debía estar cerrando el
acuerdo por el que la Casa Real designaba a Miquel Roca como abogado de la
infanta Cristina, para el caso de que la imputación del juez prospere. Un viejo
conocido de la sociedad española, "padre" de la Constitución y
prestigioso abogado que lleva años profundizando en el concepto de
"presunción de inocencia" que, a su juicio, no goza de la mejor de
las saludes en la justicia española.
La decisión del rey, implicándose abiertamente en la defensa
de su hija y contratando para ella a uno de los personajes más
prestigiosos de la transición española, el mismo que se marcho de CiU
ante el tapón que el pujolismo le imponía y que tuvo más tarde la prudencia o
la necesidad hecha virtud de apartarse de la política después de estrellarse en
las urnas cuando creyó, antes de tiempo, que, también en España, cabía una
derecha no montaraz y sin raíces en el franquismo. Aquel intento, muy a la
americana, que apadrinaron los poderosos Garrigues acabó en estrepitoso fracaso
y Roca volvió a la abogacía que ayer, en una carambola caprichosa del destino
le devuelve al pasado y la pone de nuevo al servicio de la Corona.
Para Roca y para todos nosotros este acuerdo para la
defensa de la infanta es como un salto atrás en el tiempo que vuelve a
reunir al brillante constituyente con la que entonces era una niña
presente en los actos que exigían la presencia de la familia real junto a la
suya y que hoy es una mujer madura con el agua al cuello del desprestigio y la
duda por la torpe ambición quién sabe si sólo de su marido.
Haría mejor el rey en apartarse y apartar a su hija del
escenario y dejar paso a su hijo, antes de que le alcance el albañal que puede
llevarse por delante, no sólo a su padre, sino a la misma monarquía.
Puedes leer más entradas de "A media
luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
No hay comentarios:
Publicar un comentario