A veces pienso que la ideología de Rajoy no hay que buscarla
en la derecha ni mucho menos, claro, en la izquierda. Lo que pienso a veces y
cada vez más es que la verdadera ideología del registrador de la propiedad que
tenemos por presidente es el surrealismo o, mejor dicho, el absurdo. De no
ser así, cuesta creer que el señor Rajoy lea los periódicos o los
resúmenes de los mismos que cada mañana le preparan, cuesta creer que
haya visto un solo telediario en los últimos catorce meses, porque, de no ser
así, sólo cabe explicarse su actitud como un absurdo e insoportable gag de
una película inédita de los Hermanos Marx: "Una legislatura en la
Moncloa", por ejemplo, en la que pase lo que pase, el señor de la media
barba va a decir lo que le venga en gana, así se le venga, se nos caiga, el
mundo encima.
Porque es real, es doloroso. Pero, si sólo fuésemos
espectadores de una de esas sesiones dobles de aquellos cines de barrio de
antaño, sería divertido escuchar este trabamentes que Rajoy nos regaló ayer en
Loja: “Hemos hecho unas previsiones conservadoras para ser creíbles. Pero las
hemos hecho con el objetivo de superarlas y de que vayan mucho mejor”, una
ingeniosa pieza que se acerca a aquella, soberbia, de Groucho, si es que no
la supera en absurdidad, que comienza por "la parte contratante...".
Sería divertido, si no fuese tan doloroso. Porque
doloroso fue ver a esos tres ministros, el viernes, a punto de hacerse pis de
vergüenza como parvulitos que no saben la lección ante la pizarra, divagar y
llenar el aire de palabras vacías y tautologías, cuando lo que se esperaba de
ellos era un cambio de rumbo, una nueva estrategia que nos aparte de esta senda
que nos lleva derechos al abismo.
Aunque, bien mirado, lo de Rajoy, ayer, también tuvo mucho
de cinismo descarado. Lo tuvo, sobre todo, viniendo de quien lleva cerca de dos
años mintiendo a los ciudadanos un día sí y otro también y que, pese a ello,
fue capaz de decir lo que sigue sobre unas previsiones, las que hizo el
gobierno el viernes, cuando aún se oía el eco de otras totalmente contrarias:
“Podíamos haber hecho otras previsiones´-dijo ayer Rajoy-, pero creemos
que es mejor explicar la realidad, que decir otra cosa y que luego tengamos que
contar que ha habido un millón de parados más de los previstos. Eso no es jugar
limpio con los ciudadanos, y por eso no lo hemos hecho”.
Frente a este estrepitoso fracaso, al presidente del
gobierno sólo se ocurre pedirnos paciencia, dar por fracasada la legislatura
que abordó con la mayoría más absoluta de las últimas décadas y decirnos que la
solución vendrá después, un hábil juego de manos por el que
atribuye la culpa del fracaso presente a quienes le precedieron y se
apunta para el futuro el éxito de quienes consigan sacarnos de ésta.
Y por si todo lo anterior fuera poco, el más irresponsable y
vago de los jefes de gobierno que ha tenido España en democracia se permitió
defender a los tres tristes payasos que dieron el viernes la cara por él: “No
voy a hacer ningún cambio en el Gobierno. Estoy muy satisfecho del trabajo que
están haciendo los ministros del área económica y los demás, de su esfuerzo,
coraje y pundonor...”
Está satisfecho de que, con ese equipo y desde que llegó al
gobierno, tres mil españoles hayan pasado cada día a engrosar las filas del
paro. Está satisfecho de que quienes aún trabajan o encuentran trabajo tengan
cada vez menos salario y menos derechos. Está satisfecho de que la Sanidad, la
Educación y el Estado de Bienestar se estén deteriorando, si no hundiendo,
por su política.
Pues, señoras, señores, estar satisfecho ante este panorama
es de ser muy imbécil, muy mala persona… o las dos cosas al tiempo.
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