Quizá me equivoque, ojalá no, pero creo que el PP madrileño,
fundamentalmente en esta legislatura y en su modo de abordar la crisis, tan injusta
y cruelmente, está haciendo más por el resurgir de la izquierda -ojo, subrayo,
"por la izquierda, no por los partidos de izquierda- de lo que haya hecho
nadie en los últimos años.
Con sus cacicadas y arbitrariedades, han puesto a los
ciudadanos contra las cuerdas y todos sabemos que cuando alguien, por débil que
sea, y en la naturaleza hay miles de ejemplos, se siente acorralado, sin
salida, se revuelve contra el poderoso y saca la fuerza y el coraje que,
incluso, él mismo ignoraba que guardaba. Es un mecanismo de defensa casi
instintivo que nada tiene que ver con ese silencio de los corderos, ese
quedarse en sala para no salir en los telediarios o en los titulares de primera
que a Rajoy le hubiese gustado que practicásemos.
¿Sabían los afectados por los desahucios de Cajamadrid, hoy
Bankia, que iban a ser capaces de permanecer meses acampados ante la sede de
Bankia en el centro de Madrid, condenando sus oficinas, bajo el frío y el calor,
el sol o la lluvia? Juraría que no. Estoy seguro de que ha sido la falta de
humanidad de Bankia, la causante de gran parte de los problemas por los que
atraviesa este país, la que, al dejarles, a ellos y a sus hijos, en la calle y
sin nada que no sea una terrible e injusta deuda para el resto de sus días, les
ha empujado a una decisión imaginativa y heroica que, no sólo ha ayudado a
extender entre el resto de los ciudadanos el conocimiento de su drama, sino que
ha movido a la solidaridad y ha generado iniciativas que, al final, están
doblándole el brazo a la todopoderosa banca que tan desastrosamente gestionaron
Blesa y Rato.
No es necesario recordar que el consejo de administración
que debería haber supervisado tan torpe, o quién sabe si doloso, proceso, fue
el resultado del "pasteleo" que, con más o menos responsabilidad,
según su representación, llevaron a cabo los partidos madrileños, sentando a
"sus hombres y mujeres" en el consejo de administración para, como
los tres monos del santuario japonés de Toshogu, no ver, no oír y callar, entre
toda la mierda que iba desfilando ante sus narices.
Dicen que el gato escaldado del agua fría huye y han sido
tantas las malas experiencias que han sufrido los ciudadanos a manos de
Esperanza Aguirre e Ignacio González que "tanto montan, montan
tanto", en su frío y calculado plan de desmantelamiento y saqueo de la
sanidad pública madrileña, lo único que, junto a la enseñanza o sin duda más
que ella, iguala a los ciudadanos de la comunidad, que han aprendido ya con
quién deben estar y a resistirse a los avasallamientos, porque han aprendido
también que quien resiste, al final gana, si no todo, sí parte de lo que
reclama.
La mamarrachada consistente en hacer pagar a los ciudadanos
un euro por cada receta que presenten en la farmacia para pagar unos
medicamentos que ya han pagado y por dos veces, primero con sus cotizaciones e
impuestos y, ya en la farmacia, con el porcentaje del precio que tienen que
abonar en el mostrador, ha sido de tal calibre que ha provocado una verdadera
rebelión de la ciudadanía, que, pese a las amenazas y al calvario burocrático
que se les imponen están documentando su objeción a cada uno de esos euros,
sobrepasando con creces las miserables previsiones de la Consejería.
Yo mismo voy a hacer uso de esos impresos que ha racaneado
Lasquetty, a la espera de que los recursos presentados por el Gobierno de la
Nación y Tomás Gómez paralicen tan burdo asalto a quienes más necesitados están
de esos euros que tendrán que pagar sin apenas garantías de que les serán
devueltos si sobrepasan el tope anual establecido en tan chapucera norma.
Sé que a más de uno le extrañará e incluso le molestará que
atribuya el recurso presentado por los senadores socialistas a Tomás Gómez,
pero, lo siento, las trabas impuestas por Ferraz a la iniciativa del secretario
de los socialistas madrileños, anteponiendo una vez más, al menos
aparentemente, los intereses de PSOE a los de los ciudadanos. Tomás Gómez
parece haberse dado cuenta de que ese es el camino, abandonar los intereses de
partido y las comodidades del escaño, para bajar a la calle y colocarse junto a
los ciudadanos.
Si Jaime Lissavetzky no hubiese sido empujado por Tomás
Gómez a enfrentarse al Ayuntamiento de Madrid en la gestión de la tragedia del Madrid Arena y, como pretendía, hubiese
adoptado la cómoda postura de "verlas venir", probablemente hoy se
habría llevado tantos o más palos que Botella y su diezmado equipo. Sus cargos,
sus escaños, sus despachos no son suyos. Son de los ciudadanos que se los ceden
por cuatro años para que defiendan sus intereses. Y el mayor interés de los
ciudadanos ahora mismo está en resistir cuanto puedan a la perversa maquinaria
que otros ciudadanos han puesto en manos del PP.
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