Se han "tirado" años, cuando no décadas, hablándonos de la burbuja
inmobiliaria que, en realidad, era más bancaria que inmobiliaria, sin hacer
nada por impedir que creciera o desinflarla, hasta que un día, de la noche a la
mañana, nos contaron que la burbuja había estallado y comenzaron a ocurrirnos
cosas, todas malas, a los de siempre, a los de abajo.
Mi opinión es otra. La burbuja, que en realidad existió y existe, era como
un gran saco al que iban a parar las plusvalías que unos pocos, también los de
siempre, pero otros, obtenían de nuestros esfuerzos para pagar la casa, el
coche, las vacaciones o cualquier otro lujo que los bancos ponían a nuestro
alcance. Lo malo es que ese gran saco en el que se iba acumulando el botín no
ha estallado esparciendo su contenido -alguna migaja nos habría caído- sino que
se lo han llevado, algunos a casa y otros a Suiza o cualquier paraíso fiscal.
A nadie se le escapa que cuando se vacían los graneros y las despensas lo
que viene a continuación es el hambre y los aprietos. Un hambre antigua en la
que a los de encima nunca les falta de nada, más bien al contrario, en esos
periodos se enriquecen aún más, porque pagan a la baja las peonadas y se las
dan a quienes quieren, normalmente los más dóciles, para que a nadie se le
ocurra pensar en huelgas y revoluciones.
En algún lugar, dando sus buenas rentas, está toda esa plusvalía,
probablemente sumada a alguno de esos sórdidos fondos de inversión sin rostro,
sin escrúpulos y sin conciencia, que viven de rapiñar como auténticos
carroñeros las economía de países en dificultades, hasta dejarlas como han
dejado la nuestra.
Eso por no hablar de los Rato, los Baltar, los Blesa, los Fabra, los Camps y
tantos otros que estos años han vivido a su alrededor alimentándose de sus
malas prácticas y sus tiránicas decisiones, o esos otros a quienes les dimos
los instrumentos de control para que nos protegiesen de los abusos y, una vez
arriba, se creyeron obligados, no con nosotros, sino con aquellos a los que
tenían que controlar. Tanto que, ahora, para conocer el paradero de la burbuja
desaparecida o más bien de su contenido, sólo nos queda la esperanza de que los
años de democracia hayan permitido a los hijos de las clases medias e incluso a
algún que otro hijo de la clase obrera infiltrar la rancia casta de los jueces,
dotándola de un punto de vista distinto al tradicional y que tanto vamos a necesitar
ahora.
Ese debe ser su, nuestro, principal cometido: recuperar lo que quede de la burbuja
para una vez en manos del Estado, si no devolvérselo a quienes les fue
arrebatado, sí emplearlo en salir de esta oscura situación. Acaba de pasar en los
Estados Unidos, donde un proceso judicial rápido y eficaz obliga al poderoso
Bank of America a indemnizar a los afectados por estafas y desahucios causados
por las tristemente hipotecas basura.
A veces, uno siente envidia de ese país capaz al mismo tiempo de los peores
guantánamos y las mejores lecciones de justicia y democracia.
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