Da vértigo asomarse a la última encuesta de METROSCOPIA que hoy
publica EL PAÍS y da vértigo, sobre todo, porque evidencia que el desprestigio
de los partidos políticos españoles, al menos de los que "tocan"
poder es tan grande que alcanza casi al cien por cien de la ciudadanía,
especialmente en lo relativo a su implicación y a su "consentidora"
actitud frente a la corrupción, un fenómeno que los españoles parecían tolerar
hasta ahora, al menos a la hora de acercarse a las urnas.
Es tanto y tan malo lo que se ha venido haciendo en el seno
de los grandes partidos que se hace muy difícil asumirlo. El comportamiento de
Duran Lleida y Unió Democrática de Catalunya frente al caso Pallerols, que en
realidad debió llamarse caso Unió, seguido de un ordinal, porque han sido
varias las veces que se ha "pillado" a los democristianos catalanes
con las manos en el tarro de la mermelada, es el más llamativo, porque cuando
los mayores pecados de uno han sido la arrogancia y la soberbia es más que difícil
asumir la culpa y más si quien tiene que hacerlo ha ido por ahí impartiendo
lecciones de moralidad y decencia. La polémica en torno a Durán y el caso
Pallerols es la más reciente y la más llamativa, pero en absoluto es única.
Ha llovido mucho desde aquellos maletines del caso Flick en
los que, al parecer, llagaban al PSOE en los primeros ochenta los fondos con
que el SPD de Willy Brandt ayudó a financiar la campaña en la que González ganó
las elecciones, al tiempo que a otros partidos, como la UCD, les llegaba la
ayuda en modestas bolsas y cajas de zapatos. Hoy todo es distinto y el dinero
llega de poceros y correas a cambio de adjudicaciones y recalificaciones de
terrenos. Todo con una frecuencia y un descaro que ha situado a nuestro país
entre los menos transparentes de Europa, con algunos de sus territorios
entregados a prácticas mafiosas que, si siguen siendo de cuello blanco, es
porque hasta ahora no han necesitado cambiar los maletines por pistolas.
Hasta ahora, los españoles han ido a votar con la venda en los
ojos y la pinza en la nariz. Y, si ha sido así, es porque, si no para todos, sí
para una gran mayoría, las cosas han ido razonablemente bien y ya se sabe que
las penas con pan son menos, pero, ahora que se ha acabado la harina de la
prosperidad, corremos el peligro de que la moíña lo inunde todo y el rencor y
el desapego que ya empieza a ser evidente en los ciudadanos para con la clase
política, convierta el sistema democrático en un enorme solar al servicio de
los chatarreros de las ideas que, con un poquito de éste y otro poquito de
aquel construyan una fuerza política a mayor gloria del Ruiz Mateos o Gil de
turno, para hacer de nuestro descontento el paraíso sin ley de sus negocios.
No quiero decir con esto que no haya que volver como un
calcetín todos estos partidos que tanto nos han desengañado. Claro que hay que
hacerlo. Es necesario abrir sus ventanas y batir sus alfombras como hacían
nuestras abuelas para que no quede en ellos ni rastro de vicios pasados. Y
sería también conveniente cambiar a quienes ocupan los despachos para cambiar
con ellos lo demás. Pero, claro, uno se imagina a Ángel Carromero
"conduciendo" al principal partido de la derecha española o a algún
"piernas", que también los hay en la izquierda, dirigiendo el PSOE y
se echa a temblar.
No sé qué vehículo será el mejor para emprender el viaje que
necesita hacer nuestra democracia, no sé si debe ser un autobús repleto de
independientes distintos y decentes, un todo terreno capaz de trepar por las
pendientes que nos quedan por subir, o un viejo modelo completamente remozado y
mejorado. Lo que sí sé es que los que nos llevan ahora no pasarían ya la más
permisiva de las ITV y que, por eso, su destino debe ser el chatarrero, para
que recicle lo que en ellos quede de aprovechable.
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