Junto a su "madrina" -quien quiera ver segundas
intenciones en el entrecomillado puede hacerlo- formó lo más parecido a
aquellos Pepe Gotera y Otilio de los tebeos. Juntos proponían, aprobaban y, a
veces sí, a veces no, inauguraban desde un peñasco hasta la carísima y
gurtélica primera piedra de la que luego fue Ciudad Fantasma de la Justicia,
con tal de salir en la foto y tener un escenario para que la condesa, siempre
dispuesta a ello, pudiese cultivar su imagen, moviendo de paso la silla al
mismísimo Rajoy y, cómo no, poniendo zancadillas al "hijoputa". Todo
esto, y eso es lo grave, a costa del bolsillo de los madrileños que, un tanto
abobados, les votaron y les votaron, dándoles más energía que la que daban al
conejito las pilas de Duracell.
Lo malo es que Otilio González, mucho más torpe y primitivo
que su jefe, Pepe Gotera Aguirre, era el que, al final, se quedaba solo en el
tajo, con un resultado perfectamente lógico y llevándose, a la vez, las broncas
del cliente y de su jefe. Pues eso es, precisamente, lo que hizo la condesa de
Murillo cuando, en una interpretación digna de la doctora Nuria Espert y
haciéndonos creer que lo hacía por la salud y la familia, anunció que se
marchaba, aunque "no del todo" de la presidencia de la Comunidad de
Madrid, aunque no del todo de la política.
Y a fe que lo ha cumplido, porque, desde que se fue no ha
parado, empalmando su adiós de Sol con su condición de funcionaria de Turismo
y, ahora, la de cazatalentos de lujo, aprovechando cada uno de los segundos que
ha estado bajo los focos y ante los micrófonos, para seguir con la práctica de
su deporte favorito que no es el golf, como cree mucha gente, sino repartir
estopa a propios y extraños.
Y, mientras tanto, Otilio en el andamio, tapando agujeros y
cubriendo desconchones de una gestión que, antes o después, y Aguirre lo sabía,
comenzarían a deslucir y agrietar la imagen de un gobierno que fue despótico,
caro e irresponsable.
Al "pringao" de Otilio González, se le está
viniendo todo encima. Una tras otra, las consecuencias de todas y cada una de
las chapuzas que antes se toleraban e, incluso, se aplaudían, están cayendo
sobre su torpe figura y no hay más que mirarle a los ojos o escuchar sus
explicaciones balbuceantes, para ver que está sobrepasado y pidiendo árnica,
cuando no un milagro.
Hoy, por ejemplo, el Tribunal Constitucional estudia el
recurso que interpuso el gobierno contra la "salvajada" -así me lo
definió ayer un farmacéutico- de instaurar la tasa de un euro por receta. Un
mal trago que Otilio podía haberse ahorrado visto el recurso interpuesto
previamente contra la misma tasa aplicada en Cataluña. Pero no. En lugar de
eso, prefirió multiplicar el trabajo de los farmacéuticos y disuadir a los
pacientes dispuestos a objetar, obligándoles a rellenar tres veces por cada
euro objetado un formulario digno de un tercer grado, en el que se piden los
siguientes datos: clave del usuario, NIF del mismo, fecha de expedición de la
receta, fecha de la compra, nombre y dos apellidos, domicilio completo,
teléfono, dirección de correo electrónico, clave del medicamento dispensado,
firma y fecha de la objeción, datos redundantes, porque en un país civilizado,
y este presume de serlo, con el NIF se obtienen todos los demás datos de
identificación. Yo lo hice ayer quince veces, no porque no pudiese hacer frente
a los cinco euros cuyo pago objetaba, sino, como le explique al pobre
farmacéutico, por una cuestión de principios. Hoy, probablemente, podría
habérmelo ahorrado, pero me alegro de haber dejado por escrito mi oposición a
tan injusta arbitrariedad.
Eso hoy, pero ayer al señor González se le cayeron los palos
del sombrajo que pretendía instalar en las ventas y gracias que fue ayer y no
dentro de dos días, porque, desgraciadamente, hubiese habido gente debajo y
podríamos haber asistido a otra tragedia. Y no acabó ahí la cosa, porque,
también ayer, se supo que el Supremo ha condenado al gobierno de Otilio
González a pagar los cuarenta y tantos millones de euros de inversión que
Esperanza Gotera había negado a la Universidad Complutense, a la que Aguirre y
sus palmeros habían jurado odio eterno por un quítame allá esas memorias.
Ahora, los madrileños pagaremos tres veces aquel castigo. Una en los intereses
de demora de aquella cifra, otra en las costas y otra por la caída de los
presupuestos de la universidad, algo que a Aguirre y González les saldrá
gratis.
Hoy, cuando baje por la calle del Arenal, me asomaré por la
bocacalle en que está la capilla del Niño del Remedio que tiene fama de
milagrero. Estoy seguro de que allí me voy a encontrar a nuestro Otilio
pidiéndole que escampe. Aunque, ahora que lo pienso, es probable que con su
experiencia en las chapuzas, muy probablemente se habrá construido un túnel
desde la Casa del Correo a la capilla, para poder visitar al niño más
discretamente.
Se me olvidaba. Si yo fuese Ignacio González miraría los techos
del ático de 770.000 euros en Marbella, con la suerte que tiene, estoy seguro de que tiene
goteras. Y, mientras tanto, la condesa, feliz y contenta en su palacio.
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