Hace unos días escuché el consejo que Francisco Granados,
senadoro popular por designación de la Asamblea de Madrid, todo peluquería, gafas de diseño,
acusado de "dejarse untar" por constructores y con amigos en la
Gürtel, se permitió dar al padre de una niña enferma de asma, residente en
Madarcos uno de los pueblos más pequeños y más alejados de la capital, con
antecedentes de graves crisis y expuesta por tanto a volver a sufrirlas, que
reclamaba en una carta que se mantuviera en servicio el helicóptero de
emergencias que cubre la Sierra Norte de Madrid, la que peores infraestructuras
tiene de toda la comunidad. La respuesta de Granados, que a mí, como a
cualquier persona con sensibilidad, me heló la sangre, fue que los padres de
una niña con ese problema deberían pensar en dejar de vivir en un pueblo tan
pequeño y tan alejado de los hospitales y las universidades como Madarcos, que,
lo quiera o no el señor Granados, es su pueblo.
Yo pensé que la respuesta de Granados era sólo la que cabía
esperar de un personaje tan dudoso como él, salpicado en escándalos
inmobiliarios y en el espionaje de compañeros de partido que se llevó a cabo
siendo el responsable del área de Interior. Tan mal quedaba su figura que la
propia Esperanza Aguirre, su gran valedora, le dejó caer de un gobierno en el
que había llegado a ser el número tres. Pensé que eta cosa de Granados ese
desprecio a quien no gasta rolex ni trajes y camisas a la moda, pero no, porque
ese desapego se manifiesta también en otros compañeros.
Acaba de suceder en Castilla La Mancha, la comunidad que
preside la política más cara y con más cara de toda la administración española,
que, desde ayer se ha quedado sin atención médica continua y cercana en 21
zonas, al cerrar los centros que prestaban el servicio de urgencias desde las
tres de la tarde a las ocho de la mañana del día siguiente a más de cien mil
castellanos manchegos.
La decisión del cierre, que algunos han llegado a insinuar que
tiene que ver con el color político del ayuntamiento en que se ubican, tiene
que ver con el recorte presupuestario que ha reducido a casi la tercera parte
la partida destinada al área de que dependen y obligará a que esos más de cien
mil ciudadanos tengan que recorrer cerca de cincuenta kilómetros por malas carreteras
para recibir la atención que precisen, eso, en el mejor de los casos, si no
requieren hospitalización, porque, de requerirla, la distancia se agranda, a
veces en dirección contraria, con lo que, por ejemplo, un vecino de
Hiendelancina, Guadalajara, tendría que recorrer cuarenta kilómetros hasta el
PAC de Atienza y, si precisase hospitalización otros ochenta kilómetros hasta
Guadalajara, todos ellos, en invierno, por carreteras a veces con nieve y a
veces heladas.
El argumento del gobierno de Cospedal es que los centros
cerrados desde ayer eran poco utilizados y que, por lo tanto, no resultaban
rentables. Volvemos a lo mismo de siempre ¿Por qué tiene que ser rentable la
Sanidad? ¿Lo es acaso el Ejército? ¿Lo son los seguros? Claro que no. Pero es
que no tienen por qué ser rentables todo el tiempo. Con una vida que hayan
salvado en toso los años que llevan en funcionamiento, ya son de sobra
rentables, Y han salvado muchas.
Está claro que los problemas de los ciudadanos no son los
suyos y que lo que les pase no va con ellos, porque ellos siempre tendrán un
hospital, una ambulancia o un helicóptero cerca y, si no, bastará una sola
llamada para tenerlo. Son tan torpes que han tomado la medida en pleno
invierno, cuando a media tarde la luz abandona los campos y los pueblos en los
que también viven españoles y la sensación de soledad se hace mayor.
Definitivamente, no va con ellos.
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