Supongo que, en una noche como ésta, Sus Majestades los
Reyes Magos habrán tenido a bien dejar sus buenos cargamentos de carbón en casa
de personajes como Miguel Ángel Fernández Ordóñez, Miguel Blesa, Juan Pedro
Hernández Moltó, Miguel Ángel Flores, Gerardo Díaz Ferrán, Iñaki Urdangarín,
Carlos Fabra, los responsables de tantas y tantas cajas enterradas en cemento y
ladrillo, Juan Luis Cebrián y tantos otros que, por avaricia, vaguería, desprecio hacia los demás,
simple estulticia o una mezcla de todo, han causado tanto daño a tantas
familias españolas en estos últimos meses. Se ha olvidado de Rato, doréis, y no
es cierto, para él he pedido un saco repleto de bostas de caballo, porque si le
llevan carbón, de familia de carboneros como es, es capaz de sacarle partido
vendiéndolo.
Carbón, bostas de caballo y una cierta dosis de decencia,
que les hace falta y mucha, especialmente a quienes, por haber gozado de la confianza
de la izquierda, el daño que han hecho lleva añadida la traición y el desengaño
que han producido en quienes hasta entonces confiábamos en que no había
chorizos en nuestro bando.
He arrancado mi carta a los reyes magos con un nombre, el de
Miguel Fernández Ordóñez, porque su pecado ha sido quizá el más grave, porque,
mientras incumplía con su deber de conocer y denunciar lo que estaba ocurriendo
en los bancos y cajas españoles, su soberbia, combinada al 50% con torpeza,
sólo le daba para enmendar la plana a los trabajadores y sindicatos. No sé si
haber visto el resultado del estropicio que se estaba organizando delante de
sus narices le habrá dejado dormir todos estos meses. Me temo que sí, porque
siempre he tenido la impresión de que, también siempre, se ha sentido superior
a los demás mortales.
Todos son culpables en su justa medida y sin no lo han sido
más es porque el ámbito de sus decisiones, sus acciones y sus omisiones no les
ha dado para más, pero da grima comprobar con qué desparpajo y con qué cara de
"mosquita muerta", que diría mi abuela, son capaces de decir ante
jueces y diputados que no sabían lo que firmaban ni se enteraban de lo que
pasaba a su alrededor. A todos estos tipejos no les iría nada mal caer en manos
de los fantasmas de la Navidad que ablandaron el corazón de Mr. Scrooge en el
cuento de Dickens. Seguro que un paseo por los hogares de acogida de tantos, de
los ancianos arruinados con sus preferentes, de los trabajadores despedidos
porque se gastaron todo el crédito y más en beneficiar a sus poceros de aquí y
de allá, por las casas de los padres de las cinco jóvenes muertas en el Madrid
Arena, porque su ambición no conoce límites y, al fin y al cabo, como decían
sus amigos del ayuntamiento nunca había pasado nada. También por la celda de
Díaz Ferrán que, este año, en vez de tomarse las uvas o lo que fuera en Times
Square ha tenido que conformarse con las del rancho de la prisión de Soto.
Seguro que alguno haría lo posible para no verse en el
futuro que le muestra el último fantasma. Pero no todos, esta gente, como dice
mi amigo Luis, no se huele la mierda, porque nace sin culo, y seguro que están
convencidos de que no hicieron nada punible, sino que las cosas salieron mal.
Por eso, pido a sus majestades de Oriente, las de aquí serían juez y parte, que
a todos ellos, menos a Rato, les traigan carbón, mucho carbón, pero no del
dulce, carbón amargo, el más amargo que puedan encontrar.
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