Cuando era niño, hace ya muchos años, Madrid terminaba a
unos centenares de metros de mi casa, muy cerca del río Manzanares, en cuyas
orillas, al pie del Puente de Toledo, llegué a conocer alguna que otra huerta.
Recuerdo también que, un poco más allá de mi colegio, cruzando la colonia del
Tercio, hoy y después de años negros felizmente repoblada por actores, había un
campo de fútbol, chabolas y un arroyo al que iban a parar los albañales de todos
esos asentamientos que tan mala fama le dieron siempre a mi barrio.
De alguna manera, lo prudente, a la salida del colegio, era
volver a casa. Pero lo lógico, si apenas se tienen doce o trece años y poco
control sobre uno, era tomar la dirección contraria y acabar dando patadas a un
balón -nunca fui bueno y era el último en "fichar" por cualquiera de
los equipos que se formaban echando la suerte "a pies", porque
entonces los niños no teníamos monedas que lanzar al aire- o explorando las
tapias del cementerio escarbando con palos la blanda arcilla buscando cristales
de galena para hacernos una radio o roñosas vainas de munición que imaginaba
procedentes de batallas y que, años más tarde, deduje con horror que sólo
podían ser el resultado de cobardes fusilamientos. La otra alternativa, era
recorrer las orillas del arroyo y los albañales, levantando con palos trapos,
cartones, latas, barreños irrecuperables, juguetes rotos y no sé cuántas cosas
más a la búsqueda de tesoros o misterios.
Recuerdo que en aquellas excursiones siempre había alguien
más grande o más golfo que el resto que nos ayudaba a identificar alguna que
otra cosa inexplicable. Pero recuerdo que, lógicamente, lo que abundaba en aquellas
aguas inmundas, llenas de espuma grasa y verdín era basura y pura mierda, sin
adjetivos.
Albañal. Hoy he vuelto a escuchar esa palabra, casi en
desuso, en boca de Antonio Gutiérrez, alguien que, por el pasado árabe de su
tierra de origen, Orihuela, y por su infancia campera sabía de sobra lo que
quería decir aplicándola al escándalo que hoy agobia al PP. Tiene razón
Gutiérrez. La prensa es hoy un tremendo albañal en el que flotan las peores
miserias de un partido que, pese a ocultar lo que ocultaba, se ha permitido
regañar y castigar de la peor manera a los ciudadanos -algunos de los cuales,
hoy arrepentidos, llegaron a votarle en las últimas elecciones- simplemente por
haber creído en esa España que les pintaron.
No sé cómo saldremos de este tremendo albañal que nos
salpica, ni cuánto tardaremos en hacerlo. Lo que sí sé es que éste no tiene ni
la mitad de poesía y misterio que hoy encierran en mi memoria todos aquellos
albañales de mi infancia. El PP insiste en defenderse repitiendo cual monótono
papagayo que no saben, no consta, nadie podrá probar. Pero hacen mal en insistir
en ello, porque, lo peor para el partido que gobierna, es que todo aquello de
que se les acusa es verosímil y, a no más tardar, alguien levantará con un palo
el trapo sucio y mugriento que esconde lo peor de la basura del partido.
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