Recuerdo con una media sonrisa la sorpresa que me produjo, en
los primeros años de mi trabajo como periodista, conocer la formación académica
de los consejeros del primer gobierno vasco que presidió Carlos Garaikoetxea.
Y, si lo recuerdo sonriendo, es porque en ese gobierno abundaban los teólogos,
supongo que principalmente debido a la idiosincrasia de las gentes de Euskadi y
al peso que entonces tenía en la sociedad vasca la Universidad de Deusto.
No sé qué utilidad tuvo para Garaikoetxea y Euskadi la
abundancia de teólogos en aquel gobierno. Lo que sí tengo claro es lo
conveniente que sería para Mariano Rajoy tener un gabinete lleno de filólogos y
prestidigitadores, porque, si algo ha quedado claro en estos primeros diez
meses de gobierno es que el principal cometido de los ministros de Rajoy, ese
al que han dedicado sus mayores esfuerzos, ha sido el de la búsqueda, incluso a
la invención, de palabras que envolviesen en complejos tecnicismos el verdadero
significado de lo que ocultan.
¿De cuántas maneras distintas han nombrado lo que todo el
mundo conoce por rescate? ¿De cuántas la inflación? ¿Cuántas veces han
recorrido de punta a punta el escenario de la crisis, colocándose hoy con
Angela Merkel, mañana frente a ella, pero siempre sembrando la incertidumbre
que, como todo el mundo sabe, son la sal y la pimienta que estimulan el apetito
de los especuladores? ¿Cuántas malas noticias nos han escamoteado delante de
los ojos y cuántos pañuelos de seda sin nada detrás se han sacado de la manga
para engatusarnos?
La última gran estafa que prepara este gobierno de trileros
va tomando forma poco a poco. Todo el mundo sabe que Rajoy utilizó la
congelación de las pensiones decidida hace un año por Zapatero como su
principal ariete contra Rubalcaba en la campaña electoral. Y todo el mundo sabe
que le dio resultado, porque, si hay un colectivo asustadizo y con razón,
porque nada puede hacer ya para defender su economía, ese es el de los
pensionistas. Le dio resultado, pero, también, se convirtió en una hipoteca
cuyo primer plazo vence de aquí a un mes, justo en el momento en el que tenga
que decidir si revaloriza las pensiones con arreglo a la subida del IPC, las
congela como hizo Zapatero o se saca de la manga algún pañuelo o alguna paloma con
la que distraer a quienes conforman uno de los colectivos más sensibles a la
hora de votar.
No sé si por torpeza o lanzando un estratégico globo sonda,
lo cierto es que, ayer, el secretario de Estado de Economía, Fernando Jiménez
Latorre, presentó en sociedad el último truco del imaginativo ex responsable de
la polémica Goldman Sachs en Europa, el hoy ministro de Economía Luis de
Guindos. Un truco que no es otro que inventarse un nuevo Índice de Precios al
Consumo, fosilizado y congelado en el tiempo, descaradamente te ficticio que
trataría de ocultar inútilmente la repercusión de la subida del IVA -otra
promesa incumplida de Rajoy- en el precio de la cesta de la compra de los
españoles, sean catalanes o no, pensionistas, parados, trabajadores con empleo
o rentistas.
Está claro que al gobierno le sobran los economistas, los
especialistas en derecho o los sociólogos. Le basta con unos cuantos filólogos
que encuentren oscuros sinónimos para nombrar los desastres que provocan y unos
cuantos prestidigitadores que, cuando menos se espera, saquen un conejo de la
chistera.
Eso es lo que necesita el Gobierno. No este país, ni, mucho
menos, sus pensionistas a quienes les quieren "tangar" un dos por
ciento de la revalorización de sus pensiones con este "IPC a impuestos
constantes" que nos quieren colocar. No creo que la sociedad española
pueda aguantar mucho más y me acuerdo de lo que le decía a un amigo geriatra
uno de sus pacientes que, por cierto, había vivido mucho en el extranjero:
"Los españoles tienen mucho aguante. Tardan mucho en cabrearse, pero,
cuando se cabrean, se cabrean mucho". En esas estamos.
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luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
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