Recuerdo ahora con asombro el malestar que produjo la
publicación en The New York Times de las fotos de Samuel Aranda sobre la
pobreza y el hambre en España. No sé si la reacción tenía que ver con ese tonto
y pernicioso patriotismo que lleva a cerrar los ojos a lo que se tiene cerca
cuando no es de nuestro agrado. Hoy, apenas dos semanas después, Cruz Roja
Española que, por primera vez en su historia, va a dedicar íntegramente la
recaudación de la fiesta de la banderita a paliar la pobreza en nuestro país, y
Unicef que nos advierte del riesgo de desnutrición para uno de cuatro niños que
viven a causa de la desaparición de las ayudas para comedor en la escuela, nos
colocan en esa realidad que algunos no quieren ver.
Lo más duro, lo difícil de asumir, no es la existencia de
comedores sociales o que cada vez sea más frecuente toparse con gente que busca
comida en los contenedores de basura. Lo terrible es que quienes hacen cola en
los comedores ya no son sólo extranjeros o quienes revuelven las basuras no son
únicamente pordioseros o pobres demenciados. Lo terrible es que se parecen cada
vez más a nosotros.
Ayer mismo decía Felipe González, con esa dura franqueza que
le caracteriza, decía en la Sexta que la crisis y, sobre todo, las medidas que
se están aplicando para salir de ella están acabando con las clases medias que
son, y tiene toda la razón al decirlo, las que sostienen la democracia. Y es
que está claro, añado yo, que es más difícil que un camello pase por el ojo de
una aguja que conseguir que un rico se preocupe por sus semejantes, salvo que obtenga
una desgravación o un negocio a cambio.
Ayer y esta misma mañana -las malas noticias ya nos las dan
en dosis homeopáticas- nos han dado muy malas noticias sobre el futuro de nuestra
economía. Nos han dicho desde el Fondo Monetario Internacional, por ejemplo,
que el año que viene no comenzaremos a recuperarnos, sino que nos hundiremos
aún más en la recesión y nos han pintado un panorama en el que el paro crecerá
aún más y la prima de riesgo que ya no se llama José Luis Rodríguez Zapatero,
como decían a los cuatro vientos la vicepresidenta Sáenz de Santamaría y alguno
de los hoy ministros cuando andaba por los 350 puntos, puede llegar a los 750 y
hacer insostenible la propia existencia del Estado.
Vamos de mal en peor y vamos así porque se empeñan en mirar
únicamente las cifras, indicadores les llaman, en lugar de asomarse a la
economía real. Se empeñan en poner los ojos en la maldita prima de riesgo y no
en el paro y la miseria que se extienden como una mancha de aceite por toda la
sociedad española. Nos dicen que el aumento del número de parados es
consecuencia de ese aumento de la prima y no es así o, cuando menos, no tiene
por qué ser así. Si crece el déficit, si aumenta la deuda no es por ningún
sortilegio, ni por una herencia que ya está más que manida, si crece es porque
no hay ingresos y si no hay ingresos es porque los ciudadanos no tienen trabajo
o lo tienen tan precario y tan mal pagado que quedan exentos de pagar impuestos
y sin impuestos, por más que lo lleve el PP en su programa, no hay estado que
se financie.
Hay que invertir los términos de la ecuación hay que crear
puestos de trabajo y lo demás, como dicen los evangelios, se nos dará por
añadidura. Si no cambiamos, si seguimos aplicando la tenebrosa senda del
vampiro, iremos de mal en peor.
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