martes, 2 de octubre de 2012

UN MILLÓN DE EUROS

 
 

Eso es lo que piensa ahorrar María Dolores de Cospedal a los castellano-manchegos, dejando sin sueldo a los diputados del parlamento autonómico. Un millón de euros que son muchos euros, demasiados, para quien no tiene trabajo, pero sí una hipoteca, apenas unos meses de subsidio y una amenaza de desahucio encima, pero que son el chocolate del loro, si se compara con otros gastos y dispendios o, por qué no decirlo, con lo que nos cuesta ella entre sueldos, dietas, viajes desde la calle Génova, en Madrid, al Palacio de Fuensalida en Toledo, con las correspondientes escalas en la peluquería, porque mira que gasta en arreglos capilares la señora presidenta.
Sin embargo, pienso que, en este asunto, lo de menos es la cantidad ahorrada, mientras que lo demás es la denigración a que son sometidos los representantes de los ciudadanos, al relegar su actividad a la categoría de hobby a tiempo parcial, como si elaborar las leyes y controlar a los gobiernos tuviese la misma importancia que tomar un café o una copa en un club, mientras se charla con los amigos, se hacen unos hoyos en el golf o se rompen unos cuantos platos en el tiro. En fin, cosas de señoritos, porque sólo los señoritos, los sobrinos de los Jarrapellejos, del siglo XXI, van a poder permitirse un acta de diputado. Eso, o que alguna marca comercial patrocines, si es que ya no lo hace, a los grupos parlamentarios, como hacen ya con algunos clubes deportivos, aunque, por dignidad, espero que no se obligue a los diputados a lucir publicidad en sus trajes o en sus escaños.
Otra posibilidad sería la de financiar campañas y salarios mediante suscripción popular. O lo que es lo mismo, organizando como hace el PCE fiestas anuales o montando casetas y mesas petitorias en las fiestas y ferias de pueblos y ciudades, en las que, entre pinchos de chorizo y vasos de sangría, vamos llenando la caja con la que los partidos tendrán que hacer frente a las legislaturas. Aunque, como el hambre relaja las virtudes y afloja la dignidad, tampoco es descartable que se dejen sobornar con más facilidad.
Pero no todo van a ser inconvenientes con los diputados "gratis total", porque a ver quién es el guapo que se atreve a hacer de "señalero" en los plenos, levantando uno, dos o tres dedos, para indicar el sentido del voto de su grupo, arriesgándose a que le hagan algún corte de mangas o alguna pedorreta, mientras se escucha un "para lo que cobro..." Sería para tomárselo a chirigota, si no fuese porque el asunto es demasiado serio.
Y es que lo que acaba de hacer la Cospedal es muy serio, porque, a pesar de que, con un cinismo absoluto, ella, que vive y vive muy bien de la política, invocaba ayer el espíritu de servicio que debe mover a quienes optan por representar a los ciudadanos. Bien sabe ella que, a partir de ahora, ese espíritu de servicio quedaría reservado a los hijos de papá como ella o sus amigos y sería impensable para quien tiene una familia a su cargo o una hipoteca que pagar, porque, señores, se supone que los diputados representan a sus conciudadanos en cada provincia y que, para poder representarles, serían necesarios traslados y estancias en la capital que obligarían a dejar abandonada esa actividad profesional que invoca la madrastra Cospedal.
No sé cuánto durará la medida adoptada ayer por el PP castellano manchego, aunque no creo que vaya más allá de esta legislatura, porque la dignificación de la representación pública es un logro de las sociedades democráticas que ha permitido acceder a la política a quienes no son ricos "de familia" y a partidos que representan a los humildes y a quienes pretenden transformar la sociedad para acabar con privilegios centenarios. Lo que sí es que gestos populistas como éste sólo pretenden desviar la atención de los verdaderos problemas. Lo de la madrastra de Fuensalida es como lo de esos carísimos entrenadores de fútbol que, cuando las cosas van mal y se ve que no valen tanto como cuestan, sacan rápido un McGuffin, llámese Sergio Ramos o Fernando Llorente, para que no pensemos en lo fundamental y nos entretengamos, en este caso, hablando del millón de euros que cuesta el chocolate del loro.
 
 
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