Es terrible, pero es así. No hay más que salir a la calle en
cualquiera de los barrios populares, pararse un momento y mirar a la gente que
pasa con la conciencia de que uno de cada seis ciudadanos que pasa por allí
está recibiendo ayuda de los servicios sociales. Sin embargo, os va a resultar
más difícil determinar quiénes, de todos los que pasan, son los que reclaman
esa ayuda, porque el ser humano tiene entre sus virtudes o defectos, nunca lo
he sabido, la vergüenza, esa vergüenza que le susurra al oído que eso de pedir
ayuda es algo indigno.
Pese a todo, los datos que maneja hoy EL PAÍS,
proporcionados por el Ministerio de no sé cuántas cosas y, además, Asuntos
Sociales indican que fueren más de ocho millones de personas las que, dejando
al lado esa vergüenza, solicitaron ayuda para pagar los recibos del agua de la
luz o para poder comer. Y esos datos, con ser terribles, lo serán hoy mucho más
porque las estadísticas, las cosas de palacio van despacio, son de 2010, el año
en que comenzó a arreciar la crisis, cuando el número de parados o el coste de
la vida eran menores que ahora. Y si en 2010 eran más de ocho millones quienes
pedían ayuda, probablemente hoy sean un millón más y, también probablemente,
sean muchos más quienes tienen necesidades y, por vergüenza, no den el paso de
pedirla.
Aún no somos conscientes de ello, pero lo que le estamos
haciendo a este país es muy grave, porque, y no es una sensación, sino una
constatación de los datos de Eurostat, la agencia europea que recoge y elabora
las estadísticas de los países de la Unión Europea, la brecha que separa a los
necesitados de los pudientes en España se va haciendo cada vez más ancha y más
profunda, porque cada vez son más los que se van descolgando de esa plácida
clase media para precipitarse al vacío de la pobreza, porque parece que eso que
antes llamábamos clase obrera ha desaparecido.
A España, como a casi todos los países, le sentó bien la
democracia. No sé si decir le sentaba, porque si a la democracia se le amputan
sus ventajas -los servicios públicos y todo aquello que iguala a los ciudadanos
-sanidad, enseñanza, justicia gratuitas y universales, etc.- tenemos otra cosa,
no, desde luego, lo que nos habían vendido como democracia. Y, según Eurostat,
ya somos el país de la zona euro con un nivel de desigualdad mayor, con más del
21%de al población por debajo del umbral de la pobreza, sin que la mayoría de los
ciudadanos sepamos muy bien por qué.
No hace tanto, para explicar en qué manera las estadísticas
de algún modo deforman la realidad, se puso de moda aquello de "quién se
ha comido mi queso", lo que no era más que la versión pija del chiste de
los medios pollos. Pero, si hoy quisiésemos hacer ese chiste o poner ese mismo
ejemplo, deberíamos hablar de granjas enteras y toneladas de queso, porque,
mientras millones de españoles se precipitan a la pobreza y la necesidad, la
obscena panza de los que lo tienen todo y quieren tenar más, los propietarios
de todas esas fortunas refugiadas en esa aberración social que llamamos sicav,
que ganando más que nadie cotizan burlonamente un uno por ciento de sus
beneficios, esa obscena panza crece y crece, porque, aunque cada vez es menor
el capital invertido en ellas -se habla de más de 300.000 millones de euros en
fuga fuera de nuestras fronteras- los beneficios de esas sicav siguen creciendo
obscenamente, en tanto que la renta de las familias españoles se desploma.
No sé hasta dónde puede llegar esta situación. No sé cuál es
la capacidad de resistencia de una sociedad ante tamaña injusticia, pero, si
cada vez hay menos en uno de los platos de la balanza y más en el otro, alguien
puede tener la tentación de reequilibrarla, por las buenas o por las malas, y
estas cosas se sabe como empiezan, pero no como terminan.
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luz" en http://javierastasio2.blogspot.com/ y en http://javierastasio.blogspot.es y, si amas la buena música, síguenos en “Hernández y Fernández” en http://javierastasio.blogspot.com/
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