Habrá sin duda a quienes les parezca una cuestión menor, una
chorrada, y sin embargo creo que en ese detalle, fundamental a mi modo de ver,
tiene sus raíces la tremenda crisis de confianza que sufren los partidos
políticos españoles, fundamentalmente los que acoplados, como el solomillo al
espinazo, al aparentemente inamovible bipartidismo. Me refiero a una
característica fundamental, forzada por las circunstancias, claro está, que
tenían los candidatos en aquellas primeras elecciones libres de 1977 y que ya no
tienen. Salvo los grandes dirigentes y la mayoría de los candidatos de la UCD,
todos eran "aficionados", trabajadores y profesionales que vivían de
su trabajo o sus negocios y vivían mucho más pegado al terreno de lo que un
diputado de hoy pude llegar a soñar o quién sabe si a temer.
Hoy no. Hoy, salvo excepciones y para la foto del arranque
de campaña, sería impensable una escena parecida a la que recoge la imagen que
ilustra esta entrada. Hoy, sustentadas en la normativa, las empresas
especializadas en "vender" detergentes, automóviles, o golosinas son
las que se encargan de las campañas de los partidos, sustituyendo a los
militantes y simpatizantes que antes pegaban los carteles. Y, eso, no es cosa
menor, porque, eso, ha llevado a que sean posibles los partidos sin militancia,
los partidos a los que apañas les basta con unos cuantos candidatos para llenar
sus listas.
Creo que esa es la gran lección de las elecciones celebradas
el domingo, la lección de que la práctica totalidad de los partidos han perdido
apoyo de los ciudadanos -lo de los escaños es un espejismo- en tanto que
algunos, Bildu y la EU-Anova de Beiras, han crecido como la espuma, apoyándose
en la fuerza de la personalidad de sus líderes, en sus mensajes y en sus
militantes. En el otro lado, las ejecutivas de los partidos, como los consejos
de administración de las empresas en crisis, "visten el muñeco",
aplazan el debate y tratan de poner a salvo sus cargos que no son otra cosa que
sus sueldos.
Esa es la tragedia. Apenas queda grandeza en la política
española. La política se ha convertido en una profesión más y las concejalías, los
escaños en los parlamentos, las portavocías y toso lo demás no son sino puestos
de trabajo que se defienden con uñas y dientes, tenga o no tenga buenos
resultados la empresa.
Raro es el candidato que se va a casa tras una derrota. Lo
normal es quedarse deprimido, cuando no cabreado, conspirando y atomizando la
poca fuerza que podía quedarle al partido-empresa. Tenemos ejemplos suficientes
para elaborar una teoría al respecto. Por lógica natural quedan ya pocos
líderes de aquellos primeros años de la Transición, aunque alguno queda y
alguno, como Xosé Manuel Beiras se marcharon y han vuelto con más fuerza. Pero
lo normal es que una nueva generación de profesionales de la política,
acostumbrados a vivir de ella desde la veintena, haya copado el
"aparato" de los partidos. Y, amigos, eso sí que es grave, porque la
mayor parte de ellos no concibe su vida fuera de ella. Por eso se atrincheran,
por eso se resisten al desalojo y por eso, desgraciadamente, se parecen tanto
unos a otros. Por eso, en fin, dede el aparato son tan poco críticos con los errores de los líderes, hasta que viene el batacazo y, entonces, las cañas se tornan lanzas.
Amintore Fanfani, primer ministro italiano que fue, dijo
aquello de "manca finezza" que más tarde recogió Felipe González.
Parafraseándoles yo me atrevería a decir que lo que falta es grandeza.
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