No seré yo quien niegue a los pueblos, sean los que sean, su
derecho a sentirse y quererse distintos. Es más, quizá como reacción al
franquismo que perseguía y castigaba ese sentimiento, sentí, como muchos
españoles con deseos de enterrar al dictador y con él la dictadura, una cierta
simpatía hacia esas otras formas de estar en España que afloraban.
Como en tantas otras cosas, el sueño resultó más confortable
que la realidad de lo soñado, porque, cuando las aspiraciones de los
nacionalistas comenzaron a plasmarse en los estatutos todo se hizo más incómodo
y prosaico, en perjuicio de la generosa solidaridad con que, al menos la
izquierda, había acogido esas aspiraciones.
Han pasado más de tres décadas desde que perdimos la
inocencia y nos vimos enredados en esas disputas cotidianas por un quítame allá
esas competencias y alguno menos desde que, tras la debacle de UCD, la derecha
española decidió unir sus intereses y agruparse en un partido, el PP, en el que
aglutinó desde la derecha económica y la acostumbrada al control de la
Administración, con el ultra catolicismo y la ultraderecha más montaraz.
Este partido aglutinador de todas esas derechas descubrió
pronto que la mejor bandera que podía agitar ante el electorado para ganarse
sus favores estaba en ese doble juego del patriotismo que unas veces se muestra
como víctima de los excesos "separatistas" y otras como irredento
vengador de esos excesos a base de amenazas y campañas de boicot, más efectista
que otra cosa, a determinados productos, especialmente y más que los producidos
en Cataluña, los que, siguiendo los tópicos, son los más fáciles de
identificar.
Ahora, de manera precipitada, asistimos al enconamiento de
esos sentimientos nacionalistas en Cataluña, más como sublimación de la
frustración que producen las consecuencias de la crisis en los catalanes que
como salida práctica a la misma. Tengo amigos y familiares catalanes y entiendo
perfectamente lo que están sintiendo. Tanto, que, a veces, echo de menos tener
un "Madrid" al que culpar de todos mis males, un Madrid del que
independizarme para ver si, con esa independencia, las cosas van mejor. Pero
no. Los madrileños, querámoslo o no estamos condenados a padecer los rigores
del gobierno de la nación y a llevar el sambenito de encarnarlos.
Mi impresión es que unos y otros, CiU -no sé si toda- y PP,
agitan la bandera del nacionalismo, para distraer a catalanes y
"españoles" de las consecuencias sus verdaderos problemas, de esos
que unos y otros, Mas y Rajoy, son incapaces de solucionar.
Los telediarios duran lo que duran y los periódicos tienen
las páginas que tienen. Por eso, cada titular, cada portada y cada línea que se
dedican a esta diatriba que no parece tener solución a corto plazo, son un
titular, una portada y una línea que no hablan de lo importante, del paro, de
los recortes, de la crisis que parece haberse comido la democracia de un
bocado, mientras discutimos si son galgos o son podencos.
El adelanto de elecciones por parte de Mas ha sido tramposo
y, o mucho me equivoco, o acabará pagándolo, porque su planteamiento, que no
buscaba otra cosa que cerrar el cuaderno de la crisis sin haber hecho la tarea
para abrir el tebeo de los sueños no demasiado realistas, puede llevar a sus
votantes a la frustración de que detrás de tanto sueño y tanto símbolo no hay
más que estrategia electoral y ese deseo insensato de mantener se en el poder a
toda costa. No buscaba otra cosa que pillar a la oposición con el pie cambiado
y obligarla a hablar del tebeo en lugar de hacerlo de los deberes.
Para concluir me vais a permitir la pequeña frivolidad de
señalar que en Euskadi, con un parlamento absolutamente
"soberanista", que se parece más al Euskadi real que el de la pasada
legislatura, y eso pese a que el pacto PP-PSE cumpliese su objetivo de
normalización, en un parlamento como ese, la soberanía, la autodeterminación,
la independencia o como quiera que se le quiera llamar, no es un objetivo
prioritario. Y me atrevo a vaticinar que, una vez pasadas las elecciones,
tampoco Mas va a insistir en él.
No quisiera equivocarme, pero siempre he pensado y pienso
que un catalán lo primero que quiere es ser feliz y sentirse seguro y después
ser catalán, como un español, o un madrileño, lo primero que quiere es sentirse
seguro y ser feliz, antes que sentirse español o madrileño. Si no es así, que
se lo hagan mirar.
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2 comentarios:
Me sobra el "que se lo hagan mirar", no juzgues lo que no conoces ni sientes; es una opinión... por muchos amigos/familiares que tengas en catalunya.
Evidentemente es una opinión y lo señalo al comienzo del párrafo. Lo tuyo también lo es, aunque, por la firmeza con que lo expresas, más bien parece un dogm.
Pese a todo, insisto, me cuesta creer que alguien quiera ser catalán o español antes que ser feliz.
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