Qué buen ministro de Educación y Ciencia se perdió Franco en
José Ignacio Wert, porque no tiene nada que envidiar a aquellos Julio
Rodríguez, Crus Martínez Esteruelas o José Luis Villar Palasí, Nadie como él ha
conseguido aunar en su contra a todos los sectores de la enseñanza, incluidos
los padres , en su contra. Nadie como él se ha propuesto-y lo ha conseguido-
faltar a unos y otros con tanta chulería. Estoy seguro de que el pobre Wert
-tenemos que esforzarnos en entenderle- echa de menos aquella brigada político
social, aquellos grises con abrigo y cascos de moto o aquellos otros que, a
caballo, entraban en el sagrado recinto de las universidades.
Si el locuaz ministro no tuviese capacidad y deseos de sobra
para devolver a este país varias décadas atrás, al más oscuro de los pasados
del subdesarrollo y la dictadura, si fuésemos capaces de escuchar sus palabras
como quien oye llover, creyendo que lo que dice es pura ironía, podríamos decir
también eso de qué buen monologuista se ha perdido el Club de la Comedia.
Pero no nos hagamos ilusiones, el ministro es real y lo es
aquí y ahora. Acostumbrado a lenguaje de las tertulias, el pobre José Ignacio
no es consciente de que una tertulia es un submundo, una viñeta que, toso lo
más, exagera la realidad y sirve para ganarse unas palmaditas en la espalda,
algún que otro insulto en la red y, eso lo compensa todo, unos cuantos billetes
cobrados aplicando la tarifa de una prostituta de lujo.
Al fin y al cabo, en las tertulias se practica una especie
de onanismo verbal que, de no ser porque lo que se dice acaba por tener
consecuencias, sería hasta una buena práctica para echar fuera fantasmas. Lo
malo es que ser ministro es algo más que tener despacho, coche oficial y
escolta. Lo malo es que un ministro no es un señor "fichado" por una
cadena de radio o televisión, por sugerencia de un partido, para representar
una determinada "sensibilidad". Lo malo es que, cuando se es
ministro, se es ministro de todos los españoles, incluidos los catalanes, con
todas sus circunstancias. Y eso, Wert, no ha sido capaz de entenderlo todavía.
Anoche, el ministro se sentó a la misma mesa con el
presidente catalán que quiere un estado propio para Cataluña y un editor
catalanoparlante que no ve su empresa, que tiene la mayor parte de su mercado
editorial en lengua española, en la cena en que se premiaba una novela de
Lorenzo Silva, seguro que excelente, como todas las suyas, en la que guardias
civiles y mossos d'esquadra colaboran para investigar un crimen, algo que
debería bastarle al ministro para dejar de meter palos en el avispero
hipersensibilizado de la identidad catalana.
Pero no. El ministro que se sabía ayer bajo los focos de la
cena, ya se encargo de dejar en Madrid material suficiente para asegurarse la
atención de los medios. Y lo hizo como sólo él sabe hacerlo, llamando anti
sistema y radicales de izquierda a los padres que, privados de las ayudas para
que sus hijos puedan cumplir su sueño de recibir la formación que a ellos les
faltó. Les llamó anti sistema por oponerse al desmantelamiento del sistema que
permite al hijo de un obrero o de un inmigrante que paga sus impuestos llegar a
la Universidad. Les llamó radicales de izquierda porque luchan por lo suyo y no
agachan la cabeza, quedándose en casa callados, como tanto desearía el
presidente de los hilillos del Prestige.
Otros colegas del gobierno, más sutiles o más tontos que él,
que ya es difícil, lo de tonto, claro, como Luis de Guindos, insultan nuestra
inteligencia, "vendiéndonos" como una buena noticia que nuestra
economía se ha estabilizado en la recesión y la tendencia a la baja. Lo más
parecido a lo dicho por el ministro de Economía que se me ocurre sería un
médico que tuviese el descaro de describir la muerte como la definitiva
estabilización a la baja de las constantes vitales.
¿Quiénes son los anti sistema? Sin duda, ellos.
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