Lo primero, y siguiendo el ejemplo de mi querido José Martí
Gómez, es referirme a este terrible y dañino ejecutivo que preside Mariano
Rajoy como desgobierno, desgobierno de la Nación, que, sin que parezca posible
evitarlo, está acabando con lo poco que los españoles disponíamos para evitar
que la cuna pesase sobre nosotros como un estigma que nos condena a vivir y
morir pobres, si así hemos nacido, y nos bendice con privilegios y una vía
muelle si nuestra cuna está en los barrios altos de la sociedad.
Dijo una vez Alfonso Guerra que a este país, tras el paso de
los socialistas por el Gobierno, no iba a conocerlo ni la madre que lo parió.
Exageraba como sólo él sabe hacerlo y ejercía la mayor de sus virtudes: la
demagogia. Sin embargo, algo de razón llevaba, porque la sanidad y la enseñanza
se hicieron universales y gratuitas, las pensiones más bajas se hicieron
aproximadamente dignas y se revalorizaron por ley año tras año. Y así un largo
etcétera de pequeñas grandes conquistas que, poco a poco, nos hicieron un
poquito, sólo un poquito, más iguales.
La derecha española no tiene, al menos en el desgobierno, a
nadie que sea ni la mitad de brillante de lo que era Guerra en aquellos
tiempos. Demagogos sí, pero no tan brillantes. Y no lo necesitan, porque es
bien sabido que le sobran corifeos que bendigan sus decisiones, incluso más
allá de lo prudente, y tienen, también, otros que les "atizan" desde
la parte de más allá de su misma derecha, para que, al final, sus acciones de
desgobierno queden en eso que se llama equidistancia, que tan perniciosa
resulta y que tan poco responde a la realidad. La derecha no tiene una voz
solista tan brillante como Guerra, no hay más que escuchar a Cospedal para
comprobar que no hay comparación posible, pero, sin embargo, están consiguiendo
que a este país no lo conozca ni la madre que lo parió o, al menos, una gran
parte de ese bienintencionado sector de la población indecisa que, al final y
desgraciadamente, les votó.
Y, todo, porque no están actuando contra la crisis, sino
porque están usando la crisis como excusa para desmantelar todos los puentes
que permitían a los hijos más brillantes y esforzados de las clases humildes
llegar a la universidad, a puestos directivos o, incluso, al gobierno. Pero,
con ser mucho, con esto no está todo dicho, porque, en realidad, lo que
consiguen con sus acciones de desgobierno es desmantelar toda una serie de
servicios necesarios y caros, pero perfectamente asumibles por una sociedad en
la que cada ciudadano paga impuestos en proporción a su riqueza, para sustituir
por lo que era de todos y va a ser desmantelado por algo peor, tanto o más
caro, subcontratado a generosas multinacionales o a aquellos amiguetes, con o
sin correa, con o sin bigote, que han sabido ver, con la impagable -o no- ayuda
de sus amigos del desgobierno, las claras oportunidades de negocio que este les
brinda.
Cómo es posible, si no existe esa estrategia, que en
gobierno, el valenciano, se disponga a prescindir de uno de cada dos de sus
servidores públicos ¿Cómo van a funcionar ahora sus hospitales, cómo sus
colegios y universidades? No es posible. Por eso, inmediatamente comenzarán a
florecer todas esas empresas con o sin experiencia, para hacerse cargo de esa
parte de los servicios que, a ellos, les es rentable prestar, cobrándola más
cara de lo que le costaba el equivalente público al ciudadano o mermando
considerablemente la calidad del servicio prestado.
Eso es lo que está pasando. Estos señores del Desgobierno
están aprovechando la excusa de la crisis para desmantelar el piso, modesto
pero con vistas al futuro, en el que nos habíamos instalado, por un cuartucho
estrecho húmedo y sin ventanas en el que malviviremos como ratas si no somos
capaces de subir al "principal" y echar abajo la puerta.
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