Por mucho que hayan avanzado la ciencia y la técnica, por
mucho que se haya extendido la cultura, por mucho que los poetas, que hoy
celebran su día, hayan llenado de belleza las páginas de nuestros libros, el
mundo se ha movido poco y sus problemas siguen siendo los mismos. Qué poco
podía imaginar Enrique Santos Discépolo que su "Cambalache" iba a
tener vigencia casi ocho décadas después, y en especial ese "los inmorales
nos han igualao".
Recuerdo que, aunque no a todos, a mí me escandalizó en su
día que Rodrigo Rato se marchase a lo Benedicto del FMI, echando por tierra el
prestigio arriesgado por España en su nombramiento. Aún así, su sucesor,
Dominique Strauss Kahn, también dejó el cargo de manera apresurada, aunque,
esta vez, prácticamente con los pantalones en la mano, como si de uno de los
clientes de la dulce Irma de Billy Wilder se tratara. Ahora, es la elegante
Cristine Lagarde, la brillante ministra de Finanzas de François Fillon bajo la
presidencia de Sarkozy primera mujer en llegar al cargo, quien
atraviesa serias dificultades para poner a salvo su honorabilidad, bajo la
sospecha investigada por la justicia, registro de su casa parisina incluido,
por haber favorecido al polémico empresario Bernard Tapie en la venta de Adidas
con fondos de banco público Crédit Lyonnais, sorteando la autoridad judicial en
pleno proceso contra Tapie.
¿Es que no hay nadie decente al frente de la banca? ¿Acaso
el ser de moral distraída, un tonto útil pagado de sí mismo, soberbio e
implacable es la condición sine qua non no se puede alcanzar la cúpula de una
caja regional o de la mismísima banca mundial? Visto lo visto, parece que sí.
Visto lo visto, está claro que, como en el avión del chiste, en la cabina de
mando de las finanzas pilotan los simios más inútiles, patéticos y, o,
siniestros.
Casi al tiempo que conocíamos el registro de
la residencia parisina de quien tanto dolor y sufrimiento está
infligiendo a los ciudadanos de la Europa menos pudiente, nos enterábamos de
que la cúpula de Bankia se lo estaba llevando crudo y que, en los años en que
se engendraba el desastre se embolsaron cerca de setenta millones de euros, de
los cuales, Miguel Blesa, coautor junto a Rato del minado de la entidad,
se había "agenciado" nada menos que doce.
Nos enteramos ayer por UPyD que está dispuesta a llevar las
remuneraciones de la cúpula de Bankia durante esos cuatro años críticos a la
Fiscalía Anticorrupción. Algo debemos hacer, algo debe hacer la fiscalía,
cuando está claro que estos señores se llevaban el dinero a espuertas, mientras
la solvencia del grupo se resquebrajaba.
No puede ser que los salarios de esta gente están ligados a
los resultados o que actúen sin un control efectivo, no sólo
aparente, de sus decisiones. Ha quedado demostrado que, por aumentar
el volumen de su negocio, que era el nuestro, se metían en torpes e
inconfesables operaciones, fiándolo todo a la depredación posterior de sus
clientes o a una huida hacia adelante. Y no es lo peor, lo peor es que en esta
ruinosa "política de objetivos" que se ha extendido como el aceite
por todo el tejido empresarial de este país, y me temo que no sólo de este
país, el de abajo ha aprendido a mentir al de arriba, para salvar el tramo de
salario que correspondía a su cuota de objetivo, y también a los de abajo, a
los clientes y "usuarios" finales, a los que con trampas y añagazas
les vendían lo que no querían o no necesitaban.
Apañados estamos con quienes han tomado las decisiones en la
banca y los gobiernos españoles, europeos y mundiales. Basta con repasar los
titulares de la prensa de hoy: "Tres millones de españoles sufren pobreza
severa", "Chipre en venta", "El gobierno rebaja sus
previsiones", etc. Y todo mientras los responsables toman y
"destoman" medidas sin sentido, evidenciando que no tienen la más
mínima conexión con la realidad. Aunque tampoco la necesitan, porque, en el
fondo, sólo sirven a sus iguales y no a quienes, al fin y al cabo, nunca les
han votado.
Por eso me pregunto quién maneja mi banca. No sé quién ni
por qué, pero está claro que no puede seguir haciéndolo.
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