sábado, 30 de marzo de 2013

MARKETING PAPAL

 
 

Hoy, la verdad, no tenía intención de escribir, cansado como estoy de dar vueltas y más vueltas sobre lo mismo que no es otra cosa que la insalvable desconexión entre gobernantes y representantes, que toman las decisiones de espaldas a la calle, y el pueblo, que, decidan lo que decidan,  siempre paga las consecuencias. No tenía ganas de hacerlo, pero, al ver la foto del papa estrella, que nos quieren hacer pasar por una especie de Fray Escoba blanco y porteño, convenientemente comentada por Maruja Torres, no he tenido más remedio que robarle unos minutos a la colada que había comenzado aprovechando la tregua abierta en Madrid entre frente nuboso y frente nuboso para sentarme ante el teclado.

¿Qué les pasa? ¿Por qué este entregarse de esa manera a lo que sólo son gestos y nada más? Parece que quienes controlan los medios de comunicación se hayan empeñado en convencernos de que este papa, al que precede la leyenda de su reputada sencillez, de su "moverse" en metro y autobús, de su desapego a las riquezas, pero al que aún no he escuchado pronunciar la palabra JUSTICIA. Incluso algunos medios, a los que, en algunos casos, ha precedido -cada vez menos- la etiqueta de "progres" parece que se hayan dado un atracón de agua bendita, porque, al menos sus corresponsales, se han dejado cautivar por los encantos del primer pontífice que habla español, viene del "fin del mundo" y es jesuita.

Al margen de ese pasado tan oscuro que, por más que se empeñen en "contraprogramar" está ahí y denota, cuando menos, una cierta, por no decir evidente, pasividad frente a la sangrienta dictadura militar, no hay en su discurso nada que persiga la redención de los hombres y las mujeres en la tierra, y que conste que este desdoblamiento de géneros no es gratuito. Y me atrevo a decirlo, entre otras cosas, porque la redención sólo puede venir de la mano de la justicia, un concepto que sigue sin aparecer en su vocabulario.

¿Para cuándo un papa que nos hable, no de aliviar el dolor, no de amor y caridad, sino de evitar ese dolor y dar a cada cual lo que, como ser humano, merece? Me temo que eso no llagará nunca de una institución que se ha colocado siempre al lado del opresor, siempre que éste no oliese a azufre comunista, claro y que no hace aún setenta años estaba con Mussolini y Hitler y, por si fuera poco, fue pieza fundamental de la huida de centenares de criminales de guerra hacia el limbo sudamericano, donde incubaron el huevo, y cómo, de la serpiente del nazismo que llevaban consigo.

Ver a este papa lavando los pies de jóvenes delincuentes o verle "prostrado" ante dios en San Pedro no me conmueve, más bien al contrario.  Todas esas fotos, todos esos gestos medidos al milímetro, están, para mí, más cerca de las ambiguas y equívocas campañas de Coca Cola o de la gran mentira diseñada para adolescentes, entregadas de antemano, a las que les hacen creer que Justin Bieber arde en deseos de besarlas, pero n lo hace porque los guardaespaldas se lo impiden.

Basta ya de fábulas. A los papas los eligen los cardenales elegidos por sus antecesores y los dos últimos papas eran cualquier cosa, menos  progresistas. No hay más que recordar al papa Francisco ignorando a la princesa Letizia, con la que apenas cruzo una sonrisa y el apretón de manos, la sonrisa y las palabras que intercambió en el mismo acto con un sospechoso obispo africano, salpicado por graves acusaciones de connivencia con los genocidas.

En fin. No sólo no me creo esta campaña de lavado de cara de la cúpula de la iglesia católica, sino que, irresponsablemente y basándose sólo en estudiados y pregonados gestos, estén configurando su perfil, sin esperar nada consistente de sus actos que es, precisamente, por lo que le deberíamos juzgar.

Ojalá me equivocase, porque sería bueno que todo el potencial de la iglesia católica se dirigiese a hacer este mundo más justo y habitable. Si así fuese, no se me caerían los anillos, de oro o de plata, que esa es otra, para rectificar todo lo anterior. Pero me temo que no hará falta.

 
 

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