No sé por qué, pero me temo que los tiempos que se avecinan
no van a ser buenos para la secretaria general del PP. Es más, creo que está a
punto de entrar en su particular semana de pasión. Y lo creo porque los burdos
bandazos, las mentiras de colegiala, con que ha tratado de esquivar la oleada
de evidencias que, con la frialdad de un chantajista que conoce bien su papel,
ha ido colocando Bárcenas en su camino, han acabado por dejar al partido
desarbolado y de costado frente a la gran ola que puede acabar por hundirlo.
A María Dolores de Cospedal, como a los entrenadores que
pierden demasiados puntos en casa, le está llegando su hora o, como vulgarmente
se dice, le huele el trasero a pólvora y es que, con su estrategia, si es que
la ha tenido, ha conseguido poner en evidencia a todo aquel que, con mayor o
menor soltura, con mayor o menor frecuencia, ha bajado con el capote de brega
para pararle los toros al maestro, escondido como sólo él sabe hacerlo, tras la
barrera.
Cospedal se ha equivocado. Pero el primer error fue del
propio partido, con su presidente al frente, que, solo o en compañía de otros,
llegó a pensar que abatiendo al juez Garzón, arrojándole a las tinieblas,
dejándole fuera de la carrera judicial y desactivando aquellas escuchas
ordenadas por él, el caso Gürtel iba a tomar el rumbo que tomo el tristemente
célebre caso Naseiro. Hay que recordar que, en aquellas escuchas, los por
entonces principales capos de la Gürtel informaban a sus abogados sobre
determinadas cuentas secretas y que, con los datos obtenidos en ellas, la
instrucción hubiese avanzado con mucha más soltura.
Tampoco contó el Partido Popular con que la banca suiza iba
a dejar de ser el bastión oscuro, refugio de dictadores y malandrines que hasta
entonces había sido ni con que aquella rogatoria solicitada por Garzón en sus
últimos días en la Audiencia, con el tiempo, iba a dar sus frutos, localizando
el dinero del tesorero viajero, desactivando y poniendo en evidencia toda la
estrategia.
Uno podría ponerse tierno y llegar a pensar que la pobrecita
Cospedal se encontró en la Secretaría General del PP con un marrón, éste, que
no era suyo. Pero uno es ya perro viejo y se enternece lo justo, porque ha
visto muchas cosas y sabe que nadie está tan arriba si no quiere estar. Así
que, como ella mismo dijo no hace mucho, que cada palo aguante su vela y cargue
con las consecuencias de lo que ha hecho o dejado de hacer.
Porque, no nos engañemos, la característica principal de la
señora Cospedal no es la zafiedad, ni la cobardía que la lleva a colocarse
delante de una sala llena de periodistas amordazados, en ruedas de prensas
"simuladas" para decir sólo aquello que quiere decir y lleva escrito.
Tampoco la torpeza y la escasa facilidad de palabra, ni ese falso aplomo con
que se enfrenta a las cámaras. El que, aunque quizá no sea el más más evidente,
sí es el rasgo más evidente de su personalidad, es su tremenda ambición. Esa
ambición que la lleva a acumular cargos y sueldos para sí y sus familiares, más
allá incluso de lo razonable, hasta el punto de hacerle perder el control del
partido o de la comunidad autónoma que gobierna.
Ahora, quizá dentro de unos días, la incomodidad teñida
incluso de indignación que están viviendo quienes todavía conservan su dignidad
en las filas del partido, que también los hay, se va a convertir en necesidad
de relevo al frente de la secretaría general. Alfonso Alonso, portavoz popular
en el Congreso y uno de los personajes con mejor imagen del partido ya ha dado
la señal de alarma. El resto es cuestión de tiempo. Pero sabemos ya tanto y tan
feo del funcionamiento reciente del partido que no bastará con la amputación,
sino que para sanearlo van a ser necesarias nuevas amputaciones y una drástica
cauterización de las heridas abiertas.
Sin embargo, el problema, el gran problema es otro. El gran
problema es Mariano Rajoy, que nombró tesorero a Bárcenas, promovió a Cospedal
a la Secretaría General, presuntamente cobró en esos fatídicos sobres, ordenó
silencio sobre el caso y, como siempre, pensando en que la tranquilidad caería
como fruta madura, ha dejado que se pudra en el árbol, mientras las garras de
Bárcenas oprimen sádicamente sus partes nobles.
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