Hoy, Día Mundial del Teatro, Madrid se convierte en la
capital europea y reivindicativa de las artes escénicas. Hay muchas razones
para que Madrid, la ciudad mártir, la capital que anticipó en sus
propias carmes los sufrimientos que preparaba el fascismo para los
europeos, concentre los actos con que se conmemora esta fecha en que, en todos
nuestros teatros se leerá el manifiesto redactado para la ocasión por Darío Fo que
nos recuerda y, sobre todo, recuerda a los poderosos que los cómicos y los
escenarios les sobrevivirán, como sobrevivieron a la Contrarreforma a la que
alude el nobel italiano.
Siempre ha sido así. Durante siglos y, naturalmente, también
en todos los años de mi vida. El teatro ha sido la más inquieta de las artes,
la más crítica con el poder, la que siempre ha sabido burlarse de esa
sociedad pervertida y cínica que trata de imponer la recta moral y las
buenas costumbres de las que presume, cuando, en realidad la moral y las
costumbre que gasta tienen poco que ver con lo que predican.
Cuando el poderoso habla de austeridad y sacrificios, los
cómicos le responden poniendo sobre el escenario su despilfarro y su corrupción,
cuando lo que imperaba era la loa a Hitler, Bertolt Brecht imagino a un Arturo
Ui al que hubiese sido fácil resistirse de habérselo propuesto; cuando de lo
que se habla es de castidad y sacrificio, Federico levanta la casa de Bernarda
Alba; cuando la burguesía se viste y se pinta de europea, Arniches retrata a
los humildes... y así hasta el infinito. Pase lo que pase, vayan las cosas como
vayan, el Teatro, así con mayúsculas, y los cómicos que cada noche le dan vida
será siempre el verdadero espejo de la sociedad en que habita.
No es de extrañar pues que este gobierno, con su ministro
patán a la cabeza, haya querido asediar por hambre a los cómicos. Ha
identificado bien al enemigo, pero sin ser consciente de que los cómicos
estarán siempre, sea quien sea el que lo ostente, frente al poder, porque
esa es su naturaleza y lo es igual en el teatro de furgoneta que recorre
pueblos y ciudades que en los lujoso teatros de las cáptales. Wert ha
identificado bien a su enemigo. Personajes como él piden a gritos, cada minuto,
el escarnio y la burla y no tardará en tenerlo, en convertirse en una
caricatura de sí mismo, que ya lo es y bastante.
La agresión, porque no puede considerarse otra cosa, que
fue la desproporcionada subida del IVA fue un golpe duro y un castigo
a todos esos "payasos" rojos que sujetaban las pancartas y se ponían
las pegatinas contra aquellos de los que, entonces, el hoy ministro sólo era un
tapado. Había que hacerles pagar tanta insolencia y nada mejor que asediarles
con el hambre, un hambre simbólica que en realidad es paro y telones echados.
Sin embargo, el ministro, el ministro que
tanto presume de leído, debería saber que, para hacer teatro bastan un
hombre o una mujer, un texto y el público y que el teatro se ha
adaptado siempre para sobrevivir, para no morir. No sabe el ministro que
si se cierra un teatro, si se suben los precios y se cierra el grifo de las
subvenciones, el gran espacio se sustituye por un garaje, una plaza o el salón
de actos de un colegio o un instituto, como se hizo durante el franquismo,
porque la gente que lo mantiene vivo, los cómicos y su púbico, se adaptan al
peor de los escenarios -y nunca mejor dicho- porque lo que les falta en
decorados o en butacas, les sobra en entusiasmo e imaginación.
Hoy se celebra en Madrid el Día Mundial del Teatro y, por
ello, el precio de las localidades de todos los espectáculos de lo que la
Comunidad de Madrid ha rebautizado como La noche de los Teatros tendrá
descuentos que pueden llegar a ser del 40%. Pero no nos engañemos, eso es
sólo el gesto de un día en medio del campo de minas en que lo han
colocado.
Lo importante del día de hoy, de la noche de hoy, es escuchar
el manifiesto de Fo, memorizarlo y
reconocerse en él. Lo importante es tener por seguro que estos cómicos del año
2013, que, como los cómicos de la posguerra que tan bien retrató Juan Antonio
Bardem cuando yo aún no había nacido, necesitan poco para hacernos llegar su
mensaje, una pensión una o dos comidas calientes, algo que apenas es un
salario, una carretera por la que echarse a andar y un público al que hacer
soñar y pensar.
¡Viva el teatro!
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