Quien no ha pasado por el trance de ingresar "por
urgencias" en un hospital no es consciente de como la eficacia del
personal sanitario que las atiende, que es mucha, se estrella contra el muro de
una falta de medios y una burocracia que acaba por estrangularla y colapsarla.
Las salas de espera, primero y los "boxes" de preingreso, después,
tienen una capacidad limitada y, a veces, hay que elegir lo vital frente a lo
grave para dar salida a los pacientes y esa elección no siempre es la adecuada.
Todos hemos podido ver en los últimos días las imágenes del
caos generado en la Residencia Juan Canalejo de A Coruña las, donde las
urgencias se colapsaron hasta el punto de que las ambulancias se vieron
obligadas a "hacer cola" para recuperar las camillas en las que
habían llevado a los enfermos y que no les eran devueltas, dada la falta de
camas para ingresarlos. El caso de la Juan Canalejo es quizá el más
"vistoso", el más fácil de trasladar a un telediario, porque de salas
de espera abarrotadas y de pasillos usados como salas de ingreso, repletos de
camas con enfermos, los ciudadanos ya estamos curados de espanto. Yo mismo he sido
uno de esos "encamados" durante horas en un pasillo hasta que fui
instalado en una habitación que, naturalmente, ni siquiera era la del servicio
que me correspondía.
Pues bien, eso que ya pasaba hace años, cuando las tijeras
de la maldita crisis aun no habían entrado en nuestras carnes, se vive ahora
multiplicado, porque, no sólo se han recortad los servicios, sino que la
pérdida de poder adquisitivo de los mayores y el pago de las muchas medicinas
que consumen les están llevando a una supervivencia precaria que, demasiadas
veces, da con sus huesos en el hospital, casi siempre en un servicio de
urgencias saturado.
El pasado martes una de estas personas mayores,
concretamente una anciana, murió tras pasar varias horas en la sala de espera
de las urgencias del Hospital Xeral de Vigo. No en la sala de urgencias, como
podría ser lógico, sino en la sala de espera, esperando el turno para ser
"valorada", y en medio de quienes, como ella, esperaban ser
atendidos. La dirección del hospital que asegura haber abierto una
investigación sobre el asunto, pero, al tiempo, se guarda las espaldas poniendo
como excusa la punta de ingresos achacable a la actual epidemia de gripe.
"Paparruchas" que diría el Mr. Scrooge de Dickens, un personaje que,
desgraciadamente, está cobrando plena actualidad, como si las epidemias de
gripe no fuesen habituales en estas épocas del año y acaben teniendo
consecuencias como esta desgraciada muerte.
En este asunto, con estos dos casos, que podrían darse en
cualquiera de los hospitales públicos españoles, volvemos a lo de siempre. Y lo
de siempre es que la salud no puede tratarse como un bien de consumo sometido a
precios de mercado y que se puede consumir en mayor o menor cantidad. Se está enfermo
o se está sano y el derecho a ser atendido cuando se ha perdido la salud no
cotiza en bolsa. Del mismo modo, un hospital no puede gestionarse como se
gestionarían una fábrica o un comercio. La buena gestión debe ser el objetivo y
el derroche el mal a evitar, pero nadie que persiga el lucro, como hacen todas
estas empresas que revolotean como buitres sobre nuestros hospitales y centros
de salud y que reparten su carroña con quienes les abren las puertas de los mismos,
nadie que vea la sanidad pública como una oportunidad de negocio va a
garantizar nuestra salud.
Lo acaba de dejar claro al Unión General de Trabajadores que
ha presentado un informe sobre el modelo valenciano de gestión hospitalaria -el
tan cacareado y fracasado modelo Alzira- que según los datos que maneja el
sindicato, desde su implantación, ha tenido un coste directamente atribuible al
mismo de más de dos mil vidas humanas por año en muertes prematuras de pacientes. Y no sólo eso, porque haciendo cuentas ha resultado tan caro o más que el tan denostado, por el PP, modelo de gestión cien por cien pública.
Los recortes, y más si son en sanidad, matan.
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