No podía ser de otro modo. Antes o después en los pasillos y
despachos de la sede nacional del PP tenían que volar los cuchillos y ya
vuelan, porque, y es algo que pasa hasta en las mejores familias, cuando se
trata de asumir responsabilidades, de comerse los marrones, vamos, son pocos o
ninguno los que dan un paso al frente.
Si uno está tan aburrido como para pararse a contemplar
alguna que otra tertulia televisiva, no las de la caverna mediática claro, y
tiene la precaución de colocar a cada contertulio una etiqueta que recoja la
nómina de sus amistades, sus fuentes más probables y sus propias tendencias,
que no siempre son coincidentes, puede llegar a entender, en medio de tanta
insinuación, tantas medias palabras y todos los "presuntamente" que
pueda imaginar, algo de lo que puede estar pasando.
Ayer me pasó, mientras hacía tiempo para la comida semanal
con mis amigos, me hipnotizó una, en la que se hablaba de las amistades de Luis
Bárcenas en el PP -su tocayo, el hijo de Fraga, y el mío, el eterno perdedor,
Arenas- además de señalar el odio africano que enfrenta desde hace tiempo a
María Dolores de Cospedal con el citado Arenas, que también ocupó, como ella,
la secretaría general del partido, precisamente en los años clave de la
entronización de Bárcenas como tesorero del partido.
Todo son, como digo, rumores, interesados, claro, medias
verdades e insidias que no hacen sino engordar la bola de nieve, alud más bien,
que ha caído sobre el PP desde que aparecieron las cuentas del esquiador en
Suiza.
Como si lo que no es más que una metáfora se hubiese hecho
realidad, en la sede de Génova, 13, andan braceando a la desesperada para sacar
la cabeza fuera de tanto como les ha caído encima y boqueando para respirar
bajo esa montaña de trapos sucios. Y, como siempre ocurre, entre tanto braceo
más de uno se lleva un manotazo que no esperaba y el que asoma la cabeza, lo
consigue a base de pisar la de algún que otro compañero. En esas estamos, en el
peor de los "sálvese quien pueda", lejos ya de aquella piña que
apoyaba a su presidente Rajoy, cuando dijo aquello tan gallego de que nadie
"va a poder demostrar de Bárcenas..." y que, ahora, no sólo va camino
de demostrarse, sino de complicar mucho más la situación de don Luis y el que,
hasta hace dos meses fuera su partido.
Ayer supimos a media mañana que Alberto Durán, asesor
jurídico del PP, había sido denunciado por Bárcenas ante la Policía, por haber
"reventado" la puerta del "sitio" (Cospedal dixit) que el
tesorero tenía "para sus cosas" en la sede de Génova, siguiendo las
órdenes de María Dolores de Cospedal.
Fue por ello que la policía se presentó allí para citar a
Durán en comisaría y llevar a cabo una inspección ocular que fue interrumpida
porque uno de los jefes policiales no la consideró oportuna.
¡Manda carajo! que diría aquel. A qué esperan para hacerla,
a que barran, cambien la cerradura y abrillanten los pomos y los muebles a
costa de cualquier indicio que hubiese quedado.
Lo que está claro es que Bárcenas aún conserva amigos en el
partido porque, si no, quién le informó de la tropelía y le contó que habían
reventado la puerta y le habán “levantado” dos ordenadores de su propiedad. Tal
parece como si en el Partido Popular hubiesen llamado al señor Lobo de
"Pulp Fiction" para borrar cualquier huella del crimen si es que lo
hubo. Algo que encaja perfectamente con esa batería de acciones legales que al
final sólo han quedado en salvas, porque es de suponer que si se acusa a
alguien de mentir y ofender hay que darle la oportunidad legal de defenderse y
ya se sabe que, cuando se remueve, la mierda huele. Quizá también por eso nunca
se llevarán a cabo las tan cacareadas auditorías externas de las cuentas del
partido, ahora que se ha encargado de airearlas el tan malicioso como eficaz
Bárcenas.
Vamos, que en la calle Génova están de los nervios. Y no me
extraña.
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