El pasado viernes, poco antes de la comida semanal con los
amigos y mientras hacíamos tiempo ante cañas y vermuts, tuve la fortuna
de compartir charla con Toni Zenet y su trompetista cubano, Manuel
Machado. La charla arrancó en torno a "la munición" que, los muy
canallas, acarreaban en sendas bolsas para la calçotada con que pensaban
festejar a unos amigos que, por desgracia, no éramos nosotros. Digo que la
charla arrancó por ahí, pero siendo nuestros interlocutores un cantante como
Toni y un cualificado trompetista como Manuel, no tardó en girar -con mi
ayuda, claro- hacia la que es, y lo sabéis, una de mis mayores pasiones: la
música.
Amigos comunes, genios admirados, instrumentos preferidos,
conciertos vividos... todo lo que puede desear un tipo como yo que, en gran
medida, vive para la música desfiló ante nosotros en esa escasa pero intensa
media hora de conversación apasionada y no recuerdo ahora si fue en ella o
fue después, buscando "cosas" de Machado en "la red",
cuando afloró el dato de que se formó en su Cuba natal, concretamente la
Escuela Nacional de Arte de La Habana. Apenas un dato sin importancia que cobró
todo su valor cuando al día siguiente, ayer sábado, escuché a otro apasionado
de la música, Javier del Pino, con el que, antes de su "aventura"
americana compartí tantas horas de charla y tanta música en la redacción y
fuera de ella.
Javier se ocupó de un asunto al que quizá no damos la
importancia que tienen en estos tiempos que corren, pero que, de no ponerle
remedio, nos empujará a un abismo de silencio o, lo que es peor, de música
ramplona y sin ese latido pasional que sólo saben darle quienes la aman y la
viven: la asfixia a la que el ayuntamiento de Madrid quiere someter a una de
sus más hermosas creaciones, las escuelas municipales de música, por las que
han pasado y pasan centenares de niños y adultos que a cambio de un precio
asequible -para algunos también un sacrificio- recibían una formación del
todo inalcanzable si tuviesen que buscarla en los conservatorios o en las
escuelas privadas. Tan hermoso milagro que llevaba años despertando o
cultivando la pasión por la música era posible porque el coste de la formación se
costeaba a partes iguales por los alumnos, el ayuntamiento y algunos
patrocinadores. Pero este frío ayuntamiento que hoy preside Ana Botella,
cargado de asesores de apellidos ilustres y familiares, con delirantes
proyectos, como los Juegos Olímpicos, esos sí, imposibles de alcanzar y, mucho
menos, costear en tiempos de crisis, no quiere seguir adelante con la
magia y ha dejado de poner su parte para el sueño, convirtiendo en insostenible
la supervivencia de las escuelas en las que, ahora, los alumnos tienen que
pagar prácticamente lo mismo que en una escuela privada.
La música y los sueños, para quienes se los puedan pagar.
Mientras, seguiremos admirándonos con el virtuosismo de músicos humildes como
Machado o tantos y tantos otros, venidos del Este de Europa, que pudieron serlo
gracias a que, allí, la música no es un lujo para unos pocos o un negocio para
unas cuantas multinacionales, sino una de las artes, esa con la que mejor
y más intensamente se transmiten las emociones, y, formarse en ella, un
derecho ciudadano.
Ojalá reconsiderase el ayuntamiento su decisión. Ojalá, como
los profesores de estas escuelas, se parase a penar en lo que está haciendo y,
como ellos han accedido a bajarse el salario, para poder seguir alimentando el
milagro, accediese a mantener al menos una parte de su aportación para que no pare la música.
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