¿Cabe mayor cinismo que el de Sheldon Adelson y sus
emisarios cuando hablan de su proyecto como una vacuna contra la prostitución,
la ludopatía y el consumo de drogas? Evidentemente, sí, porque
es mayor, mucho mayor, el cinismo de quienes les dan tribuna y cobijo y están
dispuestos a creer y hacernos creer sus patrañas.
Ayer, en el seno de un Congreso titulado "Madrid
Excelente", Michael Leven, emisario de Adelson para la ocasión, se encargó
de hacernos una vez más las cuentas de la lechera, porque, no sólo nos dijo que
su proyecto de montar una ciudad del juego sin impuestos y sin ley crearía
cincuenta mil puestos de trabajo, sino que, además, caría a Madrid las decenas
de miles de plazas hoteleras que precisa para albergar los pretendidos Juegos
Olímpicos de 2020.
Hace falta mucha fe, mucha desesperación o mucha cara dura
para decir y creer tal cosa, porque, en ninguno de los casos conocidos de
proyectos anteriores, salvo, claro está, la propia ciudad del juego,
en Nevada, tales cifras, también prometidas en su día, se alcanzaron nunca
y eso que es de sobra conocida la pasión que por el juego existe en Oriente.
El cinismo de estos señores no se queda en rebautizar sus
negocios como "Industria del Turismo", sino que pretende hacernos
creer que su proyecto en Madrid, como dice que han hecho los anteriores,
reducirá el consumo de drogas y la prostitución en la zona. Y no sólo eso,
Leven pretendió ayer que viésemos al matrimonio Adelson como una especie
de filántropos, empeñados en ayudar a quienes caen en las garras de la
ludopatía y las drogas. Vamos, que sería algo parecido a una Madre Teresa del
juego que se dedica a reparar los juguetes rotos que va dejando su negocio.
La gente de Adelson habló ayer de que en Singapur la
implantación de sus casinos conllevó un aumento del turismo en un 46% y del 60%
en el gasto, con lo cual deberíamos sentirnos bendecidos por haber sido tocados
por su varita mágica. Pero me temo que todo son bonitos discursos de chalán de
feria y que la realidad es muy distinta, cargada de chantajes, sobornos y
extorsiones, de gentes explotadas, mal pagadas y sacrificadas sin que, a
cambio, el país en que se instalan recaude los mismos impuestos que dejarían
cualquier otra industria o negocio turístico.
Decía al principio que sólo hay un cinismo mayor que el de
estos vendedores ambulantes de la felicidad y que ese cinismo hay que buscarlo
en quienes como Esperanza Aguirre en su día e Ignacio González, ahora, les
hacen la ola y nos ponen a sus pies para que dispongan de nuestras vidas y
haciendas para sus negocios.
Siempre que los veo juntos -a González y los hombres de
Adelson- me pregunto quién es el anónimo inversor que compró a un precio muy
por debajo del mercado toda la deuda que fue emitida por la Comunidad de Madrid
hace unos meses. Tal parece que el gobierno del Partido Popular en Madrid ha
decidido jugarse nuestro futuro a una sola carta, encomendándose a Nuestra
Señora del Casino. Lo malo es que cuando el sueño se rompa, cuando las cifras
no cuadren, los beneficios estarán ya muy lejos, mientras los esclavos de las
drogas, las mujeres prostituidas con sus chulos y las familias arruinadas por
el juego nos los quedaremos nosotros.
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