Anoche, en uno de esos momentos de debilidad que uno tiene
ante el televisor, me deje abducir por una escena de una película tan
inverosímil como ñoña, en la que la pareja protagonista
habla de la reencarnación. Como bien supondréis, yo, que soy ateo, de
ciencias -presumo de ello- y no creo en tan consoladora teoría, me quede
con este curioso argumento expuesto en la conversación: si la
humanidad ha crecido a lo largo de los siglos y si, además, en los últimos años
lo ha hecho de modo exponencial ¿Debemos pensar que no todos los que ahora
habitamos el mundo? ¿Cabe pensar que las almas de nuestros antepasados se han
fragmentado para que cada uno de nosotros tenga su "cachito"?
O, quizá, lo que pasa es que a algunos humanos lo que les ha
tocado en el reparto es el alma de una cucaracha o un gusano. No es más que una
tontería, pero creo que esa tontería la cree a pies juntillas más de un
gerifalte de los que nos gobiernan. Si no, no se explica que estén tomando las
decisiones que están tomando de un tiempo a esta parte y que, en mi opinión,
sólo cobrarían sentido si las encuadramos dentro de un plan diabólico para
acabar con una parte de la población -la que, para ellos, ha dejado de ser
rentable- y abaratar al máximo los costes del resto.
Todo empezó -al menos en España y me duele
decirlo- cuando los gobiernos de Felipe González comenzaron a tocar el
empleo juvenil, dando facilidades y abaratando los costes de sus plantillas a
base de contratar jóvenes "en formación" por una miseria, sin que el
gobierno o los comités de empresa -no todos, pero, por
desgracia, sí la mayoría- se tomasen la molestia de controlar y
evitar que tales modalidades de contrato se utilizasen por las
empresas para "rejuvenecer" y, de paso, abaratar sus plantillas.
Poco a poco, la nómina de muchas empresas pasó a tener un alto porcentaje de
becarios y trabajadores en formación, menos expertos, pero también menos
resabiados y con menos derechos, dispuestos a "tragar" con todo, con
tal de tener unos miles de pesetas o unos cientos de euros en el bolsillo a
final de mes que, si no eran suficientes, complementarían papá o mamá.
Era lo lógico, cuando se es joven - a mí me pasaba- te crees
inmortal y el futuro es algo lejano que se torea con el día a día. Así que
nosotros, los jóvenes de entonces, los que nos quedamos supliendo a los
mayores, fuimos creciendo en la empresa, alcanzando una estabilidad que creímos
eterna. Así que nos embarcamos en la aventura de la familia, tuvimos
hijos y todo parecía perfecto. Pero llegó un día en el que todo
empezó a cambiar. Un día en el que el lugar al que acudíamos a trabajar -el
edificio, la fábrica, el comercio o el colegio- pasó a tener más
valor para el "amo" que el resultado de nuestro trabajo. Y las
plantillas se convirtieron en una carga y así llegaron los eres, las
recalificaciones de suelo y las deslocalizaciones, todo ello ante los ojos de
esos seres con alma de humanos que nada querían saber de aquellos otros que la
teníamos de perro, de cucaracha o de gusano, en los que un día creímos y, pese
a debérnoslo todo, nos vendieron.
Nos contaron también -y también con los socialistas en el
gobierno- que deberíamos dejar de pensar en que bastarían nuestras
pensiones para garantizarnos una buena jubilación. Nos dijeron que sería
bueno hacernos "un plan" privado. Y algunos lo hicieron. A mí no me
daba para ello y por eso no caí en aquella trampa. Al cabo del tiempo,
cuando había que liquidar el plan de pensiones, se lo comían los impuestos
aplazados y, mientras tanto, había servido de munición especulativa contra
nuestra economía y la de todos los países que cayeron en sus garras y que,
antes de la llegada del euro, tuvieron que devaluar una y otra vez, para poder
seguir adelante.
El colofón fue la debacle del último gobierno de
Zapatero, pendiente más del marketing electoral que de la realidad y la
consecuente "gran cagada" de la sociedad dando la mayoría absoluta a
un gobierno formado por quienes ni siquiera sirven de explotadores y
especuladores y se limitan a servirles como les sirven. El colofón ha sido la
reforma laboral firmada por la ministra más vergonzosamente inútil que ha
pasado por un gobierno de España, una reforma hecha por los empresarios que,
con ella, se han garantizado "barra libre" para
"despiojar" sus plantillas, con los resultados que todos sabéis, cifras
récord de paro, despidos sin recurso posible y baratos, tan baratos, que
parecen sacados de la estantería de un "chino". Despidos que se han
cebado con los mayores de cincuenta años, a sabiendas de que, muy
probablemente, nunca más encontrarán trabajo, tantos que la
"lista" de la ministra, con la excusa de evitar eres tramposos ha
decidido privarles del subsidio que, hasta ahora, les permitía no morirse de
hambre, asco y pena.
Y, mientras tanto, los jóvenes, nuestros hijos en cuya
educación el Estado gastó tanto dinero siguen sin encontrar trabajo y pueden
darse por satisfechos si encuentran uno por trescientos o quinientos euros y,
no digamos ya, si, además, cuenta con cotizaciones a la Seguridad Social, para
ir poniendo los ladrillos de una jubilación que, en el mejor de los
casos, les llegará a los sesenta y siete años, si es que llegan a trabajar
los treinta y cinco años de cotización que les exigen.
Y, todo lo anterior, sin habar de los que han hecho y están
haciendo con nuestros ahorros, otra vez ante las narices de unos y otros. En
resumen, un plan diabólico destinado a que los humanos con alma de humano
empujen a los que, a sus ojos, sólo tienen un cachito de alma o una
entera, pero de gusano, perro o cucaracha -o es al revés-, tan viejos, achacosos y caros de mantener, se extingan, se tiren
por las ventanas, por los puentes o al metro, para que su dinero crezca y
crezca, ojalá hasta que les ahogue.
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