Llevamos ya una semana escandalizados por lo que está
pasando en Chipre y acojonados porque lo que está pasando en la isla
mediterránea pueda llegar a pasar en España y no nos damos cuenta de que lo de
Chipre lleva años pasando en España, porque qué otra cosa es sino la quita
tramposa con que la mayor parte de la banca española ha enjugado el
agujero que dejaron en ella la tan manida burbuja inmobiliaria y la rapiña de
sus directivos conchabados con el silencio cómplice y sobornado de partidos y
sindicatos.
Me estoy refiriendo, claro, a la estafa de las preferentes,
por la que la práctica totalidad de la banca española confiscó mediante engaños
o directamente "por la cara" los ahorros de decenas de
miles de clientes, la mayoría ancianos, jubilados o recién despedidos que
pretendían estirar su finiquito para afrontar con un poco más de tranquilidad
los años del paro o la corta jubilación. No hubo piedad para atraparlos en la
red y no la ha habido ahora para decidir sin rubor y sin más que, ale hop,
sus cien son desde hoy sesenta.
Cuando la banca, salpicada por el estallido en plana
cara de la burbuja inmobiliaria, comprendió tarde y mal que acababa
de romperle el cuello a la gallina de los huevos de oro, decidió
que lo siguiente era recapitalizarse lo antes posible y a costa de lo que
fuese. Y, como ya sabéis, la recapitalización fue a costa de sus clientes,
porque nadie mejor que ellos para saber quién tenía ese dinero que, cada minuto
que pasaba, necesitaban con más premura para taparse el culo que el parón de la
construcción les había dejado al descubierto.
Para todos aquellos a los que se les ofreció "el
producto" la cosa tenía sentido. El interés que se les daba a cambio de
"depositar" sus ahorros, era superior, porque el banco o la caja
lo necesitaban para remendar el desgarrón por el que asomaban tanto solar
ahora baldío y tanta hipoteca impagada. Tenía su lógica. También a ellos,
cuando habían pedido un crédito, les habían cobrado sus buenos intereses y les
habían exigido garantías.
Ese fue el peor de los fallos, todos confiamos en esos
bancos y esas cajas que llevaban toda una vida en el barrio, cuyos empleados
tomaban café con nosotros y hacían reformas en la sucursal cada dos por tres
-yo, por ejemplo, sólo la hago cuando la necesito y puedo pagarla- y, por si
fuera poco, eran según miembros del gobierno, el gobernador del Banco de España
y bastantes políticos, seguros y solventes.
Creo que no hace falta recordar el calvario que están
viviendo los que ahora llaman "preferentistas", sueños frustrados,
bodas de hijos retrasadas o minimizadas, apuros para llegar a fin de mes, algo
tan terrible como la imposibilidad de comprar con un dinero que pensabas que
era tuyo y que, sin embargo, estaba inmovilizado "a perpetuidad" sin
tu saberlo, pudor para admitir públicamente que han sido engañados,
manifestaciones, abogados etc. hasta llegar a el terrible anuncio de ayer,
en el que, con la frialdad de quien maneja balances e ingeniería
financiera, se les comunicó que parte de sus ahorros había dejado de ser suya,
en función del banco que les engañó, como si ser cliente de uno u otro
equivaliese a jugar o no la combinación acertada de la Bono Loto.
Lo que están haciendo es un atraco mucho peor que si fuese a
mano armada, porque se llevó a cabo abusando de la confianza de las víctimas.
Nadie se mete con sus ahorros en una callejón oscuro y sin embargo se fía
de quien lleva atendiéndole toda la vida y le cuenta las condiciones de un
depósito que, a la postre, no son tales, porque hay una trampa escrita en unas
líneas ilegibles enterradas entre decenas de folios.
Lo de Chipre lo justifican porque allí se pagaban pocos
impuestos y los bancos eran "un poco así". Y, sin embargo, los que
ahora les castigan y antes les vendieron los coches de lujo, los viajes y los
yates, callaron porque, hasta que reventó, la isla fue para ellos un paraíso en
el que hacer negocios. Lo de aquí es casi peor, porque pagábamos nuestros
impuestos y nadie nos contaba la mierda de banca que teníamos.
Lo de las preferentes es parecido a lo que les ha caído
encima a Chipre, un corralito, aunque lo de aquí parece ser un corralito con
una tremenda pedorreta final. La que supone, por ejemplo, la hiriente campaña publicitaria de una compungida Bankia que, después de habernos abandonado en el infierno y sin que nadie pague por ello, nos promete ahora el paraíso
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