Quizá porque crecí bajo una dictadura, tolero mal a los
caudillos. No soy capaz de sobreponer las ventajas, que alguna tendrán, a la
asfixiante falta de libertad que generan. Anoche, cuando escuché en la radio
las palabras del delfín de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, anunciando su muerte,
no pude sino recordar aquellas otras del siniestro Carlos Arias Navarro, cuando
aquella fría mañana anunció entre pucheros la muerte de quien, a lo largo de
casi cuatro décadas, mantuvo su bota militar, transformada luego en zapato de
burócrata, sobre el espinazo de los españoles.
Ya sé que tienen poco que ver uno y otro. Ya sé que aunque
los dos fueron militares, uno de casta y otro nacido del pueblo, y los dos
golpistas, Franco se sublevó contra la bandera que juró defender y lo hizo para
devolver el poder a los oligarcas, mientras el otro, en principio, lo hizo para
acabar con la pobreza endémica de su pueblo. Lo sé y no querría olvidarlo, pero
uno y otro acabaron cultivando los vicios comunes que identifican a los
caudillos, sea cual sea el color de sus sueños.
Hugo Chávez conoció la cárcel como castigo a aquella asonada
frustrada con la que quiso cambiar el destino de Venezuela y aquellos dos años
de prisión le dieron popularidad y la pátina de caudillo de los pobres que le
acompañarían ya para siempre. Con ese liderazgo ganó las elecciones a una clase
dirigente dividida y torpe que quiso acabar con él mediante un golpe
"blando" que, cuando escapo de prisión, rescatado por sus
paracaidistas, acabó por consagrarlo como héroe popular.
Evidentemente, si me dan a elegir entre uno y otro caudillo,
me quedo con el venezolano. Pero sólo por un rato, dependo demasiado de la
libertad -para hablar, para escribir, para moverme, para escoger a mis amigos-
como para cambiarla por un cierto progreso. Dicen que también Franco trajo a
España el bienestar que propició el nacimiento de las clases medias, aunque,
yo, más bien creo que fueron los tiempos y la necesidad que occidente tenía de
nuestras playas, nuestra mano de obra y nuestras bases, pero fue mucho más
negro todo lo demás que nos dejó y nos costó demasiado librarnos, si es que nos
hemos librado, de todo aquello.
Dicen que Chávez fue el instrumento que sirvió a millones de
venezolanos para salir de la pobreza. Y estoy seguro de que ha sido así. Pero
también es cierto que ese mismo pueblo que recibió de un Hugo Chávez cabalgando
a lomos del mejor momento de los mercados, para su petróleo primero y para la
soja ahora también, se sirvió de ese pueblo para perpetuarse en el poder,
intimidando a sus rivales y modificando las leyes y la constitución cuantas
veces lo consideró oportuno. Una generosidad quizá interesada que se extendió a
otros países de la zona, que le consagraron como líder de la región, a cambio
de un petróleo que exportaba con precios políticos, a costa, incluso, del
bienestar de los venezolanos.
El de Chávez ha sido un liderazgo muy fuerte y como todos
los caudillos, Artur Mas incluido, acabó envolviéndose en los símbolos,
haciéndose pasar por Venezuela y haciendo pasar a Venezuela por él.
Verle envuelto en la bandera, implorando a Jesucristo para
afrontar su enfermedad, cuando aún podía hacerlo, me producía escalofríos. El de Chávez ha sido un liderazgo muy carismático y fuerte y
va a resultar muy difícil que lo herede el chavismo, por muy "atado y bien
atado" que haya pretendido dejarlo, al tratar de traspasar carisma y
liderazgo a Maduro. No creo que vaya a haber chavismo sin Chávez y sólo deseo
que la huella del caudillo que quiso ser un nuevo Bolívar sirva para que los
rescatados de la pobreza no vuelvan a ella y para que la oposición recuerde que
nada es posible sin el pueblo, por muy humilde, inculto y despreciable que lo
consideren.
Ha muerto un caudillo y ha muerto como mueren los caudillos,
como murió Franco, solo y secuestrado por su propia obra, deseando quizá la paz
y la tranquilidad que hubiese tenido en ese tránsito, de no haberse erigido en la
única salvación de su pueblo. Ahora le debería llegar el turno al pueblo en
libertad.
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1 comentario:
Como bien dices, entre coetáneos, si hay que elegir entre Guatemala y Guatepeor, sin duda, me iría para Guatepeor. Como en esta inversión que nos atañe, unos soltarán lágrimas de cocodrilo y otros brindarán con cava o champán ( según su chovinismo) o con tintorro de los Oteros en nuestros tiempos.
En "nuestra" condición humana particular; crecimos viviendo en el patio del señor Monipodio y seguimos por suerte, eso sí, viendo trotar "libremente" a rocinante por la piel de toro. Que tengas buenas tardes Javier.
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