Siempre he pensado que, de todas las ventajas que comporta
tener dos ocupaciones, la mayor es la de que siempre se puede poner una de
ellas como excusa para no atender las obligaciones que implica la otra. Pues
bien, algo así es lo que vengo observando que hace Mariano Rajoy, poniéndose al
sol de los actos de partido, cuando llueve en La Moncloa y, perdiéndose en su
despacho de jefe de gobierno, cuando en la calle Génova caen chuzos de punta.
Dicho de otro modo, hoy que el papa Benedicto hará efectiva
su renuncia a las obligaciones asumidas cuando accedió al trono del Vaticano,
Mariano Rajoy huye de uno a otro Castelgandolfo según pinten las cosas,
mientras nosotros los españoles, fieles y no fieles, esperamos día y días bajo
el inclemente cielo de la actualidad a que tenga a bien asomarse al balcón de
la verdad para dar "urbi et orbi" las explicaciones que desde hace
tanto tiempo esperamos.
Hoy el papa se marcha a Castelgandolfo. Lo hará en helicóptero,
como aquel Nixon humillado por no haber dicho la verdad a tiempo y se marcha
dejando abierta la caja de los truenos en El Vaticano. Los hay que dicen que ha
sido su delicada salud la que le ha apartado del cargo, hay quien añade que son
la coquetería o la soberbia las que le impiden ir deteriorándose a los ojos del
mundo, como ya vio que le ocurrió a su antecesor Juan Pablo II, y que por eso
se va. Pero también los hay que dicen que se va porque ha visto y no puede o no
quiere combatir tanta miseria y tanto pecado -contra el sexto y contra el
séptimo mandamientos, aclaro- como ha visto. En ese caso, mi opinión es que se
va por cobardía. Y aquí es donde engarzan las historias del papa alemán y el
político gallego. Están rodeados, cuando no salpicados, por todo aquello que
dicen combatir y sus espléndidas banderas hechas de limpieza y honradez caen
lacias ahora sobre su rostro, poniéndoles en la situación más penosas y
ridículas que imaginarse puedan.
Estoy seguro de que a Rajoy, abochornado y sin salida,
fracasado en sus promesas de prosperidad y limpieza, le encantaría que un
helicóptero, como aquel carro de fuego que se llevó a Elías, le sacase de tanto
problema para llevarse a ese Castelgandolfo particular donde, para él, los días
pasarían plácidos entre el humo de buenos habanos, la lectura del MARCA y los
partidos de la tele.
Lo malo es que, de La Moncloa, salvo para los viajes
oficiales, se entra y se sale en coche y que el alquiler del palacete es por
cuatro años, salvo que los caseros -todos los españoles- consideren que no se
está cumpliendo el contrato de arrendamiento y le enseñen la puerta de salida.
Es una pena que Rajoy no sea papa. Le sería más fácil la
huida. Seguro que su sucesor le perdonaría como perdonarán a Ratzinger no haber
cumplido con su deber de arrastrar la cruz hasta el final, del mismo modo que él
ha perdonado, al menos no los ha puesto públicamente en evidencia, a todos los
pecadores que al parecer le rodean. Pero no, Rajoy no es el papa, Rajoy -de ser
ciertas las anotaciones de Bárcenas en su cuaderno, y arece que lo son- estaba
muy apegado a lo material. Tanto como para recibir sobres, trajes y corbatas a
cuenta del "cepillo" del partido. Y eso no se puede borrar con retiro
y oración. Eso hay que expiarlo ante los ojos del mundo y, si la justicia es
justicia, que a veces lo es, no tardará en hacerlo.
Para entonces, mucho me equivoco o la iglesia del PP se
habrá desecho de la curia podrida o se habrá consumado el cisma y todos
aquellos que creyeron en el perdón de los pecados en las urnas, se darán cuenta
de que, a veces, la ley de los hombres los castiga aunque millones de papeletas
los hayan perdonado. Ya le gustaría a Rajoy poder retirarse a un
Castelgandolfo, el que fuera, pero, para él, no lo hay.
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