En eso sí son eficaces, en repartir dolor. Lo dijo el
redicho Gallardón hace unos días y fustigándose tan falsa como
espectacularmente como si de un penitente de esos de dos días al año se
tratara. El ministro de justicia se vistió la túnica de afligido reo de
culpabilidad, con esa vocecilla del que grita en voz baja, pero sólo un segundo
antes de emplearse a fondo contra jueces y fiscales. Se nota que Gallardón no
habla mucho con Matas y Camps, porque esos sí que sabían de repartos, aunque lo
que repartiesen no fuera precisamente dolor. Pero también se nota que no
recuerda sus años al frente de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid, años
en los que también él derrochó y repartió a manos llenas.
Están repartiendo dolor y lo están haciendo con la impudicia
del que nunca lo ha tenido en casa, del que o bien no lo ha conocido o, si lo
ha conocido, prefiere olvidarlo. El reparto del dolor lo han ido dosificando y
haciéndonos pensar que no iba a ser para todos, haciéndonos creer que algunos
éramos inmunes a la enfermedad. La primera dosis, casi una vacuna, consistió en
quitar sus tarjetas sanitarias a los sin papeles, junto a los jóvenes sin
seguridad social, en una de las primeras decisiones de un personaje tan
incompetente como Ana Mato, capaz de ver con naturalidad que los de la trama
Gürtel le regalen un lujoso jaguar a su ex marido y, al mismo tiempo, dejar sin
asistencia médica a miles de seres humanos.
De entonces a ahora, apenas unos meses -ojo- este gobierno
ha sido capaz de repartir dolor a diestro y siniestro, subiendo impuestos,
congelando, cuando no recortando en la práctica, las pensiones recortando
también prestaciones, abaratando el despido a los empresarios, despidiendo él
mismo a interinos de la administración y a empleados de empresas públicas que,
en muchos casos, ha cerrado. También ha suprimido el comedor gratuito de
nuestros hijos en edad escolar, con lo cual deja a miles de niños sin la única comida
decente que recibían al día, sus tijeras han dejado sin asistencia a decenas de
miles de incapacitados y ancianos. A sus funcionarios, les ha recortado una
parte importante de su salario -la paga extra que debieran recibir en estas
fechas no es un regalo de Papa Noel, sino una parte de ese salario- no sin
antes criminalizarles, tildándoles de vagos, cuando no de ladrones. También ha
reducido sus días de libre disposición y, por si fuera poco, ha aumentado sus
horarios, reventando en muchos casos la posibilidad de conciliar su vida
familiar.
Con este hatajo de repartidores de dolor, se han
multiplicado los desahucios, que en algunos casos han sumado al propio drama
que entrañan el de los suicidios, ha aumentado el paro... y parece que seguirá
aumentando, ha conseguido levantar contra él a la práctica totalidad de
sectores como los de la enseñanza pública, la sanidad, la justicia... y así
hasta el infinito.
Se ha empleado a fondo repartiendo dolor, también en
chapuzas trágicas como la del Madrid Arena y entonando a coro el pío pío que yo
no he sido, cuando está claro que su inoperancia, cuando no su colaboración
necesaria, para que ocurriera lo que ocurrió. Y se ha empleado a fondo en
repartir el dolor, esta vez físico, en estrecha colaboración con el gobierno
catalán, magnífico también con las tijeras, repartiendo leña por las calles y
plazas a diestro y siniestro sin importarle que los zurriagazos y pelotazos
alcanzasen a niños o ancianos.
Ha habido dolor para todos, salvo para la iglesia católica,
que sigue sin pagar el IBI y, por si fuera poco, recibe más dinero del
presupuesto, directamente o a través de subvenciones a su bien saneado negocio
de la enseñanza, saneado por ingresos o por la impronta que deja en la
formación de los alumnos. Tampoco ha habido dolor para los ricos que siguen son
sus tinglados de ingeniería financiera, que siguen sin pagar el impuesto del
patrimonio y comprándose carísimos apartamentos en Berlín o Nueva York, aunque
algunos tengan que pasar una temporada en una habitación de Soto del Real.
La ecuación es sencilla: si todos recibimos dolor en el
reparto y sólo la iglesia y los ricos quedan a salvo, es porque el gobierno,
este gobierno, es el gobierno de los ricos y los obispos, como lo eran aquellos
de los marqueses y caciques del siglo XIX.
Sólo espero que dentro de tres años o antes, si es posible, tengamos la lección bian aprendida y pongamos los emdios para que no se repita una dolorosa estupidez como ésta.
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