Reconozcámoslo, abusamos de la Sanidad. Nos hemos
acostumbrado a los quirófanos, las diálisis, las ambulancias, los chutes de
insulina, las urgencias, el láser para no quedarse ciego... nos hemos
acostumbrado y todo eso está por encima de nuestras posibilidades. Es más, la vida
misma está por encima de nuestras posibilidades. Qué hacemos en las grandes
ciudades tantos nietos del surco y del arado, algunos con carrera y casi todos
con piso y coche ¿Acaso no entendemos que todos esos privilegios lo son de los
ricos, de los hijos de los que ganaron la guerra, de los hijos de quienes
usurparon o compraron con ventaja tantas tierras y tantas fábricas de los
vencidos?
No, no es que hayamos vivido por encima de nuestras
posibilidades. Lo que ocurre es que la vida a la que aspiramos, la vida a la
que dice la Constitución que tenemos derecho nos queda lejos y no sólo eso,
cada día, como la utopía de Galeano, la alejan más de nosotros, pero no para
estimularnos a perseguirla, sino para dejarnos a un lado del camino, abatidos y
desesperanzados.
Veníamos de un país que sobrevivió a una dura posguerra y
que, por la soberbia y la crueldad de ese dictador al que tanto parecen añorar algunos,
lo hizo de espaldas al mundo. Venimos de un país en el que las grandes ciudades
crecieron a partir de los barrios de chabolas y barracas que, cansados y con
hambre de siglos, levantaban los que buscaban una vida mejor al lado de esas
carreteras que les habían traído desde el pueblo y la miseria. Veníamos de allí
y llegamos a creer que, con la democracia, habíamos llegado a esa tierra de
promisión, esa tierra de leche y miel en la que cada uno llegaría hasta el
lugar que le llevasen sus méritos y en el que nadie quedaría desprotegido,
porque el fuerte cuidaría del débil y la solidaridad sería la única religión.
Qué ilusos. En cuanto a los de ricos de siempre, los de toda
la vida, les llegó el barrunto de que, con tanto hijo de obrero ahí arriba, con
tanto advenedizo, lo suyo no duraría mucho más, en cuanto lo tuvieron claro, se
encargaron de desatar en los recién llegados los instintos más bajos, el
egoísmo, la desmemoria y ese "lo mío es mío" que tanto daño ha hecho
a la humanidad.
Os preguntaréis a qué viene esta disgresión. Pues viene a que
no todos son como esa gente terrible y tóxica del último párrafo. Viene a que,
en la enseñanza, en la sanidad y, por qué no, también en la justicia sigue
habiendo gente empeñada en acortar las distancias y en compensar a los débiles
por todas las oportunidades que les negó la vida. Maestros, a mí me sigue
gustando llamarles así, que se han esforzado siempre en apoyar a quien, sin
apenas recursos, valía. Albert Camus dedicó su discurso de aceptación del Nobel
a ese maestro que en Argel "tiró" de aquel hijo de una humilde mujer
viuda y sorda que llegaría a ser él mismo. Y Camus sabía lo que hacía, porque
este mundo necesita de muchos Camus y muchos maestros como el suyo.
Pero no sólo los maestros. También los médicos y el resto de
sanitarios que, bajo una presión enorme y, a veces, con la incomprensión y la
ingratitud de alguno de sus pacientes, nos dan su conocimiento y su trato
amable, seamos ricos o pobres, cultos o no, con familia o sin ella. Y ahora
también, aunque lo hayamos sabido tarde, los jueces que fueron los que si no primero,
sí con más autoridad, denunciaron la crueldad e injusticia de los desahucios,
pero que, las más de las veces, en el día a día, tratan de equilibrar este
mundo egoísta e injusto.
Todo eso, todo eso y que los mayores disfruten de una
pensión digna, es eso que llamamos Estado de Bienestar. Y nos lo quieren
quitar. Nos lo quieren quietar, porque ellos siempre quedarán a cubierto. Ellos
seguirán yendo, con la plusvalía de nuestro trabajo y sus ganancias de la
especulación, de la corrupción o de la bolsa, podrán curarse en clínicas
norteamericanas o suizas, sus hijas podrán ir a abortar a Londres y sus hijos a
universidades de renombre o, si son unos zotes, a las de aquí.
Nos lo quieren quitar y, ahora que Alemania ha suprimido el
copago sanitario, entre otras cosas porque no ha retraído el uso de la sanidad
y los enfermos que realmente están enfermos, que son, si no todos, la inmensa
mayoría, siguen yendo al médico... ahora que Alemania lo deja, aquí lo agudizan
extendiendo el copago en las recetas al traslado en ambulancia de los enfermos
crónicos que, por ejemplo tienen que acudir, a veces a bastantes kilómetros de
su pueblo, a someterse a tratamientos tan cruciales para su supervivencia como
la quimioterapia o la diálisis, como si estos enfermos fuesen de paseo o de excursión
en ambulancia.
Efectivamente, se abusa del Estado de Bienestar. Abusan
quienes quieren venderlo troceado y a precio de saldo a quienes, cuando lo
tengan bajo su control, se ocuparan sólo de lo que les resulte rentable. Los
demás, a las tinieblas.
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