Cuatrocientos treinta y seis euros. Esa es la cantidad que
pierden de media los pensionistas españoles con la decisión tomada vete a saber
hace cuánto tiempo, pero anunciada ayer, cuando ya no quedan elecciones a la
vista, de no revalorizar las pensiones conforme al Índice de Precios al
Consumo, como manda la ley, aplicando en lugar de esa revisión legal una subida
absolutamente arbitraria que, menos mal, es mayor, un 2% frente al 1%, para las
pensiones más modestas.
Estoy seguro que algún mago de la comunicación d los que
abundan en el Gobierno -los encontraría mejores en muchas guarderías- nos
contará la de cosas triviales que puede hacer con ese dinero, por ejemplo una
cena con amigos, un fin de semana en algún spa portugués mientras los amiguetes
ganan dinero organizando tragedias en sitios como el Madrid Arena, la cuenta
del móvil -bueno, eso no, que lo pagan los contribuyentes- o, por qué no, un
palco para el partido de esta noche en el Bernabéu, en el que fumarse uno o dos
puracos de marca que tanto les gustan y que Carromero tardará unos meses en
traer.
Sin embargo, cuatrocientos treinta y seis euros le dan a un
pensionista, qué digo a un pensionista, a toda una familia de pensionistas para
comer, cenar y desayunar dignamente durante dos o tres meses todos los días. Y
saben tan poco de la gente a la que gobiernan que uno de ellos, el diputado
Rafael Merino, fue tan osado de decir, la misma tarde del estropicio que la
mayoría de los pensionistas están enormemente agradecidos al PP. Hace falta
tener esa mezcla perfecta de empatía e inconsciencia que se parece mucho a la
estupidez y que tanto abunda en las filas del partido del Gobierno.
Debe ser, parafraseando a secretaria general de Emigración e
Inmigración, Marina del Corral, que jerárquicamente y en todo lo demás está por
debajo de Fátima Báñez, ese impulso aventurero que lleva a los jóvenes a
buscarse fuera el futuro que aquí le niegan y a ellos a jugarse que les partan
la cara si les reconocen en la calle, por decir cosas que no son sino ofensas,
primero, a quienes lo están pasando tan mal y, por añadidura, a la inteligencia
de los demás.
Ya no les queda ni un sólo punto de su programa por
incumplir y, tampoco, un sólo sector social o profesional al que ofender, salvo
que hablemos de obispos, mossos de esquadra condenados e indultados por torturadores,
policías que se exceden en sus funciones o, cómo iba a olvidarlos, banqueros.
Y sobre estos últimos un dato que, sospechosamente, perece
haber pasado inadvertido y que es el de que, después de haber inyectado en la
banca todo el dinero que nos están quitando y nos quitarán, vía Europa o no,
y pese a los abusos cometdos en hipotecas y preferentes, han tenido el descaro ofensivo y prepotente de establecer un nuevo impuesto
sobre los depósitos bancarios, que se superpone y anula los que hasta ahora
habían establecido Extremadura, Canarias y Andalucía y que tenía previsto
instaurar también Asturias. Lo malo es que han tenido la desfachatez de fijar
el tipo de ese nuevo impuesto en el cero. Es decir, que lo que persigue este nuevo
impuesto es impedir que esas comunidades cobren a los bancos un impuesto que,
sin duda, aliviaría su déficit y que, por ejemplo, iba a permitir dar la paga
de Navidad a los funcionarios extremeños. Sospechosamente, no he visto esta noticias destacada en la prensa que, como la mayoría de partdos políticos, claro, debe demasiado dinero a los bancos.
A este paso lo único que les falta por hacer es humillarnos
al escatológico estilo de los pandilleros de barrio, porque todo lo demás lo
han hecho, después de quitarnos casi todo lo que era nuestro. Pero que sepan,
que tengan muy claro, que lo único que no podrán quitarnos es la dignidad y, si
a alguien se la han quitado, que no se preocupen haremos lo posible para que la
recuperen.
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