Es lo que tienen los mercenarios: no guardan fidelidad sino
a sí mismos y al dinero. No sé si todo el Real Madrid, pero al menos Florentino
Pérez, ese señor que lee los discursos que el escriben como un colegial leería
una redacción para el Día de la Madre, así lo quiso. Y lo están pagando, tanto
él, como quienes creen realmente en el club más ganador de este país.
Traer a Mourinho y a sus malas maneras al Real Madrid ha
sido como meter al enemigo en casa y no hacían falta muchas luces para verlo.
Bastaba con mirar cómo había dejado los equipos por los que había pasado hasta
entonces: arrasados, sin estilo, sin futuro y con los socios, los jugadores, la
prensa y los directivos cabreados todos contra todos. Esa es su habilidad más
reconocida: desatar tormentas y desaparecer indemne por el ojo del huracán con
su botín a cuestas.
Personalmente creo que tiene mucho de desequilibrado, de
inadaptado social, que, ya de adolescente, salió por la puerta de atrás del
instituto en el que cursaba sus estudios sin poder terminarlo por haber
agredido a uno de sus profesores. Eso fue lo que le echó en brazos del deporte,
donde, durante algún tiempo y desde papeles secundarios, fue ascendiendo hasta colocarse
bajo los focos para mostrar el peligroso histrión que lleva dentro.
Está claro que lo único que le gusta a Mourinho es ganar y a
ello se dedica en cuerpo y alma, pero tiene unos cuantos defectos. El principal
es el de que o bien no sabe o bien no quiere asumir sus responsabilidades y, en
cuento puede, las descarga sobre todos o parte de sus jugadores, lo ha hecho en
varias ocasiones y la verdad es que, con una prensa entregada y ciega, al
frente del Madrid le ha servido hasta hace bien poco. Otro defecto es el de que
carece de paciencia, entre otras cosas, porque sabe que, sin títulos, su caché
se deteriora. Pero el que quizá sea el peor de todos sus defectos es que no
siente respeto por nadie, a veces de manera enfermiza. Y ese es un defecto
difícil de curar cuando se vive rodeado de aduladores incapaces, no ya de
corregir sus errores, sino que, además, le cubren y apoyan cuantas veces haga
falta, porque en ello les va la confianza del tirano y, también, el pan de sus
hijos.
Mourinho apenas ha sido rentable para el Real Madrid, porque
su contrato caro y por mucho tiempo tiene a su presidente atado de pies y manos
hasta el punto de tener que defenderle cuando su conducta o sus resultados son
indefendibles. Por si fuera poco, lo que se ha hecho, en lugar de obligar a
José Mourinho a adaptarse a las características y necesidades del club que le
paga, ha sido adaptar el club a los caprichos del portugués, eliminando a todos
los que o no le gustaban o nos e sometían a su tiranía, hasta el punto de que
se ha hecho con todo el poder, incluso el de la voluntad del presidente, al que
parece tener abducido para sus fines. Raúl, Valdano y alguno que otro más han
sido sus víctimas.
Lo de ayer en Málaga sería duro y vergonzoso para alguien
con algo más que ambición por el dinero y que tuviese pensado quedarse en el
Real Madrid la temporada que viene. Perdió ante el entrenador al que sucedió despreciándole
en público de la manera más infame y, ahora, vive la humillación de sentir el
aliento de quien, con una plantilla muy inferior a la suya y bastante menso
dinero, está a sólo dos puntos en la clasificación.
Pero, además, Mourinho ofendió ayer a los madridistas
dejando sentado en el banquillo al personaje más indiscutible del Real Madrid,
Casillas, alineando a un portero sin bregar y a un cojo como Pepe, que ayer lo
estaba. Tengo claro que, anoche, Mourinho quería perder, porque no aguanta ni
un minuto más en una liga en al que un "desconocido" -supongo que ya
se habrá enterado de quién es Tito Vilanova- le saca dieciséis puntos.
Mourinho quiere que le echen para no perder ni un céntimo de
su contrato y está haciendo lo posible para que así sea. Ofendiendo a sus
jugadores, secuestrando periodistas para abroncarles, inventándose alineaciones
imposibles, despreciando a la cantera y gran parte de la plantilla para llenar
el equipo de jugadores de su cuadra o la de su representante -ya no se sabe
quién es quién- y despreciando e insultando a quienes le rodean.
Ahora mismo, a Mourinho sólo le queda la fidelidad de los
descerebrados de la peña ultrasur y, claro, la de sus portugueses con el no
menos ultrasur, Pepe, al frente. Ayer escuché en la radio un tuit de un oyente
que resumía a la perfección la presente actitud de Mourinho. "Sólo le
falta -decía- empujar a Di Stefano por las escaleras".
Quizá ya lo esté pensando.
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