Supongo que a nadie sorprendo a estas alturas si me confieso
de izquierdas o, eufemísticamente hablando, progresista. Lo he sido siempre y
creo que si he llegado a serlo ha sido de modo casi instintivo. Me cuesta mucho
causar daño de manera consciente a nadie y, si caigo en la cuenta de que podría
causarlo escapo como puedo se la situación. Sé también que soy severo en mis
críticas, a veces muy duro, pero también procuro ser ecuánime y no me
importaría defender al mismo diablo si fuese atacado injustamente.
Pero volvamos al principio. Soy de izquierdas y lo soy por
todo eso y por oposición a todas esas arbitrariedades e injusticias a las que
es tan dada la derecha de aquí y del otro lado del Atlántico. Sin ir más lejos,
la derecha norteamericana, los republicanos, de los que tanto ha aprendido
nuestro PP, empeñado en sumarse al Tea Party, quieren terminar el año
humillando al presidente Barak Obama, reelegido hace apenas dos meses, haciéndole
pasar por el aro de sus imposiciones so pena de hundir la economía y la
sociedad norteamericanas y las del resto del mundo occidental, poniendo en
marcha el perverso mecanismo del "precipicio financiero", con tal de
conseguir su propósito.
En España ya no necesitan humillar al progresismo, porque
bastante humillado está ya, y porque, de momento al menos, anda muy alejado del
poder. Tanto que apenas ocupa algunos escaños en el Congreso y no están todos
en las bancadas del PSOE. Ya se encargaron los mismos socialistas, si no de
humillarlo, si de deprimirlo y, naturalmente, el Partido Popular con esa oposición
suicida que practicó eso tan carpetovetónico de "si no mía, de
nadie".
Soy consciente de que, en la política norteamericana, hay
grandes fortunas e intereses inconfesables en un partido y el otro. A veces
apoyan simultáneamente a republicanos y demócratas. Tampoco hay que ignorar que
la política norteamericana tiene un importante componente religioso y moral,
moralista, dicho, que impregna transversalmente a los dos partidos e influye en
mucha gente humilde. Algo que también se repite en España.
Lo que ignoran los votantes, o quieren ignorar algunos de
ellos, es que todos esos señuelos que se manejan en periodo electoral,
desaparecen una vez conseguido el voto y caen las máscaras para dejar al
descubierto las caras de los grupos de poder. Aquí en España y en Madrid más
concretamente, lo estamos viendo, porque gobiernos votados por la mayoría
suficiente para cambiar las leyes, las están cambiando, no en favor de esa
mayoría social que les votó, sino en beneficio de una minoría elitista que es
capaz de desmantelar "a la republicana" todo el andamiaje que
sostiene el difícil equilibrio social que permitió sacar a España de un atraso
de décadas al que, de nuevo, nos quieren arrojar.
Ese es su juego. Romper la baraja en cuanto la partida está
equilibrada. Lo suyo es ganar siempre, con soberbia, altivez y desapego. Ganar,
a costa de lo que sea, porque, lo tienen claro, su cuna les saca siempre a
flote.
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