Ayer se reunió Rajoy con militantes del PP madrileño en
Arganda. Hizo bien, porque de vez en cuando, y más en estas fechas, es bueno
dejarse ver en casa de los amigos y familiares para sentir la sensación de que,
todavía, alguien te quiere. Al pobre Rajoy no le salen las cosas, tampoco a sus
ministros ni a quienes ejercen el poder autonómico desde las filas de su
partido. Las cañas de antaño se han tornado en lanzas y cada vez que se dejan
ver fuera del blindaje del Palacio de La Moncloa, los parlamentos, los
ministerios o la Casa del Correo de la Puerta del Sol, en el caso de Ignacio
González, sus oídos, acostumbrados al halago o, como mucho, a los tacos y las
intrigas de Esperanza Aguirre, tienen que soportar coplas, pareados o insultos
de grueso calibre dirigidos a su persona.
Se supone que aguantar eso de vez en cuando es soportable,
pero tener siempre al pie del despacho un coro de protestas, bocinas, pitos y
petardos puede llegara a ser molesto. Puede, incluso, hacer mella en la salud
de quien las oye cada minuto. No hay más que ver al consejero de Sanidad
Fernández Lasquetty, en quien, como si de justicia poética se tratase, ha hecho
presa un enorme y molesto herpes labial que deja claro el calvario por el que
está pasando. Poco consuelo, pero bastante para quienes nos jugamos tanto con
semejante tahúr que, por lo que se ve, va de farol y con las cartas marcadas.
A alguien que realmente pretendiese el bien común, se le
haría insoportable tanto ruido y tan poco agradable a su alrededor. La sanidad
pública madrileña se ha convertido en el paradigma de la lucha de los
ciudadanos por el Estado de Bienestar. No es de extrañar que Lasquetty haya
quedado por esa infección, siempre latente en nosotros, que vive agazapada
hasta que nos sorprende con un exceso de estrés, falta de sueño, o las defensas
bajas.
Y no le va a ir mucho mejor cuando capee este temporal, si
es que llega a capearlo, porque quedará marcados para siempre por
"vender" nuestros hospitales, del mismo modo que Lamela se quedó con
la "gloria" de haber acusado poco menos que de acabar con la vida de
sus enfermos terminales a todo el personal de urgencias del hospital Severo
Ochoa de Leganés.
El agravio que pretende el PP para los ciudadanos madrileños
-todos, antes o después, acabaremos siendo usuarios- a cuenta de la privatización,
total, parcial o mediopensionista, es tan grande que ha provocado la
movilización ciudadana más amplia y más transversal de la historia reciente de
este país. La gente sabe muy bien lo que perdería si pierde los hospitales y
los centros de salud en que les atienden con criterio de servicio público y no
de negocio privado.
¿Por qué no nos cuenta el consejero que algunos de los
hospitales que dicen haber hecho en Madrid, convenientemente inaugurados de
acuerdo con el calendario electoral, los estamos "copagando", es
decir pagándolos de nuevo, porque el convenio firmado por las empresas gestoras
con la Comunidad de Madrid no da para material, medicinas, personal, comedor y
limpieza y, sobre todo, para el lucro de las susodichas empresa? ¿Por qué no
nos dice que ha habido que liberar partidas extraordinarias para mantenerlos
abiertos? ¿Por qué no cuentan que en algún hospital se están pagando las
nóminas irregularmente? ¿Por qué el consejero del herpes es incapaz de decir
cuánto va a ahorrarse Madrid con la privatización y exige a los jefes de
servicio que detalle al céntimo una alternativa a esos planes tan vagos?
Quizá por eso, la mayoría de los jefes de servicio de la
sanidad madrileña están sopesando presentar su dimisión al del herpes. Y hay
que subrayar que entre esos jefes de servicio los hay de todos los perfiles
ideológicos. Ayer el presidente madrileño, Ignacio González, dijo en la cena de
Arganda que no hay que hacer caso al ruido de quienes dicen que se va a
privatizar la sanidad. No sé qué pensó el consejero del herpes, si es que llegó
a oírle.
A Pinocho le crecía la nariz por mentir, a Lasquetty le está
saliendo un herpes y, a nosotros, un grano en el culo.
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