Mucho me temo que, a Rodrigo Rato, que lo fue todo en la
economía española y mundial, le va a ser muy difícil hacernos olvidar, borrar
de su historia la imagen de ayer, acarreando las bolsas que encierran la que va
a ser su vida en los próximos años. Tiene que ser duro, muy duro, encontrarse
con la prensa y no poder esquivarla, no poder ponerse a cubierto en el portal,
el despacho o el coche, no poder contar con escoltas que le protejan, que se
interpongan entre él, las cámaras y los micrófonos. Quizá por eso se detuvo
ante la prensa y accedió a hacer una declaración sin preguntas en el que, sin
duda, será el momento más crucial de lo que la queda de vida. Quizá por eso
abandonó su soberbia habitual, su mal gesto de siempre, para reconocer el daño
causado y pedir perdón a quienes hubiesen podido sentirse defraudados o
afectados.
Habrá que agradecerle el gesto, pero fue la manida fórmula
de quien no hace contrición de sus actos sino, más bien, reconoce el daño y la
ofensa porque se ha visto sorprendido en sus delitos y si pide perdón, siempre
en condicional, "si a alguien he ofendido, si alguien se ha visto
perjudicado por mis actos", buscando con ello a la sociedad que a través
de sus jueces ha parado y castigado su carrera delictiva. Sin embargo, el perdón,
la rebaja en la pena impuesta, en mi opinión, sólo debería llegar si el
que lo pide colabora con la justicia ayudando a esclarecer sus delitos y
devolviendo todo lo que no era suyo, lo que les fue arrebatado a otros o lo que
hizo perder a otros, en más de una ocasión todo lo que tenían.
Rodrigo Rato va a tener mucho tiempo para reflexionar sobre
todo esto, también para hacer un repaso de sus amistades y sus lealtades.
Espero que, tras esa reflexión. quien aceptó ser considerado el autor del mal
llamado "milagro económico español", que en realidad no fue más que
la siembra de la cruel crisis que aún estamos pagando, se atreva a contar quién
fue quién en ese triste periodo de euforia y sinsentido que no sólo arruinó lo
mejor que tenía este país, su sistema de protección e igualdad sino que, además
terminó con toda una clase, la clase media, arrojándola a los desahucios, el
desánimo, los malos empleos con peores sueldos y abrió un abismo que parece ya
insalvable entre la pobreza y la opulencia.
Esa es casi su peor herencia, la de toda una clase social
que vive de espaldas a los demás, una clase social a la que sólo le interesan
los dividendos de sus acciones, sus carreras profesionales, en la banca, la
judicatura o la política, tan aislados del resto de la sociedad que son capaces
de tomar decisiones tan ciegas y suicidas como la del presidente de la sala de
los contencioso administrativo, el magistrado Díez-Picazo, que se pasó por el
forro de la toga no una sino tres sentencias dictadas por su sala que sentarían
jurisprudencia obligando a la banca a pagar el impuesto de los actos
jurídicos que exigen a sus clientes, un "romper la baraja"
insólito que quita la razón a aquellos a quienes se la ha dado su sala, para
dársela a los poderosos bancos.
Ayer, y aquí enlazo con el asunto del perdón, el presidente
del Supremo, Carlos Lesmes, elegido con los votos afines al PP, en un gesto tan
insólito como la causa que lo origina pidió perdón, otra vez en condicional a
quienes se están viendo perjudicados por la mala gestión de este asunto, algo
así como aquellos carteles de los primeros tiempos de la televisión que decían
"por causas ajenas a nuestra voluntad, etc.... disculpen las
molestas". Lesmes pidió disculpas por las molestias, nada menos que la inseguridad
jurídica que ha provocado el Supremo dejando en suspenso una ley, pero
difícilmente podemos creer que lo ocurrido ha sido ajeno a su voluntad o la del
tribunal, el más alto, que preside.
Hoy sabemos, lo cuenta El Confidencial, que fue Lesmes el
que pidió al presidente Díez-Picazo, muy de su cuerda que aclarase la
sentencia, como finalmente hizo, por los daños económicos y el riesgo sistémico
que generaba, daños que, que se sepa, sólo se producía en la banca.
En fin, basta ya de pedir perdón cuando se les pilla con la
mano en el tarro de las galletas. Lo que tienen que hacer es pagar con dimisiones,
patrimonio o cárcel los daños causados por sus acciones. Pedir perdón, más si
se hace en condicional, sí no se repara el estropicio causado, es poco más que
un acto de pura hipocresía.
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