Supongo que, como yo, alguna vez os habréis preguntado por qué un premio, literario o de cualquier tipo, se daba a un candidato, desconocido o no, y no a los favoritos. Yo que durante un tiempo tuve contacto con la cultura y los premios y que me preocupé por entender ese misterio, acabé llegando a la conclusión de que, si se lo daban a ese inesperado ganador, era sólo para no dárselo a los otros favoritos igualados en apoyos y, de ese modo, acabar con un empate imposible de resolver. Dicho de otro modo, se le da al ganador no por tener más apoyos, sino por despertar menos aversiones.
Eso, que suele pasar en los cónclaves vaticanos a la hora de
elegir papa, es más o menos exactamente, y vestido de primarias, lo que ocurrió
en el Partido Popular a la hora de elegir a Pablo Casado como presidente: no
era el mejor como lo está demostrando cada día, pero consiguió aunar sus apoyos
con los de Cospedal, frente a la evidente aversión de muchos de los
compromisarios a Soraya Sáenz de Santamaría.
Sólo bajo esa premisa se puede entender el desastre, bendito
sea, que está ocasionando en el PP y su unidad la elección de un bocachancla
como Casado y la "acertada" elección que ha hecho a la hora de nombra
colaboradores, porque, pasada la sorpresa inicial y amortizada la frescura que
su juventud parecía aportar tras la salida de Rajoy, es evidente que el PP anda
como pollo sin cabeza, moviéndose de un lado a otro, desesperadamente y sin
sentido. Escuchando al presidente del PP, que acapara la práctica totalidad del
discurso del partido, es evidente que éste está lleno de incongruencias y, lo
que es peor, de tópicos trasnochados y de falsedades fácilmente rebatibles.
Sin embargo y siendo esto bastante malo, no es lo peor,
porque el nombramiento de la exministra de Sanidad, de breve, nefasta para
todos y fructífera para ella misma gestión, Dolors Mobtserrat, ha sido un tiro
en el pie para el partido, un tiro disparado por quien, acostumbrado a hacer y
recibir favores, la nombro portavoz parlamentaria a la única ministra de Rajoy que
le apoyó en las primarias, dando de lado a Rafael Hernando, parlamentario con
sobrada experiencia y colmillo retorcido que, ayer, en el primer intento de la
diputada Montserrat de vapuleo al gobierno socialista, no pudo sino bajar los
ojos para que en él, histrión por naturaleza, no se evidenciase el bochorno por
el que estaba pasando su grupo.
Las andanadas de la exministra, entre el ridículo y la
histeria, que creía mortales para el gobierno, se convirtieron en eficaz
munición contra ella misma que la vicepresidenta Calvo disparó con la eficacia
y brevedad que se puede esperar de quien tiene delante un guiñapo desbaratado,
al que sólo queda rematar con elegancia, de modo que lo que pretendía ser un
castigo para Sánchez con las portadas y tiempo de telediario que espera quien
toma la palabra para vapulear al contrario, acabó siendo el espantoso ridículo
que todos pudimos ver.
Eso, unido al patinazo de Casado en Bruselas, que fue a por
lana y salió trasquilado con el escaso o nulo apoyo de los suyos a su desleal
oposición a los presupuestos socialdemócratas de socialistas y Podemos.
Demasiada expectación, demasiados focos sobre una jugada más calculada que, al
final se ha convertido en un rasgón en el tapete de la mesa de billar que
debiera ser escenario de una política eficaz y calculada.
Mucho me temo que Casado y su PP están demasiado pendientes
del reloj, conscientes como son de que la supervivencia de Sánchez al frente
del Gobierno juega en su contra y de que cada día que pasa los colmillos de
Ciudadanos que, en su tenaz persecución del PP, no ladra, pero muerde, están cada vez más cerca de sus tobillos. Pero ya no es tiempo de rectificar, porque cesar a
la exministra como portavoz de su grupo sería reconocer el error cometido y
eso, en un partido acostumbrado a las maneras y a la exasperante calma de
Rajoy, sería como ponerse la soga al cuello. Así que aguantará el chaparrón
mediático que la ministra ha cosechado y, supongo, le pondrá un profesor de
oratoria y un corrector de textos, para que el jocoso ridículo de ayer no
vuelva a repetirse.
Comenzó diciendo Montserrat que las prostitutas están
desconcertadas con este gobierno, las critica, elogia su eficacia o se va con
ellas, cosiendo una imposible y atropellada colcha de retales, para, en su
balbuceante descarga final, coser otra no menos imposible y más atropellada
colcha con la que evidenciar, al menos eso pretendía, la descoordinación del
ejecutivo. ¡"Habló de putas la Tacones", que reza un dicho castizo.
Pidió coordinación la portavoz de una oposición que está cada vez más desconcertada que no sabe a dónde va ni,
mucho menos, cómo llegar a su destino.
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